A propósito de un amanecer angustioso. Está la prensa esta mañana sobre la mesa. La gente cada día la ojea menos. En el bar de Pepe tienen la mitad que hace dos años. Allí está. Y la televisión de la pared está muda. Sin voz. Es un complemento más. Me llama la atención como algunos mueren en las noticias y con elogios. Otros, en cambio, prefieren morirse en la intimidad de una cifra. De forma anónima. Sobre todo los niños que mueren en las guerras sin saber lo que son y sin hacerlas. Las miserias del homo sapiens otra vez en las portadas. Y nadie se ruboriza. Así empezamos el desayuno antes de entrar en las trincheras.
Lo dejaré como una ocurrencia de la paradoja. Al fin y al cabo mañana o pasado mañana ya no estarán en las portadas porque otras miserias más recientes serán noticia. No estarán ni en las páginas del interior porque habrán dejado de ser noticia. Carne fresca cada día. La fama efímera. Si se puede llamar fama a según qué cosas. Ahora empieza el trabajo del historiador y del contador de leyendas me cuenta mi amigo Gaspar Valero Martí con el que comparto paseos por el casco antiguo de Palma. Y puestas de sol en los sitios del Archiduque Luis Salvador de Austria. O cena de cualquier cosa en la cala de s'Estaca.
Escribirán la historia de lo ocurrido. Pero las cosas se recordarán por las leyendas que se inventen y que pasarán de boca en boca. La realidad, la ficción, la leyenda y la mentira aposta al servicio de la cuenta de resultados. Son escritos con segundas. Pelín morbosos. Con maledicencia. Un empezar la frase y dejarla a medias por aquello de que pienses lo que quieras que sea lo que sea yo no lo he dicho. Porque yo no digo nada. Esta entrada no pretende crueldad. Salvo que la muerte lo sea. Que no lo creo.
Dice el locutor que hace no sé cuantos años pusieron un muro en Berlín. Para que nadie pasara. La gente pasó. Otros lo intentaron y murieron en el intento. Pequeñeces del homo sapiens. Pero también el muro fue efímero. Duro poco pero demasiado. El pueblo volvió a actuar de figurante en las actuaciones políticas. La tertulia coge buen ritmo y Raúl dice que sus tomateras han cogido un mal. Que ha tenido poca cosecha. La importancia de las cosas depende del punto de vista. Y todos son importantes. Prioridades de la vida. La existencia del homo sapiens es circunstancial. Pero para los que ocupan portadas es trascendental.
He decidido solicitar mi propio aforamiento. Debo ser el único español que no lo tiene. Y a mediodía va y sale el sol. Las nubes se han ido. O el viento las ha retirado. Que tampoco me he fijado mucho. La cuestión es que hace más calor que antes. Más seco pero con más bochorno. Un amigo que hace tiempo que no leía dice que, "con sólo verte, ya te sé. Y cada día te sé más y mejor". Es Álvaro Pombo. Siempre a lo suyo. Cuidando su peinado de monasterio, su barba blanca y su poco pelo. Escribiendo interesanteces cuidadas de las que disfruto. Todo lo contrario del periodistillo ese del Harmann que dice que si unos ganan matarán a los otros. Este homo sapiens no sabe que estamos en el siglo XXI. Puro facha con fallos de funcionamiento y sin capacidad de pensar.
Uno se hace ateo, entre otras cosas, para no tener que hacer penitencias. Pero no es así. Interminables penitencias por lo mal que hablan algunos y por los rumorosos silencios de otros. Y los antropólogos a lo suyo. Nos otorgan el título de homo sapiens sapiens. Tiene tela.
Me hago un reset en profundidad y regreso al pueblecito costero que ha resultado ser un buen refugio para situaciones como estas. A la casa con porche y tumbona y que tiene el mar como vecino. Y cuando llegue la noche, que lo sabré porque saldrán las estrellas, me acercaré al bar de Pepe a tomarme un mojito y a escuchar música de mi tiempo. Con tertulias que rozan el cotilleo sin malicia. El homo sapiens sapiens cayendo en la insignificancia. Salud.