Conmueve la noche cuando no deja huella. De dolor, de alegría o de sorpresa. Cuando deja semblante ignorante. O eso es lo que parece.
Dice el poeta que con la palabra viene la equivocación y el malentendido. Por eso se recluyó en el silencio como norma durante un tiempo. No hizo ruido. Incluso apagó la ira o la dominó. Que siempre será mejor expresarla de otra manera. Si la expresas con la palabra, luego te puedes arrepentir.

La vida transcurre ajena a nuestras alegrías y sufrimientos. Igual que el silencio roto por los ladridos de un perro anónimo al amparo de la oscuridad de la noche. Respondido por otros perros en una locura de ladridos desafinados. Algo inhumano como complemento a la intimidad de la vida. Miro al jardín desde la ventana y observo que la luna también es capaz de dibujar la sombra de los árboles. Aunque un poco más difuminada que la sombra que dibuja el sol.
Los minutos son más largos de noche porque hay poco que ver y mucho que imaginar. La alegría o la tristeza no se ven. Ni las lágrimas. Pero están. Todo es clandestino por la noche. Menos los ladridos de los perros. Las imágenes borradas por la oscuridad. La admiración o la decepción vienen de lo que la imaginación interpreta. Todo son cenizas de lo que fue el día anterior. Ni siquiera hay humo.

La libertad empieza por tener los pies descalzos sobre la arena. La coherencia de la felicidad al lado del mar. O en el bosque en primavera donde todo es vida. Y el aire centenario que respiras lo aprovecha la encina y el olivo. Y el viento, mientras, te gira las hojas. Salud.