miércoles, 30 de noviembre de 2022

Paisajes.

 

SOBRE EL PAISAJE.

“Yo voy soñando caminos de la tarde. Las colinas doradas,

los verdes pinos, las polvorientas encinas.

¿Adónde el camino irá? La tarde cayendo está.

Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero.

Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando.

Suena el viento en los álamos del río.

La tarde más se oscurece; y el camino que serpea

y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece”.

                                         Machado.

Amaneció la primera mañana del mundo para mí. A las seis y diez de la tarde del día cinco de noviembre. Esa vida que tiene todos los minutos iguales y todos los días distintos. Tarde anochecida anticipadamente porque era otoño. Con calles de farolas insuficientes y esquinas en penumbra donde se cobijan los gatos.

Se escuchó un grito estremecedor de los de coger aire para que la vida no se escape y luego vino un llanto largo sin eco y sin sombra porque me di cuenta de que la vida intrauterina no tenía nada que ver con la vida que me había imaginado. Pero una vez nacido sólo se sale con la muerte una vez devuelta el alma.

El otoño de la vida es distinta al resto de las estaciones. Más intensa. Cosas por hacer y sin tiempo disponible. Ahora mi respiración es más lenta y va acompasada con la vida, con las emociones y con los sentimientos y con la armonía y el equilibrio que sólo se consigue con la experiencia acumulada en la edad adulta. El color de los ojos me cambia según la luz del momento, pero la mirada va cambiando según la edad. Mirada tranquila y experimentada. Que igual que mira dice, aunque los ojos estén medio cerrados. De la mirada ingenua y azulada de la infancia a la de ahora con matices determinantes.

El olor de madrugada se parece al del anochecer cuando el sol se pone detrás del horizonte al final de los campos de castilla. De lluvia y viento. Un ir y venir desde la plaza Azoguejo hasta el Alcázar pasando por la plaza mayor y la Catedral de Santa María soy un desconocido más que forma parte de la gente mayor que mira el tiempo pasado en los escaparates de la vida en calles iluminadas con paso de costumbre y rutina y la sombra fiel que no te deja ni los días nublados admirando los esgrafiados de las fachadas que te entretienen a cada paso y con cada casa.

Dice el poeta que ahora tengo que aparentar que sé más de lo que digo y escribo mientras fuera se acumulan hojas arremolinadas por el viento de otoño que se mojan con la lluvia, forman charcos que pisamos con fuerza. Días huérfanos que aprovecho para amamantar recuerdos. Mientras se consume la leña en la chimenea y el humo sube recto como un ciprés. La rectitud del momento y el eco de los cantos gregorianos que llegan desde el Monasterio de Santa María del Parral. Y mientras escribo esto estarán cogiendo los últimos racimos de uvas del patio de la casa de Machado.

Ando despacio. No quiero que descubran mi prisa por la vida. Con los minutos me he puesto a construir horas y días. He subido a la bicicleta para pedalear quimeras y pasearlas por las calles estrechas de luz tenue de la judería. Luego he descansado en un bar sorbiendo un café y me he llevado caldo caliente para combatir el hiriente frío. Levanto la vista y observo la madrugada con los gorriones apostados en las ramas.

Las piedras del acueducto aguantarán el invierno con sus tempestades. El bosque hará lo propio con los árboles hacinados con sus sombras. Los paisajes de los campos de Castilla esperarán cualquier cosa o nada de este otoño que acabamos de inaugurar persiguiendo, inteligentemente, puestas de sol. El verano va dejando de ser lo que fue para ser otra cosa. Ser otoño, sin más y formar parte de los paisajes ocres con la lluvia que por fin ha llegado y que cae sobre tierra demasiado seca y se encharca y que me encuentra detrás del ventanal de casa, el que da al jardín, con un libro entre manos. Esos libros de papel rústico fino y tapas blandas y una acumulación de letras que acallan la tormenta desapacible y la soledad.

Ahora toca recogerse un poco antes y aprovechar el tiempo de otra manera. Con libros escritos con tinta, con argumento y con provocación de pensar. Ya llevo un rato descalzo porque hace un rato que decidí coger papel y pluma y escribir algo aprovechando esa letra de monja que me han dicho que tengo. Llevan razón porque Sor Juana y Sor Catalina me enseñaron a escribir y a leer con entonación para enfatizar palabras de mayor importancia. Me ha dicho mi amigo el poeta, esta mañana, subgrupo literario llamado relato breve porque escribo sobre cosas y temas de paisajes, naturaleza y costumbres pueblerinas de distinta manera. Y los viernes quedamos a una hora de tarde avanzada en las inmediaciones del quiosco de música de la plaza mayor para mantener conversaciones de gente mayor en tono sereno porque nos importan las raíces y nuestra historia.

Escritos sobre damas despechadas. Señores paseando cuernos con elegancia. La erótica de criadas y cocheros en la penumbra de los patios. Momentos piadosos de Semana Santa con cartas comprometidas entre monjas de clausura y militares. Sobre los atardeceres anaranjados sobre los campos de dorados caprichosos. Vivo a escasos metros de la parroquia con su cementerio escaso y también con encanto. Con un fuerte viento que se ha deslizado por entre las calles y ha entrado en la habitación por la ventana después de haber descorrido cortinas y visillos. Ando absorto mientras se oye mi sonora pluma desde la hospitalidad de mi alcoba y náufrago del sentido de la realidad cuando el camino se agota y que da demasiado por hacer. La sabiduría se mantiene gracias a un genuino y metódico aprendizaje de experiencia humana que me condiciona desde mi nacimiento y el bautismo.

Este relato es un desliz como un relámpago cegador del otoño de la vida.