Mar adentro, en verano, se
cruzan barcos, pateras y veleros a los más opuestos destinos. La elegancia de
una gran vela hinchada de una potente embarcación roza la patera de los migrantes
que navegan hacinados.
No responde al saludo ni a la
solicitud de ayuda. La proa afilada abre el mar a todo trapo. Desde la balsa la
ven desfilar sin ser capaces de explicarse porqué, inclinado el velero hacia un
lado, no vuelca ni se hunde como les ocurre a ellos si se mueven. Los migrantes
sólo intentan mantener el equilibrio para no terminar al fondo del mediterráneo
mientras algunos sonríen al ver el velero de la fortuna. Creen que al mundo que
van todo es así con arriesgadas aventuras como forma de vida porque disponen de
muchas oportunidades.
Eso ha escrito un filósofo
jubilado reconvertido en poeta. Ahora
persigue la sabiduría desde la humildad y escribe contagiado de sensibilidad.
Huye de lo superficial e innecesario y tiene ansias de alba y de ver amanecer
todos los días, aunque a veces haya tormenta.
Migrar, dice, es querer llegar
a la luz cruzando la oscuridad más absoluta. La travesía siempre es complicada
y produce vértigo querer pasar del tercer mundo al primero de un tirón. Pero se
saltan el segundo mundo porque no existe. Aun así, lo intentan todos los días y
a menudo el mediterráneo se convierte en una tumba para esa gente. No son
conscientes de la realidad porque la necesidad y las ganas, a veces, nublan los
riesgos. O migras o mueres. Y si migras, seguramente también mueres. Algunos
sabemos la respuesta a ese problema porque, como Serrat, también nacimos en el
mediterráneo. Pero no pasa nada. Para esto existe el paisaje y si no te gusta
uno miras hacia otro lado que hay otro paisaje.
Pronto llegará el invierno y
con él traerá el mal tiempo. Tendrán que dejar de venir o hacerlo de otra
manera. Seguirán haciéndolo de la misma y será cuestión de tiempo que la muerte
les llegue al margen de dónde hayan nacido y de quienes sean. A ellos la
desgracia les persigue cada minuto de su vida desde que nacieron. Unos morimos
con atención paliativa y otros, simplemente mueren. Escribir este tipo de
historias como si fuera literatura me molesta mucho porque la literatura es
otra cosa. Pero antes no venían tantos migrantes en pateras.
Por cierto, creo que no he
mencionado que los viñedos han dado un buen vino este año gracias a la fina
lluvia de finales de verano. Algunas botellas podrán rozar los quinientos
euros. Que frivolidad.
Ellos nunca escribirán a sus
familias desde un hogar con chimenea. Han abandonado sus recuerdos y no pueden
soñar en libertad porque sólo tienen pesadillas. La lejanía los aísla. Un trayecto
que cruza un mar tortuoso en toda su inmensidad. Otro día escribiré historias
del mar en calma y de olivos centenarios. De la sombra que proporcionan las
encinas y las higueras y de lo bonita que es la vida.