Todos la llaman Casilda Ruiz Tauste porque
éste es el nombre que le pusieron el día del bautizo en la iglesia parroquial
de Santa María del Campillo. La conocen, simplemente, como Casilda a pesar de
ser la hija mayor de Don Ernesto Ruiz, archivero del ayuntamiento y de Doña Ana
María Tauste que regenta la farmacia. Sobresalió en los círculos más selectos
de todo tipo principalmente en los literarios. Hace unos años concedió una de
las pocas entrevistas a un periodista recién jubilado y con el que mantiene una
cierta relación de amistad.
Últimamente está alejada del ruido de
ferias de libros, presentaciones, premios, tertulias radiofónicas y cosas por
el estilo. Vive en una casa situada a las afueras del pintoresco pueblo aragonés
de Rocarobledo. En ella tiene un huerto para cultivar hortalizas y un estudio
para cultivar el ensayo literario en todas sus variedades. Ambas cosas las hace
bien. Su última obra publicada "Las letras tienen vida propia" vio la
luz hace unos meses. Éxito de ventas en unos días y con unos acabados de
academia. Mucho mejor de cómo escriben los propios académicos y seguramente por
eso y por ser una mujer nunca ha sido propuesta para una letra mayúscula ni
minúscula. Incluso a su edad avanzada mantiene la capacidad para el pensamiento
y para el análisis. En la vida ha ido acumulando sabiduría y conciencia
literaria. Esta entrevista que he mencionado fue grabada en la biblioteca de su
casa y en la tranquilidad de poder repetir, comentar, alargar o censurar lo que
iba diciendo. Un lugar de culto con miles de volúmenes enseñando lomo mientras
descansan en grandes estanterías de caoba. Aquí pasa gran parte de su tiempo
donde ha escrito su último libro que tiene muchos capítulos y cada uno de ellos
está escrito de forma independiente. Un cúmulo de pensamientos críticos y
sensaciones aventureras. Le han alabado sus textos por su relevancia, pero
le han reprochado su forma de escribir literatura de forma fragmentada como
los artículos periodísticos o las columnas de opinión al que han venido a
bautizar como subgrupo de literatura fragmentada. Reconozco que cada día tiene
más adeptos y seguidores porque sus escritos tienen calidad. Aquello de que si
breve y bueno... Pues eso. Yo, además, me permito la licencia de recomendaros
sus textos.
Esta señora casi mayor disfrutando con
sus años. Con un vestir elegante y que saluda con madurez intelectual
porque se comporta con experiencia creadora. Sabia en el hablar y hábil en
el arte de la comunicación consciente. Asertiva y convincente en la pose y en
la mirada desde siempre. Utiliza un lenguaje poético para una conversación
normal con su amigo el periodista Hipólito Castejón. Esta señora
experimentada de la vida y buena conocedora de las personas que exploradora
textos que otros han escrito en busca del significado adecuado a cada
palabra y que escribe de forma artesanal a tiempo completo porque ha hecho de
la escritura su profesión. Camina de forma sosegada, aunque en la entrevista no
pueda apreciarse. Semblante distraído. Constantemente pensativa.
Casilda, en la entrevista, dejó entrever
que su longevidad ilustrada podría estar directamente relacionada con su
desinterés por la política y a su locura por la literatura. Dejó de interesarme
la política cuando descubrí que los políticos trabajan a espaldas y al margen
del pueblo soberano que les ha votado. Así pues, quedó zanjado este asunto del
que no se volvió a hablar y del que ya había advertido a su amigo el periodista
de que no sacara el tema. Le pregunta el periodista Hipólito Castejón conocido
por su atrevimiento que, si es consciente de que agrada a muchos, pero no contenta
a todos. Esto es una obviedad responde rápido y sin ningún género de dudas. El
equilibrio está en la necesaria independencia literaria. Yo escribo lo que
necesito escribir y el lector lee lo que necesita leer. No se puede escribir
según tendencias o a dictados de otro como vienen haciendo algunos. Bienvenido
el lector que no me lee pero que me respeta. Yo le respeto aun sabiendo que lee
a otros en vez de a mí. En la vida, además de acumular inteligencia y saber, ha
acumulado lucidez y la saca a pasear en la entrevista.
Su amigo el periodista jubilado tiene
interés por saber cómo pasa el tiempo. Aquí Casilda Ruiz da otro pase de pecho.
Saboreando los triunfos y los reconocimientos y disimulando con dignidad la
frustración de mis fracasos en lo profesional y en lo personal. Supongo que
como hace todo el mundo cuando llega a cierta edad. A cada minuto que pasa la
entrevista se hace más amena. Interesante. Se muestra cercana y disfruta de
hablar de literatura mientras coquetea con las luces y la cámara que la está
grabando. Recuerda sus primeros pasos cuando su padre le contaba cuentos por
las noches en la tranquilidad de su alcoba y en la oscuridad que se reflejaba
en la ventana. Alguna vez no sabía qué contar y le explicaba lo que hacía en el
trabajo del ayuntamiento como archivero y documentalista. Él se quedaba dormido
mientras ella cerraba los ojos y se lo imaginaba rodeado de papeles en los que
poner orden. No era tanto lo que le contaba su padre sino el cómo se lo
contaba. Su voz gastada y ronca de nicotina junto con gestos parsimoniosos. Así
empezó su forja como escritora. Ahora su obra es singular. En singular. Porque
es única y destacable.
De
joven, y no tanto, Casilda era asidua de esos bares que sólo abren por la noche
y se nutren de insomnes y noctámbulos ávidos de historias para contar y
escribir. Bares de conversar entre copa y copa y humo de tabaco además de algo
de música interpretada por un destartalado piano. Fumó mucho y ahora se le nota
en la voz de alquitrán y en el respirar cansado de acordeón argentino que
arranca tangos de melancolía. Esos bares que sólo abren para los que llevan el
día cambiado y cierran muy tarde o demasiado pronto según se mire. Le gustaba
ver amanecer y cuando tenía la certeza de un nuevo día se acostaba. Luego se
cansó de esa vida bohemia y volvió a vivir de día y dormir de noche que es lo
que hacía la mayoría de la gente. Cuenta sonriente que vivió unos años en
París. En el barrio Latino. Allí escribía lento, pero con buena letra porque seguía
los ritmos de los sorbos del café de buena mañana y de cualquier otra hora con la
música de radio parisina. Dejó influenciarse por los estilos literarios de
aquella época y publicó bastante bien y suficiente como para vivir con
comodidad y con independencia. Dije que me había exiliado. Realmente me
fui porque me gustaba más la vida nocturna de París que la de mi tierra donde
viví los años de adolescencia. Además, me daba prestigio y un plus de
importancia. De regreso a España vivió años complicados donde escribir de según
qué temas era un riesgo. El generalísimo había muerto pero los tentáculos del
régimen eran todavía largos. El cura del pueblo le dijo que se tomara la vida
con teología. Un amigo suyo le dijo que se tomara la vida con filosofía. Ser
mujer escritora en aquellos tiempos no estaba bien visto y suponía correr
riesgos por lo que optó por el camino de en medio. Ahora está en un recodo de
su particular camino junto a un fuente de la que fluye agua tranquila que le sosiega
el alma. Con pie firme, mente despejada y estado de ánimo a punto de revista.
En la charla se hace alusión al mote
o seudónimo artístico de Safo. Ella sonríe mientras se tapa la cara para no ser
descubierta y jura no saber quién se lo puso pero que está encantada de que la
conozcan por el nombre de una poetisa griega nacida en Lesbos y catalogada como
una musa. Risa de satisfacción con una nube de irónica mala leche. Si
hubieras visto cómo lo pronunciaban los franceses. Los tiempos difíciles
también fueron entretenidos. En un momento pone un semblante serio. Nunca he
visto el mar y no he podido escribir de él. Una dilatada vida repleta de
experiencias y nunca tuve la oportunidad de acercarme a la costa para
contemplar el mar. Ya no lo veré dijo mirando fijamente a la cámara de forma
penetrante para todos los espectadores virtuales que otro día estarán
sintonizando para verla. No te preocupes Casilda los que te queremos
escribiremos de él para que lo leas estés donde estés y puedas vivirlo con
intensidad. Quizás algún día. Ahora mantiene un diálogo discreto y comprometido
con la naturaleza en su casa a las afueras de Rocarobledo por culpa de una
edad avanzada que no tiene cura.
La muerte salió en la entrevista. La veía
cerca y habló de ella sin que le resultara un problema. Estoy tranquila porque
he vivido tanto como he querido. No hay prisa por dejar la vida. Pero cuando
llegue me encontrará con la cabeza bien alta y el ánimo sereno. Sin rezos de
soborno. Más allá de lo que escribo está lo que pienso, dijo antes de pausar la
entrevista para beber un poco de agua y mover las piernas. El tiempo en
televisión es corto y vale mucho, aunque sea para hablar de cultura. Yo me contagié
de su lenguaje sencillo. Palabras dichas con inteligencia, con memoria, con
efecto. Sólo comparables al agua transparente de un mar revuelto que ella nunca
ha visto. Me relaja expresarme por escrito, insistió en varias ocasiones. Todo
transcurre detrás de unos grandes ventanales que dan al jardín y al pequeño
huerto con árboles frutales con un sol primaveral de media tarde que ya apunta
maneras de verano. Es un día de esos de descansar y recordar cosas evas
mientras le sigue la corriente a la voluntad. Las bofetadas de la vida se llevan
con dignidad porque no las puedes evitar. Habla con una seguridad experimentada
incluso en algunos momentos dejó apoyar su barbilla sobre el puño mientras
balancea la mirada entre la cámara y el periodista.
Heroína tardía porque se lo debe a la vida.
Dice que vino a provocar lágrimas y a secarlas. Mira fijamente a Hipólito y
afirma que la historia te engulle o te perpetúa pero que esto no depende de
nosotros. Son cosas que pasan al margen o a pesar de todo. La imaginación de la
nada y de la ausencia sólo se filtra a través de la oscuridad, la niebla y las
penumbras que la vida nos pone en el camino que es cuando aparece el vértigo.
Siempre he seguido el humo y éste me condujo a las cenizas y en vez de tirar la
toalla, escribí de ellas que tienen mucha historia que contar.
El tiempo pasa rápido y nadie parece darse
cuenta en esta casa con huerto donde habita la calma y la cultura y que está
situada a las afueras de Rocarobledo. Hipólito y Casilda siguen su particular
conversación a modo de entrevista. La poetisa Safo intentó neutralizar la
muerte consumiendo lo eterno, pero naufragó en el intento. Con la certeza del
color blanco descubrí el color negro. Ahora he conseguido convivir con todos
los colores, va diciendo Casilda Ruiz cuando parece que el periodista ha
desistido de preguntar porque ella va diciendo lo que le apetece. Después de
esta vida tiene que haber una vida siguiente que es la que nos está reservada
para vivir exclusivamente las carencias de ésta, por eso la viviremos de otra
manera. La viviremos de forma más tranquila y sosegada porque la experiencia de
ésta no se pierde y donde no bastará una gota para colmar el vaso. Donde harán
falta muchas tormentas para ir en busca de refugio. Donde en un minuto podremos
tener varias sonrisas y alguna carcajada. Ocupo mi mente y mi alma en mirar los
sembrados y en mirar el movimiento hipnótico de las espigas mientras el viento
las mece. En disfrutar de la sombra de encinas e higueras y tocar el rugoso
tronco de un olivo centenario. Dicen que la niebla enlentece los pasos, pero a mí
no me importa porque ya no tengo prisa.
He leído libros, pero no todos los libros.
Camino por las calles, pero no piso todos los adoquines. He vivido muchos días,
pero no todos sus minutos y ahora no valen sollozos de plañidera y tampoco me
preocupa que los perros ladren a mi paso porque me hacen compañía. A veces
escucho música y otras oigo el viento y me confundo. Siempre hay un eco de algo
que hace que escriba lo aparente de toda mi vida con notas al margen mientras
mi mirada se concentra en todo lo que me rodea y la imaginación hace el resto
porque sigo teniendo deseos. Un día perdí las llaves y un amigo mío me dijo que
mirara en el fondo del mar. Y fue ese día que el viento dio un portazo y rompió
la cerradura y a partir de ese momento la puerta está siempre abierta para que
el viento entre, levante cortinas y visillos y se pasee por la casa hasta que quiera
salir por las ventanas.
Se ha hecho de noche y siguen filmando la
entrevista un poco ajenos. Casilda se da cuenta y aprovecha para añadir que el
tiempo es invisible de noche por lo que las farolas y la luna son
imprescindibles para seguir el rastro de las cosas. A veces necesito que otros
ojos estén pendientes de los míos porque sólo perdura lo que tiene un porvenir
dentro de las efímeras aventuras de los momentos en los que cuesta mucho
defender los recuerdos frente a la desmemoria.
Pasados unos años después de todo lo que
ya he contado, Casilda fue perdiendo memoria y capacidades que a veces se
anulaban del todo por lo que no podía seguir con la vida autónoma e
independiente que acostumbraba a llevar y unos sobrinos por parte de Doña Ana
María Tauste, su madre, vinieron a concluir, después de haberlo hablado largamente,
que no podía, de ninguna de las maneras, seguir viviendo sola en una casa tan
grande con huerto y árboles frutales a las afueras de Rocarobledo. Decidieron
pues de llevarla a una residencia para ancianos situada a unas horas de
trayecto en coche. Fue un viaje hermoso previsto con todo detalle para que
Casilda tuviera la percepción de que existían lugares mejores que su casa.
Pararon a medio camino para almorzar lo
que quisiera de lo que le apetecía en una bonita casa de comidas en lo alto de
la sierra y antes de que empezara el bosque en medio de un popurrí de
vegetación verde y florecida donde se evocaban recuerdos que mataban el tiempo y
donde el desorden de las emociones no la dejaran pensar en el fin último de
este viaje casi pintoresco. El centro estaba situado al final de una alameda
donde procuraron una despedida breve por recomendación del personal con todo
tipo de promesas de visitas frecuentes siempre que el tiempo lo dispusiera así
y con abrazos sucesivos, reconocimientos a su trabajo como escritora y
propaganda de que estaría bien cuidada y acompañada con buenas y nuevas amigas
con quien conversar las tardes largas rodeadas de buena vegetación y un
personal involucrado en el bienestar de todos los internos con todo tipo de
comodidades y cuidados personalizados para redescubrir esos rincones que la
vida tiene y que ya se han olvidado.
Mira tú cómo es la vida, dijo cansada de
la tensión del día con los sobrinos que la habían acompañado. Realmente era una
especie de volcán dormido que podría despertar en cualquier momento. Un lugar
para empezar a vivir una vida nueva y desconocida hasta la fecha y donde para
ser feliz una tiene que poner esfuerzo, dedicación e imaginación a partes
iguales engañando al tiempo con todos los recursos disponibles. Despertaron los
recuerdos dormidos de su infancia para recuperar la libertad perdida y dejó que
los minutos y las horas pasaran deprisa para no prolongar innecesariamente
estos días aparentes de los que había vivido en su casa de Rocarobledo cuyo
recuerdo sobrevenía a menudo para alternar los días de lluvia generosa, sol
intenso, frío de mantita y abrigo junto con una provocada naturalidad.
A sus ochenta y siete años Casilda Ruiz
Tauste ya es mayor para según que menesteres, aunque no se ha dado cuenta
porque se conserva bien. La han tenido que llevar a urgencias del hospital de
referencia porque dice que se ha caído y que le duele un brazo y una pierna que
no le dejan llevar una vida normal como caminar o coger ciertas cosas. Se de buena tinta que el médico que la ha
atendido la ha explorado con esmero y ha solicitado unas radiografía en las que
no se aprecia lesión alguna. Ella insiste en la veracidad de su información a
pesar de que los médicos no aprecien nada. Le indican un poco de reposo durante
unos días hasta que todo pase. Casilda insiste en que deberían de ingresarla
unos días o. por lo menos, firmarle la baja laboral durante el tiempo de
recuperación. El médico ha captado la llamada de atención. Se sienta a su lado
y la coge de la mano para explicarle que no es posible firmar una baja porque ésta
sólo la puede obtener quien está en edad de trabajar y tiene un trabajo lo que
no es su caso porque ella tiene ochenta y siete años y lleva mucho tiempo
jubilada. Ella no lo entiende. Necesita la baja para poder justificar que no
podrá realizar las actividades habituales durante un tiempo.
En el universo de su memoria y su razón no
entiende la situación en la que vive. Su conciencia no encuentra respuesta. En
su vida diaria ya no encuentra la armonía que busca y esto le genera inquietud,
ansiedad y desasosiego. Le espeta al médico que si es mayor y no está en edad
de trabajar es porque debe descansar y hacer lo que quiera y pueda mientras su
cuerpo aguante. Efectivamente le contesta asertivamente su médico. Pues no es
así. No puedo hacer lo que quiera porque no tengo tiempo debido a la rigidez de
los horarios en la residencia donde vive. Hay un equipo de trabajadores
sociales, personal de apoyo y un grupo de voluntariado para entretener que la
mantienen ocupada y agobiada todo el día y cada día. Tengo que asistir a
talleres de recuperación cognitiva y de la conducta con entrenamientos en
estrategias terapéuticas no farmacológicas para adquirir nuevas habilidades
sociales acordes a mi vejez además de unas pruebas de seguimiento especializado
y una valoración de resultados en los que no se me consulta. Rodeada de
ancianos que no colaboran y otros que son hipercinéticos y con tendencia a la
distracción sin contar con los sumisos que hacen lo que les dicen porque no
tienen cosas mejores que hacer o simplemente su mente ya no piensa y trabaja la
inercia.
Casilda demuestra, una vez más, ser muy
inteligente y culta. No se muestra complaciente con este tipo de terapias que
intentan una atención sostenida para favorecer las relaciones interpersonales,
aunque al final la cohesión del grupo cae por culpa de alguno de sus miembros.
Ella ha pedido repetidamente que su terapia ocupacional e instrumental sea la
lectura y la escritura. Los terapeutas, asistentes sociales y voluntariado no
le dejan porque esto no está contemplado en los programas que se aplican en el
centro desde que éste abrió sus puertas. Así es como Casilda pierde el interés,
se desmotiva y empieza a desarrollar una sintomatología compatible con la
ansiedad que roza la rebeldía a base de excusas para recuperar la libertad como
persona dentro de la institución. Se muestra agobiada porque no tiene tiempo
para leer los libros que sus familiares le llevan cuando van a visitarla ni
tampoco puede escribir en unas cuartillas que tiene guardadas en la mesita de
noche junto con unos lápices y una pluma estilográfica. Quiere mantener
conversaciones con sus amigas y apenas tiene un rato en las comidas que no da
para casi nada. Tiene las visitas restringidas para que pueda desarrollar los
talleres pertinentes. A mi edad tengo que hacer lo que ellos quieren y no tengo
tiempo para hacer lo que a mí me gusta. Casilda Ruiz transmite una cálida
humanidad al equipo médico que le atiende que derrocha ternura.
Al rato el médico responsable de la
guardia la atiende para hacerse cómplice de sus demandas. Es consciente que la
agobiante severidad de los programas asfixia su libertad y la convierten en
esclava del sistema y de todos los seudocientíficos y terapeutas que se
mantienen alejados de la moral entendida como el respeto a nuestros mayores. Le
dice el médico a Casilda de una forma casi clandestina que redactará un informe
en el que se detalle que debe reposar de todas las actividades antes
mencionadas y que durante este reposo podrá leer y escribir para fomentar el
desarrollo del intelecto y evitar su deterioro cognitivo. Que la citarán a
consultas externas periódicas para evaluar su recuperación y ya dirán cuándo
podrá volver a las actividades rutinarias. Casilda acercó sus frágiles manos y
cogió la mano del médico para apretarla cariñosamente al tiempo que le daba un
sonoro beso.
De la primera parte de esta narración fui
testigo del programa de televisión que fue todo un éxito de audiencia. De esta
segunda parte he escrito lo que me han contado fuentes solventes. He escrito de buena
tinta que todo sucedió así.