jueves, 3 de noviembre de 2022

Safo

 

Todos la llaman Casilda Ruiz Tauste porque éste es el nombre que le pusieron el día del bautizo en la iglesia parroquial de Santa María del Campillo. La conocen, simplemente, como Casilda a pesar de ser la hija mayor de Don Ernesto Ruiz, archivero del ayuntamiento y de Doña Ana María Tauste que regenta la farmacia. Sobresalió en los círculos más selectos de todo tipo principalmente en los literarios. Hace unos años concedió una de las pocas entrevistas a un periodista recién jubilado y con el que mantiene una cierta relación de amistad.

Últimamente está alejada del ruido de ferias de libros, presentaciones, premios, tertulias radiofónicas y cosas por el estilo. Vive en una casa situada a las afueras del pintoresco pueblo aragonés de Rocarobledo. En ella tiene un huerto para cultivar hortalizas y un estudio para cultivar el ensayo literario en todas sus variedades. Ambas cosas las hace bien. Su última obra publicada "Las letras tienen vida propia" vio la luz hace unos meses. Éxito de ventas en unos días y con unos acabados de academia. Mucho mejor de cómo escriben los propios académicos y seguramente por eso y por ser una mujer nunca ha sido propuesta para una letra mayúscula ni minúscula. Incluso a su edad avanzada mantiene la capacidad para el pensamiento y para el análisis. En la vida ha ido acumulando sabiduría y conciencia literaria. Esta entrevista que he mencionado fue grabada en la biblioteca de su casa y en la tranquilidad de poder repetir, comentar, alargar o censurar lo que iba diciendo. Un lugar de culto con miles de volúmenes enseñando lomo mientras descansan en grandes estanterías de caoba. Aquí pasa gran parte de su tiempo donde ha escrito su último libro que tiene muchos capítulos y cada uno de ellos está escrito de forma independiente. Un cúmulo de pensamientos críticos y sensaciones aventureras. Le han alabado sus textos por su relevancia, pero le han reprochado su forma de escribir literatura de forma fragmentada como los artículos periodísticos o las columnas de opinión al que han venido a bautizar como subgrupo de literatura fragmentada. Reconozco que cada día tiene más adeptos y seguidores porque sus escritos tienen calidad. Aquello de que si breve y bueno... Pues eso. Yo, además, me permito la licencia de recomendaros sus textos.

Esta señora casi mayor disfrutando con sus años. Con un vestir elegante y que saluda con madurez intelectual porque se comporta con experiencia creadora. Sabia en el hablar y hábil en el arte de la comunicación consciente. Asertiva y convincente en la pose y en la mirada desde siempre. Utiliza un lenguaje poético para una conversación normal con su amigo el periodista Hipólito Castejón. Esta señora experimentada de la vida y buena conocedora de las personas que exploradora textos que otros han escrito en busca del significado adecuado a cada palabra y que escribe de forma artesanal a tiempo completo porque ha hecho de la escritura su profesión. Camina de forma sosegada, aunque en la entrevista no pueda apreciarse. Semblante distraído. Constantemente pensativa.

Casilda, en la entrevista, dejó entrever que su longevidad ilustrada podría estar directamente relacionada con su desinterés por la política y a su locura por la literatura. Dejó de interesarme la política cuando descubrí que los políticos trabajan a espaldas y al margen del pueblo soberano que les ha votado. Así pues, quedó zanjado este asunto del que no se volvió a hablar y del que ya había advertido a su amigo el periodista de que no sacara el tema. Le pregunta el periodista Hipólito Castejón conocido por su atrevimiento que, si es consciente de que agrada a muchos, pero no contenta a todos. Esto es una obviedad responde rápido y sin ningún género de dudas. El equilibrio está en la necesaria independencia literaria. Yo escribo lo que necesito escribir y el lector lee lo que necesita leer. No se puede escribir según tendencias o a dictados de otro como vienen haciendo algunos. Bienvenido el lector que no me lee pero que me respeta. Yo le respeto aun sabiendo que lee a otros en vez de a mí. En la vida, además de acumular inteligencia y saber, ha acumulado lucidez y la saca a pasear en la entrevista.

Su amigo el periodista jubilado tiene interés por saber cómo pasa el tiempo. Aquí Casilda Ruiz da otro pase de pecho. Saboreando los triunfos y los reconocimientos y disimulando con dignidad la frustración de mis fracasos en lo profesional y en lo personal. Supongo que como hace todo el mundo cuando llega a cierta edad. A cada minuto que pasa la entrevista se hace más amena. Interesante. Se muestra cercana y disfruta de hablar de literatura mientras coquetea con las luces y la cámara que la está grabando. Recuerda sus primeros pasos cuando su padre le contaba cuentos por las noches en la tranquilidad de su alcoba y en la oscuridad que se reflejaba en la ventana. Alguna vez no sabía qué contar y le explicaba lo que hacía en el trabajo del ayuntamiento como archivero y documentalista. Él se quedaba dormido mientras ella cerraba los ojos y se lo imaginaba rodeado de papeles en los que poner orden. No era tanto lo que le contaba su padre sino el cómo se lo contaba. Su voz gastada y ronca de nicotina junto con gestos parsimoniosos. Así empezó su forja como escritora. Ahora su obra es singular. En singular. Porque es única y destacable.

 De joven, y no tanto, Casilda era asidua de esos bares que sólo abren por la noche y se nutren de insomnes y noctámbulos ávidos de historias para contar y escribir. Bares de conversar entre copa y copa y humo de tabaco además de algo de música interpretada por un destartalado piano. Fumó mucho y ahora se le nota en la voz de alquitrán y en el respirar cansado de acordeón argentino que arranca tangos de melancolía. Esos bares que sólo abren para los que llevan el día cambiado y cierran muy tarde o demasiado pronto según se mire. Le gustaba ver amanecer y cuando tenía la certeza de un nuevo día se acostaba. Luego se cansó de esa vida bohemia y volvió a vivir de día y dormir de noche que es lo que hacía la mayoría de la gente. Cuenta sonriente que vivió unos años en París. En el barrio Latino. Allí escribía lento, pero con buena letra porque seguía los ritmos de los sorbos del café de buena mañana y de cualquier otra hora con la música de radio parisina. Dejó influenciarse por los estilos literarios de aquella época y publicó bastante bien y suficiente como para vivir con comodidad y con independencia. Dije que me había exiliado. Realmente me fui porque me gustaba más la vida nocturna de París que la de mi tierra donde viví los años de adolescencia. Además, me daba prestigio y un plus de importancia. De regreso a España vivió años complicados donde escribir de según qué temas era un riesgo. El generalísimo había muerto pero los tentáculos del régimen eran todavía largos. El cura del pueblo le dijo que se tomara la vida con teología. Un amigo suyo le dijo que se tomara la vida con filosofía. Ser mujer escritora en aquellos tiempos no estaba bien visto y suponía correr riesgos por lo que optó por el camino de en medio. Ahora está en un recodo de su particular camino junto a un fuente de la que fluye agua tranquila que le sosiega el alma. Con pie firme, mente despejada y estado de ánimo a punto de revista.

En la charla se hace alusión al mote o seudónimo artístico de Safo. Ella sonríe mientras se tapa la cara para no ser descubierta y jura no saber quién se lo puso pero que está encantada de que la conozcan por el nombre de una poetisa griega nacida en Lesbos y catalogada como una musa. Risa de satisfacción con una nube de irónica mala leche. Si hubieras visto cómo lo pronunciaban los franceses. Los tiempos difíciles también fueron entretenidos. En un momento pone un semblante serio. Nunca he visto el mar y no he podido escribir de él. Una dilatada vida repleta de experiencias y nunca tuve la oportunidad de acercarme a la costa para contemplar el mar. Ya no lo veré dijo mirando fijamente a la cámara de forma penetrante para todos los espectadores virtuales que otro día estarán sintonizando para verla. No te preocupes Casilda los que te queremos escribiremos de él para que lo leas estés donde estés y puedas vivirlo con intensidad. Quizás algún día. Ahora mantiene un diálogo discreto y comprometido con la naturaleza en su casa a las afueras de Rocarobledo por culpa de una edad avanzada que no tiene cura.

La muerte salió en la entrevista. La veía cerca y habló de ella sin que le resultara un problema. Estoy tranquila porque he vivido tanto como he querido. No hay prisa por dejar la vida. Pero cuando llegue me encontrará con la cabeza bien alta y el ánimo sereno. Sin rezos de soborno. Más allá de lo que escribo está lo que pienso, dijo antes de pausar la entrevista para beber un poco de agua y mover las piernas. El tiempo en televisión es corto y vale mucho, aunque sea para hablar de cultura. Yo me contagié de su lenguaje sencillo. Palabras dichas con inteligencia, con memoria, con efecto. Sólo comparables al agua transparente de un mar revuelto que ella nunca ha visto. Me relaja expresarme por escrito, insistió en varias ocasiones. Todo transcurre detrás de unos grandes ventanales que dan al jardín y al pequeño huerto con árboles frutales con un sol primaveral de media tarde que ya apunta maneras de verano. Es un día de esos de descansar y recordar cosas evas mientras le sigue la corriente a la voluntad. Las bofetadas de la vida se llevan con dignidad porque no las puedes evitar. Habla con una seguridad experimentada incluso en algunos momentos dejó apoyar su barbilla sobre el puño mientras balancea la mirada entre la cámara y el periodista.

Heroína tardía porque se lo debe a la vida. Dice que vino a provocar lágrimas y a secarlas. Mira fijamente a Hipólito y afirma que la historia te engulle o te perpetúa pero que esto no depende de nosotros. Son cosas que pasan al margen o a pesar de todo. La imaginación de la nada y de la ausencia sólo se filtra a través de la oscuridad, la niebla y las penumbras que la vida nos pone en el camino que es cuando aparece el vértigo. Siempre he seguido el humo y éste me condujo a las cenizas y en vez de tirar la toalla, escribí de ellas que tienen mucha historia que contar.

El tiempo pasa rápido y nadie parece darse cuenta en esta casa con huerto donde habita la calma y la cultura y que está situada a las afueras de Rocarobledo. Hipólito y Casilda siguen su particular conversación a modo de entrevista. La poetisa Safo intentó neutralizar la muerte consumiendo lo eterno, pero naufragó en el intento. Con la certeza del color blanco descubrí el color negro. Ahora he conseguido convivir con todos los colores, va diciendo Casilda Ruiz cuando parece que el periodista ha desistido de preguntar porque ella va diciendo lo que le apetece. Después de esta vida tiene que haber una vida siguiente que es la que nos está reservada para vivir exclusivamente las carencias de ésta, por eso la viviremos de otra manera. La viviremos de forma más tranquila y sosegada porque la experiencia de ésta no se pierde y donde no bastará una gota para colmar el vaso. Donde harán falta muchas tormentas para ir en busca de refugio. Donde en un minuto podremos tener varias sonrisas y alguna carcajada. Ocupo mi mente y mi alma en mirar los sembrados y en mirar el movimiento hipnótico de las espigas mientras el viento las mece. En disfrutar de la sombra de encinas e higueras y tocar el rugoso tronco de un olivo centenario. Dicen que la niebla enlentece los pasos, pero a mí no me importa porque ya no tengo prisa.

He leído libros, pero no todos los libros. Camino por las calles, pero no piso todos los adoquines. He vivido muchos días, pero no todos sus minutos y ahora no valen sollozos de plañidera y tampoco me preocupa que los perros ladren a mi paso porque me hacen compañía. A veces escucho música y otras oigo el viento y me confundo. Siempre hay un eco de algo que hace que escriba lo aparente de toda mi vida con notas al margen mientras mi mirada se concentra en todo lo que me rodea y la imaginación hace el resto porque sigo teniendo deseos. Un día perdí las llaves y un amigo mío me dijo que mirara en el fondo del mar. Y fue ese día que el viento dio un portazo y rompió la cerradura y a partir de ese momento la puerta está siempre abierta para que el viento entre, levante cortinas y visillos y se pasee por la casa hasta que quiera salir por las ventanas.

Se ha hecho de noche y siguen filmando la entrevista un poco ajenos. Casilda se da cuenta y aprovecha para añadir que el tiempo es invisible de noche por lo que las farolas y la luna son imprescindibles para seguir el rastro de las cosas. A veces necesito que otros ojos estén pendientes de los míos porque sólo perdura lo que tiene un porvenir dentro de las efímeras aventuras de los momentos en los que cuesta mucho defender los recuerdos frente a la desmemoria.  

Pasados unos años después de todo lo que ya he contado, Casilda fue perdiendo memoria y capacidades que a veces se anulaban del todo por lo que no podía seguir con la vida autónoma e independiente que acostumbraba a llevar y unos sobrinos por parte de Doña Ana María Tauste, su madre, vinieron a concluir, después de haberlo hablado largamente, que no podía, de ninguna de las maneras, seguir viviendo sola en una casa tan grande con huerto y árboles frutales a las afueras de Rocarobledo. Decidieron pues de llevarla a una residencia para ancianos situada a unas horas de trayecto en coche. Fue un viaje hermoso previsto con todo detalle para que Casilda tuviera la percepción de que existían lugares mejores que su casa.

Pararon a medio camino para almorzar lo que quisiera de lo que le apetecía en una bonita casa de comidas en lo alto de la sierra y antes de que empezara el bosque en medio de un popurrí de vegetación verde y florecida donde se evocaban recuerdos que mataban el tiempo y donde el desorden de las emociones no la dejaran pensar en el fin último de este viaje casi pintoresco. El centro estaba situado al final de una alameda donde procuraron una despedida breve por recomendación del personal con todo tipo de promesas de visitas frecuentes siempre que el tiempo lo dispusiera así y con abrazos sucesivos, reconocimientos a su trabajo como escritora y propaganda de que estaría bien cuidada y acompañada con buenas y nuevas amigas con quien conversar las tardes largas rodeadas de buena vegetación y un personal involucrado en el bienestar de todos los internos con todo tipo de comodidades y cuidados personalizados para redescubrir esos rincones que la vida tiene y que ya se han olvidado.

Mira tú cómo es la vida, dijo cansada de la tensión del día con los sobrinos que la habían acompañado. Realmente era una especie de volcán dormido que podría despertar en cualquier momento. Un lugar para empezar a vivir una vida nueva y desconocida hasta la fecha y donde para ser feliz una tiene que poner esfuerzo, dedicación e imaginación a partes iguales engañando al tiempo con todos los recursos disponibles. Despertaron los recuerdos dormidos de su infancia para recuperar la libertad perdida y dejó que los minutos y las horas pasaran deprisa para no prolongar innecesariamente estos días aparentes de los que había vivido en su casa de Rocarobledo cuyo recuerdo sobrevenía a menudo para alternar los días de lluvia generosa, sol intenso, frío de mantita y abrigo junto con una provocada naturalidad.

A sus ochenta y siete años Casilda Ruiz Tauste ya es mayor para según que menesteres, aunque no se ha dado cuenta porque se conserva bien. La han tenido que llevar a urgencias del hospital de referencia porque dice que se ha caído y que le duele un brazo y una pierna que no le dejan llevar una vida normal como caminar o coger ciertas cosas.  Se de buena tinta que el médico que la ha atendido la ha explorado con esmero y ha solicitado unas radiografía en las que no se aprecia lesión alguna. Ella insiste en la veracidad de su información a pesar de que los médicos no aprecien nada. Le indican un poco de reposo durante unos días hasta que todo pase. Casilda insiste en que deberían de ingresarla unos días o. por lo menos, firmarle la baja laboral durante el tiempo de recuperación. El médico ha captado la llamada de atención. Se sienta a su lado y la coge de la mano para explicarle que no es posible firmar una baja porque ésta sólo la puede obtener quien está en edad de trabajar y tiene un trabajo lo que no es su caso porque ella tiene ochenta y siete años y lleva mucho tiempo jubilada. Ella no lo entiende. Necesita la baja para poder justificar que no podrá realizar las actividades habituales durante un tiempo.

En el universo de su memoria y su razón no entiende la situación en la que vive. Su conciencia no encuentra respuesta. En su vida diaria ya no encuentra la armonía que busca y esto le genera inquietud, ansiedad y desasosiego. Le espeta al médico que si es mayor y no está en edad de trabajar es porque debe descansar y hacer lo que quiera y pueda mientras su cuerpo aguante. Efectivamente le contesta asertivamente su médico. Pues no es así. No puedo hacer lo que quiera porque no tengo tiempo debido a la rigidez de los horarios en la residencia donde vive. Hay un equipo de trabajadores sociales, personal de apoyo y un grupo de voluntariado para entretener que la mantienen ocupada y agobiada todo el día y cada día. Tengo que asistir a talleres de recuperación cognitiva y de la conducta con entrenamientos en estrategias terapéuticas no farmacológicas para adquirir nuevas habilidades sociales acordes a mi vejez además de unas pruebas de seguimiento especializado y una valoración de resultados en los que no se me consulta. Rodeada de ancianos que no colaboran y otros que son hipercinéticos y con tendencia a la distracción sin contar con los sumisos que hacen lo que les dicen porque no tienen cosas mejores que hacer o simplemente su mente ya no piensa y trabaja la inercia.

Casilda demuestra, una vez más, ser muy inteligente y culta. No se muestra complaciente con este tipo de terapias que intentan una atención sostenida para favorecer las relaciones interpersonales, aunque al final la cohesión del grupo cae por culpa de alguno de sus miembros. Ella ha pedido repetidamente que su terapia ocupacional e instrumental sea la lectura y la escritura. Los terapeutas, asistentes sociales y voluntariado no le dejan porque esto no está contemplado en los programas que se aplican en el centro desde que éste abrió sus puertas. Así es como Casilda pierde el interés, se desmotiva y empieza a desarrollar una sintomatología compatible con la ansiedad que roza la rebeldía a base de excusas para recuperar la libertad como persona dentro de la institución. Se muestra agobiada porque no tiene tiempo para leer los libros que sus familiares le llevan cuando van a visitarla ni tampoco puede escribir en unas cuartillas que tiene guardadas en la mesita de noche junto con unos lápices y una pluma estilográfica. Quiere mantener conversaciones con sus amigas y apenas tiene un rato en las comidas que no da para casi nada. Tiene las visitas restringidas para que pueda desarrollar los talleres pertinentes. A mi edad tengo que hacer lo que ellos quieren y no tengo tiempo para hacer lo que a mí me gusta. Casilda Ruiz transmite una cálida humanidad al equipo médico que le atiende que derrocha ternura.

Al rato el médico responsable de la guardia la atiende para hacerse cómplice de sus demandas. Es consciente que la agobiante severidad de los programas asfixia su libertad y la convierten en esclava del sistema y de todos los seudocientíficos y terapeutas que se mantienen alejados de la moral entendida como el respeto a nuestros mayores. Le dice el médico a Casilda de una forma casi clandestina que redactará un informe en el que se detalle que debe reposar de todas las actividades antes mencionadas y que durante este reposo podrá leer y escribir para fomentar el desarrollo del intelecto y evitar su deterioro cognitivo. Que la citarán a consultas externas periódicas para evaluar su recuperación y ya dirán cuándo podrá volver a las actividades rutinarias. Casilda acercó sus frágiles manos y cogió la mano del médico para apretarla cariñosamente al tiempo que le daba un sonoro beso.

De la primera parte de esta narración fui testigo del programa de televisión que fue todo un éxito de audiencia. De esta segunda parte he escrito lo que me han contado fuentes solventes. He escrito de buena tinta que todo sucedió así.