El
profesor de literatura entró en el aula y escribió un poema en la pizarra como
cada mañana desde siempre.
Algunos
días un alumno escogido al azar tenía la agradable responsabilidad de anotar su
poema.
La
inseguridad del principio fue dando paso a la confianza.
Todos
anotaban los poemas en sus libretas y llegaron a formar una generación de
escritores.
Cuando
el profesor se jubiló los alumnos siguieron escribiendo un poema en la pizarra
todos los días.
Ahora
sigo con la tradición y escribo un poema en las paredes de los lavabos públicos
para deleite de los usuarios.