sábado, 15 de diciembre de 2018

Talento y Navidad

Una vez escuche decir que seguramente el talento consiste, en general, en descubrir la belleza. 
Del vuelo de los pájaros. De las risas de un niño. Del amanecer primaveral. De caminar el sendero de un bosque donde las ramas dejan pasar el aire y un poco de sol. Escuchar el murmullo del agua de un arroyo. Del silencio de la puesta de sol. De un rato de reflexión. De cuando el agua del mar invade la playa. Y esas cosas. 
Así empezó Eugeni la tertulia del otro día. Luego se hizo el silencio durante un rato mientras intercambiábamos miradas cómplices. A la sucesión de momentos espléndidos vienen desequilibrios junto al vacío que producen vértigo emocional. La oscuridad, por muy sedosa que sea, impone serenidad para sobrellevarla. Todo depende de dónde viene el viento. De la hora del día y de con quién te acompañas en cada momento.  
Así son los diálogos de la mañana. Del amanecer. Las conversaciones de los jubilados. Las tertulias del primer café. Se nos va la imaginación. Si Platón estuviera con nosotros hubiera escrito otros diálogos. O no. Mejor así. Diversificar para comparar. 
Parece mentira pero ya estamos en Navidad. Pasará enseguida entre días de sol, lluvia y comidas. Y nos meteremos en cuaresma para purgar los pecados y poder escaparse el puente de Pascua libres de pecado. Cambiaremos los villancicos por las saetas antes de que llegue la Eurovisión y quedemos los últimos. Ya veis que a cierta edad el tiempo va muy rápido. Demasiado. Los días serán más largos y tendremos mejor tiempo. 
Nos comenta Lorenzo que pasó unos días en una casa de un pueblecito costero en Irlanda. Una casa anfibia. Construida en tierra firme y rodeada de agua de lluvia todos los días. Allí llaman buen tiempo a lo que aquí llamamos un tiempo horrible. Comenta que cuando llega el cartero, que siempre viene de lejos, le dan merienda. Pan con alguna cosa y un vaso de vino para entrar en calor. Allí el tiempo no pasa tan rápido. Nos ha gustado escuchar eso. Nuestros carteros no son así. Los de allí tienen más tiempo. 
He dejado transcurrir unos instantes largos desde el último párrafo. He mirado por la ventana mientras pensaba. Hoy las nubes se desplazan rápido hacia el Este. Es importante ordenar las ideas de la mente. El silencio lo ocupa todo o no existe. Y la oscuridad de la noche me hace descubrir cosas de mi. 
Hace unos días de los míos que he leído un libro de M. Barbery en el que se da por hecho que el mundo es más antiguo que el hombre. Deduzco, pues, que el hombre no vino de otro sitio y que por tanto es autóctono de la tierra. Así de simple lo entiendo y no pienso complicarlo. En la tertulia se ha dado por cierto y no se volverá hablar del tema.
Por estas fechas toca escuchar el canto de la Sibila. Algo tan hermoso que sólo puede compararse al canto de algunos pájaros. En el bosque, parece que el viento también canta cuando pasa entre las ramas y entre  las hojas. En el mar, es la vela la que silba melodías de Navidad. Esta es una parte de mi percepción del mundo y de estas fechas.
Siempre alegra ver un remolino desplazarse en el agua mansa de un estanque al aire libre. Se trata de romper rutinas y mantener costumbres al mismo tiempo. 
Desde hace algún tiempo el párroco de mi pueblo dice la misa en latín una vez a la semana. Se ha corrido la voz y la iglesia se ha quedado pequeña. La nostalgia sobrevuela y la gente tiene la sensación de que todo lo que se pronuncia es majestuoso. Muchos no entienden lo que dice, pero dicho en latín tiene que ser más importante que las misas del resto de la semana. La sección femenina del club de la tercera edad ha montado un coro con canciones de misa en latín. Un nuevo renacimiento de lo clásico. De lo que no pasa de moda. 
Al final de la tertulia Eugeni nos ha felicitado la Navidad y nos ha deseado un feliz año nuevo. Ha pagado los cafés y los cortados con leche natural y sacarina. Y ha dicho; Antes del año uno ¿Qué celebraba la gente? Jesús no había nacido y por tanto no había Navidad. Ni Papa Noel, ni Reyes Magos, ni turrón, ni amigo invisible, ni paga extra... hay que joderse!  Pues menos mal que nos ha tocado vivir ahora. Pobre gente la de antes. Eugeni es un retórico meticuloso que habrá fastidiado la mañana a más de uno con sus teorías. 
La naturaleza nos une a personas, animales y cosas con el lugar. Y por estas fechas más que nunca. Me acordé de una lógica frase del Lazarillo de Tormes en la que dice, "En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía". Aplastante. Hoy día sigue en vigor. Yo no quiero ser menos y aprovecho esta entrada titulada "Talento y Navidad" para desearos FELICIDAD Y SALUD. 

martes, 11 de diciembre de 2018

Dicha y sufrimiento

Hace poco se encontraron unas hojas escritas y firmadas por Sor Clara de Jesús. "La vida no tiene porqué ser una falsedad. Me he acostumbrado a mi cuerpo finito. Me asusta la eternidad de mi alma. Me gobierna la necesidad diaria. Me tranquiliza esa delicada luz otoñal". Seguían unos trazos nerviosos de un plumín desafilado. Estaba escrito por una mano nerviosa y un alma en pena. Era lo que conocía del mundo, seguramente.
Y seguía. "Los tiempos pasan. En el mejor de los casos, cambian. Las ilusiones se desvanecen y también las esperanzas. Las personas más allegadas se mueren. Son otras monjas. Mis compañeras.  Nos quedamos solas con el mar y las montañas. Ninguna de las dos cosas las puedo ver pero las recuerdo de mi infancia". 
Cuenta que el Padre Cosme, su confesor, le decía siempre: "Nada sabemos del día y la hora de nuestra muerte. Hemos de estar preparados para el último día. Pero no podemos descuidar vivir la vida de forma sabia mientras dure. Dios sólo te perdonará aquello de lo que te arrepientas. Que siempre habrá algún pecado o momento poco virtuoso". Las confesiones eran siempre las mismas. En una clausura poca cosa más podía perturbarla. Quizá sólo la imaginación. "Padre Cosme, he sentido los instintos carnales. Ya sé que Dios nos pone a prueba y hace que el diablo nos tiente". Y la voz de siempre del otro lado del confesionario. "Pues reza y trabaja. Somos hijos del esfuerzo".
Describe una huerta anexa al convento que dispone de un aljibe al aire libre. Disimuladamente, las hermanas se miran de reojo en los reflejos del agua mansa que allí reposa. Se aprecian en blanco y negro y algo distorsionadas. Se diría que se ven igual todos los días. Los años no pasan para ellas mismas. Pero si para las demás. Viven juntas pero están solas. La soledad se vive sobre todo en la habitación.
No tienen fotografías de sus seres queridos. El obispo y la madre abadesa no lo permiten para que no afloren los sentimientos de posesión o pertenencia. Está escrito en las normas que no posean nada suyo. Sólo poseen el amor de Dios y éste las posee a ellas porque las creó. Veneran una talla de madera y unos lienzos con motivos de ángeles y santos. De rodillas. En señal de sumisión. Pidiendo perdón por sus pecados. A todas horas y todos los días. No se cuestionan nada más.  
Habitaciones sin vistas y sin ruidos. Una pintura de un Dios joven y con el cabello largo y barba. Los hábitos son pesados y huelen a humedad. Ni sonrisas ni sosiego. Momentos perturbadores cuando se es joven porque no han conocido otra cosa o simplemente ya no recuerdan. "Debo de cumplir años. Pero he perdido la cuenta. Ya no sé cuantos tengo. Converso con ese Dios muerto y resucitado que me dará la vida eterna. Pero sigo teniendo sueños íntimos y clandestinos de habitación de convento de clausura". 
La libido no muere entre cuatro paredes. Eso es pecar. Y por eso hay que pedir perdón. Una existencia simple. Una vida ocultada al mundo de afuera. Agradecidas siempre. Aventuras y experiencias que no pueden compartir. No hace falta correr. El destino llega rápido. Con el tiempo ya no hay un afuera. Sólo el mundo interior. La madre abadesa indica el camino a seguir. Sólo hay uno. No hay cicatrices donde no ha habido heridas. 
El silencio se impone normal. Todas quieren ser santas pero no saben cómo dejar huella. Los años se van borrando menos en sus rostros de piel seca y rugosa pese a la humedad. Se saben de memoria la vida de los santos que leen en la capilla y en el refectorio. En una esquina del huerto hay un pequeño cementerio. Sin nombres ni fechas. Otro dato para no recordar. Los días son iguales al anterior. Cada una tiene que cuidar de su hábito y de su alma. A pesar de que ninguna de las dos cosas les pertenece. 
Corría el año del Señor de 1836. Era invierno y llegó Mendizábal. Expropió y amortizó. Y resultó que había otra vida. Otros conventos. Otras personas. Todo muy distinto. Aparecieron problemas que no supieron afrontar. Durante mucho tiempo se preguntaron si fue obra de Dios. Y si fue una dicha o un sufrimiento. Salud.