Me preocupa Iñaqui. Ultimamente cabizbajo. En su cara ya no cabe la sonrisa. Dice que está preocupado por todos los acontecimientos que ocurren entre las empresas de comunicación y entre los poderosos grupos editoriales que aglutinan prensa escrita, radio y cadenas de televisión. Hay ruido de fondo y molsta en el trabajo diario. No te deja concentrar. Está melancólico un hombre culto y mejor periodista a quien nadie le negaría una entrevista. Siente que su carrera profesional se acaba, o eso dice que siente. Cuando uno es grande siempre es requerido a trabajar de algo pero no para las fusiones de empresas de comunicación y los despachos que estos son para políticos o gestores y no sientan bien al que presta su imagen porque sólo la presta para informar. Jode mucho pero es lo que hay.
Para esto se inventó la historia que es el arte de contar con más o menos acierto los procesos que ocurren en el tiempo con mayor o menor acierto. Las cosas pasan y las personas tambien y la historia se queda para contar y perpetuar en el tiempo lo de esas cosas y esas personas. Y cuando uno es famoso queda registrado en las hemerotecas, lo hacen emerito de algo y poco antes de morirse -lo tienen calculado- le otorgan un premio nacional a su brillante trayectoria profesional.
Luego está la gente anónima. La de andar por casa. La que ha hecho grandes cosas pero que no trascienden porque no son famosos y por tanto no interesa a nadie. Entonces son ellos mismos los encargados de explicar su historia. La cuentan a sus amigos para que no caiga en el olvido y que al pasar de boca en boca se multiplica aunque con el paso del tiempo llega a extinguirse. Escribo esto pensando en el grupo de personas de edad avanzada que todas las mañanas se esfuerzan contando sus cosas a los demás para seguir vivos. Los que se juntan alrededor de una estufa y un cafe en es Comerç de Santa María. Sus murmullos lejanos me inspiran. Son fuente de sabiduría que la historia no reflejará. Se repiten porque su vida ha sido una repetición. Es una registro popular que sólo ellos conocen porque lo hablan pero no lo escriben y algún día todo quedará en el olvido. Contado así es para desesperarse. Pero no. Se apoyan unos a otros. En sus caras hay sonrisas y no cabe la melancolía de Iñaqui. Paradojas de la vida. Si eres famoso te puedes hundir en la depresión. Si eres anónimo están los amigos para apoyarte y perpetuarte.
Iñaqui Gabilondo no puede contar mentiras de su vida y de sus hechos porque es de todos conocido. Mis compañeros de es Comerç cuentan verdades y mentiras a partes iguales y nadie lo cuestiona. No les molesta su pasado y no les inquieta su futuro porque están unidos. Son funcionarios -lo digo porque tienen una paga del estado de unos seiscientos euros para no hacer nada-. Les basta y sólo quieren rutina porque les da seguridad. Repiten sus historias con naturalidad y con talento de escritor consagrado. Iñaqui, si lees esto ven que te los presentaré y cuando los conozcas te meterás en su atmósfera relajante de la memoria histórica y volverás a sonreir.
Si los políticos fueran un poquito inteligentes -no serían políticos, pero eso es otra historia- desarrollarían la ley de memoria histórica al completo y la ampliarían para que esta gente anónima tuviera la posibilidad de contar sus vivencias y ser registradas por escrito detalladamente y quedarían a formar parte como patrimonio de la humanidad. Salud.