jueves, 11 de diciembre de 2014

Diluvio

Llegamos pasados unos quince minutos del horario habitual. Como es habitual y correcto en la Isla. Llego enseguida pueden ser horas. Lo tendré en unos días pueden ser meses. Te llamo en unos días puede ser nunca. Y así casi todo. Por eso se habla del carácter isleño. Que no se trata de hacerlo todo hoy y empezar a aburrirse a partir de mañana.
Dicho esto y a veinticuatro horas del fatídico patinazo ya tenía todos los consentimientos firmados para que me operaran la muñeca que estaba catalogada de catastrófica. Todas las pruebas habían salido bien como era de esperar. La muñeca izquierda eran unas ruinas de lo que fue por culpa de la lluvia. En la Isla no existe el sirimiri. O no llueve o diluvia. Pues eso.
De los últimos tuits que recuerdo hacían referencia a mi estado anímico y físico. Ambos tocados. La calma, a veces, transita entre tinieblas. Fui contestado en abierto y por DM. Ahora que no puedo ni conducir mis contertulios de los desayunos me esperarán en vano hasta que la niebla se disipe. Que los medicamentos me tienen la mente y el pensamiento casi abolido. Cuando escribo esto estoy alejado del mar. No lo veo. No lo huelo, ni lo oigo. Tampoco puedo llegar hasta él. Pero todavía tengo la capacidad de imaginarlo porque hay cosas que no se olvidan.
Una ventana sin vistas. Una luz de neón en la cabecera. Un tiempo parado y silencioso. Ambiente turbador de paredes blancas. Experiencias que voy acumulando para la vida. Que al final es la suma de ellas. Necesito mi cama. Mi habitación. Mi rutina. Mi sueño. Mi día y mi noche. Mi viento, mi bosque y mi mar. Esas palabras ya suenan lejanas ahora mismo. Mi otoño se ha complicado y discurre por un trozo de camino tortuoso, empinado y resbaladizo. Un trozo de mi historia con trazos desiguales y difíciles de leer. Un fermentado rancio de horas y minutos sin botín a repartir. Un tiempo subcontratado y eventual que no me pertenece pero que tengo que entretener.
Cuando una memoria confusa se hace letra y palabra pasa a la historia imperfecta de cada uno. Letras sometidas a unas circunstancias hostiles que se escriben entre más tormentas que calmas. Ya dije que las trincheras no se ven igual desde fuera. Quiero volver a ellas. Salud.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Quinientas entradas




Llegados a las quinientas entradas
pensé que el día se había acabado.
Pero amaneció otro día
joven y manso como todos.
Durante la noche triste
que iluminan las farolas,
soñé con la derrota.
Al despertar supe cómo ganar.
 
Hablé con el destino en plena calle.
Nos desafiamos.
Luego te encontré a ti,
y los recuerdos de la niñez.
Sólo el mar ha sabido imitar
el color de tus ojos.
Cuando me he sentido vacío
ha regresado el viento
y me ha dado en la cara con fuerza.
A veces lo que pienso no es lo que digo.
Es que a veces somos dos.
 
La noche es para alejarse de la vida real.
Para entrar en la vida de los sueños.
Por culpa de los ojos que se cierran.
Hace unos días empecé a vivir la vida de adulto.
Las cosas que ahora conozco pueden no ser verdad.
Las cosas que ahora desconozco pueden no ser mentira.
 
Procuro caminar en la dirección correcta.
Pero me han hecho saber
que si es para huir
camino en la dirección equivocada.
La noche no tiene ojos.
No los necesita para moverse en la oscuridad.
Y mientras mantengo cierta distancia
con el alma.
Al fin y al cabo no es mía.
 
No consigo dejar huellas
ni en la nieve ni el la arena del desierto.
Sólo un torrente de letras
atrapadas en las hojas de un libro
 llenan mis soledades
y despiertan mis inocencias.
 
El pensamiento humano nace con la vida.
Amago de vida en blanco y negro.
A pesar de la muerte. O no.
Porque es mi otoño y son quinientas entradas ya.
Salud.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Después

El exilio a mi otoño me va bien. Gracias. Atrapado en el presente pero sigo viviendo en libertad. Me gusta caminar más por el barro porque se marcan las pisadas. El sol las secará y perdurarán en el tiempo. Lo sé. Como si estuviera previsto todo de antemano. Tampoco me molesta pisar las hojas caídas de la vida. Incluso el viento ha soplado las cenizas.
Algunos días los perros ladran furiosos. No sé porqué. A todas horas. Por la mañana por la tarde o por la noche. Cuando oyen ruido o cuando escuchan el silencio. Sólo el gallo de mi vecino le canta al amanecer y luego va a lo suyo. Yo hago lo mismo. Madrugo con los pájaros, los olivos, las encinas y las higueras deshojadas. Me llevo bien con el mar y el bosque. Escribo cuando las últimas flores del limonero han caído por culpa del frío. A la espera de la siguiente primavera. Pero antes vendrá la nieve del invierno y su frío. Yo buscaré cobijo en el calor de la tormenta del fuego de la chimenea. Como siempre. Pero ahora más que nunca. Y descalzo, a todo esto.
El amanecer de hoy tiene el color de mi cuerpo tibio cuando acaba de levantarse. Fuera, amaneceres frescos que nos avanzan la inevitable llegada del invierno. Igual que las noches tempranas me acompañan el café de media tarde. Los amaneceres de niebla huelen a café con leche porque otra cosa no se ve. La densa oscuridad de la noche huele a cena y a descanso merecido. Me dice Eugeni que en las cárceles, cada vez más llenas, y los conventos, cada vez más vacíos, se desayuna temprano y se cena pronto. Mis costumbres y mi rutina, de momento, me siguen.
Después llega la noche temprana para el escritor o la tarde desmayada para el poeta. Que viene a ser lo mismo según el estilo de cada uno. Los días empiezan y acaban con la misma luz tenue. La de siempre. Que para esto se inventó. Ahora, cuando amanece en otoño, el viento sale del bosque y recorre las calles y los sembrados. Levanta olas y mueve las nubes. A la noche regresará. Se pregunta Eugeni si los dioses y diosas de la antigüedad existen todavía hoy. Él mismo se responde que si. Son inmortales y nos acompañan. Pero sólo están de moda para los nostálgicos. Los que vivimos el otoño. Así nos va. Las olas pasan la noche mar adentro. En la playa se quedan las insomnes que no paran de murmurar.
Las cavilaciones de cuando ando no son los mismos pensamientos de cuando tomo el café o cuando la tertulia mañanera con los amigos. Porque los ojos no miran al mismo sitio. Ahora miran a ninguna parte. Y las ideas me revolotean. He vuelto a la colonia de peluquería. La que nunca pasa de moda. Procuro andar en todas las direcciones. Así en algún momento del día camino en la buena dirección. Eso es. Y en mis ratos libres miro pasar el agua del rio que no se detiene por mucho que me concentre.
Los árboles sin hojas de mi otoño parecen raquíticos y débiles. Simplemente descansan para ser más fuertes el próximo verano. Ahora me paro a mirar más escaparates que antes. Después de pensarlo bien he llegado a la conclusión que me atraen las luces de navidad, los decorados con turrón y los juguetes. Cosas mías. Cuando la presión de mis pensamientos me atormenta me sujeto la cabeza con las dos manos para que no estalle. Aprieto y siento alivio. Los días que me levanto con los ojos hundidos no me afeito. Es cuestión de mantener la armonía en la cara y la dignidad de la mente. Que el otoño es una estación más.
Siempre será de día hasta que se ponga el sol. También lo ha dicho Eugeni que se lo ha dicho el poeta de la boca del metro. Añade que la inmortalidad del alma pasa por la mortalidad del cuerpo. A diferencia de los dioses de la antigüedad. Por eso nosotros tenemos mausoleos con flores secas y ellos tienen templos con velas encendidas y olor a incienso. Cuando un cuerpo muere el alma va al infierno para purificarse con el fuego. Después va a otro cuerpo y así sucesivamente. Por eso es inmortal. Como el mar.
Es un post para leer y pensar. En calma. Que las prisas en otoño no son buenas. He conocido si fue primero el huevo o la gallina. Igual que el amor o el deseo. Ahí está la respuesta. Ahora que es después voy a hacer otra cosa o nada. Salud.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Sesenta

Amaneció la primera mañana del mundo para mi. A las seis y diez de la tarde del día cinco de Noviembre. Esa vida que tiene todos los minutos iguales y todos los días distintos. Tarde anochecida anticipadamente porque era otoño. Con calles de farolas insuficientes y esquinas en penumbra.
A las seis y diez de la tarde, decía, se escuchó un grito estremecedor. De los de coger aire para que la vida no se escape. De esos. Luego vino un llanto largo. Sin eco y sin sombra. Es que me di cuenta de que la vida por dentro no tiene nada que ver con la vida que te has imaginado cuando estás fuera. Pero ya estaba dentro y sólo se sale con la muerte.
El otoño de la vida es distinto al resto de las estaciones. Más intenso. Cosas por hacer sin tiempo. Ahora mi respiración va acompasada con la vida. Con las emociones y con los sentimientos. La armonía del equilibrio que se consigue con la experiencia. El color de los ojos me cambia según la luz del momento. Pero la mirada va cambiando según la edad. Tranquila y experimentada. Que igual que mira dice aunque los ojos estén medio cerrados. De la mirada ingenua y azulada de antes a la mirada determinante con matices de ahora.
El olor a calostro y nenuco ha dado paso al olor de puesta de sol. De lluvia y viento. De incienso funerario. Te mantienes fuerte como un caballo de picar porque te protege la experiencia acumulada. Un ir y venir desde el centro de la plaza hasta los chiqueros y los burladeros. Levantando, al paso, arena amarillenta que mantiene huella. Soy un desconocido más que forma parte de la gente mayor. Que mira el tiempo pasado en los escaparates de la vida en calles poco iluminadas. Con paso de costumbre y rutina y la sombra fiel que no te deja ni los días nublados.
Me dice el poeta que ahora tengo que aparentar que sé más de lo que digo y escribo. Estoy de acuerdo. Y mientras fuera se acumulan hojas arremolinadas por el viento de otoño. Que se mojan con la lluvia. Cuando escampe las recogeré. O no. He cambiado las trompetas y tambores y verbenas por las puestas de sol y la marcha Radetzky. Es la última pieza que se escucha en el concierto. Pero te dejan participar dando palmas. Días huérfanos que aprovecho para amamantar recuerdos. Mientras se consume la leña en la chimenea y el humo sube recto como un ciprés. La rectitud del momento. Y mientras escribo esto han caído las últimas flores del limonero por el frío. Pero sé que en primavera saldrán otras.
Ando despacio. No quiero que descubran mi prisa por la vida. Con los minutos me he puesto a construir horas y días. He subido a la bicicleta para pedalear quimeras y pasearlas por las calles de luz nublada. Luego he descansado en un bar sorbiendo un café. He aprovechado para interrogar al pasado. Sin reproches, con buen rollo y esas cosas. Levanto la vista y observo. He cepillado los zapatos y los ha lustrado. El polvo antiguo no me dejaba andar bien. Sigo madrugando como los gorriones que me miran desde las ramas de las encinas y los olivos. Los tordos también madrugan con el crepúsculo para ir a las trampas.
El mar aguantará el invierno con sus tempestades. El bosque hará lo propio con los árboles hacinados con sus sombras. Esperaré cualquier cosa o nada de este otoño que acabo de inaugurar. Un exilio obligado e inteligente rumbo al oeste persiguiendo la puesta de sol. Porque los dioses también pasan el otoño en la Isla. Salud.

martes, 4 de noviembre de 2014

Sor Margalida

A propósito de un caso. Como se dice en el argot de mi profesión cada vez que alguien quiere exponer un tema concreto basándose en hechos reales ya vividos.
Pues resulta que Sor Margalida es una monja de la orden de las monjas de la caridad. Nacida en Binissalem (Mallorca). Se hizo monja y luego estudió enfermería en el Hospital de Son Dureta de Palma. Ahora el hospital se encuentra en fase de degradación rápida por expreso deseo de un tal Bauzá honorable. Terminada la carrera de enfermería se preparó para acudir al servicio de los demás por una de esas llamadas internas de la vocación y de Dios. Según cuenta. Esta llamada la llevó, con veinticinco años, a algún rincón inédito del Perú. Allí ha compaginado la pastoral y la sanidad bajo el nombre de "misionera". 
Hace unos meses que Sor Margalida Colmillo, a la cual me une parentesco familiar por parte de madre, ha regresado a su pueblo natal de Binissalem con motivo de su sesenta y cinco cumpleaños y su jubilación legal. Recibió el cariño de familiares y amigos. También recibió el reconocimiento del Consistorio a toda una vida entregada al servicio de los más necesitados. Una fiesta. Una misa. Una placa conmemorativa y otras cosas típicas de este tipo de eventos. Pasó con nosotros unos quince días en los que se le intentó persuadir para que se quedara lo que le quede de vida. Que vistas las cosas y cómo se conserva puede ser mucho.
Se ha entretenido con todos los que han querido saludarla y ha contado cosas bonitas que hace como misionera en Perú. Nadie ha podido convencerla de que se quede. Ha explicado que lo suyo es vocacional pero que también es un oficio. Que se empieza y se termina cuando uno se muere. Nunca se jubila uno de eso. Ella tiene su vida y otra familia al otro lado del atlántico que requieren su atención. Que vivirá haciendo lo que sabe hacer con los suyos. Y que no volverá nunca más. Que allí la cuidarán si enferma y le darán cristiana sepultura cuando se muera. Punto.
Han sido unos días largos, entrañables y sensibles. Paseó por las calles de su pueblo y recordó su infancia. Visitó la tumba de sus padres y otros. Se puso a punto consigo misma para regresar donde una vez fue llamada.
La coincidencia hizo que pasara lo que pasara con unos misioneros en África que fueron repatriados a petición propia para morir en una cama de hospital de la capital. Ella nunca entendió esa forma de ser "misionero". La suya es bien distinta. Va a regresar al lugar donde ha invertido sus conocimientos y su vida. Ahora mismo ya se encuentra en Perú. En algún lugar inédito que ella considera su casa.
Escribo esto ahora para no hacerlo coincidir con estos otros sucesos ya conocidos y mencionados. No todos los misioneros entienden su vida pastoral de la misma manera. Resulta evidente. Y para que no hubiera malos entendidos. Yo pienso igual que ella y me resulta repugnante lo de otros. Que quede constancia a propósito de un caso. Del caso de la monja de la caridad Sor Margalida Colmillo. Salud.  

viernes, 24 de octubre de 2014

Mente excluida


Desglosó el olvido
entre laberintos
de penumbras mudas
y no encontró la verdad
de nada.
 
Como si el tiempo
se hubiera acabado
negligente y funerario
recuerdo cobarde
que se aparta.
 
Probé entonces
de hacerme el ignorante
se me negó la entrada
al tiempo mezquino
que ya no habita la mente.
 
Encontré metáforas
y las quise descifrar
pero me faltaba el aire.
Las imágenes sin sombra
en blanco y negro
quietas sin hacer ruido.
 
Como un paseo
entre mausoleos de mármol
y olor a moho eterno
como un amago de vida
o una búsqueda infructuosa.
 
El orgullo del olvido
intransigente.

Imágenes eternas
que conviven en silencio
para poder descansar.
El aire se mueve
pero se mantiene al margen.
El alma se mantiene
flotando en el aire
mientras los recuerdos
se alejan inadvertidos.

Hay ratos de fortuna
que volvemos a la vida.
Miré atrás y no pude ver
los días que se fueron.
Como historias de aventuras
en libros cerrados
y colocados en estanterías. 

Hay orden pero no hay ruido.
Como en la profundidad del mar.
Donde nacen los peces
y descansan los muertos.

El nombre del libro
viene escrito en la solapa.
El de los muertos
en la piedra o en la madera.
También el nombre del libro
se borra si nadie lo abre y lee.
Los días vividos desaparecen
y con ellos las historias
para recordar y para olvidar.

No sé tocar el piano
pero sé colocar de forma adecuada
los dedos sobre los agujeros
de una flauta dulce.
Los días se repiten
pero no sus momentos.
La vida sólo se vive una vez.

Cuando las noches son insomnes
los días se repiten.
No sé muy bien porqué.
Mientras amanece
no miro al sol.
Me fijo en las cosas
que la luz vuelve visibles
con sus sombras alargadas.

El jardín de casa guarda las flores
pero no puede hacer lo mismo
con el aroma que el viento esparce.
Voy girando las páginas 
de la vida.
Pero los capítulos del libro siguen.
Mañana leeré otros
pero ya no será lo mismo.
El tiempo que estuvo en mi
ahora es otro.

Escucho el viento
y el ruido de las olas que llegan.
Una y otra vez.
Puedo oler la grandeza del mar azul.
Algunas vivencias producen lágrimas.
De alegría o de tristeza.
Pero nada me es indiferente
porque todo es irrepetible.

Subí a la cima
en busca del viento
y me encontré la lluvia
de una primavera anticipada.
Aproveché el lugar
para conocer a los dioses de los clásicos.
Escucho el eco
de lo que dijeron los filósofos.
Yo también he sido
muchos hombres
y he tenido distintas edades.
He disfrutado 
de la tranquila arena del desierto.
Horizontes de dunas que se alejan.
Como el horizonte marino
que cuanto más te acercas
él más se aleja. 

He tardado tiempo en saber
la razón de la vida.
Todavía tengo dudas.
Intuyo que la sombra del ciprés
es alargada para mostrarme el camino.
Impresiona su rectitud
como metáfora de la razón de la vida.

Hay días que el silencio es cruel.
Otros días es un alivio.
Tengo dudas de la razón del silencio.
Pero realza las emociones.
El desierto carece de sombras.
El bosque está repleta de ellas.
La noche no tiene sombras
porque está formada de oscuridad.


miércoles, 8 de octubre de 2014

Nosotros mismos


Viene el rio a morir al mar,
exhausto.
Reflejando paisajes,
recogiendo hojas
en su recorrido.
Le hablo de ti
para que lleve las palabras
en su agua transparente
y su fondo de piedras.
Baja rápido y se entretiene.
Como las nubes y el mar,
como el aire que respira,
como el pensamiento.
Llega a la noche de la nada.
Al garabato indescifrable.
A la palabra sin sentido.
Y se pierde
en la grandiosidad del mar.
Desaparecen los paisajes
las hojas y las piedras.
Hasta la ceguera infinita.
Ha recorrido mucho desde la montaña.
Se ha detenido en los recodos.
Día y noche sin parar.
Monotonía y desvelos.
Muere en el mar.
Resucita en el mar
pero ya es otra cosa.
Nosotros mismos.


lunes, 22 de septiembre de 2014

Descalzo

El verano va dejando de ser lo que era o lo que fue para ser otra cosa. Ser otoño, sin más. Aunque está por ver qué tal lo hace. Que ya sabemos lo que ocurre con esas cosas. Se suele ser pero no se suele ejercer. O más o menos. Fechas oficiales al margen, el verano sigue aunque estemos en otoño. Con lluvia o sin lluvia. Tomando el sol en la playa o haciendo senderismo por la montaña. Pues eso.
Y como quiera que ha llegado la lluvia, por fin, aunque nadie sabe cómo ha sido, me encuentro detrás del ventanal de casa, el que da al jardín, con un libro de entre manos de esos de lluvia. Me explico. Esos libros de papel, en rústico fino y tapas blandas, y una acumulación de letras de esas que sólo sirven para matar el rato que llueve. Y nada más.
Un libro de lluvia o de tormenta. Esas tardes noches que no sabes muy bien si estás al final del verano o al principio del otoño. Porque llueve de otoño pero hace calor de verano. Cuando la lluvia cae (canta Mari Trini). Cuando la oscuridad llega antes (hemos llegado al Equinoccio). Y esas cosas de entre tiempo.
Ahora toca recogerse un poco antes y hay que aprovechar el tiempo. Aquí es cuando entran en escena estos libros de lluvia que matan el tiempo desapacible y luego no los recuerdas. Y entre libros escritos con letras de paja están los que llevan letras escritas con tinta. Con argumento y con provocación de pensar. Dice uno que como los políticos van faltos de cultura y además no leen prefieren inaugurar cosas que llevan tiempo funcionando. También para matar el tiempo. Porque están ociosos y presuntos imputados de alguna cosa. Que para eso se dedican a la política.
Ya llevo un rato descalzo porque hace un rato que decidí coger papel y pluma y escribir algo. Aprovechando que las sinapsis no están bloqueadas por el calor. Con esa letra de monja que me han dicho que tengo. Y llevan razón porque Sor Juana y Sor Catalina me enseñaron a leer y a escribir. Y la lectura con entonación. En una aula grande del convento que tenían en la plaza de Quadrado de Palma. Ahora es un hotelito de interior de ciudad y un bareto de variados y cañas. Lo de la entonación viene a cuento de saber pasar de puntillas sobre algunas cosas que dices o enfatizar otras de mayor importancia.
Me ha dicho Eugeni esta mañana que cultivo un subgrupo literario llamado relato en breve. De capital. Que los de pueblo escriben sobre otras cosas y de distinta manera. Aunque también debieron aprender con monjas. A lo mejor lo ha dicho al revés. No lo recuerdo bien. Pero algo de esto ha dicho porque le tengo confianza y escucho sus consejos. Y los viernes, como todos los viernes, quedamos en una hora de tarde avanzada en el banco de la Plaza de Cort. Conocido popularmente como el banco del "...si no fos...". Tenemos ruta cultural por las calles estrechas del casco antiguo de Palma de la mano de Gaspar Valero Martí. Nos cuenta la historia de Palma y más.
La escritura rústica o íntima es para las tardes de lluvia de otoño. Como hoy. Que llueve sobre tierra demasiado seca y se encharca. Y luego no la puedes pisar por acumulación de barro. Escritos sobre damas despechadas. Señores paseando cuernos con elegancia. La erótica de criadas y cocheros en la penumbra de los patios. Momentos piadosos de Semana Santa con cartas comprometidas entre monjas de clausura y militares. Que otra cosa no había.
Y a todo esto he pasado el día en Deià. He nadado en su cala y he dormido en uno de sus hotelitos con encanto entre extranjeros que vienen a ver la casa de Robert Graves. A escasos metros de la iglesia y de su pequeño cementerio también con encanto. Con un fuerte viento que se ha deslizado por entre las calles y ha entrado en la habitación por la ventana. No ha faltado la puesta de sol con colores caprichosos de esos de enamoramientos. Mañana tocará visitar el Oratorio de Miramar que l'Archiduc hizo construir en memoria de Ramón Llull y que un rayo de otoño ha dejado en estado ruinoso. Salud.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Deseos

Dice un contertulio, ya de buena mañana, a propósito de que ahora es el tutor legal a tiempo parcial de su nieto, que la niñez es valiente entre tanto adulto que te dice constantemente lo que tienes que hacer y cómo. Seguramente es así visto desde el papel de abuelo activo porque toca. Resulta que dice que hay instantes de su vida que se repiten gracias a los recuerdos. Y que no le falten. Sus recuerdos, más que nunca, afloran gracias al nieto. Otra educación con las mismas bases pero con distintos medios. Retocada, ampliada y mejorada de la primera. La de sus hijos.
Casi nada lo que dice el contertulio de buena mañana. Educar los valores de siempre a dos generaciones posteriores y sin haberte reciclado. Una aventura que le deja extenuado cuando llega la noche. Las ansias de vivir de uno y otro es la misma. Uno de forma rápida y casi alocada sin pensar en consecuencias. El otro de forma más pausada y tranquila y razonando las consecuencias de cada decisión. Es lo que tiene vivir la vida siendo abuelo jubilado activo con nieto hiperactivo.
En uno la felicidad va directamente relacionada con la despreocupación. En el otro, la búsqueda de la felicidad, va en relación al grado de responsabilidad. Entre todo está esa niñez valiente entre tanto niño. Que esta es otra. Convivir con el nieto implica convivir con otros niños y sus progenitores que puede resultar más complicado que convivir sólo con adultos porque muchos demuestran no haber evolucionado por lo que dicen y lo que hacen. Realmente preocupante.
Ha dicho el contertulio de buena mañana, después de sorber los posos del café, en sus deseos de agradar, que el llanto de los bebés o de los niños pequeños, son llantos de soledad. Nos ha desarmado. Ha sido como un pájaro exótico de oriente cuando bate sus alas. Provoca un fuerte vendaval que agita el mar, las ramas de los árboles del bosque y las conciencias de las personas. Sus palabras, ocurrentes o no, entraron para quedarse. Tomé nota para hablarlo con el mediterráneo a media tarde. Casi al anochecer de algún día cuando el sol todavía no está puesto. Quizá en primavera o en otoño. Uno de esos días que el viento aprovecha para limpiar el cielo de nubes. Porque también se dedica a esto.
Esos días invernales en que el sol se comporta de forma rústica. Con calor de hoguera de infierno. Es el momento adecuado para que el mediterráneo te escuche con claridad y te conteste con olas mansas y rojizas de sol bajo y cansado. Que cuando el sol está bajo alarga la sombra de olivos y encinas y te llega a la orilla donde te sientas en la roca del poeta.
El abuelo activo, representante legal a tiempo parcial del nieto hiperactivo porque sus padres tienen que trabajar, se agobia. Porque el abuelo tiene la edad legal de descansar o de tomarse la vida con otra filosofía. Pero no puede, por responsabilidad. Y sigue sacando fuerzas de flaqueza para cumplir dignamente. Lucha y gana, y aún ganando, no percibe felicidad. Igual que el que pierde. Echa en falta el deseo y las ganas de  desempeñar un trabajo para el que no necesita ni se le exige un título universitario. Simplemente sentido común y abnegación.
Ha decidido hacer un añadido al testamento para dejarle el alma a ese nieto que ahora cuida a tiempo parcial. Con mano firme y sin mal criarlo porque se lo han dicho los progenitores. Pero los abuelos jubilados están para todo lo contrario. Que así le recordará el nieto. Algunos sentimientos pasan en un susurro escueto. Pero dejan un eco imparable. Seguramente son deseos. Ese abuelo que con el tiempo ha forjado una jaula de oro y plata, cómoda y bonita, para vivir la intimidad de la jubilación. Y la jaula está sin estrenar. La intimidad también. El momento legal no se coincide con el momento real. Hasta que no vuelva a ser el jubilado despreocupado que espera la llegada del juicio final no habrá más puestas de sol que admirar. Ni amaneceres. Siguen siendo deseos no cumplidos.
Sólo hay nubes y lluvia de finales de verano que suplantan el día soleado. Ha dicho el contertulio de buena mañana que pronto los niños empezarán la escuela. Entonces el deseo de vivir la jubilación a tiempo completo se cumplirá. Con las prisas del nieto se le olvida coger la sombra y sale sin ella. Y si va con prisas, la sombra no le puede seguir. Así las cosas, el sueño de los sabios transcurre siempre de noche. Que la sabiduría viene de haber soñado con la derrota. Salud.

 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Poeta II

Una mañana se encontró indispuesto y lo llevaron a urgencias. El médico le pidió que dijera treinta y tres. Lo dijo y lo ingresó. Al día siguiente le pidió que tosiera. Se negó y firmó el alta voluntaria. Regresó al pueblecito costero justo a tiempo para ver la puesta de sol. Es que el poeta Fulano es de letras. Caramba.
Y va pasando el verano casi sin darnos cuenta. El poeta disfruta los segundos como si fueran los únicos de su vida. El verano se acerca a su fin pero no así el calor. Que sigue apretando y nosotros en remojo. Las horas de luz son menos y los novios aprovechan la oscuridad temprana y el amanecer tardío para quererse. Ya sólo faltan las fiestas patronales en tres pueblos de la Isla. Los rezagados. El poeta Fulano no va de fiestas ni de verbenas. Ha descubierto la tumbona del porche y las veladas de tertulia con velas y Brandy. Le seduce y se inspira.
Por la mañana lee la prensa local en el bar de Pepe mientras toma café y unas tostadas. También ha descubierto la ensaimada el puñetero. No entiende que la consellera de talla grande inaugure unas huelgas antes que el curso escolar. El año que viene gobernarán otros o no tendremos poetas que nos sucedan. Ambos hemos leído mucho este verano. Pero tenemos una pila de libros pendientes recomendados. Habrá que echar mano del otoño. Que también es tiempo propicio para la lectura junto al mar.
Cada noche piensa el sueño el poeta. No le gusta improvisar. Que después los recuerda y es como si hubiera vivido dos veces. Se quiere llevar el mar a la capital. El pescador le ha regalado una caracola. Dice que la pondrá sobre la mesita de noche para escuchar las olas antes de dormirse. Todo en él es algo único. Lo que dice. Lo que hace. Lo que piensa. Lo que escribe. Y todo eso que sigue.
Se marcha el poeta Fulano, porque no ha querido que diera su nombre, con lágrimas. Se lleva recuerdos y amigos. Sonidos y olores. Se lleva en la memoria el mar mediterráneo. Las puestas de sol sobre el horizonte del mar. La seguridad de que volverá. Las siestas de bochorno y el mareo del mar cuando navegó en barca. Los buenos días de las gentes y los escritos en la orilla mientras las olas le roban las huellas y la sombra. Que te vaya bien, poeta. Salud.