Hay un fulano que veranea aquí. Que escribe muy bien, por cierto, y del que se dice que su vida y su obra van unidas a su sombra. Desde el principio de los tiempos. Incluso cuando llueve. Es glorioso en su creación literaria. De rima intensa sólo comparable al mar en ocasiones de tormenta. Un maestro que ha sabido domar su pluma y la tiene adaptada a su mente. Piensa y escribe. Vive y vuelve a escribir. Habla y sigue escribiendo. Su pluma se enamora del papel. Se insinúa. Se desliza sobre el folio con trazo firme. Como cuando acaricias. Ha llegado a afirmar que está enfermo de letras y rimas.
Pues resulta que Don Fulano, cuyo nombre no me ha permitido desvelar, a venido a recalar en el ya famoso pueblecito costero y pintoresco donde yo tengo una casita con porche y tumbona. Y Pepe regenta el bar desde el que puedes tomar café mientras ves amanecer. Ha sido mi vecino y ha estado viviendo un poco más cerca del mar que yo. Un lugar con mar, amanecer, montaña y bosque con acantilado. Donde se puede contemplar la puesta de sol porque el mar sí te deja. Con permiso de las olas y las nubes que no siempre colaboran.
Se ha hospedado en casa de Eugeni. Vecino mío. En la última casa antes de que empiece la orilla del mar. En el otro lado hay un solar de chumberas que ahora mismo están los higos para comer. Don Fulano va de poeta porque es poeta. Los poetas van de poetas o no lo son. En una de las tertulias a la sombra de una encina, que aquí abundan mucho, y el mediterráneo actuando de testigo, sorbió un café acompañado de una generosa copa de Brandy Suau. Al poco rato su mente se paseaba perdida tranquilamente entre tinieblas y penumbras. La lengua no le respondía y más que desenvolverse con soltura se arrastraba entre dientes y labios agarrotados.
Así las cosas, Don Fulano poeta, empezó a largar sin miramientos y sin rima. El resto de contertulios haciendo esfuerzos para entenderlo. Que lo que decía tenía que ser interesante. Los jubilados todavía hablan rumores de él porque fue memorable. Decía Don Fulano que había estado de contertulio en el Gran Café de Gijón. Hace tiempo. Después de venir del otro lado del atlántico y pasar por el Ministerio de Cultura de asesor. Soltero como concepto de algo natural y necesario para no perder espacios de libertad. Estuvo enamorado de una actriz de cine y que cantaba coplas en un corral. Y sigue enamorado de las letras de Chejov. Poca cosa más.
Tiene unos cuantos libros que llevan su firma. Ahora escribe columnas y colaboraciones en prensa. Tiene su punto de fama entre los círculos literarios. Habla y actúa mientras el sol se pone a sus espaldas. Una vez leí que Umbral había escrito de él que había dicho que leía las críticas un años después de haber sido publicadas. De tal forma que ya no le importaban tanto si eran buenas como si eran malas. Una forma de sobrevivir.
Sólo estuvo con nosotros poco más de una semana. Un día lo metimos en la barca y pusimos proa al horizonte. Al salir del puerto vomitó tanto como pudo. Lo devolvimos a tierra firme en estado agónico. Lo paseamos por el bosque de encinas, olivos y pinos. Algunos algarrobos y pocas higueras. Percibió el susurro del aire cuando pasa entre las ramas. Lo escuchó y le gustó. Más que el de las olas. Que es un poeta de tierra adentro. Tomó notas. Le procuramos una vida intensa. Escribió tanto como quiso o tanto como le dejamos. Pero eso fue cuando le escondimos el Suau. Que así son algunos poetas de fama. Dijo que también había hecho teatro. Sin duda. Hay una crítica que dice de él que el personaje que interpretó era mejor que el personaje del guión. A ver.
Hemos descubierto que es un clásico y un romántico. Un creador de textos con rima muy imaginativo. De izquierdas, claro. Ha venido a descansar invitado por Eugeni. Pero no le hemos dejado. Un poco de siesta en el momento en que el calor no te deja otra alternativa. Eugeni también tiene porche y tumbona. Y se la ha prestado. Los chavales más gamberros le tiran bolitas de papel ensalivado con un canuto de bolígrafo Bic. Él levanta la mano inconsciente como quien escampa moscas que no ve. De pequeño fue monaguillo. El cura se rompió un pié y las campanas de su pueblo no tocaron las horas durante veinte días porque él no tenía fuerza para moverlas. Los jubilados miraban al cielo como hace el pescador. Salud.