domingo, 8 de febrero de 2015

Carme

Hemos subido la montaña. Hemos cruzado el bosque. Nos hemos sentado al borde del acantilado. El mar, en frente a nuestros pies. A la altura que estamos no podemos escucharlo. Lo vemos e intuimos lo que querrá decirnos.
Hoy he subido al recodo del camino, del que ya he hablado en otro momento, con una señora casi mayor. Es Carme. Ya con sus años y adicta al mar y a las aventuras. Ha vivido mucho, o lo suficiente, como para haber recopilado cientos de aventuras que contar. Su sabiduría es tan grande como el mar y fluye como las olas.
Observa el horizonte y lo señala con el dedo. Lo mira fijamente y me dice. Este horizonte que vemos no es el fin. Detrás de él hay otros. Con otras aguas otros bosques y otros vientos. Pero ahora no nos pertenecen. Sólo podremos llegar a ellos en forma de mente inteligente cuando hayamos cruzado la noche de nuestro tiempo. Nuestro cuerpo quedará aquí. Todo lo que sea capaz de abandonar el cuerpo físico llegará allí.
Así de contundente. El sol ya lleva unas horas amanecido y nosotros seguimos bajo la hipnosis del amanecer. Nubarrones a lo lejos que traerán lluvia y nieve. Viento y frío. Dice también Carme que ese lugar más allá del horizonte que vemos tiene música. Unos ritmos que nunca hemos escuchado y que van acompañados de buenas rimas. Donde la melancolía está domesticada y no te importa nada lo que ocurra aquí. Es bueno saberlo.
No hay hombres, ni mujeres ni niños. No hay edades ni sexos. Hay mentes inteligentes que interactúan. No hay normas porque hay respeto. Hay días y noches porque la mente también descansa. Gestos que valen más que las palabras. Las tormentas contribuyen a un estado de ánimo diferente. Positivo.
En este mundo que estamos no hay tiempo suficiente para hacer todo lo que quisiéramos. Carme ya tiene objetivos para luego. Me pilla escéptico y se nota. Pero le resta importancia. Vivimos una vida insuficiente. Adaptada. Por eso habrá más. Allí también hay animales que te cautivarán. La sabiduría precede a Carme y su madurez aventurera. Por cómo lo dice en su convencimiento.
Un lugar para mentes creativas y reposadas. Con la sola luz tenue que queda después de la puesta de sol. Ya no te lo podrás borrar de la mente. Es muy grande porque es otro mundo. Otra cosa no conocida. Pero ella ya lo sabe. No lo conoce pero se lo imagina perfectamente. Almas sin cuerpo. Árboles sin bosque. Olas sin mar. Vientos sin aire. Calles sin esquinas ni farolas. Sin niebla, sin sombras y sin penumbras. Miradas.
No caben esqueletos ni malas caras. Sonrisas que te salpican como la espuma de las olas al romperse. Ni bien ni mal. Que esto es cosa de aquí. Un continuo despertar de un continuo quedarse dormido. Piensa, me dice Carme. Lo hago y me confundo. Como si la infancia por fin se hubiera dormido en plena madurez. Es lo que hacen los poetas antes de escribir.
Quiero seguir aquí, a lo alto del acantilado, en el recodo, hasta que todo esté oscuro. Pero Carme quiere ver la puesta de sol a nivel del mar. Se ve distinto. Bajamos hasta la orilla. Me inquieta lo que me ha contado. Nos sentamos en las rocas. El sol está rojo y abatido. Todavía tiene otra historia que me asegura que es real.
Dice Carme, "... ella aprendió sola a leer porque nunca tuvo la posibilidad de ir a la escuela. Fue su pasión. Él la descubrió con sólo nueve años y desde entonces no pudo dejar de mirarla. Crecieron y dejaron atrás la niñez. Descubrieron la juventud con catorce años.
Iban juntos a un parque y se sentaban debajo de un árbol. Ella pasaba páginas y leía. Él, simplemente la miraba en silencio. El sonido corría a cargo del susurro del rio que cruzaba el pueblo y dividía el parque en dos.
Pasó el tiempo y ellos cumplieron años. Dejaron atrás la juventud y descubrieron la primera edad adulta a los veinticinco años. Él seguía como siempre. Cuando salía de trabajar iba al parque y ella estaba sentada debajo del árbol. Ella seguía leyendo y él mirando en silencio. Ese día el libro se iba a acabar.
Cuando lo hubo terminado cerró el libro. Se giró hacia él y lo miró por primera vez. Nunca antes había levantado la vista para mirarlo. Le sonrió. Le cogió una mano. Lo miró fijamente y le dijo que le quería. Se levantó poco a poco y se fue hacia el rio. Bajó por una pendiente y entró en el rio. No sabía nadar. Simplemente seguía andando hasta que el agua la superó en altura. Nunca salió. Él lo vio todo pero no pudo moverse porque estaba paralizado. Ella le había dicho que le quería ...".
Esta es la historia de Carme. Cuando terminó de contarla el sol se puso y se hizo la oscuridad y el silencio. Al principio no la entendía bien. Quizá una historia cualquiera. Pero no era así. Me costó mucho entender el significado y todavía ahora me estremece. Ya no se veía nada. Llamé a Carme para regresar a casa. No contestó. Carme no estaba. Nunca más la volví a ver ni a saber de ella. Tal cual pasó lo he contado. Salud.

domingo, 1 de febrero de 2015

Calma

La oscuridad me hace invisible hasta que amanece. Y amanece cuando el gallo de mi vecino Vicens lo kirikikea. Que siempre es un poco antes de lo que aparenta ser un amanecer. He llegado a la conclusión de que el gallo intuye la salida del sol pero Kikiriquea el alba. Yo, mientras, sigo desaparecido en la oscuridad de mi habitación y entre sábanas y penumbras que me dan cobijo. A estas horas tan tempranas las ideas no se están quietas y ya levantan polvaredas, tormentas y remolinos en mi mente. A estas horas, también, los gorriones se posan en la ventana. Pero advierto que sólo son siluetas recortadas sobre fondo azul.
Hace un tiempo que no piso trincheras y ahora tengo más tiempo para escribir. Me entretienen las tertulias tranquilas, los libros de tener que pensar, los paseos relajantes, la radio inteligente y todas aquellas cosas de andar por casa. Otro verano caluroso que ya nos advirtió en plena primavera. Los sembrados ya están segados y la paja recogida en rollos inmensos que descansan al sol hasta que los pongan bajo techo. Que luego vienen las lluvias de verano sin miramientos y mojan todo. 
Ejercito la memoria pensando en ti. En la intimidad. No tiene porqué enterarse nadie. Eres mi momento de quietud dentro de la actividad. Mi momento de calma en la vida. La naturaleza también regala sosiego, a veces. 
Días que pasan de puntillas. Noches quietas mientras duermo. Recuerdos recientes que me inquietan. La angustia que sólo el mar alivia. Esas ansias de vivir que tengo desde que amanece para poder ver la puesta de sol. O el amanecer dócil de cada día. La afonía del gallo desafiando el frescor del alba. Mis paseos con sombrero en la cabeza por si luce el sol y paraguas en la mano por si llueve. Pero no llueve porque hemos inaugurado el verano. Hoy, para pasear, me he puesto algunas elegancias que tenía en el armario. Me he cruzado con la mediocridad más absoluta, con la insensatez y con la indiferencia. También con la cordura, la humildad y la lucidez. No es la primera vez que esto pasa aunque no siempre es así ni por este orden. El sol del verano destiñe los sentimientos y los derrite por culpa del calor. A estas alturas uno ya está acostumbrado. 
El aleteo conjunto de mirlos y gorriones secan la escarcha del bosque antes de que lo hagan los rayos del sol. El bosque está humeante hasta que corre el aire. Pero no se llevará la calma que habita en él. A primeras horas también habita en el mar. Lo veo desde la ventana de casa, del porche o desde la terraza del bar de Pepe saboreando mi primer café. También escucho mi música favorita. Ya sabéis.
Están tristes los jubilados hoy. Biel se fue anoche hacia la oscuridad que hay después de la última luz. Un poco más allá del horizonte. Con los ojos cerrados y en silencio. Lloramos su ausencia. Esta noche las olas amainaran para que Biel encuentre un mar en calma. En la Isla la gente se va navegando. Cuando el sol esta noche entre en el agua del mar para descansar Biel ya estará en nuestras memorias. 
La calma ha venido a mi y me ha poseído. Puede que hoy sea un día distinto pero no indiferente. No le puedo prestar la misma atención a todos los días. Al cabo del año son muchos. Estar poseído por la calma y el sosiego proporciona muchas posibilidades. No me cansa convivir con la tranquilidad de la Isla.  Con nuevas sensaciones porque los versos siempre riman con la vida. Los sufrimientos vienen de la madurez, de la naturaleza y de otras personas pero sigo con mis responsabilidades. No todo es hostil. Por cierto, con vuestro permiso, me voy a tomar la libertad de seguir viviendo a mi manera. Intentad hacer lo mismo. Salud.

jueves, 22 de enero de 2015

Natalia

Un sábado seis de Marzo de mil novecientos noventa y tres nacía, al dolor de este mundo, Natalia Negre Sureda entre llantos y silencios como todo el mundo.
Pero llevaba uno de esos males del mundo de las personas que marcarían sus veintiún años de vida lúcida, razonable y adecuada. Envidia de muchos seguramente. De las que han sabido gestionar el tiempo porque es el que hay y ella conocía el suyo mejor que nadie.
Sin perezas en sus actividades que fueron muchas, variadas y exitosas. Una persona así no se merece el tipo de vida que le tocó. Como a muchos otros. Pero hoy toca hablar de ella. Lo digo ahora porque el dolor que tengo en el alma es demasiado.
Me quedo con la nostalgia a la tenue luz de unas velas y unas margaritas en la mente. Porque el sueño, hoy, es insomne. La ausencia que me deja es la suma de todas las distancias posibles. Demasiada.
El día veintiuno. Noche cerrada de invierno, cruzó la frontera y se fue a la luz que proyecta la eternidad. Lo hizo con las luces de los rayos, el ruido de los truenos y la abundancia del agua. También con mi llanto sosegado.
Llegué a casa y me puse a llorar desconsolado. Desolación impronunciable. El sol tardará días en volver a salir para  muchos de nosotros. Ahora paseo por las calles húmedas que no tienen farolas para que no vean que sigo triste y con el frío en el cuerpo.
Supo reconocer a las personas por su valía. Porque ella conocía bien esa palabra. Me he quedado con un nudo en la garganta y escupiendo la saliva que no puedo tragar. Decididamente no entiendo la vida  aunque le siga la corriente cada día.
Mi homenaje póstumo y el de mi pluma para Natalia Negre Sureda. Descansa en paz.

martes, 20 de enero de 2015

Viento

Perdidos en el bosque por culpa de un sueño.
Cuando la vida es una silueta,
un proyecto en el aire.
 
No encuentro el pasado que escribió el poeta.
El sol no alumbra y aparecen delirios
con sus melodías.
 
El día siempre termina con un atardecer tranquilo.
Ojos de vejez mirando la oscuridad.
Manos gastadas justificando las huellas.
 
Emociones de la vida agarrados de la mano.
Juegos de niños.
Escondites de adolescentes.
Tiempo escaso de madurez.
Y el viento, mientras, agita la ropa tendida.
 
La escalera que sube es la misma que baja.
Los días de niebla mirando a ningún sitio.
Sólo el sonido de las campanas
atraviesan la niebla y la oscuridad.
También pueden romper el silencio
que vuelve a recomponerse.
 
La emoción de un encuentro.
La costumbre del amanecer.
Asomarse a la vida.
Acostumbrado a esperar.
A que el viento me de en la cara.
Porque las borrascas se forman en el mar.
 


viernes, 16 de enero de 2015

Nubes

Hay nubes y luna llena. He buscado un camino nuevo entre todos los caminos. No me quiero desorientar o me voy a perder. Y si me pierdo pensaré en los momentos innecesarios de la vida. Que ya son bastantes, a estas alturas. Mientras, disfruto de los momentos adecuados porque el tiempo los devora. Que si la flor del almendro asoma es porque intuye la primavera. O se siente engañada por el invierno. No lo sé. Estoy desconcertado. Abrigo y bufanda por la noche y de madrugada. Manga corta al mediodía.
El perro duerme mejor a los pies del amo. Como el niño en la cama de sus padres. Un resfriado o una gripe se lleva mejor con medicamentos. Butaca de pereza, mantita sobre las piernas y un libro. El fuego de la chimenea me entretiene y no me deja escribir. Pero las ascuas se consumen en silencio para no molestar. Sólo un poco de humo para hacer ambiente de pueblo. Que estamos en invierno.
Ahora todo es literatura. El alivio de la noche da paso al alivio del amanecer. Porque la literatura no entiende de horas, de días o de noches. Una noche insomne es como un día cansado. El anochecer llega porque se marchita el día. Y la muerte llega cuando se marchita la vida. Pero la literatura clásica sobrevive a las noches indiferentes y a los días desvanecidos.
Si empiezo bien el día hay más posibilidades de terminarlo bien. Eso ha dicho la radio. No es útil llegar a la noche cabreado. A veces es mejor dejar la hoja en blanco que llena de letras indiferentes que no sirven. Dice el de la radio que es lo mismo morir en la cama que en el campo de batalla Si al final es la muerte. Pero el invierno es así. Nubes y lluvia. Humedad de bodega. Olores de andar por casa.
Las paredes de las bodegas babean humedad hasta el suelo. Tiene un eco la bodega y ese olor a moho rancio. Lo agradecen las botas y el vino. Y el resto de los mortales. Es la misma humedad que envuelve la Isla a todas horas. Que se mete en los huesos y te agrava la artrosis y el asma. Lo saben Chopin y Graves aunque ya no les sirve ahora. Esto me dice el marido de Doña Maruja. La portera. Ese que es profesor de universidad y escribe libros de filosofía. Complicados de entender. Pero cuando habla con una copa de vino en la mano se le suelta la lengua y se entiende todo. O se intuye.
Utiliza palabras de jeroglíficos. O puzzles a los que les faltan piezas. Pero Sebas y Eugeni le entienden porque han aprendido a leer con poca luz. Entre líneas y en penumbra. Han superado los sesenta y esto se nota. Han encontrado un hueco en la vida para vivirla al margen de las tormentas y de las olas embravecidas.
Invadir las hojas de un libro para consumir las letras y las palabras. Y dejar que la imaginación haga el resto. Tengo la necesidad de comparar mi mundo con el mundo del escritor. A veces parecido y a veces tanto por conocer. Salud.

domingo, 11 de enero de 2015

Niebla

La agonía del día, de la tarde, de la noche. Cuando llega la niebla. La agonía de la edad, de los sueños, del tiempo. El color del día es distinto a cada momento. El de la noche, no. Me acerco a la pared para que la sombra deje de arrastrarse. Nos miramos, la sombra y yo. Las tiendas de sueños tienen abierto las veinticuatro horas. Pero no hacen rebajas. Las tiendas de libros tampoco.
El escritor junta palabras en la intimidad. El librero coloca los libros en los escaparates en la intimidad. El lector lee libros de forma decidida en su intimidad. Cuanta importancia tiene la intimidad y cómo va ligada a la literatura. Todo lo que nos rodea reposa con la noche, con el sueño. También con la lectura. Es la niebla.
Maldad y ternura. El niño. El poeta. La escritura y la lectura. El pesimismo está en la niebla. Igual que el optimismo. Y el pensamiento, a veces. No se puede ver pero se siente. Resulta elegante el tiempo cuando lo disfrutas. Pero cuando el tiempo ha pasado deja melancolía. El acto literario consciente que supone la lectura deja sosiego. Como el aire cuando se está quieto.
Los sentimientos pueden herir. El tiempo los cura. Pero despacio. La realidad no tiene porqué ser saludable. Esa tarea íntima y delicada que supone dar un paseo. Como la ternura del alma en la infancia. Imaginar el mundo desde un rincón cálido del hogar. Imaginarte a ti en este mismo rincón. Puedo observar que la hierba del sembrado crece lentamente. Igual que los árboles en el bosque. Y otras cosas. Las olas llegan con parsimonia a la orilla. Cuando es invierno y hay niebla. Pero no pienso renunciar a un paseo despreocupado de atardecer. Bien abrigado. En las tertulias sale humo literario de la boca.
El color del lenguaje contrasta con los grises de las pausas. Los gorriones saben que los miras cuando buscan comida. Ellos miran de reojo. Temerosos porque no se fían. Las secuencias son cortas cuando esperas que el sol se ponga. Si la niebla te deja. Pero se pone. A pesar de la niebla. Me gusta la vida a pesar de la muerte. Cuando llega no puedes aplazarla. El rumor de la vida es silencioso pero nosotros nos empeñamos en ponerle ruido. Los mismos ruidos que se callan durante el paseo del atardecer. O al llegar la noche. Volverán al alba.
Hoy he visto los primeros almendros en flor. Preciosa y delicada. Esperanzada de sobrevivir las heladas nocturnas del invierno. Y con la flor te he leído el pensamiento. No es la primera vez que lo hago. Cualquier día de estos lo escribiré. Soy un lector y un escritor de necesidad. La parte del acantilado que llega hasta las profundidades es de los peces. La que se eleva hacia el firmamento es de los pájaros y del viento. Te oigo respirar. Lo haces igual que las encinas, los olivos y las higueras. De quien no tiene prisa.
Oigo la música que viene de todas partes. Del otro lado del horizonte donde habita la niebla y algunos pensamientos. Es melancólica la soledad. Y el silencio. Y la niebla. Y la agonía. Me escondo en ellos para escuchar y pensar. Más tarde vendrá la luz del amanecer. Sin niebla. Salud.

miércoles, 7 de enero de 2015

El silencio

Recuerdo cuando estrenamos este año y le damos la bienvenida porque sería el año de la salvación entre esperanzados y escépticos por aquello de que a veces los actos deseados no suelen venir inmediatamente después de desearlos. En la primera tertulia de las mañanas, las del café cortado descafeinado y con sacarina, se ha hablado un poco de todo sin abusar. Primero lo imprescindible y luego lo justo y necesario. También hemos callado para escuchar. El café con leche ha ido a cargo de la subida de este año. Hemos fundido un trimestre de subida y nos hemos quedado con hambre.
Sebas es de los que, a veces, para decir algo utiliza el silencio y una mirada. Es bueno callarse cuando esto sirve para expresarse mejor. Que no todo son palabras bonitas y agradables de pronunciar.  También hay silencios bonitos que se agradecen. Perderte en un largo silencio y que tu contertulio se ponga a reflexionar. Como un umbral que hay que cruzar o como un horizonte al que hay que llegar sin prisa. Un silencio y una mirada adecuada. El silencio que se pronuncia con unos ojos cerrados. Una vez dije algo y mi contertulio se sintió incómodo. Luego le dedique un silencio y se sintió aliviado.

A veces hay cartas y fotografías que sostienen la memoria. Lo malo es cuando la sustituyen. Y la rutina nuestra se rompe para adquirir la rutina de quien te cuida. Y nos tenemos que adaptar. Eugeni es de los que este año seguirá defendiéndose de la pobreza y de los malos bichos. Con dos euros y medio más cada mes porque la crisis es histórica. Pero sé de algunos que tendrán que acostumbrarse a vivir con muchísimo más dinero. Y lo harán sin problemas.
Año nuevo, si. Vida nueva, no porque la torpeza de unos han incendiado el estado de ánimo de otros. Por eso hay mucha gente pobre que aprovecha la noche para llorar sin ser vistos. Viven una vida desteñida y fría y con noches sin estrellas porque no hay para todos. Bienvenida la vida tal cual. Nos hemos deseado lo mejor aunque no siempre depende de nosotros. Lo ideal sería que dependiera más de nosotros y menos de otros. 
La mañana del día uno salí a dar un paseo temprano. Me sentí aislado por la calma de las calles del pueblo. Los pájaros, el aire y yo. La sombra sólo me acompaña cuando hay sol. Los gallos callados y los perros también. Que la noche fue larga de cohetes y música. Luego de todo esto, el concierto. No me lo perdería por nada. Este año será recordado porque no se pudo hacer palmas en directo con la Marcha Radetzky. La verdad es que no se notó.
Bienvenido el año junto al mar con un paseo relajado. Las olas estrenando año y una arena fina sin huellas. El sol pinta el mar de plateado que deslumbra. Las olas llegan alegres y salpican las rocas de espuma. Un rato en un banco para anotar algunas impresiones con letra pequeña y desenfadada. Con cierto descaro. Que la vida es silencio y el ruido lo ponemos nosotros. Salud.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Acabando año

He iniciado proyectos para hoy mismo. Mañana ya veré. Los voy cambiando. Y ya puestos, que lástima que amanezca. Con lo bonita que resultaba la noche. Pero ya puestos, que bonito es este amanecer. Estoy poniéndome caduco y me solidarizo con la importancia de los minutos vividos. Y de los minutos perdidos a lo largo de este año que vamos a finiquitar en unos días. Unos y otros -me refiero a los minutos- ya forman parte de mi biografía personal. Para la historia, aunque nadie la lea.
El poeta acaba de entrar. Este año ha cumplido los sesenta. Como otros. Mantiene su contrato fijo como tertuliano en los desayunos. Lo he contado otras veces.
El otoño de este año no ha parecido otoño. Mas bien ha parecido un verano tardío. Alargado o prorrogado en espera del invierno. Hay en mi jardín un membrillo con todas sus hojas como si fuera verano. Me preocupa. Un árbol que se precie tiene que pasar el invierno sin hojas. A merced del frío y del viento. El jardinero ilustrado me dice que si no bajan las temperaturas no caerán las hojas. Y es que el frío no llega a la Isla. Ni al mediterráneo.
Lo que no cambian son los días y las noches. Duran lo que toca. Como el tiempo. Pero ya estamos metidos en el solsticio de invierno y muchas cosas cambiarán. Los días se irán alargando. Amanecerá más pronto y el atardecer se hará esperar.
La oscuridad cambia sus formas. Empieza un poco más allá del horizonte y se acerca por el mar, sigilosamente, hasta la orilla. Luego sube por caminos tortuosos hasta la cima de la montaña cruzando el espeso bosque. Cuando llega a lo más alto ya es de noche. Las primeras luces del amanecer hacen un recorrido inverso.
Hay diferencias entre las tierras altas y el mar en estas cosas. Lo saben las piedras, los árboles y los pájaros. También lo saben los poetas que se adentran entre encinas y olivos centenarios para inspirarse en el silencio o en el viento. Otros prefieren reproducir lo que las olas dicen cuando llegan a la orilla. A la sombra de la alcoba de una barca marinera.
Este año hemos aumentado la familia tuitera y los seguidores del blog. Hemos escrito mucho con mayor o menor fortuna. Aquí despido este año dos mil catorce. Muy agradecido a los que me leéis a pesar de todo. El año que viene habrá más. Según el cielo y de cómo canten las chicharras. De mi mente creativa, de lo real que resulte ser la utopía. Del sonido de la flauta que el pastor toca por la noche mientras pastan las ovejas. Y de muchas cosas más que conforman la vida aunque no nos demos cuenta.
Si para Enero no estoy aquí podría ser que me hubiera tocado la lotería. Que dice un contertulio que es más fácil que te caiga un árbol encima. No sé si iba con segundas. Feliz año nuevo a todos. El último que apague la luz. Salud.

martes, 16 de diciembre de 2014

Navidad 2014

Hace dos años, por estas fechas, felicité la navidad con ayuda de mi sobrina María Antonia. Tenía diez años entonces, un buen nivel de estudios y una nota media de nueve con dos. Su maestra de Ciencias Naturales les estaba enseñando el aparato reproductor de los animales y de las plantas. Resulta que el ovario de las plantas se convierte en fruto cuando ha sido polinizado. La maestra les dijo que es el mismo viento el que poliniza este ovario que tienen las plantas para que se convierta en fruto.
Tenía otra maestra que le explicaba religión. Asignatura necesaria e imprescindible para alumnos que viven en un estado aconfesional. No es bueno que se adoctrine en las aulas y menos si son públicas. Parece ser que las maestras prepararon el temario de forma conjunta para evitar equívocos entre los alumnos y mosqueo entre los padres. Mi sobrina María Antonia dijo que la maestra de religión aseguró que con la maternidad empieza la vida. Resultaba romántico y poético. 
Que la maternidad es exclusiva del cuerpo femenino porque así lo ha querido Dios que es quién lo ha creado. La naturaleza, aquí, no pinta nada. Parece ser que la Virgen María sólo se llamaba María a secas. Lo de virgen viene a cuento de que no fue polinizada por ningún hombre. Fue cosa de Dios que le introdujo la semilla de la vida a través del viento del Norte que un buen día la rodeó por la cintura. Lo hizo nueve meses antes de finales de Diciembre. Los malos entendidos los tuvo María con un carpintero.
Llegado el momento, el hijo de Dios, vino al mundo en un establo dónde sólo había el burro con el que se habían desplazado. No había buey porque nunca lo ha habido en un establo. Ni ningún otro tipo de animal. Tampoco estaba el carpintero porque no era costumbre que los hombres estuvieran al lado de sus esposas en momentos como este. Luego sí se puso de moda. María era una mujer prometida a su esposo José y comprometida con el matrimonio vitalicio. Por eso sus labios se quedaron mudos cuando se supo polinizada con la semilla que el viento del Norte le dejó al rodearla por la cintura. El carpintero se quedó con el rostro perdido o extraviado en busca de un refugio de calma. En estos momentos cualquier cosa hubiera servido para protegerse de la situación. Algo destilado o fermentado, por ejemplo. Pero era hombre serio y responsable y cuidó de María.
El año pasado felicité la navidad con ayuda de Eugeni. Fuimos mar adentro. Dirección horizonte. Con las velas hinchadas. Esperamos una ola que nos inspirara. Volvimos al anochecer. Después de que el sol se hubiera puesto. Que es cosa importante felicitar una Navidad a los amigos. La Noche Buena es noche sosegada. Compartiendo mesa con buena compañía. Que no falte el vino, las palabras y la risa. Las miradas y la ternura. Noche de fiesta y buenas intenciones. Esa noche en la que el viento se cuela por las rendijas y deja villancicos oportunos. Reivindicando generosidad. Recuerdos y balances. Cosas buenas que habrá que repetir y otras que habrá que olvidar.
Soledades inciertas y difusas. Los que ya no están. Los que están de camino. Los que acaban de llegar. Asomarse a la Navidad para ver el Año Nuevo. Desde la orilla o desde el bosque. Ideas en la mente que alargan su sombra hasta la memoria. Papeles por escribir. Felicitaciones que dar. Trayectos que hay que andar. Caminos invisibles que hay que intuir. Tiempos apasionados de magias y hechizos. Pesadillas que el día borrará. Navidad blanca o del color que cada uno quiera. Con su aroma de turrón y villancicos. Ecos de todo un año que retumban sin cesar. Días de bellos decorados. Sol, lluvia, nubes, niebla y nieve.
Los balances para los de ciencias. Las letras para mi. Tardes de chimenea con libros y letras. El tiempo que nos devora. Este año me he citado con Pedro de Alcántara Peña. Amigos de siempre. Dice que Dios nació de noche. En plena oscuridad. Que recibieron regalos de pastores y reyes. En el establo había una chimenea con lecha de un árbol caído en el último vendaval. Buen calor que daba a todos los concentrados. Y una estrella en el firmamento que brillaba más que ninguna. Cada año se repite desde que el hombre habita la tierra.
Vale pues, Feliz Navidad y buen Año Nuevo. Salud.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Diluvio

Llegamos pasados unos quince minutos del horario habitual. Como es habitual y correcto en la Isla. Llego enseguida pueden ser horas. Lo tendré en unos días pueden ser meses. Te llamo en unos días puede ser nunca. Y así casi todo. Por eso se habla del carácter isleño. Que no se trata de hacerlo todo hoy y empezar a aburrirse a partir de mañana.
Dicho esto y a veinticuatro horas del fatídico patinazo ya tenía todos los consentimientos firmados para que me operaran la muñeca que estaba catalogada de catastrófica. Todas las pruebas habían salido bien como era de esperar. La muñeca izquierda eran unas ruinas de lo que fue por culpa de la lluvia. En la Isla no existe el sirimiri. O no llueve o diluvia. Pues eso.
De los últimos tuits que recuerdo hacían referencia a mi estado anímico y físico. Ambos tocados. La calma, a veces, transita entre tinieblas. Fui contestado en abierto y por DM. Ahora que no puedo ni conducir mis contertulios de los desayunos me esperarán en vano hasta que la niebla se disipe. Que los medicamentos me tienen la mente y el pensamiento casi abolido. Cuando escribo esto estoy alejado del mar. No lo veo. No lo huelo, ni lo oigo. Tampoco puedo llegar hasta él. Pero todavía tengo la capacidad de imaginarlo porque hay cosas que no se olvidan.
Una ventana sin vistas. Una luz de neón en la cabecera. Un tiempo parado y silencioso. Ambiente turbador de paredes blancas. Experiencias que voy acumulando para la vida. Que al final es la suma de ellas. Necesito mi cama. Mi habitación. Mi rutina. Mi sueño. Mi día y mi noche. Mi viento, mi bosque y mi mar. Esas palabras ya suenan lejanas ahora mismo. Mi otoño se ha complicado y discurre por un trozo de camino tortuoso, empinado y resbaladizo. Un trozo de mi historia con trazos desiguales y difíciles de leer. Un fermentado rancio de horas y minutos sin botín a repartir. Un tiempo subcontratado y eventual que no me pertenece pero que tengo que entretener.
Cuando una memoria confusa se hace letra y palabra pasa a la historia imperfecta de cada uno. Letras sometidas a unas circunstancias hostiles que se escriben entre más tormentas que calmas. Ya dije que las trincheras no se ven igual desde fuera. Quiero volver a ellas. Salud.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Quinientas entradas




Llegados a las quinientas entradas
pensé que el día se había acabado.
Pero amaneció otro día
joven y manso como todos.
Durante la noche triste
que iluminan las farolas,
soñé con la derrota.
Al despertar supe cómo ganar.
 
Hablé con el destino en plena calle.
Nos desafiamos.
Luego te encontré a ti,
y los recuerdos de la niñez.
Sólo el mar ha sabido imitar
el color de tus ojos.
Cuando me he sentido vacío
ha regresado el viento
y me ha dado en la cara con fuerza.
A veces lo que pienso no es lo que digo.
Es que a veces somos dos.
 
La noche es para alejarse de la vida real.
Para entrar en la vida de los sueños.
Por culpa de los ojos que se cierran.
Hace unos días empecé a vivir la vida de adulto.
Las cosas que ahora conozco pueden no ser verdad.
Las cosas que ahora desconozco pueden no ser mentira.
 
Procuro caminar en la dirección correcta.
Pero me han hecho saber
que si es para huir
camino en la dirección equivocada.
La noche no tiene ojos.
No los necesita para moverse en la oscuridad.
Y mientras mantengo cierta distancia
con el alma.
Al fin y al cabo no es mía.
 
No consigo dejar huellas
ni en la nieve ni el la arena del desierto.
Sólo un torrente de letras
atrapadas en las hojas de un libro
 llenan mis soledades
y despiertan mis inocencias.
 
El pensamiento humano nace con la vida.
Amago de vida en blanco y negro.
A pesar de la muerte. O no.
Porque es mi otoño y son quinientas entradas ya.
Salud.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Después

El exilio a mi otoño me va bien. Gracias. Atrapado en el presente pero sigo viviendo en libertad. Me gusta caminar más por el barro porque se marcan las pisadas. El sol las secará y perdurarán en el tiempo. Lo sé. Como si estuviera previsto todo de antemano. Tampoco me molesta pisar las hojas caídas de la vida. Incluso el viento ha soplado las cenizas.
Algunos días los perros ladran furiosos. No sé porqué. A todas horas. Por la mañana por la tarde o por la noche. Cuando oyen ruido o cuando escuchan el silencio. Sólo el gallo de mi vecino le canta al amanecer y luego va a lo suyo. Yo hago lo mismo. Madrugo con los pájaros, los olivos, las encinas y las higueras deshojadas. Me llevo bien con el mar y el bosque. Escribo cuando las últimas flores del limonero han caído por culpa del frío. A la espera de la siguiente primavera. Pero antes vendrá la nieve del invierno y su frío. Yo buscaré cobijo en el calor de la tormenta del fuego de la chimenea. Como siempre. Pero ahora más que nunca. Y descalzo, a todo esto.
El amanecer de hoy tiene el color de mi cuerpo tibio cuando acaba de levantarse. Fuera, amaneceres frescos que nos avanzan la inevitable llegada del invierno. Igual que las noches tempranas me acompañan el café de media tarde. Los amaneceres de niebla huelen a café con leche porque otra cosa no se ve. La densa oscuridad de la noche huele a cena y a descanso merecido. Me dice Eugeni que en las cárceles, cada vez más llenas, y los conventos, cada vez más vacíos, se desayuna temprano y se cena pronto. Mis costumbres y mi rutina, de momento, me siguen.
Después llega la noche temprana para el escritor o la tarde desmayada para el poeta. Que viene a ser lo mismo según el estilo de cada uno. Los días empiezan y acaban con la misma luz tenue. La de siempre. Que para esto se inventó. Ahora, cuando amanece en otoño, el viento sale del bosque y recorre las calles y los sembrados. Levanta olas y mueve las nubes. A la noche regresará. Se pregunta Eugeni si los dioses y diosas de la antigüedad existen todavía hoy. Él mismo se responde que si. Son inmortales y nos acompañan. Pero sólo están de moda para los nostálgicos. Los que vivimos el otoño. Así nos va. Las olas pasan la noche mar adentro. En la playa se quedan las insomnes que no paran de murmurar.
Las cavilaciones de cuando ando no son los mismos pensamientos de cuando tomo el café o cuando la tertulia mañanera con los amigos. Porque los ojos no miran al mismo sitio. Ahora miran a ninguna parte. Y las ideas me revolotean. He vuelto a la colonia de peluquería. La que nunca pasa de moda. Procuro andar en todas las direcciones. Así en algún momento del día camino en la buena dirección. Eso es. Y en mis ratos libres miro pasar el agua del rio que no se detiene por mucho que me concentre.
Los árboles sin hojas de mi otoño parecen raquíticos y débiles. Simplemente descansan para ser más fuertes el próximo verano. Ahora me paro a mirar más escaparates que antes. Después de pensarlo bien he llegado a la conclusión que me atraen las luces de navidad, los decorados con turrón y los juguetes. Cosas mías. Cuando la presión de mis pensamientos me atormenta me sujeto la cabeza con las dos manos para que no estalle. Aprieto y siento alivio. Los días que me levanto con los ojos hundidos no me afeito. Es cuestión de mantener la armonía en la cara y la dignidad de la mente. Que el otoño es una estación más.
Siempre será de día hasta que se ponga el sol. También lo ha dicho Eugeni que se lo ha dicho el poeta de la boca del metro. Añade que la inmortalidad del alma pasa por la mortalidad del cuerpo. A diferencia de los dioses de la antigüedad. Por eso nosotros tenemos mausoleos con flores secas y ellos tienen templos con velas encendidas y olor a incienso. Cuando un cuerpo muere el alma va al infierno para purificarse con el fuego. Después va a otro cuerpo y así sucesivamente. Por eso es inmortal. Como el mar.
Es un post para leer y pensar. En calma. Que las prisas en otoño no son buenas. He conocido si fue primero el huevo o la gallina. Igual que el amor o el deseo. Ahí está la respuesta. Ahora que es después voy a hacer otra cosa o nada. Salud.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Sesenta

Amaneció la primera mañana del mundo para mi. A las seis y diez de la tarde del día cinco de Noviembre. Esa vida que tiene todos los minutos iguales y todos los días distintos. Tarde anochecida anticipadamente porque era otoño. Con calles de farolas insuficientes y esquinas en penumbra.
A las seis y diez de la tarde, decía, se escuchó un grito estremecedor. De los de coger aire para que la vida no se escape. De esos. Luego vino un llanto largo. Sin eco y sin sombra. Es que me di cuenta de que la vida por dentro no tiene nada que ver con la vida que te has imaginado cuando estás fuera. Pero ya estaba dentro y sólo se sale con la muerte.
El otoño de la vida es distinto al resto de las estaciones. Más intenso. Cosas por hacer sin tiempo. Ahora mi respiración va acompasada con la vida. Con las emociones y con los sentimientos. La armonía del equilibrio que se consigue con la experiencia. El color de los ojos me cambia según la luz del momento. Pero la mirada va cambiando según la edad. Tranquila y experimentada. Que igual que mira dice aunque los ojos estén medio cerrados. De la mirada ingenua y azulada de antes a la mirada determinante con matices de ahora.
El olor a calostro y nenuco ha dado paso al olor de puesta de sol. De lluvia y viento. De incienso funerario. Te mantienes fuerte como un caballo de picar porque te protege la experiencia acumulada. Un ir y venir desde el centro de la plaza hasta los chiqueros y los burladeros. Levantando, al paso, arena amarillenta que mantiene huella. Soy un desconocido más que forma parte de la gente mayor. Que mira el tiempo pasado en los escaparates de la vida en calles poco iluminadas. Con paso de costumbre y rutina y la sombra fiel que no te deja ni los días nublados.
Me dice el poeta que ahora tengo que aparentar que sé más de lo que digo y escribo. Estoy de acuerdo. Y mientras fuera se acumulan hojas arremolinadas por el viento de otoño. Que se mojan con la lluvia. Cuando escampe las recogeré. O no. He cambiado las trompetas y tambores y verbenas por las puestas de sol y la marcha Radetzky. Es la última pieza que se escucha en el concierto. Pero te dejan participar dando palmas. Días huérfanos que aprovecho para amamantar recuerdos. Mientras se consume la leña en la chimenea y el humo sube recto como un ciprés. La rectitud del momento. Y mientras escribo esto han caído las últimas flores del limonero por el frío. Pero sé que en primavera saldrán otras.
Ando despacio. No quiero que descubran mi prisa por la vida. Con los minutos me he puesto a construir horas y días. He subido a la bicicleta para pedalear quimeras y pasearlas por las calles de luz nublada. Luego he descansado en un bar sorbiendo un café. He aprovechado para interrogar al pasado. Sin reproches, con buen rollo y esas cosas. Levanto la vista y observo. He cepillado los zapatos y los ha lustrado. El polvo antiguo no me dejaba andar bien. Sigo madrugando como los gorriones que me miran desde las ramas de las encinas y los olivos. Los tordos también madrugan con el crepúsculo para ir a las trampas.
El mar aguantará el invierno con sus tempestades. El bosque hará lo propio con los árboles hacinados con sus sombras. Esperaré cualquier cosa o nada de este otoño que acabo de inaugurar. Un exilio obligado e inteligente rumbo al oeste persiguiendo la puesta de sol. Porque los dioses también pasan el otoño en la Isla. Salud.

martes, 4 de noviembre de 2014

Sor Margalida

A propósito de un caso. Como se dice en el argot de mi profesión cada vez que alguien quiere exponer un tema concreto basándose en hechos reales ya vividos.
Pues resulta que Sor Margalida es una monja de la orden de las monjas de la caridad. Nacida en Binissalem (Mallorca). Se hizo monja y luego estudió enfermería en el Hospital de Son Dureta de Palma. Ahora el hospital se encuentra en fase de degradación rápida por expreso deseo de un tal Bauzá honorable. Terminada la carrera de enfermería se preparó para acudir al servicio de los demás por una de esas llamadas internas de la vocación y de Dios. Según cuenta. Esta llamada la llevó, con veinticinco años, a algún rincón inédito del Perú. Allí ha compaginado la pastoral y la sanidad bajo el nombre de "misionera". 
Hace unos meses que Sor Margalida Colmillo, a la cual me une parentesco familiar por parte de madre, ha regresado a su pueblo natal de Binissalem con motivo de su sesenta y cinco cumpleaños y su jubilación legal. Recibió el cariño de familiares y amigos. También recibió el reconocimiento del Consistorio a toda una vida entregada al servicio de los más necesitados. Una fiesta. Una misa. Una placa conmemorativa y otras cosas típicas de este tipo de eventos. Pasó con nosotros unos quince días en los que se le intentó persuadir para que se quedara lo que le quede de vida. Que vistas las cosas y cómo se conserva puede ser mucho.
Se ha entretenido con todos los que han querido saludarla y ha contado cosas bonitas que hace como misionera en Perú. Nadie ha podido convencerla de que se quede. Ha explicado que lo suyo es vocacional pero que también es un oficio. Que se empieza y se termina cuando uno se muere. Nunca se jubila uno de eso. Ella tiene su vida y otra familia al otro lado del atlántico que requieren su atención. Que vivirá haciendo lo que sabe hacer con los suyos. Y que no volverá nunca más. Que allí la cuidarán si enferma y le darán cristiana sepultura cuando se muera. Punto.
Han sido unos días largos, entrañables y sensibles. Paseó por las calles de su pueblo y recordó su infancia. Visitó la tumba de sus padres y otros. Se puso a punto consigo misma para regresar donde una vez fue llamada.
La coincidencia hizo que pasara lo que pasara con unos misioneros en África que fueron repatriados a petición propia para morir en una cama de hospital de la capital. Ella nunca entendió esa forma de ser "misionero". La suya es bien distinta. Va a regresar al lugar donde ha invertido sus conocimientos y su vida. Ahora mismo ya se encuentra en Perú. En algún lugar inédito que ella considera su casa.
Escribo esto ahora para no hacerlo coincidir con estos otros sucesos ya conocidos y mencionados. No todos los misioneros entienden su vida pastoral de la misma manera. Resulta evidente. Y para que no hubiera malos entendidos. Yo pienso igual que ella y me resulta repugnante lo de otros. Que quede constancia a propósito de un caso. Del caso de la monja de la caridad Sor Margalida Colmillo. Salud.  

viernes, 24 de octubre de 2014

Mente excluida


Desglosó el olvido
entre laberintos
de penumbras mudas
y no encontró la verdad
de nada.
 
Como si el tiempo
se hubiera acabado
negligente y funerario
recuerdo cobarde
que se aparta.
 
Probé entonces
de hacerme el ignorante
se me negó la entrada
al tiempo mezquino
que ya no habita la mente.
 
Encontré metáforas
y las quise descifrar
pero me faltaba el aire.
Las imágenes sin sombra
en blanco y negro
quietas sin hacer ruido.
 
Como un paseo
entre mausoleos de mármol
y olor a moho eterno
como un amago de vida
o una búsqueda infructuosa.
 
El orgullo del olvido
intransigente.

Imágenes eternas
que conviven en silencio
para poder descansar.
El aire se mueve
pero se mantiene al margen.
El alma se mantiene
flotando en el aire
mientras los recuerdos
se alejan inadvertidos.

Hay ratos de fortuna
que volvemos a la vida.
Miré atrás y no pude ver
los días que se fueron.
Como historias de aventuras
en libros cerrados
y colocados en estanterías. 

Hay orden pero no hay ruido.
Como en la profundidad del mar.
Donde nacen los peces
y descansan los muertos.

El nombre del libro
viene escrito en la solapa.
El de los muertos
en la piedra o en la madera.
También el nombre del libro
se borra si nadie lo abre y lee.
Los días vividos desaparecen
y con ellos las historias
para recordar y para olvidar.

No sé tocar el piano
pero sé colocar de forma adecuada
los dedos sobre los agujeros
de una flauta dulce.
Los días se repiten
pero no sus momentos.
La vida sólo se vive una vez.

Cuando las noches son insomnes
los días se repiten.
No sé muy bien porqué.
Mientras amanece
no miro al sol.
Me fijo en las cosas
que la luz vuelve visibles
con sus sombras alargadas.

El jardín de casa guarda las flores
pero no puede hacer lo mismo
con el aroma que el viento esparce.
Voy girando las páginas 
de la vida.
Pero los capítulos del libro siguen.
Mañana leeré otros
pero ya no será lo mismo.
El tiempo que estuvo en mi
ahora es otro.

Escucho el viento
y el ruido de las olas que llegan.
Una y otra vez.
Puedo oler la grandeza del mar azul.
Algunas vivencias producen lágrimas.
De alegría o de tristeza.
Pero nada me es indiferente
porque todo es irrepetible.

Subí a la cima
en busca del viento
y me encontré la lluvia
de una primavera anticipada.
Aproveché el lugar
para conocer a los dioses de los clásicos.
Escucho el eco
de lo que dijeron los filósofos.
Yo también he sido
muchos hombres
y he tenido distintas edades.
He disfrutado 
de la tranquila arena del desierto.
Horizontes de dunas que se alejan.
Como el horizonte marino
que cuanto más te acercas
él más se aleja. 

He tardado tiempo en saber
la razón de la vida.
Todavía tengo dudas.
Intuyo que la sombra del ciprés
es alargada para mostrarme el camino.
Impresiona su rectitud
como metáfora de la razón de la vida.

Hay días que el silencio es cruel.
Otros días es un alivio.
Tengo dudas de la razón del silencio.
Pero realza las emociones.
El desierto carece de sombras.
El bosque está repleta de ellas.
La noche no tiene sombras
porque está formada de oscuridad.


miércoles, 8 de octubre de 2014

Nosotros mismos


Viene el rio a morir al mar,
exhausto.
Reflejando paisajes,
recogiendo hojas
en su recorrido.
Le hablo de ti
para que lleve las palabras
en su agua transparente
y su fondo de piedras.
Baja rápido y se entretiene.
Como las nubes y el mar,
como el aire que respira,
como el pensamiento.
Llega a la noche de la nada.
Al garabato indescifrable.
A la palabra sin sentido.
Y se pierde
en la grandiosidad del mar.
Desaparecen los paisajes
las hojas y las piedras.
Hasta la ceguera infinita.
Ha recorrido mucho desde la montaña.
Se ha detenido en los recodos.
Día y noche sin parar.
Monotonía y desvelos.
Muere en el mar.
Resucita en el mar
pero ya es otra cosa.
Nosotros mismos.


lunes, 22 de septiembre de 2014

Descalzo

El verano va dejando de ser lo que era o lo que fue para ser otra cosa. Ser otoño, sin más. Aunque está por ver qué tal lo hace. Que ya sabemos lo que ocurre con esas cosas. Se suele ser pero no se suele ejercer. O más o menos. Fechas oficiales al margen, el verano sigue aunque estemos en otoño. Con lluvia o sin lluvia. Tomando el sol en la playa o haciendo senderismo por la montaña. Pues eso.
Y como quiera que ha llegado la lluvia, por fin, aunque nadie sabe cómo ha sido, me encuentro detrás del ventanal de casa, el que da al jardín, con un libro de entre manos de esos de lluvia. Me explico. Esos libros de papel, en rústico fino y tapas blandas, y una acumulación de letras de esas que sólo sirven para matar el rato que llueve. Y nada más.
Un libro de lluvia o de tormenta. Esas tardes noches que no sabes muy bien si estás al final del verano o al principio del otoño. Porque llueve de otoño pero hace calor de verano. Cuando la lluvia cae (canta Mari Trini). Cuando la oscuridad llega antes (hemos llegado al Equinoccio). Y esas cosas de entre tiempo.
Ahora toca recogerse un poco antes y hay que aprovechar el tiempo. Aquí es cuando entran en escena estos libros de lluvia que matan el tiempo desapacible y luego no los recuerdas. Y entre libros escritos con letras de paja están los que llevan letras escritas con tinta. Con argumento y con provocación de pensar. Dice uno que como los políticos van faltos de cultura y además no leen prefieren inaugurar cosas que llevan tiempo funcionando. También para matar el tiempo. Porque están ociosos y presuntos imputados de alguna cosa. Que para eso se dedican a la política.
Ya llevo un rato descalzo porque hace un rato que decidí coger papel y pluma y escribir algo. Aprovechando que las sinapsis no están bloqueadas por el calor. Con esa letra de monja que me han dicho que tengo. Y llevan razón porque Sor Juana y Sor Catalina me enseñaron a leer y a escribir. Y la lectura con entonación. En una aula grande del convento que tenían en la plaza de Quadrado de Palma. Ahora es un hotelito de interior de ciudad y un bareto de variados y cañas. Lo de la entonación viene a cuento de saber pasar de puntillas sobre algunas cosas que dices o enfatizar otras de mayor importancia.
Me ha dicho Eugeni esta mañana que cultivo un subgrupo literario llamado relato en breve. De capital. Que los de pueblo escriben sobre otras cosas y de distinta manera. Aunque también debieron aprender con monjas. A lo mejor lo ha dicho al revés. No lo recuerdo bien. Pero algo de esto ha dicho porque le tengo confianza y escucho sus consejos. Y los viernes, como todos los viernes, quedamos en una hora de tarde avanzada en el banco de la Plaza de Cort. Conocido popularmente como el banco del "...si no fos...". Tenemos ruta cultural por las calles estrechas del casco antiguo de Palma de la mano de Gaspar Valero Martí. Nos cuenta la historia de Palma y más.
La escritura rústica o íntima es para las tardes de lluvia de otoño. Como hoy. Que llueve sobre tierra demasiado seca y se encharca. Y luego no la puedes pisar por acumulación de barro. Escritos sobre damas despechadas. Señores paseando cuernos con elegancia. La erótica de criadas y cocheros en la penumbra de los patios. Momentos piadosos de Semana Santa con cartas comprometidas entre monjas de clausura y militares. Que otra cosa no había.
Y a todo esto he pasado el día en Deià. He nadado en su cala y he dormido en uno de sus hotelitos con encanto entre extranjeros que vienen a ver la casa de Robert Graves. A escasos metros de la iglesia y de su pequeño cementerio también con encanto. Con un fuerte viento que se ha deslizado por entre las calles y ha entrado en la habitación por la ventana. No ha faltado la puesta de sol con colores caprichosos de esos de enamoramientos. Mañana tocará visitar el Oratorio de Miramar que l'Archiduc hizo construir en memoria de Ramón Llull y que un rayo de otoño ha dejado en estado ruinoso. Salud.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Deseos

Dice un contertulio, ya de buena mañana, a propósito de que ahora es el tutor legal a tiempo parcial de su nieto, que la niñez es valiente entre tanto adulto que te dice constantemente lo que tienes que hacer y cómo. Seguramente es así visto desde el papel de abuelo activo porque toca. Resulta que dice que hay instantes de su vida que se repiten gracias a los recuerdos. Y que no le falten. Sus recuerdos, más que nunca, afloran gracias al nieto. Otra educación con las mismas bases pero con distintos medios. Retocada, ampliada y mejorada de la primera. La de sus hijos.
Casi nada lo que dice el contertulio de buena mañana. Educar los valores de siempre a dos generaciones posteriores y sin haberte reciclado. Una aventura que le deja extenuado cuando llega la noche. Las ansias de vivir de uno y otro es la misma. Uno de forma rápida y casi alocada sin pensar en consecuencias. El otro de forma más pausada y tranquila y razonando las consecuencias de cada decisión. Es lo que tiene vivir la vida siendo abuelo jubilado activo con nieto hiperactivo.
En uno la felicidad va directamente relacionada con la despreocupación. En el otro, la búsqueda de la felicidad, va en relación al grado de responsabilidad. Entre todo está esa niñez valiente entre tanto niño. Que esta es otra. Convivir con el nieto implica convivir con otros niños y sus progenitores que puede resultar más complicado que convivir sólo con adultos porque muchos demuestran no haber evolucionado por lo que dicen y lo que hacen. Realmente preocupante.
Ha dicho el contertulio de buena mañana, después de sorber los posos del café, en sus deseos de agradar, que el llanto de los bebés o de los niños pequeños, son llantos de soledad. Nos ha desarmado. Ha sido como un pájaro exótico de oriente cuando bate sus alas. Provoca un fuerte vendaval que agita el mar, las ramas de los árboles del bosque y las conciencias de las personas. Sus palabras, ocurrentes o no, entraron para quedarse. Tomé nota para hablarlo con el mediterráneo a media tarde. Casi al anochecer de algún día cuando el sol todavía no está puesto. Quizá en primavera o en otoño. Uno de esos días que el viento aprovecha para limpiar el cielo de nubes. Porque también se dedica a esto.
Esos días invernales en que el sol se comporta de forma rústica. Con calor de hoguera de infierno. Es el momento adecuado para que el mediterráneo te escuche con claridad y te conteste con olas mansas y rojizas de sol bajo y cansado. Que cuando el sol está bajo alarga la sombra de olivos y encinas y te llega a la orilla donde te sientas en la roca del poeta.
El abuelo activo, representante legal a tiempo parcial del nieto hiperactivo porque sus padres tienen que trabajar, se agobia. Porque el abuelo tiene la edad legal de descansar o de tomarse la vida con otra filosofía. Pero no puede, por responsabilidad. Y sigue sacando fuerzas de flaqueza para cumplir dignamente. Lucha y gana, y aún ganando, no percibe felicidad. Igual que el que pierde. Echa en falta el deseo y las ganas de  desempeñar un trabajo para el que no necesita ni se le exige un título universitario. Simplemente sentido común y abnegación.
Ha decidido hacer un añadido al testamento para dejarle el alma a ese nieto que ahora cuida a tiempo parcial. Con mano firme y sin mal criarlo porque se lo han dicho los progenitores. Pero los abuelos jubilados están para todo lo contrario. Que así le recordará el nieto. Algunos sentimientos pasan en un susurro escueto. Pero dejan un eco imparable. Seguramente son deseos. Ese abuelo que con el tiempo ha forjado una jaula de oro y plata, cómoda y bonita, para vivir la intimidad de la jubilación. Y la jaula está sin estrenar. La intimidad también. El momento legal no se coincide con el momento real. Hasta que no vuelva a ser el jubilado despreocupado que espera la llegada del juicio final no habrá más puestas de sol que admirar. Ni amaneceres. Siguen siendo deseos no cumplidos.
Sólo hay nubes y lluvia de finales de verano que suplantan el día soleado. Ha dicho el contertulio de buena mañana que pronto los niños empezarán la escuela. Entonces el deseo de vivir la jubilación a tiempo completo se cumplirá. Con las prisas del nieto se le olvida coger la sombra y sale sin ella. Y si va con prisas, la sombra no le puede seguir. Así las cosas, el sueño de los sabios transcurre siempre de noche. Que la sabiduría viene de haber soñado con la derrota. Salud.

 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Poeta II

Una mañana se encontró indispuesto y lo llevaron a urgencias. El médico le pidió que dijera treinta y tres. Lo dijo y lo ingresó. Al día siguiente le pidió que tosiera. Se negó y firmó el alta voluntaria. Regresó al pueblecito costero justo a tiempo para ver la puesta de sol. Es que el poeta Fulano es de letras. Caramba.
Y va pasando el verano casi sin darnos cuenta. El poeta disfruta los segundos como si fueran los únicos de su vida. El verano se acerca a su fin pero no así el calor. Que sigue apretando y nosotros en remojo. Las horas de luz son menos y los novios aprovechan la oscuridad temprana y el amanecer tardío para quererse. Ya sólo faltan las fiestas patronales en tres pueblos de la Isla. Los rezagados. El poeta Fulano no va de fiestas ni de verbenas. Ha descubierto la tumbona del porche y las veladas de tertulia con velas y Brandy. Le seduce y se inspira.
Por la mañana lee la prensa local en el bar de Pepe mientras toma café y unas tostadas. También ha descubierto la ensaimada el puñetero. No entiende que la consellera de talla grande inaugure unas huelgas antes que el curso escolar. El año que viene gobernarán otros o no tendremos poetas que nos sucedan. Ambos hemos leído mucho este verano. Pero tenemos una pila de libros pendientes recomendados. Habrá que echar mano del otoño. Que también es tiempo propicio para la lectura junto al mar.
Cada noche piensa el sueño el poeta. No le gusta improvisar. Que después los recuerda y es como si hubiera vivido dos veces. Se quiere llevar el mar a la capital. El pescador le ha regalado una caracola. Dice que la pondrá sobre la mesita de noche para escuchar las olas antes de dormirse. Todo en él es algo único. Lo que dice. Lo que hace. Lo que piensa. Lo que escribe. Y todo eso que sigue.
Se marcha el poeta Fulano, porque no ha querido que diera su nombre, con lágrimas. Se lleva recuerdos y amigos. Sonidos y olores. Se lleva en la memoria el mar mediterráneo. Las puestas de sol sobre el horizonte del mar. La seguridad de que volverá. Las siestas de bochorno y el mareo del mar cuando navegó en barca. Los buenos días de las gentes y los escritos en la orilla mientras las olas le roban las huellas y la sombra. Que te vaya bien, poeta. Salud.


lunes, 1 de septiembre de 2014

Poeta I

Hay un fulano que veranea aquí. Que escribe muy bien, por cierto, y del que se dice que su vida y su obra van unidas a su sombra. Desde el principio de los tiempos. Incluso cuando llueve. Es glorioso en su creación literaria. De rima intensa sólo comparable al mar en ocasiones de tormenta. Un maestro que ha sabido domar su pluma y la tiene adaptada a su mente. Piensa y escribe. Vive y vuelve a escribir. Habla y sigue escribiendo. Su pluma se enamora del papel. Se insinúa. Se desliza sobre el folio con trazo firme. Como cuando acaricias. Ha llegado a afirmar que está enfermo de letras y rimas.
Pues resulta que Don Fulano, cuyo nombre no me ha permitido desvelar, a venido a recalar en el ya famoso pueblecito costero y pintoresco donde yo tengo una casita con porche y tumbona. Y Pepe regenta el bar desde el que puedes tomar café mientras ves amanecer. Ha sido mi vecino y ha estado viviendo un poco más cerca del mar que yo. Un lugar con mar, amanecer, montaña y bosque con acantilado. Donde se puede contemplar la puesta de sol porque el mar sí te deja. Con permiso de las olas y las nubes que no siempre colaboran.
Se ha hospedado en casa de Eugeni. Vecino mío. En la última casa antes de que empiece la orilla del mar. En el otro lado hay un solar de chumberas que ahora mismo están los higos para comer. Don Fulano va de poeta porque es poeta. Los poetas van de poetas o no lo son. En una de las tertulias a la sombra de una encina, que aquí abundan mucho, y el mediterráneo actuando de testigo, sorbió un café acompañado de una generosa copa de Brandy Suau. Al poco rato su mente se paseaba perdida tranquilamente entre tinieblas y penumbras. La lengua no le respondía y más que desenvolverse con soltura se arrastraba entre dientes y labios agarrotados.
Así las cosas, Don Fulano poeta, empezó a largar sin miramientos y sin rima. El resto de contertulios haciendo esfuerzos para entenderlo. Que lo que decía tenía que ser interesante. Los jubilados todavía hablan rumores de él porque fue memorable. Decía Don Fulano que había estado de contertulio en el Gran Café de Gijón. Hace tiempo. Después de venir del otro lado del atlántico y pasar por el Ministerio de Cultura de asesor. Soltero como concepto de algo natural y necesario para no perder espacios de libertad. Estuvo enamorado de una actriz de cine y que cantaba coplas en un corral. Y sigue enamorado de las letras de Chejov. Poca cosa más.
Tiene unos cuantos libros que llevan su firma. Ahora escribe columnas y colaboraciones en prensa. Tiene su punto de fama entre los círculos literarios. Habla y actúa mientras el sol se pone a sus espaldas. Una vez leí que Umbral había escrito de él que había dicho que leía las críticas un años después de haber sido publicadas. De tal forma que ya no le importaban tanto si eran buenas como si eran malas. Una forma de sobrevivir.
Sólo estuvo con nosotros poco más de una semana. Un día lo metimos en la barca y pusimos proa al horizonte. Al salir del puerto vomitó tanto como pudo. Lo devolvimos a tierra firme en estado agónico. Lo paseamos por el bosque de encinas, olivos y pinos. Algunos algarrobos y pocas higueras. Percibió el susurro del aire cuando pasa entre las ramas. Lo escuchó y le gustó. Más que el de las olas. Que es un poeta de tierra adentro. Tomó notas. Le procuramos una vida intensa. Escribió tanto como quiso o tanto como le dejamos. Pero eso fue cuando le escondimos el Suau. Que así son algunos poetas de fama. Dijo que también había hecho teatro. Sin duda. Hay una crítica que dice de él que el personaje que interpretó era mejor que el personaje del guión. A ver.
Hemos descubierto que es un clásico y un romántico. Un creador de textos con rima muy imaginativo. De izquierdas, claro. Ha venido a descansar invitado por Eugeni. Pero no le hemos dejado. Un poco de siesta en el momento en que el calor no te deja otra alternativa. Eugeni también tiene porche y tumbona. Y se la ha prestado. Los chavales más gamberros le tiran bolitas de papel ensalivado con un canuto de bolígrafo Bic. Él levanta la mano inconsciente como quien escampa moscas que no ve. De pequeño fue monaguillo. El cura se rompió un pié y las campanas de su pueblo no tocaron las horas durante veinte días porque él no tenía fuerza para moverlas. Los jubilados miraban al cielo como hace el pescador. Salud.
 

martes, 26 de agosto de 2014

Sabor

Me he entregado al día y a la vida de una forma casi inconsciente. Un poco antes del amanecer. Veremos cómo acaba. Que esta es otra. He salido de casa en modo "llevarme bien con todos". Sin impulsos de enfado ni de resignación. Dispuesto a colaborar. Simplemente.
fotografía de Toni Negre
El exceso de detalles hacia la vida y viceversa puede resultar empalagoso. Un punto de imaginación que siempre le falta a la realidad y nada más. Cuestión de equilibrio. No me cuestiono la vida pero si alguna de sus ocurrencias de cada día. Después de escuchar las noticias de la radio convengo con Schopenhauer en que "el mundo se mantiene por su propia destrucción". Y ahora ya podéis romper el silencio. Pero razonando y sin molestar. Criticar mucho que relaja bastante.
Oigo murmullos de brisa y de mar. Observo los gestos de las ramas y de las nubes. Ando por entre la oscuridad y el silencio para pasar desapercibido. No veo el sol porque las nubes lo tapan. Pero es previsible como nosotros. Por eso sé que está.
He descrito el mar de todas las formas que he sabido. He hablado de él en todos los sentidos. Tenía una idea previa de su sabor. Pero el otro día descubrí que el mar tiene más de un sabor. Es un sabor intenso en forma de ortigas de mar rebozadas. Concentran tormentas y calma. Marea y corrientes. Olas y brisa. Sabe a todos los colores que tiene. Incluso se nota su carácter en el paladar. Todo esto en Ciutadella de Menorca. Salud.  

domingo, 17 de agosto de 2014

Las portadas

A propósito de un amanecer angustioso. Está la prensa esta mañana sobre la mesa. La gente cada día la ojea menos. En el bar de Pepe tienen la mitad que hace dos años. Allí está. Y la televisión de la pared está muda. Sin voz. Es un complemento más. Me llama la atención como algunos mueren en las noticias y con elogios. Otros, en cambio, prefieren morirse en la intimidad de una cifra. De forma anónima. Sobre todo los niños que mueren en las guerras sin saber lo que son y sin hacerlas. Las miserias del homo sapiens otra vez en las portadas. Y nadie se ruboriza. Así empezamos el desayuno antes de entrar en las trincheras.
Lo dejaré como una ocurrencia de la  paradoja. Al fin y al cabo mañana o pasado mañana ya no estarán en las portadas porque otras miserias más recientes serán noticia. No estarán ni en las páginas del interior porque habrán dejado de ser noticia. Carne fresca cada día. La fama efímera. Si se puede llamar fama a según qué cosas. Ahora empieza el trabajo del historiador y del contador de leyendas me cuenta mi amigo Gaspar Valero Martí con el que comparto paseos por el casco antiguo de Palma. Y puestas de sol en los sitios del Archiduque Luis Salvador de Austria. O cena de cualquier cosa en la cala de s'Estaca.
Escribirán la historia de lo ocurrido. Pero las cosas se recordarán por las leyendas que se inventen y que pasarán de boca en boca. La realidad, la ficción, la leyenda y la mentira aposta al servicio de la cuenta de resultados. Son escritos con segundas. Pelín morbosos. Con maledicencia. Un empezar la frase y dejarla a medias por aquello de que pienses lo que quieras que sea lo que sea yo no lo he dicho. Porque yo no digo nada. Esta entrada no pretende crueldad. Salvo que la muerte lo sea. Que no lo creo.
Dice el locutor que hace no sé cuantos años pusieron un muro en Berlín. Para que nadie pasara. La gente pasó. Otros lo intentaron y murieron en el intento. Pequeñeces del homo sapiens. Pero también el muro fue efímero. Duro poco pero demasiado. El pueblo volvió a actuar de figurante en las actuaciones políticas. La tertulia coge buen ritmo y Raúl dice que sus tomateras han cogido un mal. Que ha tenido poca cosecha. La importancia de las cosas depende del punto de vista. Y todos son importantes. Prioridades de la vida. La existencia del homo sapiens es circunstancial. Pero para los que ocupan portadas es trascendental.
He decidido solicitar mi propio aforamiento. Debo ser el único español que no lo tiene. Y a mediodía va y sale el sol. Las nubes se han ido. O el viento las ha retirado. Que tampoco me he fijado mucho. La cuestión es que hace más calor que antes. Más seco pero con más bochorno. Un amigo que hace tiempo que no leía dice que, "con sólo verte, ya te sé. Y cada día te sé más y mejor". Es Álvaro Pombo. Siempre a lo suyo. Cuidando su peinado de monasterio, su barba blanca y su poco pelo. Escribiendo interesanteces cuidadas de las que disfruto. Todo lo contrario del periodistillo ese del Harmann que dice que si unos ganan matarán a los otros. Este homo sapiens no sabe que estamos en el siglo XXI. Puro facha con fallos de funcionamiento y sin capacidad de pensar.
Uno se hace ateo, entre otras cosas, para no tener que hacer penitencias.  Pero no es así. Interminables penitencias por lo mal que hablan algunos y por los rumorosos silencios de otros. Y los antropólogos a lo suyo. Nos otorgan el título de homo sapiens sapiens. Tiene tela.
Me hago un reset en profundidad y regreso al pueblecito costero que ha resultado ser un buen refugio para situaciones como estas. A la casa con porche y tumbona y que tiene el mar como vecino. Y cuando llegue la noche, que lo sabré porque saldrán las estrellas, me acercaré al bar de Pepe a tomarme un mojito y a escuchar música de mi tiempo. Con tertulias que rozan el cotilleo sin malicia. El homo sapiens sapiens cayendo en la insignificancia. Salud.

jueves, 14 de agosto de 2014

Leyenda

Empieza a atardecer. Es el final de una sobremesa larga. En Valldemossa, además, empieza a refrescar. Siempre lo hace antes que en otros sitios. Cogemos un sendero tortuoso de piedras y tierra. O tierra y piedras según cada cual. Avanzamos a la sombra de las encinas. Y algún pino. También hay algarrobos, por si alguien tiene curiosidad. El camino debió de ser muy bueno en tiempos del Archiduque Luis Salvador de Austria. Ahora son restos descuidados por el Consell de Mallorca. Sólo se preocupan los excursionistas comprometidos y los amantes de la naturaleza y esas cosas. Casi una hora de camino para llegar a uno de los miradores preferidos por l'Archiduc.
Cuando estás allí entiendes el porqué se enamoró de la magia de Mallorca y del mar mediterráneo. Hizo construir una pared seca al borde del acantilado. Con unos pilares laterales a modo de una ventana al horizonte por donde se pone el sol.
Estos sitios se mantienen en silencio. Porque hablan con palabras silenciosas. Sólo disfrutan del lugar los que saben interpretar todo esto que escribo y digo. El movimiento de las ramas. El aire manso y el fuerte viento. El ruido de las olas que llega a duras penas. Revolotear de pájaros y mariposas. Olores de monte seco y de acantilado. Aroma y color de puesta de sol. A estas horas las emociones impregnan el alma. Tanto que se habla de ella y todavía no la tenemos ubicada. El sol se pone rojo antes de entrar en el mar. Y se refleja desde el horizonte.
No hace falta ningún esfuerzo para emocionarse. Desborda belleza todo ello en su conjunto. Recuerdos de niñez cuando subíamos con los abuelos maternos. Los abuelos paternos vivían al lado de un convento de clausura en Palma. Desde un quinto piso podía ver la armonía de un jardín de clausura. Es distinto a los demás. Sus moradoras en silencio como requisito. Como en el acantilado del mirador. El recogimiento como una necesidad en ambos sitios. Ahora en el mirador confundo los recuerdos.
Me siento en una piedra. No hay otra cosa. Es la misma de siempre. Y de cuando era pequeño. Aparece una mágica turbación de la mente. La reflexión. La naturaleza habla con sus sonidos tan característicos. El aire perfumado de bosque y de mar. Y de puesta de sol consumada. La belleza se convierte en fascinación. La sabiduría también se nutre de momentos como este. No te puedes morir sin haber visto una puesta de sol de cualquiera de estos miradores de l'Archiduc.
Las siguientes generaciones también tienen derecho a contemplar esto. Pues a ver cómo gestionamos el mundo para que perdure y sea habitable. Esos colores de después. Como la sonrisa al contemplar los rosales en flor. La mística de la intimidad. Historias y leyendas de estos lugares. Porque son mágicos. El sol cuando se pone te mira igual que tú a él. Te das cuenta. Quedan los colores de los enamoramientos. De cuando el silencio se calla para que hablen las manos. Las miradas sólo ven siluetas de penumbra y a contra luz.
Luego toca bajar. El camino de vuelta es más rápido. Pero no es más corto. Siempre es así. Es el camino de la luz de la luna. Porque no hay otra cosa. Vuelves a caminar por la sombra de las encinas. Tengo que conservar esta ventana que da al mar y a su horizonte. Otros vendrán en verano a lo mismo. Salud.