domingo, 25 de diciembre de 2022

Migrantes.

 

Mar adentro, en verano, se cruzan barcos, pateras y veleros a los más opuestos destinos. La elegancia de una gran vela hinchada de una potente embarcación roza la patera de los migrantes que navegan hacinados. 

No responde al saludo ni a la solicitud de ayuda. La proa afilada abre el mar a todo trapo. Desde la balsa la ven desfilar sin ser capaces de explicarse porqué, inclinado el velero hacia un lado, no vuelca ni se hunde como les ocurre a ellos si se mueven. Los migrantes sólo intentan mantener el equilibrio para no terminar al fondo del mediterráneo mientras algunos sonríen al ver el velero de la fortuna. Creen que al mundo que van todo es así con arriesgadas aventuras como forma de vida porque disponen de muchas oportunidades.

Eso ha escrito un filósofo jubilado reconvertido en poeta.  Ahora persigue la sabiduría desde la humildad y escribe contagiado de sensibilidad. Huye de lo superficial e innecesario y tiene ansias de alba y de ver amanecer todos los días, aunque a veces haya tormenta.

Migrar, dice, es querer llegar a la luz cruzando la oscuridad más absoluta. La travesía siempre es complicada y produce vértigo querer pasar del tercer mundo al primero de un tirón. Pero se saltan el segundo mundo porque no existe. Aun así, lo intentan todos los días y a menudo el mediterráneo se convierte en una tumba para esa gente. No son conscientes de la realidad porque la necesidad y las ganas, a veces, nublan los riesgos. O migras o mueres. Y si migras, seguramente también mueres. Algunos sabemos la respuesta a ese problema porque, como Serrat, también nacimos en el mediterráneo. Pero no pasa nada. Para esto existe el paisaje y si no te gusta uno miras hacia otro lado que hay otro paisaje.

Pronto llegará el invierno y con él traerá el mal tiempo. Tendrán que dejar de venir o hacerlo de otra manera. Seguirán haciéndolo de la misma y será cuestión de tiempo que la muerte les llegue al margen de dónde hayan nacido y de quienes sean. A ellos la desgracia les persigue cada minuto de su vida desde que nacieron. Unos morimos con atención paliativa y otros, simplemente mueren. Escribir este tipo de historias como si fuera literatura me molesta mucho porque la literatura es otra cosa. Pero antes no venían tantos migrantes en pateras.  

Por cierto, creo que no he mencionado que los viñedos han dado un buen vino este año gracias a la fina lluvia de finales de verano. Algunas botellas podrán rozar los quinientos euros. Que frivolidad.

Ellos nunca escribirán a sus familias desde un hogar con chimenea. Han abandonado sus recuerdos y no pueden soñar en libertad porque sólo tienen pesadillas. La lejanía los aísla. Un trayecto que cruza un mar tortuoso en toda su inmensidad. Otro día escribiré historias del mar en calma y de olivos centenarios. De la sombra que proporcionan las encinas y las higueras y de lo bonita que es la vida.