jueves, 19 de diciembre de 2019

Hipocondríaco


¡Hola, me llamo Antonio y soy hipocondríaco!

Desde hace un tiempo asisto a sesiones grupales de mejoras de calidad de vida y apoyo psicosocial para personas con baja autoestima.

Yo, que estoy enfermo y no he podido curarme ni con ayuda profesional doy consejos a otros que tampoco se han curado ni con ayuda profesional. Y viceversa.

Ser hipocondríaco viene a significar que pienso que padezco de todo cuando en realidad no tengo de nada. El médico que me lleva sabe que no tengo de nada y cada vez que me visita me pide de todo. Los resultados siempre son normales.

Visito las urgencias con regularidad. El médico que sabe que no tengo de nada me solicita de todo con regularidad. Esto es ser hipocondríaco. A veces pienso que está peor el médico por hacer lo que hace que yo por pensar en lo que no tengo. De momento progreso adecuadamente. O sea, sigo igual de lo que no tengo.

Ahora que ya conocéis parte de mi vida sana pero que me mantiene constantemente enfermo os cuento mi última visita a urgencias. Todo lo que cuento es así. Cuatro horas y pico de espera porque me han asignado un nivel cinco. Aprovecho para relacionarme con otros sufridos aspirantes a ser visitados por un especialista.

¿Qué tal estamos, Antonio?

Creo que tengo una enfermedad nueva.

¡Tranquilo! Seguramente no será nada. Odio esta frase. Nunca es nada. Tenía un amigo que no tenía nada y hace una semana lo incineramos.

Ahora mismo, en camillas, llevo un camisón enseñando el culo. Sé que soy hipocondríaco y que no tengo nada. Pero al pedirme pruebas, pienso que tengo algo y me pongo más enfermo de lo que no estoy.

Un neceser. La Nintendo, la play, la Tablet plus, el móvil, la consola XP y una bolsa de cargadores.

¡Antonio, a ecos!

¡Antonio, le vamos a sacar sangre!

¡Antonio, a RX!

¡Antonio, necesitamos que orine!

¡Antonio, le llaman del TAC!

¡Antonio, túmbese para un electro!

Así no se puede vivir. Es imposible curarse de lo que uno no tiene con tanto ajetreo. Un día pides -por favor- si te puede ver un médico.

¡Antonio, un poco de paciencia! ¡Sólo lleva tres días! Le daremos unas pastillas para ser feliz. Y a las dos de la madrugada, una para dormir.

A esta hora estoy durmiendo. No se preocupe. Le despertaremos.

¡Antonio, ha tenido suerte!

¿Me visitará un médico?

¡No!

Le hemos encontrado una cama. Estará contento, ¿no?

Enseguida estaré preparado.

¡Tranquilo! Primero tienen que bajar al difunto y luego limpiar la cama y la habitación.

¡Oiga, que soy hipocondríaco, carallo!

Al día siguiente todavía estoy en camillas.

¡Antonio, el médico ha decidido darle el alta! Un ingreso innecesario siempre provoca un trauma psicológico de consecuencias impredecibles. Si el médico que nunca me ha visto ha decidido que me vaya es que estoy mucho mejor.

No Antonio, usted está igual de bien. La sanidad está peor con los recortes.

¡Vístase y que vengan a buscarlo!

jueves, 11 de abril de 2019

Neruda y R. Graves.

Y un día frío de primavera llegó NERUDA desde el mar. 
Se desplazó hasta Valldemossa y recorrió un largo paseo por sus calles estrechas y llenas de macetas con flores. Visitó los silenciosos jardines exteriores de la cartuja. Estuvo degustando una taza de chocolate y una coca de patata en un jardín de limoneros, naranjos, gorriones y frío. Y un mirlo, por cierto. 
En el mirador de la montaña de la baronesa de Dudevand le envolvió una nube y se emocionó. Después de un rato la niebla se fue despejando hasta poder ver el horizonte y el mar. Pero el bosque siguió misterioso con sus pinos, algarrobos, encinas y los tortuosos troncos de los olivos centenarios. 
Olía a bosque mediterráneo y a romero. 
Subió con gran esfuerzo hasta lo más alto del pueblo de Deià. Se paseó por el pintoresco cementerio con vistas al mar y se detuvo un rato delante de la tumba de Robert Graves. Le llamó la atención que debajo del nombre sólo estuviera escrito “poeta”. 
Luego de todo esto las nubes se retiraron a las cimas de la montaña y salió el sol. Es lo que tiene cuando uno se pasea con NERUDA por algunos pueblos costeros de Mallorca con el encanto de una primavera revuelta. 

Con destino a @MaryPosa7 

sábado, 15 de diciembre de 2018

Talento y Navidad

Una vez escuche decir que seguramente el talento consiste, en general, en descubrir la belleza. 
Del vuelo de los pájaros. De las risas de un niño. Del amanecer primaveral. De caminar el sendero de un bosque donde las ramas dejan pasar el aire y un poco de sol. Escuchar el murmullo del agua de un arroyo. Del silencio de la puesta de sol. De un rato de reflexión. De cuando el agua del mar invade la playa. Y esas cosas. 
Así empezó Eugeni la tertulia del otro día. Luego se hizo el silencio durante un rato mientras intercambiábamos miradas cómplices. A la sucesión de momentos espléndidos vienen desequilibrios junto al vacío que producen vértigo emocional. La oscuridad, por muy sedosa que sea, impone serenidad para sobrellevarla. Todo depende de dónde viene el viento. De la hora del día y de con quién te acompañas en cada momento.  
Así son los diálogos de la mañana. Del amanecer. Las conversaciones de los jubilados. Las tertulias del primer café. Se nos va la imaginación. Si Platón estuviera con nosotros hubiera escrito otros diálogos. O no. Mejor así. Diversificar para comparar. 
Parece mentira pero ya estamos en Navidad. Pasará enseguida entre días de sol, lluvia y comidas. Y nos meteremos en cuaresma para purgar los pecados y poder escaparse el puente de Pascua libres de pecado. Cambiaremos los villancicos por las saetas antes de que llegue la Eurovisión y quedemos los últimos. Ya veis que a cierta edad el tiempo va muy rápido. Demasiado. Los días serán más largos y tendremos mejor tiempo. 
Nos comenta Lorenzo que pasó unos días en una casa de un pueblecito costero en Irlanda. Una casa anfibia. Construida en tierra firme y rodeada de agua de lluvia todos los días. Allí llaman buen tiempo a lo que aquí llamamos un tiempo horrible. Comenta que cuando llega el cartero, que siempre viene de lejos, le dan merienda. Pan con alguna cosa y un vaso de vino para entrar en calor. Allí el tiempo no pasa tan rápido. Nos ha gustado escuchar eso. Nuestros carteros no son así. Los de allí tienen más tiempo. 
He dejado transcurrir unos instantes largos desde el último párrafo. He mirado por la ventana mientras pensaba. Hoy las nubes se desplazan rápido hacia el Este. Es importante ordenar las ideas de la mente. El silencio lo ocupa todo o no existe. Y la oscuridad de la noche me hace descubrir cosas de mi. 
Hace unos días de los míos que he leído un libro de M. Barbery en el que se da por hecho que el mundo es más antiguo que el hombre. Deduzco, pues, que el hombre no vino de otro sitio y que por tanto es autóctono de la tierra. Así de simple lo entiendo y no pienso complicarlo. En la tertulia se ha dado por cierto y no se volverá hablar del tema.
Por estas fechas toca escuchar el canto de la Sibila. Algo tan hermoso que sólo puede compararse al canto de algunos pájaros. En el bosque, parece que el viento también canta cuando pasa entre las ramas y entre  las hojas. En el mar, es la vela la que silba melodías de Navidad. Esta es una parte de mi percepción del mundo y de estas fechas.
Siempre alegra ver un remolino desplazarse en el agua mansa de un estanque al aire libre. Se trata de romper rutinas y mantener costumbres al mismo tiempo. 
Desde hace algún tiempo el párroco de mi pueblo dice la misa en latín una vez a la semana. Se ha corrido la voz y la iglesia se ha quedado pequeña. La nostalgia sobrevuela y la gente tiene la sensación de que todo lo que se pronuncia es majestuoso. Muchos no entienden lo que dice, pero dicho en latín tiene que ser más importante que las misas del resto de la semana. La sección femenina del club de la tercera edad ha montado un coro con canciones de misa en latín. Un nuevo renacimiento de lo clásico. De lo que no pasa de moda. 
Al final de la tertulia Eugeni nos ha felicitado la Navidad y nos ha deseado un feliz año nuevo. Ha pagado los cafés y los cortados con leche natural y sacarina. Y ha dicho; Antes del año uno ¿Qué celebraba la gente? Jesús no había nacido y por tanto no había Navidad. Ni Papa Noel, ni Reyes Magos, ni turrón, ni amigo invisible, ni paga extra... hay que joderse!  Pues menos mal que nos ha tocado vivir ahora. Pobre gente la de antes. Eugeni es un retórico meticuloso que habrá fastidiado la mañana a más de uno con sus teorías. 
La naturaleza nos une a personas, animales y cosas con el lugar. Y por estas fechas más que nunca. Me acordé de una lógica frase del Lazarillo de Tormes en la que dice, "En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía". Aplastante. Hoy día sigue en vigor. Yo no quiero ser menos y aprovecho esta entrada titulada "Talento y Navidad" para desearos FELICIDAD Y SALUD. 

martes, 11 de diciembre de 2018

Dicha y sufrimiento

Hace poco se encontraron unas hojas escritas y firmadas por Sor Clara de Jesús. "La vida no tiene porqué ser una falsedad. Me he acostumbrado a mi cuerpo finito. Me asusta la eternidad de mi alma. Me gobierna la necesidad diaria. Me tranquiliza esa delicada luz otoñal". Seguían unos trazos nerviosos de un plumín desafilado. Estaba escrito por una mano nerviosa y un alma en pena. Era lo que conocía del mundo, seguramente.
Y seguía. "Los tiempos pasan. En el mejor de los casos, cambian. Las ilusiones se desvanecen y también las esperanzas. Las personas más allegadas se mueren. Son otras monjas. Mis compañeras.  Nos quedamos solas con el mar y las montañas. Ninguna de las dos cosas las puedo ver pero las recuerdo de mi infancia". 
Cuenta que el Padre Cosme, su confesor, le decía siempre: "Nada sabemos del día y la hora de nuestra muerte. Hemos de estar preparados para el último día. Pero no podemos descuidar vivir la vida de forma sabia mientras dure. Dios sólo te perdonará aquello de lo que te arrepientas. Que siempre habrá algún pecado o momento poco virtuoso". Las confesiones eran siempre las mismas. En una clausura poca cosa más podía perturbarla. Quizá sólo la imaginación. "Padre Cosme, he sentido los instintos carnales. Ya sé que Dios nos pone a prueba y hace que el diablo nos tiente". Y la voz de siempre del otro lado del confesionario. "Pues reza y trabaja. Somos hijos del esfuerzo".
Describe una huerta anexa al convento que dispone de un aljibe al aire libre. Disimuladamente, las hermanas se miran de reojo en los reflejos del agua mansa que allí reposa. Se aprecian en blanco y negro y algo distorsionadas. Se diría que se ven igual todos los días. Los años no pasan para ellas mismas. Pero si para las demás. Viven juntas pero están solas. La soledad se vive sobre todo en la habitación.
No tienen fotografías de sus seres queridos. El obispo y la madre abadesa no lo permiten para que no afloren los sentimientos de posesión o pertenencia. Está escrito en las normas que no posean nada suyo. Sólo poseen el amor de Dios y éste las posee a ellas porque las creó. Veneran una talla de madera y unos lienzos con motivos de ángeles y santos. De rodillas. En señal de sumisión. Pidiendo perdón por sus pecados. A todas horas y todos los días. No se cuestionan nada más.  
Habitaciones sin vistas y sin ruidos. Una pintura de un Dios joven y con el cabello largo y barba. Los hábitos son pesados y huelen a humedad. Ni sonrisas ni sosiego. Momentos perturbadores cuando se es joven porque no han conocido otra cosa o simplemente ya no recuerdan. "Debo de cumplir años. Pero he perdido la cuenta. Ya no sé cuantos tengo. Converso con ese Dios muerto y resucitado que me dará la vida eterna. Pero sigo teniendo sueños íntimos y clandestinos de habitación de convento de clausura". 
La libido no muere entre cuatro paredes. Eso es pecar. Y por eso hay que pedir perdón. Una existencia simple. Una vida ocultada al mundo de afuera. Agradecidas siempre. Aventuras y experiencias que no pueden compartir. No hace falta correr. El destino llega rápido. Con el tiempo ya no hay un afuera. Sólo el mundo interior. La madre abadesa indica el camino a seguir. Sólo hay uno. No hay cicatrices donde no ha habido heridas. 
El silencio se impone normal. Todas quieren ser santas pero no saben cómo dejar huella. Los años se van borrando menos en sus rostros de piel seca y rugosa pese a la humedad. Se saben de memoria la vida de los santos que leen en la capilla y en el refectorio. En una esquina del huerto hay un pequeño cementerio. Sin nombres ni fechas. Otro dato para no recordar. Los días son iguales al anterior. Cada una tiene que cuidar de su hábito y de su alma. A pesar de que ninguna de las dos cosas les pertenece. 
Corría el año del Señor de 1836. Era invierno y llegó Mendizábal. Expropió y amortizó. Y resultó que había otra vida. Otros conventos. Otras personas. Todo muy distinto. Aparecieron problemas que no supieron afrontar. Durante mucho tiempo se preguntaron si fue obra de Dios. Y si fue una dicha o un sufrimiento. Salud.  

jueves, 18 de octubre de 2018

Hojas de otoño

Sueño,
 con días remotos que ya han pasado y son nostalgia.
Te sueño,
con silenciosa constancia otoñal.
Tu presencia muda,
porque escucho el mar, la lluvia y el viento.
La vida real es austera y sosegada,
como la naturaleza en otoño.
Lo caduco y lo eterno se juntan en el infinito.
Comienza la noche,
y las nubes sustituyen a la luna y las estrellas.
Las hojas,
reposarán en la tierra con las cenizas de los dioses.
Los peces y los temores,
se escapan de las redes cuando son pequeños.
Cuando llegue la última ola no habrá nadie para verla. 
Es posible que no haya última ola,
porque el mar esté en calma.
Nadie sabrá que ha pronunciado la última palabra,
porque será de noche.
El azul del cielo es la cicatriz que deja la tormenta.
La tierra huele cuando se moja,
y la madera huele cuando la cortas.
En otoño,
mi pulso se acelera cuando no encuentra una mano,
ni una mirada.
Si quiero cambiar de aires lo hago con un libro.
Regresaré a un lugar solitario,
donde el mar baña la arena blanca de la playa vacía.
Ahora que es otoño.

lunes, 8 de octubre de 2018

Declaración

Hoy no es un buen día. Un muy mal día para la gente de bien. Y otros. 

Leo estupefacto, "La Audiencia Provincial de Madrid ha absuelto al ginecólogo EDUARDO VELA  por prescripción aunque le consideran autor de todos los delitos en el primer juicio de un caso de bebés robados que llega a los tribunales.  La Sección Séptima ha determinado que el ginecólogo es responsable de los delitos de detención ilegal, suposición de parto y falsedad en documento oficial por la sustracción de Inés Madrigal en 1969, pero no le condenan al señalar como fecha de inicio de la consumación de los hechos el momento en que esta mujer alcanzó la mayoría de edad. 

Las magistradas consideran que "ha quedado probado de forma incontestable" en el juicio que el ginecólogo del sanatorio San Ramón entregó, "una niña de pocos días de edad fuera de los cauces legales, simulando la existencia de un parto que no se había producido y estableciendo una filiación falaz, y todo ello sin que conste que hubiera mediado consentimiento ni tan siquiera conocimiento por parte de los progenitores [biológicos] del recién nacido cuya identidad no consta en parte alguna". 

Asimismo en este escrito, las magistradas reseñan que "fue el acusado la persona que hizo la certificación falaz acerca del supuesto parto de la menor que habría realizado Inés Pérez, a sabiendas de que tal hecho no era cierto". 

Se supone que este delincuente, de profesión médico ginecólogo, se debería al "Juramento Hipocrático", hecho público que pueden hacer las personas que se gradúan en la carrera universitaria de Medicina. Tiene un contenido de carácter ético, que orienta al médico en la buena práctica de su oficio. 
En mi oficio, a menudo, lo he pasado muy mal por no haber podido salvar algunas vidas pese a los esfuerzos realizados. Hoy tengo la convicción de que alguien creó el infierno, con un fuego eterno, para este tipo de homínidos. Espero y deseo que los que dictan las resoluciones judiciales tengan que dormir, a partir de ahora, con los efectos de sustancias químicas. Y también espero que no les falte tiempo a los políticos que hacen las leyes para rectificarlas y hacerlas justas. 
Ante este tipo de cosas yo no me pongo de perfil. No me es indiferente. Por lo que me he visto en la obligación moral de hacer esta declaración. Simplemente me resulta repugnante. Salud para la gente de bien. 



viernes, 5 de octubre de 2018

Recordando Formentor III

Este relato no estaba previsto. No debía de existir. Otro ocuparía su lugar no sé qué día. Pero tengo unas amigas que me inquietan por varios motivos. Elena anima. Aída provoca con otros textos. Gloria desafía con descaro y me veo obligado. Ángeles no se rinde. Luego hay otros que sé que me leen y me motivan a seguir en el intento de seguir diciendo. No puedo nombrar a todos, pero venga.
Después de repasar las anotaciones hechas en mi libreta he sido consciente de que he hablado poco de Mircea Cartarescu. Se merece más. Recuerdo que al comunicarle el Premio Formentor de las letras pensó que seguramente se debería a una confusión. Es un grán premio destinado a un escritor consagrado. Esas grandes plumas para los cuales existen los premios. 
Dijo públicamente que ser escritor no es una profesión. Uno sólo puede escribir de la vida como una religión practicada con devoción y desde la soledad en la búsqueda de uno mismo. Lejos de la notoriedad y la gloria. "Nunca quise ser escritor. Sólo quiero escribir". Fue tajante en su discurso de agradecimiento. 
Su idea, desde siempre, era abdicar de todo y sentarse en una mesa con papel amarillento y lápiz. Pensar y escribir. En una habitación íntima donde el sol entrara por la ventana y llegara hasta la mesa y un poco más. Escribiría un manuscrito infinito que duraría toda la vida alimentado por los fantasmas de su mente. Sin necesidad de publicar. Y al final el papel sería devorado por los insectos que viven de comer hojas. Pero la realidad está siendo otra.
"Me consideraré un amateur dotado de genio como tantos otros. Pero con suerte. O no. No sé qué es la suerte". Seguramente no existe la suerte. Es posible que la vida se reduzca a un complicado algoritmo matemático que nadie ha podido descifrar. No lo sé. "La gente se conforma en leer copias de un original". Piensa que quizá tendría que hacer como Virgilio que pidió que quemaran la Eneida a su muerte. 
"Somos una civilización centrada en la cultura, una cultura centrada en el arte, las artes centradas en la literatura y la literatura centrada en la poesía. El núcleo de la poesía es el núcleo de la condición humana. El núcleo de la humanidad". Así piensa Mircea Cartarescu y así lo dice en voz alta para que todos le entendamos y tomemos conciencia. 
Añadió algo que me cautivó. Soy facilón en ciertas cosas. Ya lo sabéis. "La casa de su infancia estaba pintada de color azul intenso. En ciertos momentos del día, cuando el cielo adquiría el matiz exacto del azul del revoque, la casa se fundía en el azul universal y se volvía completamente invisible". Una genialidad irrepetible. 
Se muestra humilde y mortal. Admite que en su adolescencia era muy pobre y no podía comprarse libros. Del dinero que su madre le daba para el bocadillo lo guardaba y cada cinco o seis  bocadillos equivalían a un libro. Y con cien bocadillos no comidos se compró una estantería donde empezó su biblioteca. 
En otras ocasiones de esos días compartidos en Formentor ha dicho cosas interesantes. Le preocupa y destaca que "cada día que pasa la belleza es más efímera hasta el punto de ser algo marginal. Se ha abandonado el humanismo y la gente se muestra más agresiva". Ya cuesta distinguir la poesía de una noticia falsa. La gente vive de escuchar bulos. Se ha rendido a Formentor porque aquí las letras de la literatura y la poesía siguen vivas. 
Los dioses fueron benévolos con el clima en el sentido más amplio. Temperatura adecuada. Brisa marina suficiente para anular el calor. Aroma a pino y salitre y otros olores diversos que llegaban de los jardines. El color del mar y el color de algunas nubes de paso a juego con las letras y la calma. Todo es lo mismo y todo es rompedor. La literatura sobrevuela sin fronteras. El paraíso terrenal antes del pecado. Salud.  

miércoles, 3 de octubre de 2018

Recordando Formentor II

Después del almuerzo y el café vienen conversaciones entre los asistentes y entre estos y algunos de los escritores invitados. Habla una de que no hay frontera entre la novela de ficción y la historia real. O viceversa. Que siempre hay de todo entremezclado. Carrère añade que el ingenio y la estupidez habitan las mismas mentes y las mismas personas. Lo contrario no es posible y no podría  distinguirse.
Soy consciente de que esto es una segunda parte. Pero seguiré aún a sabiendas de que no será tan buena como la primera. Tengo un fulano sentado a mi lado que escucha con atención y toma notas. Como hacemos todos. Y alguna vez se gira y me hace un comentario. A propósito de una ponencia, me explica que debería ser normal que cada uno hiciera su propia lápida y que dejara escrito el epitafio que pueda honrarle una vez muerto. 
Él ha pensado en algo así como "Viví intensamente. Ahora déjame descansar en paz mientras busco un lugar mejor a dónde ir". Le he dicho que era precioso y se ha venido arriba. Precisamente una de las ponencias iba en esta dirección. Si una cosa te gusta cópiala. Para qué te vas a poner a pensar genialidades si ya te identificas con algo de otro. Una vez muerto nadie te criticará. 
Un texto que se precie tiene que ser una mezcla, embrollo, amasijo, desorden o cóctel de tipos. Al final, cuando quites las barreras que los separan siempre quedará una zanja que mantendrá la separación. En definitiva, la literatura siempre se hace espesa. Aciertos, lamentos, admiraciones, desconciertos, aproximaciones al futuro y vueltas al pasado. Palabras, frases, párrafos, páginas, capítulos... y por fin el libro. Y el lector. 
Después de un día ajetreado uno espera una noche tranquila. La desea. Pero aún siendo del todo sosegada puede aparecer el fantasma del insomnio. Me dijo uno que hay muchas maneras de combatirlo. La mejor es la de carácter reivindicativo. Plantarle cara. Que en lugar de mostrar nerviosismo me levantara de la cama, cogiera lápiz y papel y me pusiera a escribir. Qué queréis que os diga. Pienso que un poco de química tampoco le quita mérito a la cosa. 
También tuvimos los momentos seriamente distendidos. No todos administramos de igual manera la ocurrencia. El escritor en cuestión manifiesta que un día llegó a su casa a las tantas. Ya era de día y tenía el corazón contento y lleno de alegría. Sobre un estante de los libros tiene una postal de una Sibila que pintó Anglada Camarasa. La Sibila de la postal le dijo que dentro de cinco años te llamarán para que vayas a Formentor a hablar de mi. Decidió dejar la bebida aunque no lo cumplió. 
Pero se puso a buscar bibliografía. A leer libros y a preparar la ponencia de diez minutos. 
Hay que ver lo que se puede conseguir cuando se juntan el sueño con una bebida espirituosa. Estuvo bien. Esto también es literatura. Igual que las conversaciones que tenían las señoras cuando acudían al lavadero público que había en las afueras del pueblo. Hablaban cosas serias mientras hacían la colada y antes de preparar la comida para el marido, los hijos y los abuelos. Lo malo de este último caso expuesto es que no queda constancia escrita. 
Ahora que ha terminado y nos hemos ido de Formentor sigo escuchando ecos de las conversaciones. Hay que tener constancia y paciencia. Falta menos para volver a recorrer los senderos de pinos junto al mar. Salud. 

martes, 2 de octubre de 2018

Recordando Formentor I

Recuerdo, hace unos días, que estaba sentado donde la tierra termina y tenía los pies metidos en el mar mediterráneo justo en el punto donde se baña Formentor. Se acercó uno de los escritores y poeta de los convocados para las Conversaciones y se puso a mirar la inmensidad al atardecer. Se sentó a mi lado. A la sombra de los pinos que allí son muchos. 
Me contó su historia de Mallorca. Hace millones de años, dijo. Cuando lo del diluvio universal. El agua lo cubrió todo. Toda la tierra. Y el archipiélago desapareció. Cuando terminó de llover salió el sol y las aguas se fueron retirando. Apareció la Serra de Tramuntana y otras tierras más bajas. 
No le gustó a Dios cómo quedaba la cosa y mandó que se retiraran más las aguas hasta que apareció la península de Formentor. Entonces le gustó a Dios cómo quedaba y crecieron los pinos y se formó un bello paisaje. Ahora, aquí, honramos las letras. Ahora, también es mi historia. Pero sé que hay otras distintas. 
A menudo la imaginación es como una brisa. Pero a menudo, también, la imaginación es como un vendaval. Pero uno se acomoda. Disfruta de esta brisa y disfruta del vendaval. O no. Pues según venga saldrá prosa o poesía. Drama o comedia. Pero que discurra. En la vida hay aciertos y desaciertos. Simplezas y complicaciones. Unas cosas y las contrarias. O las otras cosas. 
Me contaron un día que en los conventos de clausura no hay espejos. Me contaron muchas teorías pero una me hizo pensar más que las otras. Resulta que una vez una monja que llevaba muchos años enclaustrada se miró en uno de ellos y se vio sola. Se sintió sola. Pensó que estaba sola. Descubrió la soledad. Los hizo quitar todos y nunca más se pusieron. Insisto que tengo más teorías. 
Creo que mi mayor lucidez apareció después de cumplir los cincuenta y cinco. También podría no ser cierto del todo. A raíz de un amanecer de esos que no olvidas y después del cual inicias una búsqueda del camino. He querido decir el camino, no uno cualquiera. 
Cuando te cansas de reír cuando toca llorar o cuando te entra una angustia vital cuando lloras por no reírte. Cuando no consigues hacer lo que te apetece. Lo contrario de lo que toca. También de esto se habló en Formentor. Porque cuando estás conversando entre amigos haces estas confidencias. Y los escritores saben lo que esto significa. Otra cosa es la libertad. Lo que viene después de la obligación.
Como el necio que se acobarda y se arrodilla a los pies de la cama y le implora a la muerte justo en el último momento. Todo es simple. Si luego resulta complicado es que el ser humano sapiens está detrás. 
La de veces que me ha costado dibujar un paisaje con letras y cuantas veces sólo habré conseguido hermosos contornos de la naturaleza. Si te fijas con la corteza de los pinos que habitan en Formentor entenderás su existencia. No siempre fácil. Pero el lugar bien vale la pena. Mientras las raíces buscan la humedad las ramas buscan la luz. No es una competición. Se trata de complementarse. 
Todo va más allá de un hotel y un pinar junto al mar donde se llega por una carretera contorsionista de grán belleza. Formentor es un jardín de calma. El epicentro literario por unos días. Pasión sin límites donde el mediterráneo siempre es azul. 

viernes, 28 de septiembre de 2018

Versos de alivio

Recita eternidades el poeta
mientras fuera llueve
sobre un mar en calma.

Fuimos y somos
horizontes desvanecidos.
Viviendo en lo alto
del acantilado
ajenos a las gaviotas.

Somos telaraña
de luces y sombras,
de colores y aromas.

Un día hablaré de la luna
y de un cielo vacío.
Y de un cielo tatuado de estrellas.

Recuerdos de lo que nunca hice.
He olvidado lo que soñé.

Amanece.
El bosque parece un escaparate vivo.
Sólo cuando amanece.
Porque en todos los campos
se libran batallas.

Y siempre perdemos la última.