sábado, 19 de noviembre de 2022

Tiempos de pandemia.

 

Un día escribiré sobre todo esto y más. De momento llevo más de dos meses plagiando mi vida honradamente. Pero, resistiré.

Ahora mismo, en mi vida confinada, me encuentro sentado con los pies en la tierra de la que formo parte. Espero que amanezca despacio y en silencio. En un lugar donde sé que descansan las almas. Necesito este sosiego de monasterio con ecos litúrgicos. Utilizo palabras trasparentes y un lenguaje cómodo de zapatillas de andar por casa. Mientras va llegando la nueva normalidad y un verano atípico. Muchos días amanece antes de que me despierte cuando siempre me despertaba antes de que amaneciera. Esas horas perdidas ajenas al reloj que las marca.

Recuerdo cosas con permiso del olvido, que los recuerdos son de barro y están detrás de la memoria. Qué pasó y cómo pasó y porqué pasó. Son preguntas sin ánimo metafísico ni filosófico que me generan la misma angustia que cuando la comadrona me cortó el cordón umbilical y me puse a llorar. He camino mil veces por casa protegido de las ramas y del viento y del sol y de la lluvia. Vivo en una penumbra duradera que ya casi no sé cómo huele la gente y la calle. Esa bestia invisible llegó embistiendo y nos ha separado de los seres queridos. Le escribo al mar y se lo leeré cuando todo esto haya pasado y si los dioses del mediterráneo han sido benévolos conmigo. Ahora tengo nuevas heridas sangrantes sobre las viejas heridas cicatrizadas. Las arrugas del cansancio son parecidas a la corteza de un pino antiguo y de un olivo centenario.

Observo desde la ventana que los pájaros se posan y anidan en todos los árboles sin saber el nombre de éstos. Pero no les importa. Pienso en los sanitarios. Estamos resistiendo a un año sin pascua ni saetas. Sin fallas ni sanfermines. Sin ferias ni turistas. Un día del libro confinado y la familia ausente. La vida tiene cosas simultáneas. Lo bueno y lo malo de nosotros se dan al mismo tiempo. La madrugada me roba el sueño. Alba mensajera de otro día de lucha.

En la solemnidad de los infortunios tengo la conciencia que me guía. La osadía de las horas de desescalada después de días de privaciones y cautiverios. Nos acercamos a lo que estaba prohibido y la responsabilidad va en aumento. Los minutos se empecinan en pasar antes de que llegue el turno de la luna. La sabiduría de retomar parte de la vida de antes. A veces, para otros, habremos sido un paisaje, una voz, un estribillo o un aroma. A menudo sólo los truenos y el silencio habrán sido nuestra compañía. La hostilidad del dolor y el sufrimiento colectivo se enfrenta a nuestros sentimientos. La ignorancia de todo esto que pasa es como una lenta enfermedad que conduce a una muerte interina. Los pormenores y la letra pequeña también forman parte del contrato con la vida.  Extraño los modos de antes. Parece que haga cosas excesivas, pero son menos de las que quisiera. Hemos aprendido a corregir las imperfecciones del pasado. Agotado del alma esperando días venideros de poder recoger frutos. Necesito deshacerme gradualmente de esta tiranía. Parecemos pájaros agotados de no volar. La ligera destemplanza de la adversidad nos fortalece. Una mirada perdida sólo puede ver lo que hay más allá del horizonte. Los días tranquilos son repetidos e idiotizados. Cada día acumulamos valor y entereza para poder afrontar la llegada de la edad adulta. Se nos ha acabado la vida nerviosa y soberbia de antes. Puedo imaginar, pues, los senderos que vamos a transitar de forma parsimoniosa. Toca pensar, todavía. Aunque no duerma la noche pasará. Últimamente empiezo a ver y a escuchar a los perros jadear y ladrar a la luz de las farolas.

Toca felicitar la navidad y lo voy a hacer con la ayuda de mi sobrina María Antonia. Tiene diez años y un buen nivel de estudios con una nota media de nueve con dos. Su maestra de ciencias naturales les está enseñando el aparato reproductor de los animales y de las plantas. Resulta que el ovario de las plantas se convierte en fruto cuando ha sido polinizado por el viento.

Tiene otra maestra que le explica religión. Asignatura necesaria e imprescindible para alumnos que viven en un estado aconfesional. Parece ser que las maestras prepararon el temario de forma conjunta para evitar equívocos entre los alumnos y mosqueo entre los padres. Dice mi sobrina que la maestra de religión asegura que con la maternidad empieza la vida. Resulta romántico y poético. 

Que la maternidad es exclusiva del cuerpo femenino porque así lo ha querido Dios que es quién lo ha creado. La naturaleza, aquí, no pinta nada. Parece ser que la Virgen María sólo se llamaba María a secas. Lo de virgen viene a cuento de que no fue polinizada por ningún hombre. Sólo por el viento que vino del norte.

Llegado el momento, el hijo de Dios, vino al mundo en un establo dónde sólo había el burro con el que se habían desplazado. No había buey porque nunca lo ha habido en un establo. Ni ningún otro tipo de animal. Tampoco estaba el carpintero porque no era costumbre que los hombres estuvieran al lado de sus esposas en momentos como éste. Luego, sí se puso de moda.

María era una mujer prometida a su esposo José y comprometida con el matrimonio vitalicio. Por eso sus labios se quedaron mudos cuando se supo polinizada con la semilla que el viento le dejó al rodearla por la cintura. El carpintero se quedó con el rostro perdido o extraviado en busca de un refugio de calma. En estos momentos cualquier cosa hubiera servido para protegerse de la situación. Algo destilado o fermentado, por ejemplo. Pero era hombre serio y responsable y cuidó de María.

Hoy he ido mar adentro. Dirección horizonte. Con las velas hinchadas. Esperando una ola que me inspirara. He vuelto al anochecer. Después de que el sol se haya puesto. Que es cosa importante felicitar una Navidad a los amigos. La Noche Buena es noche sosegada. Compartiendo mesa con buena compañía, aunque sea en la distancia. Que no falte el vino, las palabras y la risa. Las miradas y la ternura. Noche de fiesta y buenas intenciones. Esa noche en la que el viento se cuela por las rendijas y deja villancicos oportunos. Reivindicando generosidad, recuerdos y balances. Cosas buenas que habrá que repetir y otras que habrá que olvidar.

Soledades inciertas y difusas por los que ya no están o los que están de camino. Ecos de una pandemia que retumba sin cesar. Tardes de chimenea con libros y letras y el tiempo que nos devora.