domingo, 2 de abril de 2017

Nacer

Todo empezó una tarde de otoño. A principios de Noviembre. Algo de lluvia y un frío de estreno. Fue entrar en contacto con el aire y empezar a llorar. Aún no sé muy bien porqué. El aire del pueblo es el del mar. Eran las seis y diez de la tarde. Justamente. Yo no olvido esas cosas. No puedo explicar el porqué pero no se trataba de molestar. Recuerdo el olor a sudor, a sufrimiento y a alegría.  Mi madre era así. Las manos expertas de una partera y una paciencia ilimitada de una mujer ansiosa. Yo hecho un manojo de nervios cuando escuché -es un niño!
Ahora, desde la perspectiva del tiempo, reconozco que fue una aventura de alguien sin experiencia. Una temeridad. Pero a lo hecho, pecho. Me adentré en el silencio de lo desconocido. Como un abismo vacío. Un camino por recorrer sin saber a dónde te lleva. Complicado de caminar. Un sol inocuo alternado de nubes de sirimiri. Yo sólo veía siluetas en la habitación de mis padres. Y escuchaba susurros porque entender a los mayores me resultaba complicado justo recién nacido. Reconozco que los comienzos fueron complicados. Las ilusiones eran muchas pero todas desnudas. Había que vestirlas, o no.
La mañana del día después desperté pronto y con hambre. Luego entendí que era algo normal. La mañana era pálida y se hizo larga. Yo con sueño y las visitas que no paraban. Así todo el día en brazos de alguien. Yo sonreía por quedar bien. Fue duro luchar contra el sueño. Salí de casa justo a los siete días para ir hasta la parroquia de la Almudaina (la seo o catedral). Vestido con mis mejores galas para que me hicieran católico. No lloré. Que quede claro. Fue complicado como lo es ahora. Sueños, bostezos, amamantado a ratos y esas cosas que ocurren cuando a uno le bautizan sin consentimiento.
A cada momento una aventura que ahora cuento en primera persona porque no quiero delegar en otros. Que se sepa toda la verdad y de primera mano. Debo aclarar que con el tiempo he desandado pasos hasta volver al ateísmo de antes de nacer. La vida me resultaba más fácil en aquellos tiempos porque yo no gestionaba mis problemas como hago ahora. Me costó distinguir colores y olores. Todavía tengo en mi memoria los de mis seres queridos. Y su voz. El susurro de una radio puesta todo el día. Con músicas en blanco y negro que ahora no se escuchan. Así la vida que otra cosa no había.
Mis aficiones por los amaneceres, atardeceres y puestas de sol fue más tardío. Iba descubriendo el aire, el viento, la lluvia, el sol, las cosas de cada día. Confundía los días con las noches porque dormía demasiado y comía a todas horas. Ahora controlo, incluso con las guardias en las trincheras. Puedo escribir esto porque quedan ecos de aquellos tiempos. Antes de que ya no los oiga. Que luego querréis saber y no podré contar. Fui adquiriendo habilidades y facultades. Ahora las voy perdiendo poco a poco. Pero como ya dije, he aprendido a estar bajo el agua sin respirar. También sé difuminarme en el aire, el viento y las sombras. No te puedes perder ningún amanecer. Mal asunto el día que lo haga. Cada recuerdo es un reencuentro conmigo mismo que de momento no me quiero perder. Los vacíos pueden provocar tristezas, pero las soledades no siempre. Las mismas cosas y personas que me provocaron felicidad también me han provocado tristeza. Por cierto que mi madre se llamaba Ana. Salud.