domingo, 23 de octubre de 2022

El cuadro. (microrrelato)

Las olas amanecen con su tozudez de costumbre desde las profundidades donde nadie ha alcanzado a ver. Mientras van llegando a la orilla de forma ordenada se hacen tan grandes y altas como unos monstruos mitológicos que llegan a, solo un paso, de las rocas de la orilla que preceden al acantilado, y desde su altura se tiran con toda la fuerza que la naturaleza les ha dotado provocando un bramido mientras se rompen en millones de gotas y espuma. El sol rebota en ellas y aparece el arcoíris que por unos momentos brilla sobre la inmensidad del mar.

Así es el cuadro al óleo que destaca en el recibidor de casa.

sábado, 22 de octubre de 2022

La casa.

 

Me contó mi padre, que en paz descanse, un día de hace algunos años, mientras tomábamos café en un bar situado en la misma plaza mayor del pueblo. Me contó, decía, que había un chaval que se hizo mayor y que se llamaba Sinforoso Rodríguez. Tenía un caminar extraño por una cojera producida a causa de romperse el tobillo en una caída cuando hacía la mili y la guerra en una época pasada de la que no haré mención. Además, le había provocado una joroba desproporcionada.

Un día dibujó de una casa en uno de esos papeles arrugados de envolver cosas para enseñársela al alcalde. A éste le gustó y le dio permiso para que la construyera. Así sin más preámbulos que es cómo se hacían las cosas antes. La casa estaba situada en un bonito paraje del entorno natural del pueblo donde había nacido Sinforoso y también mi padre al que conocían por el diminutivo de Tono. Todo esto ocurrió cuando llegó de hacer la mili y la guerra. Empezó la obra que antes he mencionado, colindante con la de sus padres y con la que compartían un pequeño huerto con un corral con gallinas además de una casita de aperos medio destartalada. La casa tenía los muros gruesos de antes. Esos que insonorizaban el ruido para darle espacio al silencio. Que no dejaban pasar el frío del invierno ni el calor del verano y tampoco el paso del tiempo porque los muros eran muy gruesos.  

Estaba situada en lo alto del pueblo a la que se accedía por un camino de tierra y piedras en precarias condiciones. En verano era un desierto de polvo, pero en invierno, cuando llovía, tenían que pisar un barro espeso que les dificultaba la llegada.  Situada a unos escasos cinco minutos, a pie, del centro del pueblo donde se encontraba el ayuntamiento y la iglesia parroquial además de un convento de clausura de las Hermanas Clarisas. Desde este alto se podían ver grandes extensiones de campo y viñedos. Algunos días los sembrados estaban alisados y de color verde y otros, los cereales componían grandes olas movidos por el viento.

Casi dos años le duraron las obras a Sinforoso Rodríguez hasta que terminó la casa. Le quedó muy confortable y bonita de ver por fuera con un porche en la entrada principal con macetas de plantas aromáticas y flores diversas coloreadas. Unas ventanas en la parte posterior con unos portones pintados de color tierra y unos visillos trasparentes que el viento hacía movía a su antojo y que los mantenía más tiempo fuera que dentro de la casa. Un punto de unión entre el pueblo y el bosque que estaba justo detrás y a continuación del camino de tierra y piedras. En un lateral había un terraplén de matorrales y chumberas donde estaban las gallinas.                                                                                                                                         

Se ganaba la vida arreglando bicicletas en un pequeño taller céntrico entre la librería y la farmacia y justo enfrente de la tienda de alimentos. El negocio era próspero porque las bicicletas eran el medio de transporte más común por aquellas fechas. Un oficio que aprendió en el ejército en sus ratos libres cuando las escopetas callaban. Sinforoso era alto y robusto y hablaba de una forma tranquila porque también paseaba una sordera que agarró del ruido de los cañonazos. Algunas noches se despertaba pensando en aquellas cosas. La conciencia tiene memoria y hay cosas que no son fáciles de olvidar. Mi padre, Tono, le conocía bien y siempre que podía le proporcionaba un poco de ternura silenciosa. Después de los días de trabajo duro que podían durar hasta las tantas de la tarde se acercaba al terraplén y miraba el horizonte aprovechando que el día estaba despejado y el sol terminaba de ponerse. Cuando la oscuridad empezaba a rodearlo se recogía en su casa para un merecido descanso.

El alcalde acudía a menudo por aquella cuesta de tierra y piedras para ver como avanzaban los trabajos de construcción de la casa y ya de paso, Sinforoso, le obsequiaba con algún licor destilado de esos que perfilaban la nariz, templaban los nervios y mataban los microbios además de que les soltaba la lengua y se ponían a largar todas las intimidades que no se podían contar. Después de un tiempo removió la tierra para construir un pozo de agua fresca y que luego guardaba en un lugar fresco de la casa. Con la tierra que sacó aprovechó para allanar el huerto y agrandarlo un poco para así poder sembrar más cosas. Mucho trabajo realizado en silencio por su sordera y porque era necesario oír la calidad y las cualidades que hablaban la piedra y la madera de ellas mismas. El sonido ambiental lo ponía, a veces, el viento cuando maltrataba lo que encontraba a su paso.

El día que terminó la casa pudo saborear la satisfacción del trabajo bien hecho que siempre aparece en casos como éste. Como es tradición el párroco vino a bendecirla aprovechando que era fiesta mayor porque celebraban la festividad del santo patrón coincidiendo con la cosecha y la vendimia. Siguió con su trabajo en el taller de bicicletas y cuando terminaba la jornada laboral empezó a hacer vida social porque andaba en busca de una moza que quisiera compartir su vida y la casa que tanto trabajo le había costado. Le resultó difícil porque le faltaba costumbre y horas. Nunca desfalleció de ese empeño.

Un día muy lejano de todo esto que he contado, al alba, su alma le dejó y se fue donde sea que se vayan las almas en estas ocasiones dejando el cuerpo de Sinforoso inerte en la cama. Este día llovió con fuerza sobre el pueblo y sobre su casa, el huerto y el corral de gallinas. El campo quedó anegado un día de otoño avanzado. Se repitió el fango espeso de siempre que creó problemas al coche fúnebre que se llevaba el cuerpo de Sinforoso Rodríguez a un merecido descanso eterno y tranquilo. El párroco, en el entierro, recordó cosas de cuando era pequeño y jugaba por las calles estrechas del pueblo con el resto de los chavales entre los que se encontraba mi padre. Dijo el párroco que el alma de Sinforoso siempre habitó dentro de un cuerpo alegre y sin maldad.

Un servidor, ahora, estoy jubilado y me he vuelto un insumiso social por naturaleza y lo que me callo por la boca lo escribe mi pluma. El pueblo donde vivo es el mismo que vivió mi padre Tono y Sinforoso, pero es otra cosa y el párroco también es otro. Ha dicho, hace poco, en la homilía dominical que, “estamos en la tierra de paso con las maletas preparadas para partir en cualquier momento” como si esto fuera un albergue de estudiantes o el tercer turno de una colonia de verano. No estaban los ánimos para este tipo de citas porque uno de nosotros, la noche pasada, devolvió su alma a quien se la prestara el día que nació. Los jubilados somos vulnerables y sensibles con los amigos que nos dejan y nos da por llorar fácilmente. Tenemos apego a la vida y esas palabras nos han tocado la moral lo que se ha notado en el autocar que, como cada domingo, nos lleva de excursión después de la misa mayor. El ambiente era tristón y con aires de impotencia por ello nos hemos puesto de acuerdo en saltarnos todo aquello que el médico nos tiene prohibido durante la comida bufé y por lo que seguramente, el lunes, nos castigará de forma innecesaria.  

Se ve que con los años hemos perdido capacidades y virtudes, pero hemos ganado en otras cosas que ahora no vienen al caso. Escuchamos menos y hablamos más porque tenemos demasiadas cosas que contar y poco tiempo para hacerlo. Nos han amansado demasiado y ya no sabemos levantar la voz. Martín, desde su asiento en el autocar ha dicho medianamente alto y con una voz de falsete que el párroco también tiene una plaza interina en la tierra. Éste se ha girado y ha mirado todos los asientos de cada fila de todo el autocar para ver si daba con el que ha hablado. A cierta edad los días desgastan mucho y se llenan de recuerdos que construyen razonamientos absurdos por lo que un poco de sordera es buena para dejar de escuchar ciertas cosas.

Andamos entre sombras y penumbras por culpa de los ecos que llegan de tiempos pasados en los que vivían Sinforoso y mi padre Tono.  Algunos piensan que lo mejor está por venir en otro sitio más grande donde cabremos todos y donde seremos tan felices como las perdices después de este peregrinar por senderos que no conducen a ninguna parte. Que este otro lugar que nos espera será el definitivo y no hará falta que tengamos las maletas preparadas. Otros pensamos que lo único que nos queda es reposar en la tierra que nos vio nacer y al lado de nuestros antepasados y a eso aspiramos.  Somos expertos en librar batallas por eso nadie quiere salir en prensa en la sección de los obituarios para que no piensen que somos desertores.

Por cierto, soy el hijo de Tono y no podría jurar que esta historia ha ocurrido en este pueblo porque la memoria me falla. Pero tampoco podría descartarlo.

 

viernes, 21 de octubre de 2022

Bergantinos de San Juan

 

          Cada vez que me encuentro intelectualmente escaso me deprimo. La lucidez no dura todos los minutos de la vida y por eso tengo que ir acostumbrándome. Uno sólo es brillante a ratos. Y así sin más, como quien no quiere la cosa, vamos finiquitando otro día de otro mes estival de este año. A mí me conocen como el poeta de Bergantinos de San Juan. Nací aquí porque andaba buscando las huellas de lo justo y resulta que lo encontré en este pueblo costero con encanto, bañado por el cantábrico y del cual me hice dependiente. Ahora voy con pantalón corto y camiseta, pero en invierno suelo abrigarme con un jersey grueso de cuello alto de color azul marino y un chaquetón los días de mucho frio. Me gusta caminar sosegado por las calles estrechas del pueblo y por las anchuras del muelle. Es la nueva ágora de las tertulias de madrugada anticipándonos al día y que mantenemos algunos amigos con afinidades literarias y gustos por la mar, las aventuras y los naufragios. No hace mucho tiempo que conté cómo fue que Francisco Alonso al que todos conocen por Fran el del kiosco le contó a Rafael Martín que es ciego y vende cupones que Cristiano Ronaldo no es negro por muchos regates y filigranas que haga y por muchos goles que meta. Rafael, el cuponero, es ciego desde hace muchos años y le gusta el fútbol a rabiar. Antes de perder la visión era un incondicional de Pelé y ahora piensa, con su atrevimiento inocente, que todos los jugadores buenos son negros.

          Rafael el cuponero es un amante del futbol, como ya he dicho, pero también es un consumado hombre de mar. Toda su infancia y juventud dedicando tantas horas a la pesca, a pasear por la playa, el muelle y todo aquello que tuviera relación con la mar y su color azul como los días buenos. Es un hombre de constitución delicada, viste de manera cómoda y con una estatura medianamente alta, cabello corto y barba de unos días, de rostro sonrosado y ojos claros y azules como la mar cuando casi llega al horizonte. Gesto complacido y semblante de reflexionar todo lo que escucha y se imagina. Se muestra inteligente y con una expresión neutra. Reservado al principio, pero muy hablador cuando ya te conoce. Rafael no es dado a las bromas, pero tampoco es un malhumorado. Gusta de estar siempre en compañía, aunque sea de la mar. Es educado, respetuoso, agradecido y concentrado en sí mismo. Un ser totalmente inofensivo.

          Creo que ya he dicho que Fran es el dueño de la única papelería que hay en el pueblo con encanto situado junto al mar. Librería, útiles de escritura, revistas varias de esas de leer y cotillear. Los niños también frecuentan el kiosco en busca de chuches, canicas, cromos, juegos, cómics y cosas así. Sólo cabe Fran y poco más. La verdad es que tiene más género fuera que dentro resguardado por una marquesina o toldo plegable que protege el género y ahora, además, ha puesto una de esas neveras con bebidas frescas, gusanos de pesca y sardinas para carnaza. Los días que llueve poco o mucho, como hoy, pone un plástico por encima. Que casi todo es de papel y si se moja se echa a perder.

          Estudió ciencias empresariales porque le gustaba a su padre. Luego amplió conocimientos con unos cursos en Literatura Hispánica y Filología porque es lo que le gusta a él y, además, con la economía se sentía un poco encorsetado. Dedica tiempo a desempaquetar, colocar cosas en su kiosco, hacer recados y dar conversación. Es hablador compulsivo de esos que enganchan porque su trabajo es vocacional y además sabe contar las historias de forma contundente. Son historias de aventuras del mar, por supuesto, y otras de la realidad. También sabe escuchar y entre una cosa y otra y un día tras otro va acumulando conocimientos, sabiduría y experiencia. Que los días pueden ser largos o cortos según se presente la clientela y el tiempo. La caja corre a cuenta de periódicos, revistas, alguna fotocopia y útiles de escritorio junto con algunas cosas de las artes de la pesca. Pero dónde le dedica más tiempo y pasión es a las novedades editoriales que lee y recomienda a la clientela porque la conoce. Sabe a quién venderle sus productos. Si un libro no lo tiene te lo consigue en cuestión de horas. Mantiene un especial interés por autores clásicos y poco conocidos que escriben sobre la mar que es el tema que más interesa entre la gente del pueblo con encanto al que me estoy refiriendo y que se llama Bergantinos de San Juan. Él difunde cultura desde el kiosco. Incluso en verano que los pequeños tienen vacaciones y disfrutan del tiempo libre, cuando llega la noche y el sol se ha puesto, cierra el kiosco y acude a la esplanada del muelle donde cuenta una historia de marinos aventureros durante unos diez minutos. Ahora mismo, además de los chicos también viene gente de más edad y muy mayor que disfrutan igual. Ése es el perfil de Fran.

          Para realizar este tipo de trabajos es preferible tener un carácter tranquilo, sosegado y paciente como el horizonte que observamos desde la farola de luz verde que hay justo en la bocana del muelle al final del paseo marítimo. Tiene tiempo para todo porque no lleva un reloj que le controle las horas y las cosas que hace. Todo le dura el tiempo justo y adecuado según el tema. No tiene ninguna prisa, como la naturaleza misma. Por supuesto no es rico de dineros, pero tiene lo suficiente para ser feliz y vivir desestresado. En algún momento tuvo que hacerse cargo del negocio porque él iba para otra cosa. Se lo dejó su padre que enfermó de esas cosas que te matan por dentro poco a poco y en silencio, aunque no se nota por fuera. Le cogió gusto al asunto y lo ha ampliado hacia la acera con uno de esos toldos llamativos que llevan el nombre de, “El kiosco de Fran”. Todavía se puede leer el nombre de “Bocarte” que es el que le puso su padre y que ahora está tapado con una lona fina. El kiosco de Francisco Alonso parece una tienda en construcción. Como una mar a medio crear con algunas especies de animales marinos. Un reino privado donde paramos todos en algún momento del día porque nos viene de paso. Muchas veces le hemos dicho que cambie el nombre por “Kiosco del mar” o “El Kiosco de Bergantinos” del cual él es el capitán. Pero no nos hace caso.

          Algunos habituales nos paramos cada día a conversar un poco de todo y de nuestras cosas de jubilados que vivimos cerca de la mar. Siempre tiene algún subrayado o nota al margen a mano para exponer y razonar y que nos llama poderosamente la atención. Si tienes alguna noticia importante se la comentas y la difunde. Francisco Alonso es eco, faro y referente en el pueblo. No habla de chismorreos, ni de política ni de religión. Que también son chismorreos. Si sale el tema te manda al bar de Pepe, educadamente, a tomar algo o a contar las olas que llegan en un minuto y zanja el asunto. Una vida sosegada entre la pesca, los paseos, las conversaciones, los ratos entre horas, los encuentros con los otros para protegernos con recuerdos de la infancia y esas cosas típicas que diariamente suceden en un pueblo pintoresco situado cerca del mar. Sólo las buenas palabras y los buenos modos son compatibles con el aire que se respira en su negocio, en el muelle, en el pueblo y en la mar.

          Uno de sus más fieles es un filósofo, escritor, profesor de universidad y abnegado marido de una portera de un edificio importante de la capital. Señor de semblante serio. Esta mañana le estaba diciendo a Fran que no tenía la seguridad de que fuera bueno tener que vivir siempre debajo del cielo. Tener que mirar siempre hacia arriba para verlo. No sé qué haremos el día que se encapote mucho y tengamos que agacharnos para caminar. Y Fran le sonríe a gusto. Hoy cuando ha empezado a llover las nubes se han aliviado y han subido un poco. Menos mal. A veces se le moja el alma y cuando se seca, se le encoge tanto que le cabe en un puño. Dice que escribe un artículo dónde el crepúsculo del amanecer y el de la vida mantienen un diálogo con los otoños de las cosas y con los de la vida de cada uno. Cosas de filósofos dice Fran, que escucha atento.

          Están convencidos los dos de que no todos los dioses habitan en el cielo. Algunos son terrenales, pero con poderes limitados. Otros viven en la mar y son eternos. Estos últimos se encargan de que el limonero que tengo en el jardín de casa florezca dos veces al año, pero este año ya ha florecido tres. Hacen que un espejo te imite a la perfección y en tiempo real. O que en la radio suene música sin que quepa una orquesta dentro de ella. Que en otoño las hojas de los árboles no caigan todas el mismo día y a la misma hora. Que el corazón pueda latir al ritmo del tiempo.  Que los pájaros hagan un buen nido para el invierno, que igual se presenta duro. Que las olas lleguen ordenadas para mecer las barcas amarradas a puerto y que las que optan por la playa puedan estirarse a gusto por la arena fina y blanca. Dicen todo esto con palabras seleccionadas y domesticadas previamente.

          Fran se ha sentado en el taburete alto que tiene detrás del mostrador y escucha. Interviene poco para no desconcentrar. El filósofo filosofando activamente como si estuviera en clase. Y la gente pasa, coge algo y deja el dinero sobre las revistas para que Fran lo recoja cuando pueda. Así estamos de entretenidos sabiendo que el tiempo sigue su curso de forma inexorable al margen de la hora que indiquen las manecillas del reloj. Y ahora va y le dice Fran que le preocupa que el horizonte esté tan lejos. Si estuviera más cerca nos invitaría a tomar un café y un orujo de Potes sobre él una tarde de verano. Esto es cosa de los dioses eternos del mar le contesta el profesor universitario de filosofía. Y añade, aquí vivimos un poco al margen del resto del mundo, pero la ciencia avanza con pasos de gigante y cualquier día de estos que se lo propongan podremos ver nuestras sombras en relieve y en color.

          Estaría bien. Como los sueños que son autónomos y tienen vida propia, aunque mucha gente no lo sabe. Los sueños existen al margen de nosotros que lo único que hacemos es meternos en ellos cada noche para soñarlos. Y Fran cambia de postura en su taburete alto de forma inconsciente porque está atento. Los sueños no deben de repetirse muchas veces porque podrían aburrir por eso es importante procurarse sueños nuevos a menudo antes de que se hagan realidad. Está escrito. Y siguen hablando entre libros, revistas, útiles de escritorio, chuches y gusanos de pesca. Se hace tarde. Otro día hablarán de los colores y de las notas musicales. De la mar y sus olas. De barcas y de pesca. De las mareas y de las sirenas que habitaron los océanos y de restos de naufragios que llegan a la costa. Las olas son la metáfora de los torbellinos cotidianos que nos procuran una existencia sublime.

          Esta mañana nos hemos reunido muchos para desayunar. Es algo que tenemos por costumbre hacer todos los días. Antes de que amanezca que nosotros somos de madrugar para no perder horas. El resto del pueblo todavía duerme. Pepe, el del bar, ha puesto una emisora con música de verano que casi no se escucha. El sol sale cuando toca y la gente se levanta cuando quiere que suele ser cuando termina el sueño. Los gorriones están apostados en las ramas de los árboles aún sin saber el nombre de éstos y bajan a por comida. Alborotan tanto como pueden. Los gorriones en verano son así. Escuchamos y hablamos para poder mantener una conversación adecuada. Hoy está mi amigo Raúl Diaz que es pescador. Tiene una barca y vive de la pesca. Cuando llega a puerto la gente se acerca a ver lo que trae y entre los del pueblo y algún otro visitante lo vende todo en un abrir y cerrar de ojos. Ese puerto que es como una mano abierta que te deja salir mar adentro y te recoge cuando llegas de faenar. Me comenta que cada día es más complicado hacer una pesca en condiciones. El mar está sobre explotado y en la lonja se paga poco además de que todos los productos que necesita para salir a faenar no dejan de subir de precio.

          Lo mismo dicen los ganaderos, los que tienen un huerto o lo que sea. Sin ir más lejos el párroco del pueblo me insinuó algo parecido. Cada día entran menos feligreses a la iglesia y dejan menos dinero en el cepillo. Y esto que se está fresquito dentro de ella. Parece que todos se hayan puesto de acuerdo en lo de quejarse. También el peluquero se queja de que la gente tiene poco interés en lucir un bonito corte de pelo. Se apañan con esas maquinillas que han comprado en el supermercado o por internet. Sinceramente creo que nos estamos acostumbrando a la crisis y no creo que esto sea bueno. Nos conformamos demasiado recibiendo empujones de todos los lados sin protestar. Somos así.

          Raúl Diaz me prometió que un día me llevaría a pescar y hoy ha cumplido su palabra. Hemos quedado bien de mañana junto a su barca. En realidad, es noche cerrada. He recogido a Rafael el cuponero para que nos acompañe. Le hacía mucha ilusión y nosotros encantados. Hemos salido de puerto con el motor, luego Raúl ha soltado trapo y ha puesto proa al horizonte. Estamos nosotros tres y el aire que nos acompaña durante la travesía. Las gaviotas también nos han acompañado hasta que han regresado. Silencio de brisa marina. El alba nos ha pillado navegando mar adentro. Mientras, tomamos el café que Raúl ha preparado mientras clarea un alba lenta que nos atrae poderosamente y luego un sol grande y radiante de día festivo. La barca no se detiene y corta las tímidas olas que salen rápidas por las amuras. Esa quietud de buena mañana seda el ánimo y se lo contamos a Rafael para que lo viva intensamente. Ya veo, dice. Y sonríe. Llevamos buenos aparejos y buena carnaza. Le hemos puesto ganas al día y a la pesca. Llegamos y plegamos la vela mientras el cuponero está sentado en la popa y atento a todo lo que hablamos y hacemos. La barca, ahora, se mece tranquila mientras Raúl me va indicando lo que hay que hacer. Me explica cómo esconder el anzuelo en la carnaza de sardina y que no se suelte.

          Ponte cómodo a este lado y me señala babor para que el sol no te ciegue. Tiro el anzuelo al agua hasta que dejo de verlo porque el cebo toca fondo donde sólo hay oscuridad y luego tenso el sedal. El brazo apoyado en la borda de babor y la mano firme y atenta a cualquier sacudida. Nada. Es pronto, digo. Acabamos de llegar. Paciencia, me han contestado. Algunos tanteos de peces pequeños que burlan el anzuelo una y otra vez y se comen la carnaza sin darme cuenta. Estamos a lo que estamos y el tiempo pasa sin ofrecer resistencia. Es un momento atemporal. Ahora sí. Algún pez de tamaño considerable ha tragado la carnaza y el anzuelo. El hilo se tensa mucho y la caña se dobla tanto que parece que vaya a romperse. Intenta desquitarse y provoca tirones y sacudidas descontroladas. Hay que recoger con calma, me indica Raúl Diaz. Que parezca que nada suelto y que viene solo. Si tira mucho sueltas un poco para que se relaje que ya se cansara. Si viene, recoges poco a poco, pero procura no perderlo. La maniobra dura un buen rato. En eso que veo a Rafael todo animado y con cara de satisfacción. Yo avalaba esta salida de pesca entre amigos porque soy un apasionado de la mar, de sus misterios y sus secretos. Sus pescadores y navegantes, sus aventureros y piratas y todo ese cartel que vive en la mar o está en los libros de aventuras.

          Tal día como hoy de hace diecisiete años Rafael Martín perdió la vista por completo y todavía nadie sabe la causa de porqué pasó. Algunos dicen que de una infección mal curada. Vete a saber. Me levanto y me acerco a Rafael para cederle la caña de pesca y que pueda sentir cómo se defiende el pez y cómo se recupera. El cuponero se emociona y huele la mar mientras le salen unas lágrimas que saben a salitre, que no son de esfuerzo, sino que son de alegría. Ya lo veo, dice todo inquieto y al rato me devuelve la caña con la mano temblorosa. La satisfacción termina con el deseo.

          A pocos metros de la superficie el sol hace brillar sus escamas. Anda nervioso, se resiste y no para de dar tirones. Llevo el corazón acelerado y respirando hondo. Un último esfuerzo y Raúl lo recoge con una red de pesca grande. Ya en la barca, sigue con unos potentes aleteos que casi lo devuelven a la mar. Le quito el anzuelo con dificultad. Es un pez grande pero menos de lo que parecía cuando lo estábamos recogiendo. Después de esa grata experiencia regresamos a puerto casi al mediodía cantando canciones marineras a todo volumen.

          Son las fiestas patronales de Bergantinos de San Juan y por la noche hay un grupo de música que ameniza la velada en una parte ancha del muelle. Han puesto sillas, bombillas de colores y papelinas que forman un manto en la zona de baile y que no dejan ver el cielo mientras el aire las mueve a su paso produciendo un sonido de mar en calma y de fiesta mayor. Al fondo hay un chiringuito donde venden comida típica de la tierra. Los mayores están sentados en primera línea y escuchan atentos canciones que no entienden y algunas habaneras que sí entienden y les producen nostalgia. Los jóvenes quieren menos luz y más intimidad. Se apartan hacia la playa cuando llegan las horas de la oscuridad al resguardo de algunas barcas mientras se besan y hablan de intimidades y secretos inconfesables. Es lo que tiene el verano en un pequeño pueblo con encanto de la costa cuando celebra las fiestan del patrón San Juan.

Me decía mi abuelo que la mar tiene como límites el muelle, las rocas de fuera, la playa y el acantilado. Por el lado contrario a nosotros, el horizonte. Todos saben que la vida es cambiante y se comporta según las circunstancias. Como si fuera la mar en calma un ratito antes del amanecer o unos minutos después de la puesta de sol y como si esta mar en calma llegara incansable a la orilla con largas olas mansas sin hacer ruido ni espuma. Estas olas de esa mar recorren la arena fina de la playa de nuestra infancia y de nuestros primeros enamoramientos y regresan al océano como si tal cosa. Sin remordimientos. La vida, a veces, se comporta como una mar embravecida que llega con fuerza a las rocas y al acantilado y se eleva tanto como puede para luego tirarse con fuerza y con todo el ruido posible para romperse en mil espumas. Sea de una forma o de otra la vida es así de extraña, de aventurera y de cariñosa. Siempre es cuestión de mirarla a la cara como hacen los valientes. Las consecuencias ya se verán en forma de cicatrices que todos llevamos. Cada ola de la mar es un momento de nuestra vida. Un día o una etapa. Una historia, un suceso o un acontecido con sus decorados y sus personajes con sus diálogos. Tiene un comienzo y un desenlace y debe de adaptarse como hace la mar cuando llega a la playa, al acantilado o al muelle.

          La mar embravecida nos genera una situación de impotencia y un punto de fragilidad emocional que los pescadores intentan disimular. Un miedo furtivo que llevamos escondido hasta que algún día acaba por florecer. Al final el conformismo nos lleva a la incapacidad de hacer cosas importantes porque paraliza voluntades. Sólo algunos detalles, nombres, lugares y aromas. Vivir junto al mar en calma no nos deja acariciar la rebeldía. La mar es la que es y se comporta a su manera. Sólo nos pide respeto. Que todos los días no son brillantes, pero hoy lo ha sido. La vida es una cosa seria que requiere oficio para vivirla y la mía en Bergantinos de San Juan tiene pequeñas y grandes contrariedades y sacrificios en cada uno de los momentos del día. Esperanzas defraudadas y ratos de suerte mientras disfrutas de todo lo que te rodea y de todos los que te rodean con agradecimiento. La vida y los sueños son las dos caras de la misma moneda por eso este relato ha sido escrito porque ha sido verdad o quizá no. De lo que estoy seguro es que será leyenda.

jueves, 23 de septiembre de 2021

La tormenta

Llegó la tormenta

a la orilla del mar

y nos encontró solos.

Brisa tibia y delicada

y lluvia persistente

que nos entretuvo

mientras pasaba la tarde.

Nos trajo un amor cálido

con locuras lentas y atrevidas.

Tus ojos brillaron más

con el ocaso de un día caluroso.

Mis dedos de acariciar

buscando labios y mejillas.

Dos siluetas en una

en las penumbras de la memoria.

Se disiparon las nubes,

cesó la lluvia y nosotros

no nos dimos cuenta.

Un balancear de cuerpos

entre mareas azules.

Te miro y te hablo.

Me miras y escuchas.

El olor se confunde

entre sudor, salitre

y tierra mojada.

Al final se ha quedado

un horizonte rojizo

de aire limpio y fresco.


martes, 15 de junio de 2021

El anciano

El anciano fue recuperando la ilusión desde su vida sencilla, honesta y sabia. Las autoridades sanitarias y la comunidad científica han trabajado bien y el virus se bate en retirada. La cifras lo dicen y no mienten. El anciano, además de recuperar la ilusión volvió a ver el rostro de familiares y amigos. Redescubrió la sonrisa, el movimiento de los labios cuando hablan y cuando besan. Volvió a escuchar las voces de la gente querida sin el filtro de la mascarilla y se emocionó. En la tertulia dijo que el viento solamente silba pero lo puedo reconocer a cualquier hora y en cualquier sitio aunque esté oscuro por la noche. El virus sigue estando entre nosotros y sigue maltratando a la gente, pero ahora está más debilitado por las vacunas. 

Cada días que pasa estamos viendo más luz porque cada vez estamos más cerca del final del túnel. Justo cuando la electricidad está más cara, y es que se aprovechan de las circunstancias. Lo dulce y lo amargo siempre van de la mano. Personas enfermas y otras con secuelas y nosotros con este programa intentando hacer más llevaderos los minutos a quienes conviven con el sufrimiento. Por eso, aquí, lo damos todo. No conocemos la indiferencia. Algunos aprietan pero no dejamos que nos ahoguen porque hemos aprendido a secar la gota antes de que colme el vaso. 

La brutalidad de la vida real nos va forjando para el combate de otras adversidades que irán llegando. Y esto es bueno porque mañana, seguramente, el mundo no se acabará. Esto viene a ser el caos, o lo que es lo mismo, nadar en aguas turbulentas mientras luchamos por mantenernos a flote, vigilando la ropa y escuchando a Mari Trini. Todo a la vez. Tremendo. A veces pensando y a veces por intuición siempre que la luz no nos deslumbre. 

Algunos contertulios están apagados con todo lo ocurrido. Hay que volver a activar la rutina de todos los días. Las costumbres y los vicios. Pero a cierta edad cuesta más que en otras y el miedo también está en el túnel aunque no lo podamos ver ni siquiera con la luz. La vida en su torbellino vuelve a recuperar paisajes perdidos y el pensamiento lúcido y crítico. Eugeni dice que la armonía no está rota. Se encuentra un poco desordenada y necesita voluntad para que todo vuelva a su sitio. Veo sonrisas. Las primeras en mucho tiempo. El cuponero lo nota con el tono de voz, que dice mucho. Lo de tener fe está bien siempre que le pongamos ganas y pasión. Las nuevas emociones de la nueva normalidad harán que la vida, a partir de ahora, pueda narrarse de otra manera. 

El poeta interviene para decir que hay que darle un cierto relieve estético y poético a todo. La pesadumbre depositada en nuestro interior va aflorando. Nos hace bien la tertulia y yo voy tomando nota para contarlo a todos vosotros. Así vamos templando gaitas y atemperando la nueva normalidad. Como ya hemos desescalado somos muchos en la mesa y hay que moderar. Lo hace Eugeni y lo hace bien porque aquí se respeta el turno de palabra. Es la gran diferencia entre nuestras tertulias y las sesiones de control al gobierno. No hay color. La inteligencia convive con el respeto. Dice uno que de pequeño le gustaba la filosofía que la palabra es veloz pero las consecuencias son lentas y aparecen más tarde. La esencia del ser humano está en el respeto dentro de la especie. La cosa se pone metafísica y nos pilla desentrenados. 

Pausamos la tertulia y volvemos a las tomateras que todos tenemos. Volvemos a la importancia del tamaño. Entre tomates, pimientos y cebollas para una cena de trampó de verano hemos sacado lo peor de nosotros y le hemos deseado la muerte a un fulano que esta semana nos ha hecho llorar por su crueldad y brutalidad. No hay suficientes infiernos para algunos. Salud.

sábado, 12 de junio de 2021

Tierra

Pienso en infinito

para que la dicha dure.

Escribo mi vida

para repartir culpas y alegrías.

Prisionero resignado

de mis memorias humanas.

Cuando llegue la derrota definitiva

seré calma de cenizas

porque estaré donde empezó todo

y formaré parte de la tierra.

Mi cuerpo dormido

por caricias y bellezas

de la vida mía

aunque a veces despierto

con pesadillas mías. 

Me llevaré mar

adonde sea que vaya

para apaciguar temores

y remordimientos adultos.

El cuerpo ya se duerme

y se libera la conciencia

porque conoce la puerta de salida.

La vida dura lo justo

y quien pierda el tiempo

vivirá menos

y tendrá nostalgia de caricias,

amaneceres y noches en vela.   

La alegría siempre es salvaje

y el alma la convierte en melodía.

El porvenir está detrás de la puerta

pero a veces 

no encontramos la llave.

La lucha nunca termina

y el esfuerzo es permanente

para comprender el sentido

de todo y de todos.

Después de algo agotador

siempre necesitamos un descanso.

Pasión por sentir inquietudes

desde la serenidad del momento.

La conciencia se disfrazó de alma,

o fue al revés. No lo sé.

Porque la luz del alba me cegó. 

jueves, 3 de junio de 2021

Tiempo oculto

Se pregunta el poeta dónde se oculta el tiempo pasado.

Se transformará, seguramente en tiempo nuevo sin estrenar.

En eso tenía la mente ocupada cuando leo que Pizarnik escribe,

"morir es cerrar la memoria".

Pongo música de la mía y entran brujas 

que me cogen por la cintura 

y tengo que bailar con ellas.

No es la primera vez

que nos miramos a los ojos

y nos decimos palabras amables

hasta que amanece en el cielo

y la inocencia de la infancia vuelve a mi 

se apodera de mi voluntad.


Me refugié en las letras, en la música y en la radio.

Experimenté la felicidad y comprendí el amanecer

como un volver a la infancia.

Ya no maldije más los días aparentes y descuidados.

Dejó de molestarme el silencio y los días de viento y lluvia.

La poesía me aclara la mente y relaja mis minutos tensos.

El insomnio se convirtió en lucidez personal y pasional

y miles de hormigas me acariciaron el rostro

y los peores sentimientos infernales.

Descubrí gorriones volar de rama en rama inquietos

mientras las gaviotas 

sólo planean sobre el mar para calmarlo.


El aire sólo se mueve cuando está inquieto

y dibuja sombras con el sol en lo alto.

Me duele la noche

cuando no tengo sueño ni cansancio.

Los días de sol y moscas no siempre son los más felices.

Hay huecos en mi interior

y senderos torcidos y empinados

que algún día tendré que caminar.

La cima suele ser la calma y la piedra en la que me siento

siempre es mi compañera.

En el descenso los minutos son más rápidos.

Bordea un torrente miedoso y cristalino

que lleva el agua lenta hasta el mar.

Los árboles caídos siguen abrazados a la tierra

y a una densa niebla

como los días bajos y vacíos. 


La felicidad está en los ojos y la tristeza en las lágrimas.

Pero escribiré alegrías en la noche

hasta que el alba me avise

y el gallo insista como hace siempre.

Las olas me hablan igual que los pájaros

pero con distinto idioma.

O el viento que sólo sabe silbar.

Un árbol puede ocultarse en el bosque

igual que la noche se oculta en la oscuridad

y una ola se oculta en el mar.

El aire se oculta entre el viento.

La sabiduría y la mediocridad

se oculta en la mente y los gestos

de todas las personas.


miércoles, 2 de junio de 2021

A. Pozzi

Nacida en 1912 en Milán y de familia acomodada, aristocrática y culta. Estudió Filología, idiomas, música y artes plásticas. Le gustaba la equitación, la fotografía y viajar. Escribió poesía y otras cosas en forma de un diario porque no le dejaron hacer otra cosa. Las mujeres, por aquellas fechas, sólo debían estudiar un poco de todo y lo justo para parecer inteligentes. No debían escribir ni publicar, sólo hacer una vida social vacía de contenidos pero rica en gestos de acomodo. 

Un reconocido abogado que no arriesga porque es su padre. Una madre condesa que busca en su hija una sombra y un marido profesor de universidad cuyo ego sobresale ante todo y tampoco no la deja ser. Como ha dicho Miquel en su reflexión, si hubiera sido sirena la hubieran escondido en el bosque para protegerla. Así se fraguó todo un despropósito y se precipitó de mala manera. Sus mejores momentos los pasó, seguramente, en  Pasturo (Lombardía).

Con todo en contra, un divorcio, malas lenguas dicen que un aborto, un marido hecho de testosterona, unos padres que la coartaron en todo lo que quería ser y hacer, una sociedad patriarcal en la que las mujeres sólo podían aspirar a ser amas de casa y realizar labores sociales de bajo nivel, dejó de querer hacer cosas y dejó de disfrutar de todo lo que le gustaba hacer. Empezó a alternar altibajos en forma de nostalgias patológicas, tristezas de querer morirse, melancolías mal entendidas y depresiones con ideas auto líticas. 

Seguramente, el único que le entendiera, Vittorio Sereni no dio los pasos adecuados o también fue apartado por el inmenso poder del abogado Roberto Pozzi en connivencia con la condesa Lina Cavagna Sangiuliani di Gualdana. 

Viene a decir, Miguel Antón que la tristeza de Antonia Pozzi es un túnel hecho de primaveras sin color y de inviernos sin luz, de paisajes y recuerdos en blanco y negro que desembocan en un manantial seco y oscuro. 

"Dejad que yo me pierda, 

sombra en la sombra". 


Pareciera que la poeta italiana entrase en una completa negrura. Igual que hizo Borges, donde escribe;

"En este punto se deshace mi sueño, 

como agua en el agua".  

La misma agua en la que se hundió Virginia Wolf con los bolsillos llenos de piedras. o el agua del mar en el que se adentró para siempre Alfonsina Storni, después de anunciar su final en un famoso poema de despedida; 

"Voy a dormir, nodriza mía, 

acuéstame... 

si él llama le dices que no insista, 

que he salido..."  

Silvia Plath se durmió para siempre en su refugio de siempre repleto de gas y Anne Sexton hizo lo propio en un coche lleno de humo denso del tubo de escape. Alejandra Pizarnik, antes de tragarse más de cincuenta cápsulas de barbitúricos, dejó escritos tres versos en los que expresaba su último y desgarrado deseo; 

"No quiero ir 

nada más que hasta el fondo". 

Con la misma sustancia se envenenó y logró alcanzar el fondo de su vida una jovencísima Antonia Pozzi, de tan solo veintiséis años el 2 de diciembre de 1938 tras tomarse cierta cantidad de barbitúricos. Fue encontrada inconsciente en un lugar próximo a la abadía de Chiaravalle, un suburbio de Milán. Murió al día siguiente y fue enterrada en el pequeño y placentero cementerio de Pasturo. La familia se negó a admitir que fue un suicidio, atribuyendo su muerte a una supuesta neumonía. 

La voluntad de Antonia Pozzi fue destruida por su padre. A pesar de ello, sus poemas inéditos y escritos en libretas a modo de diario, fueron editados por su padre después de cambiar algunas palabras. 

"Déjenme, dejen que yo sea 

una cosa de nadie 

por estas viejas calles 

donde la noche se ahonda. 

Déjenme, dejen que me pierda, 

sombra en la sombra, 

dos cálices mis ojos que se elevan 

hacia la última luz. 

No me pregunten, qué es lo que quiero, 

qué es lo que soy, 

si para mi en la multitud está el vacío 

y el vacío es la arcana multitud de mis fantasmas. 

Y no busquen lo que busco 

si el más pálido cielo ilumina 

la puerta de esta iglesia y me hace entrar. 

No pregunten si rezo y a quién rezo y porqué rezo. 

Entro solamente para tener un respiro 

y un banco y el silencio 

donde las cosas hablen hermanadas. 

Porque soy una cosa, 

una cosa de nadie que vaga 

por las calles antiguas de su mundo, 

dos cálices mis ojos 

que se elevan hacia la última luz. 

Pienso esta noche en la leyenda del Pájaro de Fuego, 

en su aparición en la espesura, 

en su canto liberador. 

Y todos hablan del joven príncipe, 

y del sueño de sus enemigos, y de su salvación. 

Nadie piensa en el árbol oscuro 

donde apareció el pájaro la primera noche. 

Nadie piensa en la vida del árbol 

después de aquella noche, 

ya sin el fulgor de las alas mágicas. 

Sólo yo sé que el árbol vive 

de nostalgia y de espera, 

y que alrededor ve a la gente que pasa, 

pero que no hay vestimenta llamativa 

que para él valga 

lo que el esplendor del Pájaro desaparecido. 

El árbol no sabe ya para quién es su florecer, 

y por cada hoja que brota se retuerce 

en lo más íntimo de sus fibras. 

El árbol ya no sabe a quién ofrecer 

su sacrificio primaveral, 

y espera la noche, la noche negra sin estrellas, 

sin fuentes, la hora del oscuro silencio, 

cuando desde sus profundas raíces, 

en un fulgor extremo y cegador, 

le surgirá, le correrá por el tronco 

hasta la cima de sus frondas, 

su único bien: el recuerdo ardiente del Pájaro. 

Quien me saluda no sabe que he vivido otra vida, 

como quien narra una fábula o una parábola sagrada. 

Porque tu eres mi inocencia; 

tú como una ola blanca de tristeza 

cayendo sobre el rostro si te llamaba 

con labios impuros; 

tú como lágrimas dulces 

corriendo en lo profundo de los ojos 

si mirabas a lo alto y de ese modo te parecía más bella. 

Tú velo de mi juventud, mi vestido claro, 

verdad desvanecida o nudo reluciente 

de toda una vida que fue, quizá, soñada. 

Oh, por haberte soñado, mi vida querida, 

bendigo los días que quedan, 

las ramas muertas de todos los días 

que quedan que necesito para llorar por ti. 

Después del beso, 

salimos de la sombra del olmo 

para regresar sobra la calle; 

sonreíamos a la mañana como niños contentos. 

La unión de nuestras manos 

creaba una concha sólida 

que custodiaba la tranquilidad. 

Y yo lloraba como si fueras un santo 

que calma la absurda tormenta 

y camina sobre el lago. 

Yo era el alba en el cielo inmenso 

del verano sobre interminables 

extensiones de trigo. 

Y mi corazón, 

una alondra que conciliaba la serenidad 

con su canto. 

Si entiendo eso que quisiste decir, no verte más, 

creo que mi vida aquí se acabaría. 

Para mi la tierra es solamente este palmo que piso 

y el otro que pisas tú; 

el resto es aire en el cual navegan 

balsas dispersas para encontrarnos. 

De hecho, a veces surgen hilos de algodón 

en el cielo limpio 

o plumas de pequeñas nubes a la distancia, 

y quien mire desde allá, 

verá una nube sola que se aleja en un pequeño instante. 

Cuando te regalé mis recuerdos de niña, 

lo agradeciste; 

mencionaste que era como 

si quisiera comenzar de nuevo la vida 

para dártela entera. 

Ahora ya nadie extrae de las sombras 

a la pequeña y ligera persona que fue 

un alba breve, la muñequita. 

Ahora nadie se inclina a la orilla 

de mi cuna perdida. 

Alma, y tú has entrado en el camino de la muerte. 

Aseguraste que ibas a permanecer 

para eso que no fuimos, 

para aquello que fuimos y no seremos más.  

Que en ti podría fluir el agua sepultada, 

retornar los muertos y 

habitar los que no han nacido. 

Que la poesía, tan querida por nosotros 

pero nunca dispersa por el corazón, 

la ibas a cantar con gritos de niño. 

La única espiga entre dos cultivos difusos, 

eres tú, el retoño de nuestra inocencia 

bajo el sol. 

Pero te quedaste allá abajo, 

con los muertos, con los que no han nacido, 

con el agua sepultada. 

El alba ya se apagó 

con la luz de la últimas estrellas; 

ahora no necesita tierra, 

sino solamente el ataúd de tu corazón enterrado". 

Emitido en el programa #DondeFlorecenLosAlmendros el día 3 de junio de 2021. Un programa de @radioletrarium 

martes, 18 de mayo de 2021

Expresiones y figuras

 A veces nos expresamos con poca claridad y poca exactitud. Sinceramente. Esto, a menudo, puede provocar equívocos o inducir a errores. No vivir, no siempre es fácil. Explicar mi vida puede llegar a ser complicado porque al final todo se convierte en literatura. Son esas manías de decir lo de uno sin que lo parezca. Y si al final es literatura resulta que todo es mentira o una realidad paralela para agradar. Que no es lo mismo que querer quedar bien. Las aventuras de mi vida no se ciñen a la verdad más absoluta. Si es literatura hay ficción con un fondo verídico.

Si un relato es lastimero se retoca. La gente no está pendiente de la radio para escuchar penas y desdichas, que cada uno tiene las suyas y apechuga como puede. Utilizo palabras que se acercan a la verdad y otras palabras que se alejan de la verdad tanto como pueda. Cuidar la sencillez agradable sin llegar a la mentira. Quiero ser justo conmigo mismo, con aquello que se puede contar y lo que no. No he sido de tener miedos pero si algunas fobias por lo que no es conveniente parecer torpe por aquello de ser preciso.

La vida nos regala el olor a la lluvia y a todo aquello que la lluvia moja. Ese aroma que entra por la ventana y que viene de bosques silenciosos donde sólo el aire se mueve con soltura entre troncos, ramas y hojas. Deleitarse cruzando la niebla y observar que se desplaza para dejarnos pasar y ver lo siguiente del sendero hasta llegar a la cima. Pensamientos de la infancia, la adolescencia y la juventud que se cuelan en la vida adulta como un bálsamo rejuvenecedor que sólo habita en las alturas. El pasado siempre es más estable que el presente porque ya es inamovible. Los futuros serán inciertos siempre. 

Hemos llenado nuestras mentes y nuestras casas de recuerdos y ahora de historias pasadas y leyendas para afianzarnos en el presente. La vida, así, se vive mejor y sin sobresaltos. En las casas viejas no hay fantasmas. Hay recuerdos agradables y blancos como la nieve y recuerdos oscuros y no queridos que no se pueden borrar. Quizá el tiempo los olvide. La vida nuestra y de otros que aparentemente fue y que ahora nos hemos vuelto intérpretes para que se conozca.

El hecho de recordar el pasado que nos marcó es una buena forma de volver a revivir momentos felices como antídoto a las crueldades de ahora mismo que nos molestan. todo lo que he contado parece ser que es así según todos los entendidos consultados. Pues que bien. 

En el mundo que nos ha tocado vivir y con los tiempos que corren algunas personas son desgraciadamente sensibles. Lo que tendría que ser bueno les hace vulnerables. Atar en corto la sensibilidad y ponerle puertas a las emociones no puede ser bueno. Relacionarnos con otras personas hace que nuestra vida, a veces, se complique y que la piel nos duela. Pero no podemos evitarlo,

Me he sentado en un banco de una calle muy concurrida a la sombra de unos árboles de ciudad. Observo las figuras de la gente con prisa y la otra. Con semblante vago. Como las figuras de los sueños. Será cosa del frío comenta mi amigo. O del calor, le respondo. Seguramente nosotros somos más raros que los demás porque estamos satisfechos y no tenemos prisa porque la hemos perdido. Sus caras vulnerables dicen que no son libres porque dependen de demasiadas cosas. Están atados a la tecnología. Caminan sin mirar y sin hablar entre ellos. Auriculares puestos con música aislante o despachando asuntos de oficina. Nosotros estamos atados a las costumbres y a la rutina que nos proporciona libertad de movimientos y de reloj. 

Las horas del día son suficientes y nos conmueven las cosas porque las disfrutamos que el futuro es incierto y angosto. Los transeúntes que pasan por delante de nosotros no tienen tiempo para ellos y siempre tienen la sensación de haber dejado sus minutos a otros. A cierta edad descubrir cosas tiene su aliciente de tal manera que la vida se refleja en nosotros y nosotros en ella. Salud. 

lunes, 3 de mayo de 2021

Poesía de Mayo

Puedes verte volar si te miras en el cristal

del mar en calma.

Aroma de lluvia y de tierra.

Las alegrías

casi siempre matan las penas.

Delicado equilibrio el de las lágrimas

que resbalan las mejillas

y se secan antes de caerse.

Después de la niñez y en plena juventud

llegaron las primeras tormentas

en un vaso de agua.

Cuando miro el camino que tengo que andar

el silencio me observa con detenimiento.

Siempre me entiendo con la gente

que tiene la soltura

de quien habla lo justo y calla lo adecuado.

Las estrellas también se miran

en el mar en calma antes del anochecer.

Yo las miro fijamente mientras pienso

la forma de alcanzar la luna.

Algunas noches noto

cómo se abren algunas heridas.

Luego me duermo y se cierran solas.

Como las tormentas que llegan y pasan.

Pero dejan charcos que tardan en secarse.

Cuando llego al final del camino

busco una piedra silenciosa para sentarme.

Pienso lo que he visto y vivido

mientras caminaba el sendero.

El alma necesita estar segura.

Cuando subo a la cima de la montaña

veo más cielo que bosque

y también estoy más cansado.

Pero vale la pena porque los pensamientos

a la intemperie

siempre son más verdaderos.

El viento trae olas a la playa sin parar

y luego ellas solas vuelven al mar.

Hay muchos caminos que se adentran en el bosque

y no siempre entro por el que está alfombrado.

Hay un momento en que la belleza lo arrasa todo.

Se trata del bosque silencioso.

El único que hace ruido es el viento

cuando se mueve entre las ramas y las hojas.

Los charcos están para pisarlos con fuerza.

La vida está para vivirla a tope.

No nos queda otro remedio.

El descanso acompaña a la noche.

El alba y el gallo le pondrán fin. 

Tengo sueños clandestinos

con tus palabras, tus gestos y tu mirada.

El viento llega hasta la ventana y mira.

Abro la ventana y entra con fuerza

para recorrer todos los rincones de la casa.

Es libre porque desconoce las fronteras.

Luego regresa al mar y lo agita. A veces vuelve.

Estoy en eso de averiguar quién manda más.

Si el corazón y el alma, la mente y la conciencia

o el atrevimiento y la necesidad.

Pensando todos los momentos de mi vida.

Los días no se hacen esperar.

El amanecer llega aunque esté dormido.

Cuando el caos me supera

camino despacio por las aceras.

Las temperaturas nocturnas son adecuadas

por eso duermo con la ventana abierta.

 Puedo oler la noche y los sueños

que se pasean a la luz de las farolas.

La humedad moja la tierra y desprende un aroma.

Alguna chimenea humeante huele a ceniza.

El pueblo está en calma y los perros descansan.

El mar que baña el paraíso también susurra.

Ahora que tengo lucidez, conciencia y memoria 

tengo la impresión de que las cosas importantes

ya han pasado. Pero no es así. 

La poesía es como el mar que aún estando en calma

puede llegar a ser trágico si no sabes nadar.