martes, 1 de julio de 2014

Instante

Esta mañana me he levantado porque he terminado el sueño o porque ha amanecido. No estoy muy seguro. Lo cierto es que he tomado café y he salido a caminar calles y plazas y a saludar a las personas. En una pared casi blanca de una callejuela estrecha he visto escrito y casi borrado por el tiempo algo así como que, "los instantes aparecen y desaparecen siguiendo la belleza de las cosas y hechos más insignificantes de la vida". Son estos instantes que el tiempo trae y que luego se lleva. Reconocer esos instantes de belleza ponerse a escribir sobre ellos es lo que importa.
En un entorno idílico en el que me encuentro ahora mismo he llegado a la conclusión de que seguramente el cielo no es el paraíso. Seguramente es un sitio importante para las personas que creen en esto. Pero el paraíso tiene que ser mucho más que un trozo de cielo. Lo sé porque ahora estoy en él. Está en la tierra y lo puedes disfrutar si tienes la capacidad de emocionarte con las pequeñas e insignificantes cosas que la vida te proporciona.  
Para pensar esto he tenido que sentarme debajo de una higuera para hacerle compañía a la sombra. A ciertas horas centrales del día la sombra también se cobija debajo de las higueras. Huye del sol como el resto de los mortales. En verano la libertad creativa se encuentra en estos sitios. En el porche con la tumbona, tomando el fresco de la noche en una terraza, razonando con otros seres vivos inteligentes y con el mar en calma al fondo mientras susurra olas que algo de verdad estarán diciendo. 
Quién hubiera dicho que de un mar en calma surgen tempestades y las peores tormentas nunca antes vistas. Si eres libre para pensar llegarás a la sabiduría que precisamente te hace libre para escribir. He leído que los sicomoros también procuran buena sombra. Pero aquí, en la Isla, no tenemos.
Mientras tomo el café en el porche no paro de dar los buenos días a las personas de siempre y a los chavales que ya no tienen clase y han venido a disfrutar del verano en el pueblo. Ahora toca fresquito. Luego ya veremos. La gente trajina sus pensamientos a cuestas y yo con los míos. Son instantes que se suman unos a otros para formar el día. Me han dejado la prensa y todas las miserias que lleva escritas. Las noticias nunca son buenas y nunca lo han sido. 
El sol está bastante alto pero el ramaje que conforma el porche no le deja entrar en casa. El viento viene del mar y trae su aroma. Me gira las hojas del libro que tengo que sujetar con dos pinzas de tender ropa.
A todo esto que se para el marido de doña Maruja. El filósofo, escritor y profesor de universidad amigo mío y que además da conferencias. Hoy viene decidido y fino porque el amanecer ha sido como se había imaginado. Me explica que le está dando vueltas a si fue primero el hombre o el lenguaje. El hombre lo utilizó porque ya existía entre los animales o tuvo que inventarlo para poder comunicarse entre ellos y también entre los animales. Me encojo de hombros exageradamente para que vea bien los gestos mientras le contesto que no lo tengo nada claro y el calor, ahora mismo, no me deja pensar. Pues piénsalo y volveré por la noche para hablarlo. Pues si que vamos bien hoy justo el día de calor extremo. Utilizo la yema de los dedos para frotarme los párpados. El viento me ha resecado los ojos. El filósofo interpreta que estoy pensando. Pero no.
Su alegría insólita por hacerse preguntas contrasta con mi instante de no pensar porque no puedo. Bebo agua para hidratarme mientras pienso que pensaré en esto mañana cuando me despierte. Siempre me queda la oportunidad de preguntárselo al cura. Puede ser que maneje información divina que a mi se me ha negado por ser ateo. Esa gente dice y hace cosas distintas y será por algo. 
El filósofo se dirige al puerto a ver lo que han traído las barcas. Yo me quedo desganado y con la radio a punto de terminar una tertulia con uno de los que hablan que afirma que la Biblia fue la primera novela de corte fantástico. Resulta ser una mañana cualquiera de un día imposible. 
La constancia callada puede hacer mella. Ser constante en el silencio puede llegar a poner nervioso a más de uno. Lo he comprobado. Incluso te puede conducir a la victoria. Como un perfume o una mirada. Este verano ha llegado sosegado y mágico. Con tormenta nocturna incluida. La luz de la noche es tenue para que puedas dormir. El tiempo pasa y nosotros también porque no hemos perdido esa costumbre de acumular años. Los niños piensan que las olas siempre son las mismas. 
Me voy a pensar que mañana tengo que dar adecuada contestación al filósofo sobre el hombre y el lenguaje. Salud.

martes, 24 de junio de 2014

Gaviota

Abandona el nido.
La gaviota.
Desde el acantilado.
Sobrevuela el mar.
Pesca y regresa.
 
Luego otra vez.
Un día y otro.
Mira el horizonte.
Quiere llegar a él.
Vuela durante horas.
Y regresa.
 
El horizonte está lejos.
Por mucho que lo intente.
El mar es inmenso.
Sobrevuela la gaviota.
El mar calmado.
 
La gaviota sabe.
Que nunca llegará.
Sobrevuela las olas.
Pesca y regresa.
 
Mañana saldrá.
Rumbo al horizonte.
Y no regresará.


domingo, 22 de junio de 2014

Paolo

Erase una vez. Un día adecuado y correcto para empezar unas vacaciones. Con la misma valentía que una barca encara el mar en la bocana del puerto. Proa firme y velas hinchadas.
Entra dentro de la normalidad que en unas vacaciones conozcas a alguien. Ese alguien, este año, se llama Paolo y es italiano. Tiene cara rústica. Hace años, me cuenta, se le ocurrió enviudar. Heredó casa, posición, dinero y pena. Mucha pena. Todos los días le pelea un puesto digno a la vida. Ronda los sesenta y pico y se mantiene bien. A parte de su cara rústica. Mantiene un duelo patológico de un enamoramiento truncado a destiempo. Culto. Hablador de varios idiomas. Pensador en todos ellos. También sabe escuchar y callar en todos ellos.
Fuimos esbozando un afecto que se convirtió en amistad. Como quien se asoma a un precipicio para asombrarse del resto del mundo y termina por gustarle. Habla de su mujer y piensa que fue un error que se marchara tan pronto de este mundo. Una injusticia. La echa de menos. Se ha refugiado en la rutina de la vida. Como lo hacen los que llevan hábito de clausura. Su vida es una foto incompleta con imágenes tomadas un día de niebla.

Erase una vez. Unas vacaciones adecuadas con un amigo italiano llamado Paolo. Que enviudó prematuramente. Seguramente porque tiene una cara rústica. Viene de un lugar precioso pero donde el sol no se deja ver. Sólo un par de días al año. Cree en la magia del mediterráneo porque la huele y la respira. Se estira en la playa y se deja acariciar por sus olas. Del sol no se fía. Por eso también lleva sombrero.
Desde la tumbona y entre habladurías miramos el mar. Hoy está hecho de pinceladas de colores y de luces. Pocas sombras. Con contornos de humedad y bochorno. Está hecho de olas mansas. Es ese mar de verano al que no le adivinas la edad porque se le ve jovial. Llega pausado. Está un rato mojando la arena. Se aleja pausado. Pura magia. Sabes que pasa Paolo, le digo, que la mañana nos enseña el camino de la tarde. La tarde nos enseña el camino del anochecer. Y la noche nos transporta al día siguiente sin darnos cuenta porque dormimos. O mientras vives la noche, me responde. Que esta es otra. Empezamos hablando de un tema y pasamos a otro. Sin darnos cuenta. Sin motivo aparente. Cambiamos los temas sin aparentar.
Cuando se ríe, Paolo, no se esfuerza. No deja que el sol le de en la cara. El sombrero se encarga. Y el día va a lo suyo. Sin perder ni un minuto. Eso dicen. Pero a mi me da que pasa más rápido de lo normal. Imaginaciones mías seguramente. El calor aprieta y pide agua sin gas. Para mi una cerveza. Sabes que te digo Paolo, que no me extraña que tengas piedras en los riñones. Tanta agua no puede ser bueno. Y se ríe. Él habla italiano y yo le hablo en castellano. Pues como si nos conociéramos de toda la vida.

Siempre he dado muestras de ser bastante liberal. No suelo meterme con lo que hacen los demás. La libertad es algo sagrado para quienes en algún momento de nuestra vida no la tuvimos. Pero vamos a ver. Son las nueve de la mañana. Desayunamos café con leche y unas pastas. Un poco de zumo natural y conversación. Unos turistas de la mesa de al lado han pedido una paella de marisco. Lo siento pero eso no se hace. No nos dejan oler el café ni el pan tostado de la mañana. Tendrán dinero pero no tienen paladar ni buen gusto. Paolo, al turista de al lado, lo llama "picha breve". Hay una relación directa entre lo que le falta de cerebro y el atributo varonil. Vale. Pero yo no digo nada.
Me describe el mar. Es tan así. Tan él. Va tan a lo suyo. Tan a su estilo que da envidia. Ese es Paolo con su inteligencia y sus sentimientos de verano. Que enviudó a destiempo por tener una cara rústica. Cada día es distinto porque se deja llevar por el color del mar y la forma de las olas. Sus sentimientos se mueven con la brisa marina. Nos contamos cosas de nuestras vidas que incluso a veces nos sorprenden.  No quiere eludir las responsabilidades y los deberes que la vida le pone Ha conseguido memorizar sus huellas. De vez en cuando las recuerda. Por la noche las olas rumorean cosas. Algo habrá de verdad en lo que dicen. Nosotros las entendemos, yo en español y Paolo en italiano. Salud. 
 

jueves, 12 de junio de 2014

Espacio

Está tu sombra. Estás tú.
Espacio. Muro de palabras.
Tiempo de vivir.
Con el aire que viene del mar.
 
Con el mar que habla.
Porque escucha.
Murmullos de vida.
Y de muerte.
Luz de penumbra. Sin imágenes.
 
Vida hueca sin lenguaje.
Negrura de sangre.
Niebla que difumina
el paisaje y el cielo.
 
Voz que acompaña.
Caen las palabras del muro.
Insignificancias acumuladas
que forman un laberinto.
No puedes escapar.
Por culpa de ti mismo.
 
Vida y palabras.
O lo contrario.
Espacio de valles y colinas.
Tiempos nuevos.
Con brillo de memoria.
De bosque y de mar.
 
Nubes y lluvia.
Estrellas ausentes por culpa del frio.
Libro y saxo. Espacio de vida.

viernes, 6 de junio de 2014

Escribiré

Un día escribiré 
sobre todas las cosas.
Escribiré sentado en una roca 
al lado del mar 
mientras espero que amanezca 
despacio.
Relajadamente. 
En silencio. 
Escribiré sobre nosotros, 
sobre ellos y sobre todos. 
Sobre la estupidez, 
los buenos momentos
y lo contrario. 
Y algo más que se me ocurra.
Con los pies descalzos  
para sentir la tierra 
de la que formo parte. 
Escribiré sobre la vida 
y sobre  la muerte. 
Sobre dónde reposan los huesos 
y dónde descansan las almas. 
Quién las guarda. 
Qué hacen y a qué huelen. 
Sobre los perros que siempre ladran 
y sobre los que siempre callan 
y jadean a la luz de las farolas.
Alguna cosa tendrán que decir.
Un día escribiré sobre todo esto 
y un poco más. 
Con las letras afiladas. 
Usaré palabras trasparentes. 
Que relajan cuando las lees. 
Pero ahora todavía no. 
Toca pensar sobre todo ello. 
Mientras se instala el verano 
porque se ha ido el invierno. 
Porque en verano amanece antes 
de que me despierte. 
Y en invierno me despierto antes 
de que amanezca. 
Son cosas del tiempo y de los relojes.
Esa hora de más o de menos 
que el reloj no puede decidir.
Desnudaré el lenguaje pomposo 
hasta dejarlo llano. 
Un lenguaje de zapatillas
Evitando las piedras 
para no tropezar. 
Y recordaré lo vivido 
y lo que me queda por vivir. 
Mientras la pluma escriba libre.
Dice el poeta que me inspira 
que los recuerdos 
son propiedad de la vida pasada. 
La vida vivida. 
Con permiso del olvido. 
Los recuerdos son de barro 
y se pueden romper fácilmente.
Escribiré de la tertulia de madrugar. 
De cuando nací y de cómo crecí. 
De cómo pasó todo. 
De lo que aprendí de mis padres,
de la montaña y del mar. 
De lo que el bosque me enseñó. 
De porqué algunos perros 
ladran confusos y no se les entiende. 
De cuando el camino se divide en dos
y hay que elegir. 
A veces pasa y te desconciertas 
porque temes coger el equivocado. 
Siempre cojo el de la izquierda.
Mientras escriba de todo esto 
el sol vendrá del este 
y subirá cielo arriba. Sobre el mar.
Será el momento de escribir 
de mis experiencias 
dentro del útero de mi madre. 
Y mis paseos junto al mar
de la mano de mis abuelos. 
No hay tanta diferencia. 
Escribiré de lo que sentí 
cuando la comadrona cortó 
el cordón umbilical. 
Me provocó una angustia que me hizo llorar. 
Lo que intuía en el útero de mi madre. 
Nada parecido a la realidad. 
Ésta última me supera
porque hay cosas que no se olvidan. 
Yo estaba allí. 
Cuando me canse 
de estar sentado en la roca, caminaré. 
Mientras las ramas de la arboleda
me protegerán del sol y del viento. 
Escribiré a que huele el mar, 
el bosque y la vida. 
La hierba y las piedras de la tierra. 
A qué huelen las gentes. 
Y cuando ningún perro ladre a la tormenta 
tragaré saliva 
porque el que estará asustado seré yo. 
Estaré en la penumbra para ver y no ser visto.
El día que los gatos 
no estén en los tejados 
las noches de luna llena. 
El día que las ratas 
no escriban desde las cloacas. 
Cuando las bestias se cansen 
de estar paradas y empiecen a embestir. 
Será apocalíptico. 
Como cuando naces como requisito previo 
para luego poder morir. 
Un imperativo vital.
Una tarde escribiré sobre todo esto. 
Sentado a la sombra 
de un olivo centenario 
esperando el atardecer. 
Cuando los lobos salvajes 
empiecen a sentir frío. 
Regresaré al bosque en busca de cobijo.
Enseñando dientes feroces 
y aullando a la luna aunque no esté. 
Y si se hace de noche y no tengo sueño 
también escribiré sobre todo esto. 
Del vecino al que no le gusta Mari Trini. 
Del gallo que me despierta todas las mañanas.
Porque aunque no duerma 
la noche pasa sin remedio. 
Y escucharé las voces de la noche. 
Que son otras. 
A veces me hablan de ti.
De los que escriben. 
De los que hacen posible los libros. 
De los que leen y recitan.
De los mendigos con carrera 
y de los intelectuales 
que firman manifiestos. 
Y cuando lo haya escrito se lo leeré al mar. 
Sentado en la arena. 
Con las luces del alba 
y las olas medio dormidas. 
Dejaré pasar el tiempo entre suspiros. 
Luego regresaré a casa 
antes de que llegue la tormenta 
y se ponga a llover.
Los días siempre comienzan de noche. 
En verano alargamos los días 
hasta las tantas. 
Tomaremos el fresco  y nos iremos a dormir.
Cuando sólo quedan las cenizas del día
es hora de acostarse. 
Escribiré de la gente que llora de noche 
porque resulta más poético. 
En silencio y en la intimidad. 
Y si las lágrimas van al mar no se notará. 
Los buenos ladrones también roban de noche. 
Los que roban corazones 
prefieren la penumbra de la alcoba. 
Escribiré sobre esto 
para los supervivientes de la vida. 
Escribiré sobre los peces 
que se mueven con libertad.
Igual que los gorriones 
entre las ramas del bosque. 
O la libertad de mi pluma 
sobre una hoja en blanco. 
Tengo viejos escrúpulos 
igual que tengo viejas heridas. 
Escribiré de aquellas cosas
que me protegen. 
Como la corteza de un pino. 
Tiene el mismo encanto 
que las arrugas del cansancio. 
Algún día escribiré 
sobre todo eso y algo más. Salud.

miércoles, 4 de junio de 2014

Nostalgia

Es una noche cualquiera de finales de primavera. Cuando el tiempo quiere cambiar para hacerse verano. Pero titubea. No se atreve o simplemente no sabe. Y hace como que cambia pero todo sigue igual.
El bosque lleva demasiados árboles este año. Es frondoso y no te deja pasear entre ellos. Lo intento pero resulta complicado. Es que no me quiero perder su belleza.
Esa noche cualquiera de finales de primavera tenemos tormenta. De las buenas. Que estremecen. El viento del norte empuja la lluvia contra los cristales de las ventanas. Las persianas se quejan. 
He decidido que las tormentas de esas de cambiar la estación del año son buenas compañeras para las noches de insomnio. La lluvia también. Y los relámpagos y los truenos. Es bello en su conjunto.
Las calles están desiertas de personas. Sólo puedo ver la oscuridad y el viento cogidos de la mano. Sin paraguas. Un techo de nubes los protegen.
A cada trueno ladran los perros. Un ladrar entre el miedo y la nostalgia de la luna. Mañana las gaviotas volarán sobre el mar en busca de comida. Luego la llevarán a los nidos del acantilado.
El tiempo pasa y nos envejece. Pero él sigue tan joven como siempre. Eso dice el poeta. Que sólo nos envejece a nosotros. Pues ahora mismo envejezco en la cama. Escuchando la radio y la tormenta.
La alternancia de pensar y escribir. Y utilizo los libros como armas contra la incultura. Aliados de la sabiduría y la sensatez. Mientras la mente lo asimile.
Al día siguiente me encuentro en la terraza del café "Es Comerç". La gente se mueve con prisa y sus rostros se han vuelto inexpresivos. Cada uno pasea su historia. Yo vacilando de ingenuidad.
Recuerdo que aprendí las letras y las palabras al mismo tiempo. Era niño y quería saber el nombre de todo. También preguntaba el porqué. Muchas respuestas fueron que esperara a que fuera mayor. Quise ser mayor. Ahora soy mayor y me faltan demasiadas cosas por saber. Pero sigo preguntando.
Cuando aprendí a juntar palabras quise ser poeta. Si quieres que tu lengua hable o tu pluma escriba, consulta antes con la cabeza. Evita la mentira y te ahorrarás las disculpas. El aire todavía es fresco.
Tengo puesta "Radio Murta". Me estremezco con los "Amores" de Mari Trini. Me supone una vuelta a los enamoramientos de la adolescencia. A los desvelos y a las astenias. A la pasión y a las ganas. En las noches de verbena de los pueblos costeros.
La noche de la tormenta aprendí lo cambiante del tiempo. No es de fiar. El valor de los segundos. A qué huele el agua de lluvia cuando es de noche. Sincronizar los truenos con la música. No sé si los perros le ladran a los rayos o a los truenos.
La diferencia entre soledad y compañía. Lo imaginativo que resulta escuchar la radio. Las palabras suenan distinto según quien las pronuncie. La lealtad con mis maneras de pensar y decir las cosas.
Luego los truenos se escuchaban lejanos. Vinieron los bostezos. El caer de los párpados. Acomodar la almohada. Empezar a vivir un nuevo sueño. Sueños de temporada, claro.
Y digo yo que los humanos podemos llegar a ser tan sensibles como cabrones. Igual quitamos hierro a un asunto que metemos más madera al fuego. Soplar el fuego puede apagarlo o avivarlo. Los caminos de Dios no sé si son inescrutables porque no ando por ellos. Pero los de la vida si lo son. Los piso todos los días.
Le busco tres pies a quien sólo tiene dos, cuatro o cien. La música, la poesía, las humanidades. El pensamiento activo. Tocar sin mirar. Oler sin ver. Leí un artículo en el que se afirmaba que todo hombre sabio teme. Me llamó la atención. Pensé en todas aquellas cosas a las que puede temer un hombre sabio. El articulista citaba, "la tormenta en el mar, la noche sin luna y a la ira de un hombre bueno". Queda dicho pues. Salud.

martes, 27 de mayo de 2014

Regreso

El otro domingo estuve en el pueblecito costero y pintoresco de pasar las vacaciones junto al mar. No fui el único. Había otros. La necesidad, seguramente. Las ganas. Hay que ir preparando. Nos saludamos y preguntamos. Lo que toca. Puedo deciros que el pueblo sigue quieto y sosegado al amparo del mar. Y de la montaña por el lado de poniente. Algarrobos, encinas y olivos centenarios despertándose a la primavera. Los pinos de las calles han roto las aceras. El pueblecito está como siempre pero un año más mayor.
Abrí la puerta y las ventanas. De par en par. El aire del mar entró en la casa y escudriñó todos los rincones. El aire de la montaña hizo lo mismo. Entre los dos limpiaron el ambiente de invierno y secaron la humedad acumulada. Al final todo quedó con un toque casi de verano. El día acompañaba. También bajé al puerto y a la playa. El aire del mar me dio en la cara y pude respirar hondo. Aire limpio con un poco de salitre. Un momento de silencio y un sol impertinente que me obligó a retroceder hasta las alcobas de las barcas. Necesitan cambiar el ramaje. Ramas de pino seco y hojas de palmera para evitar el sol del verano.
Le tenía ganas. Demasiadas. Un paseo por la playa. Pisar arena y contemplar mis huellas por unos segundos. Lo que tarda el agua en borrarlas. Iguales que el año pasado. Un poco más lentas, quizás. Luego los barcos y los pescadores. Esas gentes que entienden el mar y leen las estrellas antes de salir a faenar por la noche. El bar de Pepe lleno a rebosar. Se respiraba verano. Ropa informal y sombreros. Charla animada debajo de las sombrillas. Una primera toma de contacto. Saludo a Fran de camino a casa. Ya tiene el quiosco abierto. Eugeni ha sacado una tumbona a la terraza. Debajo del porche. Estrena libro y lo enseña. Es lo más parecido al cielo que yo conozca. El pueblecito pintoresco al lado del mar. Donde pasamos las vacaciones y otros días.
Al atardecer nos juntamos unos cuantos. Sobre un alto desde donde se aprecia el horizonte y la puesta de sol. Hoy, si te fijas un poco, puedes ver más lejos del horizonte. Porque el cielo está limpio. Estamos sentados en unos bancos de madera y justo cuando el sol va a meterse en el mar nos levantamos y guardamos silencio. La naturaleza tan más de lo mismo y nos sigue poniendo los pelos de punta. Luego nos despedimos. Subo hasta mi casa y cierro las ventanas. Todavía anochece fresco. Como algo y enciendo la chimenea. Butaca de pereza. Copita de Brandy. Abro los "Cien años de soledad" de Gabo y empiezo a releer por cualquier página.
Fuera el cielo se ha nublado y empieza a llover. El olor de tierra mojada de otoño se nota aunque estemos en primavera. Este verano algunos jubilados ya no vendrán porque se fueron para siempre. Otros vendrán por primera vez a oler el aire del mar y del bosque. A disfrutar de los paisajes y de la compañía de las gentes. Puedo escuchar la música del bar de Pepe. No molesta y acompaña. Como en verano. Cuando el reloj tocó las tantas me quedé dormido. La noche se alargó hasta el amanecer. Cuando el sol llama a las persianas oigo bullicio por las calles. Como en verano. Salud. 

domingo, 18 de mayo de 2014

Coherencia II

Después de mucho esfuerzo he conseguido crear un mundo. Mi mundo dentro del mundo de todos. Con todo lo necesario. Procurando que no falte nada ni nadie. Pero esto último es otra historia que pertenece al azar y a circunstancias en estado salvaje. Sobre las que no ejerzo ningún control. Un mundo de coherencia. De dejar huellas fieles a mis principios. Un mundo consciente y honesto igual que mi forma de ser y de estar. Un mundo que a veces converge con otros por compromiso personal. Donde los deseos satisfechos abonan el terreno.
Y mi casa es mi mundo. Construido en años de perseverar. Confortable y segura. Porque todo está en su sitio. Mi sitio de libertad. Con las paredes decoradas con mensajes sacados de botellas y citas sacadas de libros. Sin puerta. La intimidad está protegida por un visillo y la noche. Una luna tapada de nubes para que no ilumine. Y el tiempo de las cosas dura lo que uno quiere. Porque el reloj es biológico y está en la mente. Los sueños duran una noche. Se comparten los sueños y la noche. La compañía la pone la soledad. Miradas y caricias de aire. Las horas y los minutos de mi casa de mi mundo no pasan porque se hayan vaciado. Se cambian porque se han llenado. Con tenacidad.
Y vino el poeta y convirtió el día en estatua de angustia. Vacía por dentro. El viento silba cuando la roza. Y el agua la cambia de color cuando la moja. Así empezó el poeta a esculpir el día en cuanto amaneció. Los gorriones son expertos en romper las monotonías y se pusieron sobre la estatua. Así sin más. Y la estatua de angustia se convirtió en centro de vida. Generadora de ideas y de historias. De recuerdos. De sol y de sombras.
El día va regalando minutos que cada cual aprovecha según le convenga. Así, recluido en el sosegado mar, transcurren esos días de mi mundo. Días definitivos que terminan para dar paso a otros. Mis zapatos de andar cómodo se han adaptado a caminar de día y descansar de noche. Como todos. Pero los míos también descansan cuando leo y escribo. Es la costumbre. Forma parte de mi libertad.
Miro fijamente el mar a mis pies. Miro mis pies junto al mar. Las olas llegan pero hoy no los tocan. Que está fría el agua. Sostengo mi libreta y anoto todo lo que veo. La vida que pasa. El vaivén de las olas. Y el susurro del recorrido sobre la arena hasta no poder más. El símil de la vida es un camino. Pero también podría ser el bosque o el mismo mar. Mi mundo o mi casa. Pero las piedras y las hojas caídas borran este camino que te cansa cuando llega la noche. Bendito día y bendita noche. Los días que llueve me siento en la terraza de mi jardín y miro el agua que cae abundante desde el tejado. Y huelo la tierra. Esta tarde iré hasta el acantilado para ver ponerse el sol El día viene despejado de nubes y las tormentas están lejos. El sol vendrá a ponerse ponqué también viene cansado cuando llega la noche.
Sentimientos encontrados de naturalezas coherentes. Agradecido desde que amanece hasta que atardece. Agradecido de poder ver anochecer. Salud. 

lunes, 12 de mayo de 2014

Coherencia I

Conmueve la noche cuando no deja huella. De dolor, de alegría o de sorpresa. Cuando deja semblante ignorante. O eso es lo que parece.
Dice el poeta que con la palabra viene la equivocación y el malentendido. Por eso se recluyó en el silencio como norma durante un tiempo. No hizo ruido. Incluso apagó la ira o la dominó. Que siempre será mejor expresarla de otra manera. Si la expresas con la palabra, luego te puedes arrepentir.
Un amigo de Bernat se ha unido a las tertulias. Ha sido padre y nos ha invitado al desayuno. Se estrena en las funciones de padre el mismo día que su hijo se estrena en las funciones de hijo. Ambos son pardillos en eso de ser padre e hijo y cada uno intenta hacerlo lo mejor posible. Ninguno puede aconsejar por falta de experiencia. No hay antigüedad. A esto lo llama el amigo de Bernat igualdad de condiciones. Pero al hijo le contrasta la protección de la vida en un útero con el ruido de fondo de su vida actual. Ruido que todo lo distorsiona.
La vida transcurre ajena a nuestras alegrías y sufrimientos. Igual que el silencio roto por los ladridos de un perro anónimo al amparo de la oscuridad de la noche. Respondido por otros perros en una locura de ladridos desafinados. Algo inhumano como complemento a la intimidad de la vida. Miro al jardín desde la ventana y observo que la luna también es capaz de dibujar la sombra de los árboles. Aunque un poco más difuminada que la sombra que dibuja el sol.
Los minutos son más largos de noche porque hay poco que ver y mucho que imaginar. La alegría o la tristeza no se ven. Ni las lágrimas. Pero están. Todo es clandestino por la noche. Menos los ladridos de los perros. Las imágenes borradas por la oscuridad. La admiración o la decepción vienen de lo que la imaginación interpreta. Todo son cenizas de lo que fue el día anterior. Ni siquiera hay humo. 
Pero cuando el día amanece el mar vuelve hasta la orilla en forma de olas y espuma. Mansas de madrugada y bravuconas al mediodía. Y se calienta el día mientras avanza para luego refrescar al atardecer. El ruido del día apaga las voces y la gente se comunica con la mímica. Sólo el mar mantiene las olas en susurro para que puedas leer con tranquilidad. De mañana y en la calita del pueblo de veranear es como volver a la vida del útero. Allí pasa muchas horas el amigo de Bernat. El que ha sido padre. Con su hijo, claro.
La libertad empieza por tener los pies descalzos sobre la arena. La coherencia de la felicidad al lado del mar. O en el bosque en primavera donde todo es vida. Y el aire centenario que respiras lo aprovecha la encina y el olivo. Y el viento, mientras, te gira las hojas. Salud.



viernes, 9 de mayo de 2014

Ideas disimuladas

Tengo que contar, aunque me cueste, que el otro día estuve deambulando durante horas -como alma en pena-. De esos días en horas bajas que todos tenemos. Horas de ausencia del mundo real. Horas de limbo. Tiempo inútil. De tener la mente en blanco incapaz de pensar. Un ser inanimado bastante parecido a una ameba pero de tamaño normal. Esta noche no escribí nada serio. Tampoco escribí nada inteligente. Realmente no escribí nada y además dormí mal. Para ser sinceros y evitando los rodeos. Entre insomnios y pesadillas. Traté de remediar la situación apelando a que es Mayo. Nada. Puse todos los esfuerzos posibles. No hubo ninguna respuesta que valiera la pena. Ni un acto reflejo. Cuando la vida se vuelve insegura y pesada a ciertas horas. Abstracta. Sin olores, sin colores y sin sombras. Pura penumbra. Ni siquiera los rayos de sol de primavera me consolaron. Ni las olas del mar. Ya puestos, ni una lluvia de otoño en tierra seca.
Pero pongo la radio como de costumbre. Ella me entiende y me hace compañía. Habla un presidente en sus horas bajas tirando a peores. Dice que el estado y la sociedad que lo compone ha salido de la UCI. Que está en planta. Pero con los cuidados, la dieta y la medicación de la UCI. Se han cambiado las tendencias y no hay vuelta atrás. Crecemos y creamos empleo. Hemos pasado de lo muy malo a lo peor gracias a su gestión. Se le ve optimista, vaya. Y además contagia. Yo necesitaba este punto de alegría. De hecho me entró una sonrisa tontorrona y testaruda. Facilona. De esas que no las puedes remediar. El presidente con sus palabras apartó la penumbra de mi alrededor. Vi luz. Mucha luz. Menos mal que alguien es capaz de levantar la moral en este puto país (esto último se lo he copiado a la vice).
Las noches de insomnio son persistentes. Pero también las noches placenteras. Las olas del mar también son insistentes y no paran de llegar. Igual que la noche que siempre llega cuando acaba el día. Nunca antes. Haga el tiempo que haga. Desde toda la vida que yo recuerde. Sólo hace falta que esta noche aparezcan las lágrimas de San Lorenzo. Pero no creo porque no toca. Pienso que si el estado funciona tan bien igual el presidente nos cambia las previsiones y las adelanta aunque sea por decreto ley. Que sé que puede hacerlo. Cosas más extravagantes hemos visto. Como que el yernísimo es la persona que más ha hecho para que vuelva a implantarse la República. Con su sumisa esposa que no se entera de nada. Que dicen los obispos que es cosa buena para la familia.
Paro un momento en el bar de Pepe y me pongo a mirar el mar. Pido un café. Lo huelo incluso antes de que me lo sirva. Ahora mismo soy una persona anónima. Me gusta serlo. Pasar desapercibido. Como si estuvieras tapado por el polvo y no pudieran verte. O como si tus huesos estuvieran enterrados en una fosa común o una cuneta y nadie lo supiera. Y que el estado se empeñara en sacarlos y los jueces se negaran porque se han pasado por el forro de sus togas la justicia universal. Más o menos así, pues. Pero dice Eugeni que si buscamos fama tenemos que empezar por llevar una vida en B. Siempre con sus ironías.

A todo esto que el domingo pasado me dejo caer por Pollensa con mi Panamá puesto porque el sol no tiene miramientos. Me he comprado unos zapatos cómodos. Me dice el "Pobler" que los hace que parecerá que voy descalzo. Le advierto que de esto sé un rato. Me los pruebo y efectivamente. No es que parezca que vas descalzo sino que llevas unos zapatos cómodos. Eso quería decir. Y el zapatero de Sa Pobla anda molesto porque sabe que le van a quitar la medalla al mérito policial a la Virgen María. Una injusticia más.
Y es que las palabras no son inocentes ni ingenuas. Las palabras son algo más que palabras. Son lo que significan en sí mismas. Además del significado que quiera darle el que las escribe en su contexto. Y el significado que les da el que las lee cuando las saca de su contexto. La ironía son palabras o ideas disimuladas. En estado de camuflaje. He escuchado hablar de temas muy importantes y muy serios y me he reído hasta la epilepsia. A Rubianes hablando de una enfermedad y de una consulta médica. A Gila hablando sobre la guerra y a Don Mariano hablar sobre las cifras del paro y la evolución del país. Es fácil hacer magia con las palabras si tienes dotes. Porque las palabras no son sólo palabras. Se pueden disimular. Salud.   
 

jueves, 1 de mayo de 2014

Maestro

La privilegiada intelectualidad de algunos que contrasta con la estúpida insensatez de otros. La conciencia de pueblo y de sociedad que deberíamos tener y que muchos carecen de ella. La educación está peligrosamente disminuida porque al sistema educativo lo han recortado. El individuo está en peligro social.
Con todo esto sigue habiendo poetas y libros en las librerías que la gente compra. Poetas que hacen poesía de la vida. Y la sombra de los libros sigue siendo sugerente y atractiva. Algunos se han acostumbrado a vivir crispados y con demasiadas ignorancias. Esto los hace vulnerables y con un punto de esclavitud. Procuro no estar entre ellos.
La geografía de la mente no siempre es un calco de la geografía del corazón. Los sentimientos unen y separan según las emociones que los mantienen. Extraigo verdades de lo que me rodea para fundamentar mi personalidad. Y fomentar mis ideas.
El futuro es impreciso por falta de referencias. No hay objetivos que plantear porque ya no nos creemos las utopías. Así, sin más. Para simplificar. A finales de Abril, el maestro dijo a sus alumnos que aprendieran de las personas buenas. Natural y sin forzar. Que no se fiaran de las personas que acaparan inmerecidas portadas de lo que sea.
Y los alumnos reflexionaron en la intimidad de su intelectualidad. De su biografía personal. Y descubrieron la sombra de la verdad. Y entendieron al maestro. Y fueron a por la verdad siguiendo su sombra. 
Es bueno aprovechar la lucidez del amanecer y el frescor del atardecer. Para reivindicar futuro a cada día que pasa. Con la cultura humanista de lo público. Porque es de todos. El maestro, cuando empezó Mayo, terminó la clase recuperando actitudes de su infancia. Transmitiendo valores de los buenos.
A pesar de la crisis. Las letras siguen los caprichos de quien las piensa y escribe. Muestran la conciencia de pueblo y de sociedad. Culta y madura. Con sus excepciones. Letras tranquilas y letras histéricas. 
Novelista y poeta. Literato y lector. Con visión de destino. Poco improvisadores porque hay experiencia acumulada. Necesito papel y pluma. Y escribir esto. Unidos con puntos y aparte. Porque son agresivos y elegantes al mismo tiempo. Cuidado cuando cruces el desierto. Te puedes perder. Dosifica el agua. Debes temer las tormentas de arena. Relájate cuando encuentres un oasis. Piensa que es un desierto. Igual que si estuvieras en alta mar. Todo resulta grande. Porque todo es grande.
Esto pensaba el poeta justo empezando el mes de Mayo. Porque el poeta era también el maestro. Soledad disciplinada cuando las olas amenazan con anegar tu rectitud. Piensa que el emigrante siempre se lleva un trozo de su tierra y de su cultura para esparcirlos.
Salud. 

martes, 22 de abril de 2014

Cuestiones previas

La primera emoción que se siente cuando empiezas a leer es la que forja la experiencia literaria. Pensamiento literario poético y artístico. Hay que cuidar los comienzos. Las primeras palabras son las que enganchan verdaderamente. Atraen a las siguientes. Umbral lo tenía claro: "Cuando yo nací, empezó todo". O Vargas Llosa con: "La buena literatura nos defiende contra la mentira y la manipulación". Es leer esto y no parar. Como decía.
Necesito silencio para pensarte. Ha dicho el poeta. Porque te llevo en algún repliegue del alma. Y acudió al mar y las inquietas olas susurraban movimientos. Fue al bosque y la vida era agradablemente ruidosa y sensual. Luego se acercó al desierto pero el aire había llegado antes. Había apartado el silencio. Fue en este momento cuando el poeta decidió pensarla en sueños. Y sentía el calor de su presencia. Cuando despierta lo recuerda y lo escribe. Escribe la vida y la gente que la vive.
Puedes escribir con elocuencia. Sólo después de la travesía del amanecer y del primer café. En el bar de Pepe. Junto al mar. Y según la época con salida de sol incluida. Los textos que se escriben deben estar validados. Siempre pensando con la descendencia. Que la tendrán. Las vivencias cimientan las nuevas creaciones. Lo que se vive se transfiere al papel. Luego otros lo van a leer. Encauzando ríos de tinta. Manoseando papel. Acariciando pluma. Colocando palabras de forma ordenada. Lectura eficaz e interesada. Escritos que salen del desahogo o la necesidad. La noche existe en mi memoria. Son las raíces que sustentan las palabras de ahora. Llevaré las memorias conmigo. Hasta que nos tropecemos con el olvido.
La literatura convertida en refugio. El mundo literario es así. Como la vida misma. Escribir en los momentos de ausencias queridas. Soledades buscadas. Letras de cabecera para antes de dormirse. Un refugio al fin. Como pueda ser el mar o la montaña y su bosque. Los pies descalzos para que descansen los zapatos de andar la vida. Que no falte el sombrero. La lectura y los valores de la libertad. La literatura como suma de acontecimientos y sucedidos. Reales o imaginados. O la mezcla de los dos.
Hoy estrenamos contertulio. Se llama Bernat. Dice ser pariente cercano de las letras. Le gusta el teatro. Habla pausado y nosotros escuchamos pausado. Ha representado recientemente algo de Buñuel. No hay silencios ni música. Hay palabras. Pisadas de ramas y hojas. Respiraciones y suspiros. Sonidos de aire y viento. Ruidos de mar. La banda sonora son las cosas que digo. Pero no hay música. Aunque si melodía. Al final ha dicho que morir es otra forma de vivir. Y se ha marchado.
En Semana Santa hemos tenido tambores de tristeza. Música de difunto. Paso de réquiem. Actitud de pasión. Olor a incienso y a cera. De un domingo de júbilo o de Ramos a otro de júbilo o de Resurrección. Semana intensa de peinetas y saetas. De mirar callado. Porque cada amanecer es elegante. Incluso cuando vienen mal dadas. Salud.

miércoles, 9 de abril de 2014

Susurros

Me emocionan los susurros porque me calman. Me resultan placenteros. Me puedo concentrar en reflexiones y en ideas de cada día, de todos los días y de todos los años. Luego de los susurros el libro de ficción se convierte en libro fantástico. Y luego, al fin, lo dejo en la estantería de releer. Con los otros clásicos imprescindibles. 
Me despierto y te pienso. Y me acuerdo de que antes de despertarme ya te pensaba.
Un sol tímido de primavera entra por la ventana de mi habitación. Como siempre que el sol sale antes de que me despierte. Depende del gallo de mi vecino que hay días que parece que todavía no ha cambiado la hora. Kikirikea una hora más tarde. 
Desayuno algo y salgo a caminar. Luego me siento enfrente de la mesa y escribo unas líneas en unas hojas grises de papel reciclado o en una libreta. Resulta curioso que los rayos del sol entren casi de forma horizontal e inciden sobre el plumín y la hoja. La sombra es asombrosamente alargada. El plumín y la sombra se unen cada vez que escribo. Se persiguen sobre el papel. Cuando separo la pluma la sombra también se eleva un poco y descansa. Sólo se juntan si escribo. Es la curiosidad de la sombra por saber lo que escribo. Es un baile entre plumín y sombra. Me entretengo y no pongo atención a lo que escribo sino al trazado de lo que escribo. 
Y como quien no quiere la cosa he llenado la hoja de escritura con todas las ganas y todos los sentimientos que tenía a mano. Luego no quiero reclamaciones. La culpa es del sol y de la sombra que proyecta. Mientras lo escribo me pertenece. Cuando lo leas o lo escuches también será tuyo. Formará parte de tu memoria. El placer de la escritura con la radio puesta. Me hace compañía. Me dice cosas y no me replica. Será por eso que seguimos siendo amigos. Porque no me lleva la contraria Como el perro o el periquito. Algunos espacios radiofónicos absorben mi atención. La televisión no lo ha conseguido nunca. Por cierto que recuerdo que cierto día me cambiaron de presentador. Me molestó. No era capaz de ponerle cara. Me venía a la mente la del otro. El de siempre. Cogí un cabreo justificado. A los pocos meses el presentador de siempre falleció. Cuando dejó la radio ya estaba enfermo de muerte. Me sentí un poco culpable como si de una manía adecuada se tratara. Hacía una radio con elegancia. Son escritores que hablan bien. No les lees pero les escuchas.
Me gustaba escuchar al director del Zoo de Santillana del Mar. Apasionado del mundo animal. Gran observador que contaba las cosas como quien mantiene una conversación. Siento nostalgia de José Ignacio Pardo al que conocí personalmente en una visita al zoo que dirigía. Precisamente le reconocí por la voz. Camuflado entre mariposas que parecían hojas secas en las ramas de un árbol. Las cosas de  misterios, de tumbas y de los muertos de Nieves. Cuando salía de trabajar de las trincheras me informaba Àngels Barceló de camino a casa. 
Un día de estos voy a incinerar todas las ideas que ya no me sirven. El humo formará parte de las nubes porque siempre hay alguna nube que acompaña. Y cuando llueve, cuando llueve se enfatizan las emociones y se entretienen las preocupaciones. Son quimeras de andar por casa. Susurros al viento de cuando estas solo. Aunque siempre me quedará el mar. Porque hay días que son ambiguos. Cada día la vida te da cosas y te quita cosas.  Tengo un amigo que en un mismo año la vida le dio una gripe y un nieto. Y le quitó un padre. Esas cosas ambiguas que no se comprenden.
Recuerdo también aquel día que el río perdió la memoria y no recordó el cauce a seguir. Cogió otro y se desbordó inundando parte de un pueblo. Le habían cambiado el curso varias veces. El día que se desbordó cogió el de verdad. Ahora me doy cuenta de que el río tiene memoria. 
Dije en un tuit que uno llega a la adolescencia cuando pasa de la indiferencia a la pasión. Cuando todo importa. Ahora las decepciones ya forman parte de la normalidad diaria. Acaba de aparecer una densa niebla de esas de primavera que me ha cercado. La luz ha huido. Estoy aislado y no recuerdo ninguna poesía. He perdido la libertad. Luego callejeo por el pueblo y fantaseo con la realidad. Eso siempre ocurre cuando uno le susurra a las farolas. Salud.  

jueves, 3 de abril de 2014

Aguas mil


Perfecta noche
entre frio y calor
brisa y viento
susurro de ramas
nubes en movimiento
ojos abiertos 
de un dormir lejano
oscuridad invisible
luna presente
las cortinas de la ventana
entran y salen
 vuelan y caen
habitación en penumbra
niebla infinita
sudor de pasión
y sábanas revueltas
sonidos de olas
crujidos de cama
sin disimulos
 necesidad y ganas
dura poco la noche
el gozo que trae
un corazón acelerado
 bellos recuerdos
momentos sublimes
 sin heridas
tú y yo
la pasión y la noche
momentos protegidos
 por el silencio

martes, 1 de abril de 2014

Silenciado

He sido Hackeado y Twitter me ha cerrado.
Mi palabra secuestrada desde anoche.
 

Ideas calladas

           Difíciles amaneceres cuando se cruzan con el futuro. Siempre seguro el amanecer. Siempre incierto el futuro.
La brevedad de llegar al futuro. A cada día que pasa más cercano. A cada día que pasa más imprevisible. Al amparo de hoy, porque el futuro empieza hoy.
           Hemos llegado a un punto en el que necesitamos una inteligencia rápida. Que conteste a cualquier cosa. Al momento. Inmediatez sin reflexión. Nos hemos desprovisto del escuchar pausado. Del pensar reflexivo. Del hablar calmado. No tenemos tiempo para una generosa reflexión. Vivimos rápido. Sin saborear los momentos. A menudo sin atención. Los detalles pasan desapercibidos. Y parece que no hemos vivido. Lo efímero de la vida y la brevedad del tiempo que nos separa del futuro. La angustia del amanecer cuando te lleva al futuro. La tristeza del atardecer. La melancolía del anochecer. Con su oscuridad y su silencio. Pero contigo es distinto.
           No sé dónde acumulamos la edad. Parece que la llevamos en las pestañas. Cada año los ojos un poco más cerrados. Pienso esto mientras camino. Preocupado por el futuro. Aprovechando un descuido de mi cansancio he sacado los zapatos viejos y cómodos a pasear. He dicho pasear. Con las manos despreocupadas y en los bolsillos. La mirada ociosamente perdida en cualquier parte y con cualquier cosa. La mente entretenida en la idea de lo que ahora escribo. Estrenamos primavera lluviosa sin dejar del todo el invierno. Con frío y nieve. Lluvia y viento. Mar embravecido con olas amenazantes. Y yo con el sombrero y el paraguas camino del futuro. Mezcla de emociones gratas y miserables tragedias que me rondan la cabeza. Aprovechando la vigilia del insomnio. El descuido de la pereza. Un camino bacheado por la vida. Por favor, que nadie me niegue la virtud del talento.
           Mis ojos quieren mantener una conversación con tus ojos. Porque los ojos entienden. Tienen memoria y saben transmitir. También saben escuchar con la mirada atenta. Es el calor de la voz de los ojos. Imagino yo. Sé que a las nubes les gusta más llover al atardecer. O cuando es noche cerrada.  No apetece llover por la mañana. La lluvia protege la conversación.
A orillas del mar también te protegen las olas. Es la rutina del susurro. Quieres pisar la ola y se te escapa. El calendario marca una primavera que no es. He oído una señora decir que cuando el dinero se deprime se va de compras. Ella le acompaña porque no se fía. La sensatez de la señora.
           Luego llegará la noche. Como siempre. Cuando termina el día. ¿Y si no llega la noche? Dice la señora. No puede ser, le contesta otra. No podemos impedir que salga la luna y sus estrellas. Que el sol tiene que acostarse para descansar en el mar. Tampoco podemos impedir un sueño. Los sueños son libres y vienen de noche. La calidez de algunas personas es como el viento de verano que se comporta como brisa. Y el futuro va llegando con el mes de Abril. A la noche de hoy le pondré nuestros nombres. Será nuestra noche pues. Nos contaremos inocencias y desfachateces. Sentados en la arena junto a la barca. Que llegue antes la noche. En la madrugada buscaremos la luz a tientas. O seguiremos esperando el futuro con ideas calladas.
           Quimeras de ratos libres. Ideas calladas que han aprendido del silencio. Con colores vivos copiados del mar. Y del bosque. Y del amanecer y de la puesta de sol. Con una mirada completa de adolescencia. Pasional y todo eso. Como cuando estás a punto de llegar a la última página del libro. Pero no quieres porque se habrá acabado. Cuando el futuro se insinúa cercano. Huyendo de la indiferencia. Mi libro de mano y el dedo índice atrapado entre hojas marcando punto. Y es que hay cosas que todavía me emocionan. La brevedad del tiempo que me separa del futuro, por ejemplo. Salud.
 

sábado, 29 de marzo de 2014

Con encanto

Últimamente leer la prensa resulta aburrido. Nada nuevo. Más de lo mismo cada día que pasa. Pasan cosas porque la vida sigue. Pero no pasa nada. Uno de los contertulios que están a mi lado habla. Les dice a sus amigos que eso es cosa del frío de la primavera. El tópico de los más viejos del lugar. Todas las primaveras son invernales cuando empiezan. Pero a ellos ya les cuesta recordar. Yo pienso que seguramente será esto. Sí. Seguro que será el frío de invierno que cuando aparece en primavera aletarga. Este comentario sólo lo puede hacer alguien que vive en un mundo metafísico. Es una forma de vida cautelar. Como si las cosas no fueran con ellos ni con nosotros. Esto nos protege. Evitamos sufrimientos absurdos en forma de cabreos. Es bueno. Si te tomas las cosas demasiado en serio es un sin vivir. Sólo interesa aquello que afecta directamente. Nada más. Con esto se consigue una felicidad relativa y a tiempo parcial. Pero mejor eso que nada.
Todo viene a raíz de una publicación sobre la longevidad y la felicidad. También pueden ir por separado. Hay un pueblo donde la gente vive muchos años y con salud. Llevan una vida ecológica. Son pocos. Se dedican a la agricultura y a la ganadería. También al turismo rural. Las dos primeras actividades les ayuda a ser autónomos. Han restaurado todo el pueblo con ilusión y ganas y materiales, claro. El pueblo tiene encanto y ellos simpatía. Han puesto de moda lo del turismo con encanto. Ofrecen lo que tienen. Buena comida. Compañía. Senderismo. Tertulias. Callejear. Tranquilidad. Simpatía. Y esas cosas. Nada de cobertura. Sólo productos de la tierra. Es lo que hacen ellos y así les va. Su concepción de vivir es simple a primera vista pero complicada de entender para los que nos la hemos complicado. Ellos viven para disfrutar de la vida y pasarlo bien. Qué remedio. No como otros que nos complicamos la vida para sobrevivir medianamente bien. Con felicidad artificial.
Son libres en todos los sentidos. No tienen ataduras. No necesitan aparentar. Sólo importa lo de cada día. Se afanan para quedar bien con los visitantes porque son su fuente de ingresos. Son inteligentes porque han conseguido eso sin modificar nada del pueblo. Ni siquiera sus costumbres. Si vas te adaptas fácilmente. Dan envidia, qué quieres. Te contagian. Su existencia es estética, funcional, ecológica, elegante, inteligente, con experiencia y todas esas cosas. Te propones hacer como ellos y funciona mientras estas allí con ellos. Te vas y vuelves a complicarte la vida para ser feliz. A vivir permanentemente cabreado. Si es que no aprendemos. A nuestra inteligencia compleja y densa se une el frío invernal de primavera. Será eso. Salud.

lunes, 24 de marzo de 2014

Color de algo

Me decían esta mañana que todas las cosas tienen un color de algo. Me lo decía Eugeni. No le falta razón. Incluso las cosas derrotadas pueden llegar a tener colores vivos de algo. Un presidente fallecido con color a valentía. Por poner un ejemplo. Un alcalde inerte que devolvió el color a una ciudad en blanco y negro de carboncillo. Pues de eso se trata. Color de algo.
El color define. Igual que el aroma o las palabras. El comportamiento de las personas y la sensatez de las cosas. Que todas las cosas y sus colores miran al infinito. Y que éste es pequeño cuando las cosas son pequeñas. Y grande cuando las cosas son grandes. Matizaba Eugeni esta mañana. Al final el infinito está más cerca de lo que parece y es tan grande como el mar. O más. O quizá el mar es el infinito porque llega hasta el horizonte. Como mínimo. Aunque dicen que el horizonte está lejos porque nunca nadie ha llegado hasta él. Eso me han contado. Ese color de algo tan característico.
El infinito y el horizonte existen desde siempre. Desde que empezó el mundo a ser mundo y nosotros a habitarlo. O incluso antes. Y todo en el mundo tiene un color de algo. Eso dice Eugeni esta mañana que viene inspirado porque ha dormido bien y ha soñado cosas bonitas en color. Yo tengo una idea aproximada d mi infinito. He navegado hasta el horizonte y lo he pisado en sueños. Porque iba descalzo. Y a todo esto el sol amanece. El viento de ayer se ha retirado. Las nubes se mueven despacio porque no tienen prisa. Son nómadas del cielo. Lo contrario que las estrellas. Lo que no tenemos claro es quien puso el horizonte dónde está. Ni porque lo puso tan lejos. Serían unas manos esclavas de alguien que así lo quería. Le conté a Eugeni lo de la mili. Me dice que él también la hizo y que ganó la batalla. Se escondió en la garita y el enemigo de la patria no supo contra quién luchar. El enemigo no atacó. Se aburrió y se marchó.
Recordé una anécdota de cuando era niño y monaguillo. Antes de ser ateo. El padre Mut era mi confesor particular. Era el responsable de fabricar el "Licor de Randa" que los franciscanos vendían a los turistas como recuerdo de la Isla. Era dulzón y mareaba. Y no diré cómo lo sé. El padre Mut siempre probaba lo que fabricaba. Luego iba al confesionario y se dormía. Momento en el que iba a confesarme. Pero no se enteraba porque el licor le había nublado la mente y no le dejaba abrir los ojos. Yo, mientras largaba pecados por mi boca pequeña y se los enumeraba por orden de importancia, le ataba los cordones de los zapatos. Los del zapato izquierdo con los del derecho. Luego venía el momento petardo inofensivo dentro del confesionario. Salida precipitada del padre Mut con los ojos cerrados. Y morrazo sobre la cripta de un santo. Una vez se rompió dos dientes y se partió el labio. Sangró por la boca y le dieron unos puntos. Me impactó porque soy pacifista y no lo hice más. No me gusta la sangre. De ahí me viene, dice Eugeni, eso de que hay cosas que es mejor hacerlas sin zapatos. Seguramente.
Esas cosas de niños que a veces resultan incomprendidas por los adultos. A partir de ese día no más cordones. Una lagartija en el confesionario que se saldaba con un grito y un susto. Y nada más. Que al fin y al cabo Dios, el azar y la casualidad son uno mismo y hacen fiesta el día de Pentecostés. El licor de Randa hace que hables más lenguas de las que sabes. Eso recordaba yo esta mañana en la tertulia del desayuno. Salud

jueves, 13 de marzo de 2014

La garita

Esta mañana ando perdido en algún sitio escondido de la nada. O pongamos que se trata de algún paraje remoto a orillas del mar. Arena y rocas. Sirimiri y viento. Y las atractivas e insistentes olas que te recuerdan que el mar está vivo. La ceremonia de sentarte y recuperar la concentración. Y la memoria que ha estado desconectada toda la noche. La serenidad del pensamiento libre que sólo el mar puede darte. Y el bosque, a veces. La tenacidad de la escritura. El aroma del café y de un pan reciente. La costumbre de descalzarte. Y todo eso. Y con todo esto juraría que he visto el destino apostado sobre un horizonte limpio.
En el bolsillo llevo una foto que miro. Estamos unos amigos y yo en un acuartelamiento delante de la garita del cuerpo de guardia. Con la risa en la cara, el Cetme FR-7 en la mano elevada y posición de desmadre. Pues eso. De cuando me tocó defender la patria vestido en verde caqui según tendencia en moda militar de aquellas fechas. Pues si. Yo defendí la patria de un enemigo invisible pero temido. Algo parecido a un ser mitológico de siete cabezas echando fuego por la boca, humo por la nariz y que puede matarte de una pisada si antes no lo hace de un susto. Interminables guardias nocturnas donde la oscuridad era más negra que nunca y vigilando que el enemigo no se acercara. En caso de que lo hiciera tenía que advertirle tres veces y luego disparar a las piernas. En plena oscuridad, claro. Y que el cabo no te pille durmiendo. Momento en que el enemigo aprovecharía para entrar en el acuartelamiento y apoderarse de la patria. Era responsabilidad.
Todavía tengo este malestar interno por no haberle visto nunca la cara. Ni la silueta. Ni la sombra. Ni el nombre. Ni nada de nada. Pero sé que existía porque de lo contrario yo no hubiera hecho la mili. Contando balas para que no se pierda ninguna o se te cae el pelo. Y cuidado con disparar sin motivo que terminas en "Illetas" (islote reconvertido en cárcel militar). Los días de permiso no tenías que preocuparte de nada. El enemigo sólo se haría con la patria a través de los cuarteles. Año y pico defendiendo la patria de todos desde la garita de un cuartel y con un Cetme. Lo hice bien. Nadie nunca atacó la patria y la devolví como me la habían entregado. Sin muertos de por medio. Que debió de haberlos porque había un monolito con una corona de laurel que ponía "a los caídos por la patria".  Que la mili era esto. Defender la patria como un niño y licenciarte como un hombre. Palabra de sargento. Y yo fui feliz porque me lo pase bien y ahora tengo un montón de amigos.
Que a veces demasiada luz te ciega y no te deja ver. La justa, siempre. Yo nunca perdí el valor ni tuve miedo. Seguramente no tenía conciencia del daño que podía hacerme un enemigo de la patria. Yo ambicionaba terminar y que me sellaran la cartilla. Ser hombre e iniciar una vida nueva. Sacar a pasear mis ojos claros y el panamá color marfil. Mirar el mar desde la ventana de mi habitación. Que me despertara el gallo de mi vecino antes que un cornetín de órdenes. Ahora mismo todavía se me ponen los pelos de punta cuando recuerdo las misas de los días de guardar. La banda tocando el himno nacional. Una rodilla en el suelo y el Cetme apuntando a tierra. Con la gorra sujetada con la mano izquierda. Un recuerdo a los caídos por Dios y por la patria. Esto significaba que el enemigo existía y que tenía capacidad de matar.
Ahora mismo se ha puesto a llover pero no me preocupa porque ya no tengo que defender la patria. Lo hacen otros. Espero que con la misma eficacia que lo hicimos mis amigos y yo. Ahora son profesionales y tienen ojos de radar, ordenadores, satélites y misiles. Es evidente que el enemigo, ahora, es más peligroso. De la mili sólo me quedan recuerdos, fotos, amigos y muchas anécdotas. La sensación del deber cumplido porque no perdimos la patria y sin pegar ni un solo tiro. Cuando me ataca el desasosiego me refugio en mi garita. Me siento seguro en ella. Escribí poco en la mili y casi no leí. Llevaba botas militares rígidas y callos y ampollas en los pies. Con las botas puestas se puede morir por la patria pero no se puede leer ni escribir. Si vas descalzo los pies son libres y la mente se inspira. Pues queda dicho. Salud.

martes, 11 de marzo de 2014

11 - M

Una mañana más.
Mañana maldita.
No pude ver tus ojos
ni coger tu mano.
No pude andar tu camino
ni estar en tu compañía.
No escuche tu palabra
tu lamento o tu ira.
 
Tengo la esperanza
de conocerte algún día.
La muerte se llevó tu vida
y me dejó con la añoranza.
Eras amante, familia,
persona desconocida.
Ya no me eres ajeno
y te sigo recordando.
Te veo en las nubes
y en el mar el calma.
Te oigo en el viento
y te siento. Siempre.

lunes, 10 de marzo de 2014

Hablar

La boca habla igual que besa. O besa igual que habla. O debería ser así. Si lo hace bien, claro. No creo que una boca pueda hacer las dos cosas mal. O si. No sé.
La boca dice verdades igual que miente. Habla fuerte para luego susurrar. Puede insultar igual de bien que luego recitar un precioso verso. La boca incontinente que no para de hablar. Porque no sabe callar. Razona cuando puede y reivindica a gritos cuando no le queda otra. Habla alto o bajo y calla cuando toca. Aunque la boca está hecha para hablar y no para callar. O también.
Pero cuando calla a veces también dice. Cosas del lenguaje. Propaga rumores. Grita verdades. Calla secretos. Susurra intimidades. Sonríe miradas. A veces, antes de hablar, se humedece los labios. Sus movimientos se interpretan. Sus muecas se entienden. Se le invita a callar a las buenas, "mejor no digas nada". Y a las malas, "cierra el pico". A veces las invitaciones son reales, "porqué no te callas". O también, "tiene la palabra".
Cuando muchos hablan al mismo tiempo se produce un griterío. No se entiende. En las tertulias todas las bocas quieren hablar y se interrumpen. Es para molestar. Como en el congreso. Pero está la vicepresidenta que también tiene boca, "no tiene usted la palabra, señoría". Lo repite mucho la vicepresidenta del congreso porque no tiene otra cosa que decir. Tiene una boca tonta y no da para más.
La boca infanta o infantil que ha aprendido a hablar para ocultar a sabiendas. "No me acuerdo". "No lo sé". "No tengo constancia". Una boca no debería de abusar de estas cosas porque se nota que son para mentir. Luego está la boca que habla para agradecer un premio. Elegante siempre. Una boca debería tener estudios de oratoria. Pero no es así.
Cuando nace sólo babea. Luego balbucea. Pasa a decir sus primeras palabras que todos sabemos cuales son. Porque nos esmeramos en enseñarlas. Con el tiempo se va independizando y ya no repite. Improvisa. Recita. Habla tranquilamente. Insulta con toda libertad y con ganas. Y esas cosas.
Es cuestión de que lo que haga, lo haga bien. La boca de quien reconforta y la de quien te desespera. La que se despide para siempre cuando es el último día. La que dice buenos días venga como venga la mañana. La que dice buenas noches incluso cuando hay tormenta.
La que es agradable y la que es odiosa. Que a veces es la misma. La que recita versos en voz alta para que el eco y el viendo los difundan. La que habla educadamente los domingos y las fiestas de guardar. Las bocas que susurran piropos en la intimidad. Son bocas clandestinas que luego besan.
Las bocas que hablan de los recuerdos porque tienen memoria. Las bocas que hablan inspiradas en horas mágicas. Las horas que van desde el búho al gorrión. Las horas primeras de la mañana. Las que están reservadas para el amanecer. La boca del profesor que explica y pregunta. La del sacerdote que sermonea. O la del militar que sólo sabe dar órdenes.
La más peligrosa es la que sube a la tribuna y se pone a mentir. Aunque no lo parezca. La boca no tiene piel y por eso es más sensible a todo. La boca que se siente libre y molesta cuando habla. Pero yo formo parte de la libertad y lo siento si molesto. La boca callada cuando corríamos delante de los grises. No se fueran las fuerzas. Luego fuimos buenos corredores de Sanfermines. Correr y callar. Como el libro que es libro y se acostumbra a vivir cerrado entre otros.  En un estante. 
No tiene culpa la boca de ser así. Habla lo que sabe o lo que le indican. Aunque a veces se le escapa alguna espontaneidad, "parece que va a llover". Hay que armarse de palabras para la oratoria. Porque hay que hablar bien. Ser formal y educado que insultar no tiene futuro. Si tienes boca habla. Y si no tienes prisa, piensa antes de hablar. Salud.

jueves, 6 de marzo de 2014

Flores secas

El anciano era mayor, o viejo,
le vi los años en un descuido
de un negro descolorido oxidado
le vi la memoria en su hablar
de azul turquesa de mar
le vi sus ideas en su mirar
de vida caducada y objetivos cumplidos.
 
De corazón caliente que vive
escondido en vísceras y sangre
que piensa y escribe libre, siempre.
Con la cabeza perdida y la mente en penumbra
una voz negra con estertores de agonía
ajeno a su futuro por culpa de Morfeo
y por fin la luz blanca que hay al final.
 
La prosa de los muertos que huelen a nada
letras escritas sin tinta y sin rima
agradeciendo las flores secas
de su jardín en calma cubierto de hojas
agradecidos al viento por su compañía
con sonidos de flauta y susurros afónicos
en su memoria.
 
La escritura no es indiferente
siempre comprometida y quieta
como las nubes y su lluvia
como las noches de insomnio protegido.
Escritura que huele a calle estrecha
a tierra húmeda y a pino
a incienso y a oraciones de penitencia.
 
Estuve en la calle blanca
donde las losas se despegan
y los epitafios hablan por los que allí moran
donde la noche releva a la noche
porque ya nunca será de día
 el frío y el moho pasan desapercibidos
entre flores secas, llantos y oraciones.

sábado, 1 de marzo de 2014

Benito

Es mi momento relaxing cup of café con leche y ensaimada. Como cada mañana en el bar de Pepe. Junto al mar. Faltaría. Es de todos sabido que me gusta Umbral, y otros. Su estilo, y también otros. Por todo ello digo que estoy en uno de los pasajes del libro cuya lectura me ocupa. Uno que Manuel Rivas escribió en "las voces bajas".
No cito textualmente aunque entrecomille porque me lo he adaptado y hay añadidos y desmentidos y parecidos y esas cosas pero viene a decir que "su padre, ya mayor, fue a examinarse para obtener el certificado de Estudios Primarios. Se preparó con ayuda y estudió mucho. Uno de los ejercicios fue escribir una redacción. El tema era Mis vacaciones. Sigue diciendo que su padre dejó el bolígrafo y se levantó de la mesa para irse del examen. La profesora al verlo lo llamó y se dirigió hacia él para pedirle alguna explicación. ¿Porqué abandona ahora? Y él respondió: Nunca fui de vacaciones. La maestra se quedó pensativa y le dijo: Siéntese y escriba lo que quiera, hombre. Escribió las aventuras de su tío Benito. Toda una leyenda. Empleado de la compañía de electricidad que iba leyendo contadores a falta de libros y cobrando kilovatios. Educado y con voz de tenor. A su padre le gustaba mucho Sevilla aunque nunca fue". Bonito fragmento que he querido reproducir, más o menos, para deleite de todos. Porque el andar de Benito se hizo famoso por las calles de Sevilla. "Sobre todo en verano cuando el suelo era de brasas que le quemaban los pies".
Hoy mucha gente tampoco sabría qué decir sobre las vacaciones. Tendría que recurrir al recuerdo o a la improvisación. El lucimiento vendría de escribir sobre penurias de crisis. Sobre papeleo en la era digital. O sobre temas de conversación en las interminables colas del paro. Por citar algunas cosas. Y aprovechando el momento y la ocasión digo que yo también tuve un tío cobrador. También se llamaba Benito. Mágicas coincidencias. Estaba empleado en una empresa funeraria. Iba recorriendo calles. Subiendo pisos. Tocando timbres. Y hablando sobre las bondades de morirse con su empresa. Esquela en blanco y negro y recordatorios con fotografía en color. Las esquelas en periódico de papel. Que a los muertos no les gusta publicitarse en internet. Caja de pino lacada con guata en el fondo forrada con tela de raso. Seis cirios de cuarenta centímetros en el velatorio. Una corona y un ramo de flores con cinta morada y frase a elegir. Todos los medios de transporte utilizables de la marca Mercedes Benz. Como los ricos. Y otros detalles. Mi tío también se pagó el entierro y funeral a plazos y por adelantado. Arriesgando a que el fin del mundo llegara antes de morirse.

Pero la memoria se le fue oscureciendo poco a poco. Como llega el atardecer. Y en su mente se hizo la noche con oscuridad y silencio. No recordaba los nombres de los clientes ni sus direcciones. No reconocía sus caras. La funeraria lo jubiló del trabajo activo y responsable. El paisaje desapareció de su mente y se quedó sola en un desierto sin oasis. Con tormentas de arena. Llevaba una vida sin sentido. El tiempo dejó de avanzar en un invierno permanente. Frío y lluvioso. Siempre tenía un libro en la mano. Como antes. Pero ahora, al final, ya no leía. Sólo lo miraba y lo volvía a cerrar. Sería la costumbre. La vida le envolvió la memoria con papel de olvido. Para siempre. Un día regresó a la funeraria, se paseó en mercedes, y no volvió a casa. Se fue a un territorio artístico por descubrir.
Todo esto viene a cuento porque mi tío Benito siempre quiso ser escritor. Pero nunca escribió una frase. Eso me decía y así lo cuento. Su madre -mi abuela- quedó afectada y le quisieron comprar un regalo. Un detalle. Pensaron en regalarle un artilugio doméstico del que ella hubiera sido depositaria solamente. Dijo que no. Que quería ser como el tío Benito. Quería un libro, y de poesía, que fuera suyo. Y poder leerlo cuando quisiera. Y llevarlo de la mano donde fuese. Y memorizar versos para recitar con las amigas. No como hasta ahora que lo hacía en la clandestinidad. Como si fuera algo malo. Así las cosas. Descansa en paz tío Benito que la abuela ya tiene su libro de poesía. Salud.