Los siguientes días son más de lo mismo de todo. Madrugón necesario porque a las seis de la mañana el sol ya luce con todo su esplendor y a las cinco de la tarde ya es noche cerrada.
Desayuno y autocar donde ya nos espera el guía para empezar a peregrinar de un lado a otro para mayor deleite sensorial y emocional de los peregrinos vocacionales y una sobredosis de actos litúrgicos para el resto. Te aturden, te descolocan y te impiden pensar correctamente. El peregrinaje consiste en visitar todo aquello que tenga que ver con lugares y situaciones descritas en la bíblia. Siempre corriendo y con el tiempo justo. Con explicaciones que sólo el guía sabe o conoce y que te crees o no. Pues, o no. Calor y bochorno todos los días con temperaturas de entre los treinta grados de máxima y los diecisiete de mínima. Atuendo de peregrino del que sobresale una bolsa roja y una gorra blanca a juego con propaganda de una agencia de viajes. Almuerzo sobre las doce del mediodía y vuelta a peregrinar sin apenas tiempo de tomar café.
El segundo día se formó un subgrupo de peregrinos dedicados al turismo cada vez que el guía montaba actos litúrgicos. Era la alternativa a cortarse las venas.
A destacar, por si alguien que lea esto quiere visitar aquellas tierras. El mar de Galilea y su paseo en barca -a ser posible en vela-. Momento relajante, con mar en calma, sosiego y sensación de bienestar. Para repetir. Aviso: si vais en grupo os ponen la bandera nacional en el mastil de proa y el himno nacional a todo volumen en versión remix lo que provoca un delirio paranoide grupal con aplausos y vivas a la madre patria, despues de lo cual ya te están vendiendo estampitas y rosarios. No dejeis que esto ocurra porque se rompe todo el encanto inicial. Siempre os queda el plan B que consiste en tirar por la borda a la marinería.
Cafarnaún no tiene ningún interés, ni siquiera arqueológico. Se han limitado a amontonar piedras, a vallarlo y está dejado de la mano de dios. Lo único que les importa a estos franciscanos es la basílica y la misa. El monte de las bienaventuranzas tampoco tiene ningún interés. Basílica postmoderna como en todas partes y nada más. Bueno, le podeis pillar un punto. Tiene un chiringuito donde te puedes tomar un refresco y un tentenpié y además puedes orinar por cincuenta céntimos. Vale.
El rio Jordán te permite observar hasta dónde puede llegar la estupidez humana y el fanatismo cristiano. El fervor de los peregrinos hace que se metan de lleno en el rio en bañador y una túnica blanca. La versión ligth es renovar las promesas bautismales simplemente con los pies en el agua y acto seguido empezar a llenar tantas botellas como puedas para llevarte agua turbia para regalar a los creyentes que se han quedado en casa.
Para terminar el día una visita relámpago a Caná de Galilea. Otro subidón religioso que hace que algunos peregrinos incluso renueven las promesas matrimoniales a cambio de un certificado al módico precio de seis euros.
De todo lo contado se percibe montaje comercial a costa de fanatismo religioso. Salud.