Esta mañana ando perdido en algún sitio escondido de la nada. O pongamos que se trata de algún paraje remoto a orillas del mar. Arena y rocas. Sirimiri y viento. Y las atractivas e insistentes olas que te recuerdan que el mar está vivo. La ceremonia de sentarte y recuperar la concentración. Y la memoria que ha estado desconectada toda la noche. La serenidad del pensamiento libre que sólo el mar puede darte. Y el bosque, a veces. La tenacidad de la escritura. El aroma del café y de un pan reciente. La costumbre de descalzarte. Y todo eso. Y con todo esto juraría que he visto el destino apostado sobre un horizonte limpio.

Todavía tengo este malestar interno por no haberle visto nunca la cara. Ni la silueta. Ni la sombra. Ni el nombre. Ni nada de nada. Pero sé que existía porque de lo contrario yo no hubiera hecho la mili. Contando balas para que no se pierda ninguna o se te cae el pelo. Y cuidado con disparar sin motivo que terminas en "Illetas" (islote reconvertido en cárcel militar). Los días de permiso no tenías que preocuparte de nada. El enemigo sólo se haría con la patria a través de los cuarteles. Año y pico defendiendo la patria de todos desde la garita de un cuartel y con un Cetme. Lo hice bien. Nadie nunca atacó la patria y la devolví como me la habían entregado. Sin muertos de por medio. Que debió de haberlos porque había un monolito con una corona de laurel que ponía "a los caídos por la patria". Que la mili era esto. Defender la patria como un niño y licenciarte como un hombre. Palabra de sargento. Y yo fui feliz porque me lo pase bien y ahora tengo un montón de amigos.

Ahora mismo se ha puesto a llover pero no me preocupa porque ya no tengo que defender la patria. Lo hacen otros. Espero que con la misma eficacia que lo hicimos mis amigos y yo. Ahora son profesionales y tienen ojos de radar, ordenadores, satélites y misiles. Es evidente que el enemigo, ahora, es más peligroso. De la mili sólo me quedan recuerdos, fotos, amigos y muchas anécdotas. La sensación del deber cumplido porque no perdimos la patria y sin pegar ni un solo tiro. Cuando me ataca el desasosiego me refugio en mi garita. Me siento seguro en ella. Escribí poco en la mili y casi no leí. Llevaba botas militares rígidas y callos y ampollas en los pies. Con las botas puestas se puede morir por la patria pero no se puede leer ni escribir. Si vas descalzo los pies son libres y la mente se inspira. Pues queda dicho. Salud.