Un día escribiré sobre todo esto y más. De momento llevo más de dos meses plagiando mi vida honradamente. Pero, resistiré.
Ahora
mismo, en mi vida confinada, me encuentro sentado con los pies en la tierra de
la que formo parte. Espero que amanezca despacio y en silencio. En un lugar
donde sé que descansan las almas. Necesito este sosiego de monasterio con ecos
litúrgicos. Utilizo palabras trasparentes y un lenguaje cómodo de zapatillas de
andar por casa. Mientras va llegando la nueva normalidad y un verano atípico.
Muchos días amanece antes de que me despierte cuando siempre me despertaba
antes de que amaneciera. Esas horas perdidas ajenas al reloj que las marca.
Recuerdo
cosas con permiso del olvido, que los recuerdos son de barro y están detrás de
la memoria. Qué pasó y cómo pasó y porqué pasó. Son preguntas sin ánimo
metafísico ni filosófico que me generan la misma angustia que cuando la
comadrona me cortó el cordón umbilical y me puse a llorar. He camino mil veces
por casa protegido de las ramas y del viento y del sol y de la lluvia. Vivo en una
penumbra duradera que ya casi no sé cómo huele la gente y la calle. Esa bestia
invisible llegó embistiendo y nos ha separado de los seres queridos. Le escribo
al mar y se lo leeré cuando todo esto haya pasado y si los dioses del
mediterráneo han sido benévolos conmigo. Ahora tengo nuevas heridas sangrantes
sobre las viejas heridas cicatrizadas. Las arrugas del cansancio son parecidas
a la corteza de un pino antiguo y de un olivo centenario.
Observo
desde la ventana que los pájaros se posan y anidan en todos los árboles sin saber
el nombre de éstos. Pero no les importa. Pienso en los sanitarios. Estamos
resistiendo a un año sin pascua ni saetas. Sin fallas ni sanfermines. Sin
ferias ni turistas. Un día del libro confinado y la familia ausente. La vida
tiene cosas simultáneas. Lo bueno y lo malo de nosotros se dan al mismo tiempo.
La madrugada me roba el sueño. Alba mensajera de otro día de lucha.
En
la solemnidad de los infortunios tengo la conciencia que me guía. La osadía de
las horas de desescalada después de días de privaciones y cautiverios. Nos
acercamos a lo que estaba prohibido y la responsabilidad va en aumento. Los
minutos se empecinan en pasar antes de que llegue el turno de la luna. La
sabiduría de retomar parte de la vida de antes. A veces, para otros, habremos
sido un paisaje, una voz, un estribillo o un aroma. A menudo sólo los truenos y
el silencio habrán sido nuestra compañía. La hostilidad del dolor y el
sufrimiento colectivo se enfrenta a nuestros sentimientos. La ignorancia de
todo esto que pasa es como una lenta enfermedad que conduce a una muerte
interina. Los pormenores y la letra pequeña también forman parte del contrato
con la vida. Extraño los modos de antes.
Parece que haga cosas excesivas, pero son menos de las que quisiera. Hemos
aprendido a corregir las imperfecciones del pasado. Agotado del alma esperando
días venideros de poder recoger frutos. Necesito deshacerme gradualmente de
esta tiranía. Parecemos pájaros agotados de no volar. La ligera destemplanza de
la adversidad nos fortalece. Una mirada perdida sólo puede ver lo que hay más
allá del horizonte. Los días tranquilos son repetidos e idiotizados. Cada día
acumulamos valor y entereza para poder afrontar la llegada de la edad adulta.
Se nos ha acabado la vida nerviosa y soberbia de antes. Puedo imaginar, pues,
los senderos que vamos a transitar de forma parsimoniosa. Toca pensar, todavía.
Aunque no duerma la noche pasará. Últimamente empiezo a ver y a escuchar a los
perros jadear y ladrar a la luz de las farolas.
Toca felicitar la navidad y lo voy a hacer con la ayuda de mi sobrina María
Antonia. Tiene diez años y un buen nivel de estudios con una
nota media de nueve con dos. Su maestra de ciencias naturales les está
enseñando el aparato reproductor de los animales y de las plantas. Resulta que
el ovario de las plantas se convierte en fruto cuando ha sido polinizado por el
viento.
Tiene otra maestra que le explica religión. Asignatura necesaria e
imprescindible para alumnos que viven en un estado aconfesional. Parece
ser que las maestras prepararon el temario de forma conjunta para evitar
equívocos entre los alumnos y mosqueo entre los padres. Dice mi sobrina
que la maestra de religión asegura que con la maternidad empieza la
vida. Resulta romántico y poético.
Que la maternidad es exclusiva del cuerpo femenino porque así lo ha querido
Dios que es quién lo ha creado. La naturaleza, aquí, no pinta nada. Parece ser
que la Virgen María sólo se llamaba María a secas. Lo de virgen viene a cuento
de que no fue polinizada por ningún hombre. Sólo por el viento que vino del
norte.
Llegado el momento, el hijo de Dios, vino al mundo en un establo dónde sólo
había el burro con el que se habían desplazado. No había buey porque nunca
lo ha habido en un establo. Ni ningún otro tipo de animal. Tampoco estaba
el carpintero porque no era costumbre que los hombres estuvieran al lado de sus
esposas en momentos como éste. Luego, sí se puso de moda.
María era una mujer prometida a su esposo José y comprometida con el
matrimonio vitalicio. Por eso sus labios se quedaron mudos cuando se supo polinizada
con la semilla que el viento le dejó al rodearla por la cintura. El
carpintero se quedó con el rostro perdido o extraviado en busca de un
refugio de calma. En estos momentos cualquier cosa hubiera servido para
protegerse de la situación. Algo destilado o fermentado, por ejemplo. Pero
era hombre serio y responsable y cuidó de María.
Hoy he ido mar adentro. Dirección horizonte. Con las velas hinchadas.
Esperando una ola que me inspirara. He vuelto al anochecer. Después de que el
sol se haya puesto. Que es cosa importante felicitar una Navidad a los
amigos. La Noche Buena es noche sosegada. Compartiendo mesa con buena compañía, aunque sea en la
distancia. Que no falte el vino, las palabras y la risa. Las miradas y la
ternura. Noche de fiesta y buenas intenciones. Esa noche en la que el
viento se cuela por las rendijas y deja villancicos oportunos. Reivindicando
generosidad, recuerdos y balances. Cosas buenas que habrá que repetir y otras
que habrá que olvidar.
Soledades inciertas y difusas por los que ya no están o los que están de
camino. Ecos de una pandemia que retumba sin cesar. Tardes de chimenea con
libros y letras y el tiempo que nos devora.