martes, 23 de julio de 2013

Alivio de mar

Hoy me he levantado pronto. Con las primeras luces, como se suele decir. Me he acercado hasta la playa. Allí, sentado sobre una roca, estaba el poeta.  Puesto el sombrero. Con los pies en el agua. Mira el mar y escribe.
Dicen que lo hace para aliviar sus penas. No lo sé. El día se va encendiendo poco a poco. El sol se dispone a salir. Me reconforta mucho esta imagen. Al poeta parece que también. Casi todas las mañanas viene el poeta hasta la orilla del mar y escribe. Y mira. Escribe versos a la persona que ama. Es lo único que apaga su tristeza. La mujer que ama está al otro lado del mar. En otra tierra después del horizonte. La marea le cuenta sobre ella y lo escribe para no olvidarla. Él le contesta cosas bonitas a través de las olas. Se lo dirán. El mar no guarda silencio en estas cosas.
A lo lejos veo moverse unas velas. Serán de alguna barca que está faenando. Luego traerá el pescado. Justo sobre la línea del horizonte hay un barco de carga que cruza hacia el oeste. Lo hace lento y parsimonioso. Se desliza. Y el poeta sigue escribiendo recuerdos que el mar le trae. Para unos segundos y se queda mirando el sol. Luego ya no lo podrá mirar. Nadie puede mirar el sol. Por eso dicen que pasea sus penas al mediodía.
Sólo puedes contemplarlo cuando amanece o cuando se acuesta. Se le ve rojo y mojado. Enseguida proyecta  nuestra sombra que aparece alargada en exceso. El mar cambia el color. Plateado, dorado y luego azul. Las olas despiertan y llegan a la orilla de la playa de otra manera. Al poeta, el mar ya le llega hasta las rodillas. Distinto a como lo hace de noche.
Desde que la persona que ama no está a su lado el mar le parece distinto. Así piensa el poeta. Él escribe para no olvidarla. Por eso viene todas las mañanas. A veces se oye el ruido de alguna lágrima que cae al agua. Las olas la recogen mientras el poeta mira. Se la llevarán mar adentro porque el mensaje está en la lágrima. Ella lo entenderá en cuanto la vea.
Cuando llega la noche el poeta sale a la terraza de su casa. En una tumbona de verano. Las luces apagadas. Mira las estrellas y sonríe. Le transmiten emociones y sentimientos ya vividos con ella. Eso dice y la gente le sigue la corriente. Tiene la costumbre de cenar algo de fruta. Luego, bien entrada la noche, encenderá una lámpara y escribirá para ella. El fresco de la noche y la brisa del mar ayudan a pensar. El poeta no se descalza como yo. Simplemente anda descalzo todo el día. Vaya dónde vaya. Haga lo que haga.
Cuando aparezca el sueño los párpados le avisarán. Entonces recogerá todo y se irá a dormir. Mañana con las primeras luces volverá a estar a la orilla del mar.
Perdonad mi despiste. Yo contando y no he presentado al poeta. Se llama Eugeni. Hombre cabal e inteligente. Aquí le conocen como "el profesor" porque da clases en la universidad. Para mi siempre será el poeta porque yo he leído los versos que escribe. Todos los veranos recala en una pequeña casita de su propiedad a escasos metros del mar. Este año está solo.
La mujer que ama se encuentra al otro lado del horizonte. Este verano toca trabajar. Alguna tarde su mente se rebela y no se inspira. Abandona la pluma y el papel y los mira de reojo desganado. Es el momento de ponerse a coquetear con los recuerdos. A ver si cuela. Son recuerdos de poeta enamorado. Habla con argumentos sólidos por lo que no precisa gritar ni levantar la voz.
Así vive Eugeni. Alguna tarde sale a pasear. Cuando la gente siestea y huye del calor. Sólo algunos niños juegan a sus cosas a la sombra de los portales. Y se acerca hasta el quiosco de Fran. Coge algunos libros ya leídos por otros. Son de segunda lectura y Fran los vende por cincuenta céntimos de euro. Si alguno le llama la atención se lo lleva. Hablan para ocupar el tiempo. Este es el poeta de un pueblecito costero de la Isla. Salud.

jueves, 18 de julio de 2013

Historias

Escribo historias para entretenerme y luego las cuento para entretener a los demás. Para distraer los problemas de cada día y así éste pasa de otra manera y con otras preocupaciones. 
Nos comportamos como indigentes y mendigos apostados en las esquinas o en los portales de grandes edificios con la mano extendida en espera de que algún buen samaritano nos deje una historia. Hay días que son malos de pasar. Mi pluma, que lo sabe, se pone a escribir un combinado de verdades mezcladas hábilmente con invenciones. Se trata de escribir sobre las personas y su comportamiento. El homo sapiens es bastante previsible.
Aprovechando que la cosa va de historias que entretienen o distraen voy a contar que en el jardín de mi casa hay un pequeño estanque, junto a un membrillo,  con una docena de peces de distintos colores y unas cuantas plantas de agua que se mueven según el aire. Junto al estanque he puesto un banco de madera de esos de sentarse cuando uno no quiere hacer nada y a lo más que aspiro es a que el tiempo pase sin molestar. Me siento en el banco, me descalzo, ya llevo el sombrero y mientras el tiempo pasa yo miro cómo nadan los peces que sería como mirar cómo caminan los humanos. Con total libertad y algunos con arte. Diría sin miedo a equivocarme que se comportan como peces en el agua. Pongo escamas de comida en la yema de mis dedos, los chapoteo en el agua y vienen a comerla. Uno detrás del otro y sin molestar. Son silenciosos los peces del estanque del jardín de mi casa. Sólo se escucha el agua que cae por una cascada que hay en una esquina. Constantemente. Sin parar. Y el ruido del agua nos habla a los peces y a mi aunque seguramente no interpretamos igual este sonido. A mi me relaja porque es poético. A ellos, seguramente también.
Tengo a mano unas hojas del suplemento cultural de un periódico. La oferta cultural es mucha y variada. Ahora en verano prima el teatro al aire libre, el cine mientras tomas el fresco o el recitado de poemas musicalizados, teatro al aire libre y conciertos. Todo esto pasa al anochecer y hasta las tantas. Un rato inexplicable sólo superado por la charla de después de la obra. Momento de ocupar una terraza, cenar de un pamboli y aprovechar el fresco que sale cuando el sol está durmiendo. Nosotros alargaremos la siesta porque estamos en verano.
Además del teatro clásico, hoy se oferta teatro post-moderno. Con tintes de vodevil y cuya actriz principal lleva hábito de monja. Comportamiento estilo "lolailo" porque Dios es infinitamente bueno y se lo permite. Ella hace de ella y está de gira en busca de ideas perdidas en la niñez. Es el otro teatro. El vanguardista de cada día. El que se ofrece en verano cuando el calor aprieta. Junto al mar. Chica revolucionaria que acata normas medievales. Anda el camino de un hámster hasta que terminen sus días dando vueltas sobre un rodillo porque su camino siempre es el mismo.
Este año, entretener el tiempo, cuesta tres euro cincuenta además de pauta completa de vacunación, PCR negativa, test de antígenos, distancia de seguridad, mascarilla y silla donde sentarte. Precio post-pandemia. Compro la prensa y me propongo leerla. No todo son artes escénicas. Entretener y distraer al personal a través de las noticias forma parte de las artes mediáticas. Todo son escándalos y toda la frutería de "Sálvame" para variar. Por todo ello me he convertido en un náufrago voluntario. Me he desconectado tanto como he podido. 
A primera hora de la mañana procuro distribuir la felicidad de todo el día para que no se acumule o falte en algunos momentos. Ni siquiera me molesta estar rodeado de mar. Y de noche, por estrellas. Las olas y la brisa también me entretienen cuando estoy en la playa. Igual que el amanecer o la puesta de sol que observo desde la primera fila. En calidad de náufrago sólo dispongo de una sombra que es la mía. Disfruto del mar en calma con intervalos de pequeñas borrascas con olas encrespadas. Tampoco tengo recuerdos que desandar. Es lo que es y hay lo que hay. La vida se vive según se presenta. Salud.

sábado, 13 de julio de 2013

Querida Concha

Noche clandestina.
Sin nada que soñar.
Mendigo de una idea.
En plena oscuridad.
Del silencio de tus ojos.
 
Distraer el alma.
En pleno desierto.
O en alta mar.
Avánzame una palabra.
Que borre la pena.
Y el olvido.
Coge mi mano.
Simplemente.
 
Duermen los sueños.
De inmortalidad.
Brillantes recuerdos.
De un amanecer.
Junto al mar.
 
Una lágrima.
Que grita desgarrada.
Para un recuerdo.
De una vida rota.
Queda la herida.
De la ciega muerte.
Absurda tristeza.
De profundo vacío.
 

martes, 9 de julio de 2013

Calor

Desperté y era verano. Con un calor fuerte y un bochorno potente que te pega la camisa a la piel. Abro las persianas de la habitación y la luz ahuyenta la penumbra. Mi mirada enseguida se ha extraviado ante la inmensidad del mar. Sólo una pequeña playa me separa de él.
Es este pequeño pueblo costero de la Isla donde habito y que ya he descrito con anterioridad en otras ocasiones y que habréis recorrido muchas veces con la imaginación. Este en el que convivimos los habituales y los ocasionales que están de vacaciones o de paso y que vienen en busca de la tranquilidad que, por cierto, también veranea aquí. El sol amanece y se eleva hasta lo alto antes de invadir las calles aunque las casas sean bajas y no se opongan. Casas pintadas de blanco con las persianas verdes y azules y algunas de las puertas marrones El olor a mar está en cada rincón de cada casa, de cada calle y entre las alcobas y las barcas. Es temprano y es verano, luego el pueblo duerme. Descansa la madrugada. Porque aquí también se vive de noche. Cada uno amanece cuando le da la gana.
Hay unos cuantos pescadores que ya están en alta mar desde primeras horas de la madrugada. Desde la costa sólo son pequeños puntos en ligero movimiento al compas de las olas. Los aparejos están echados mientras la barca se besuquea con el mar. Algunos pescadores están medio tumbados en la popa apoyados en el timón de su Llaüt y terminan el sueño pendiente mientras esperan que los peces se enreden. En verano el mar no lleva furia y nunca levanta una ola más que otra. El aire se mueve tranquilo y el viento aparecerá a partir del mediodía con el embate. 
Por todo esto sé que es verano. Porque el sol ha entrado por la ventana y se ha tumbado sobre la cama como si fuera su casa. Y este bochorno pegajoso al que te acostumbras y que te obliga a ponerte siempre debajo de los ventiladores que giran cansados horas y horas.
No aspiro a nada extravagante. Hoy precisamente no. Quiero pasar un día sosegado y tranquilo. Desapercibido de todos los que sólo aparecen en verano. Como de costumbre. Los momentos se hacen lentos y pasan poco a poco. El tiempo se vuelve perezoso y se impregna de este ambiente pegajoso y de bochorno. 
A la que te descuides llega el atardecer porque el sol tiene prisa de meterse en el agua. Es el momento en que las estrellas se encienden porque no quieren perderse las verbenas, las charlas y el frescor de la noche.
Dentro de un rato iré a mojarme un poco. Tengo preparada una toalla y una sombrilla. Sé lo que piensas. Que te conozco. El sombrero ya lo llevo puesto. Sólo me falta ponerme los zapatos que me los he quitado para escribir. Como siempre. Ya lo sabes. A esta hora todavía hay gente que no se ha borrado el sueño de la cara. Lo harán después de haber tomado café en el bar de Pepe.
Es el mejor momento para acercarse hasta el mar y refrescarse. En un par de horas no habrá sitio. Sombrillas, tumbonas y toallas extendidas invadirán la playa. Los niños jugando en la arena con su griterío. Otros chapoteando en la orilla. Y los pescadores estarán de regreso. Serán perseguidos por las señoras en  busca de pescado fresco a precio razonable. Lo enseñan orgullosos. Este pescado que cuando lo tocas expande las agallas porque está vivo. Los niños ajenos a todo esto moldean la arena en forma de pequeños castillos que las olas se encargan de tirar. Pero no se cansan ni unos ni otros y vuelta a empezar.
Por la noche hay fiesta. Música en vivo. Los jóvenes se mantienen al margen. Se besan entre las penumbras. Es el principio de apasionamientos y ternuras que llegarán con fuerza en la oscuridad de la noche, de su silencio y al amparo de las viejas embarcaciones. Sólo la luna está autorizada a moldear figuras unidas tumbadas sobre una toalla. Los mayores lo saben porque ellos lo hicieron antes. La música les llega atenuada pero es lo de menos. Ellos quieren escuchar palabras de amor. Secretos e intimidades. Se insinúan provocando deseos. Huele a mar dormido. Es de noche, es verano y hace calor. Salud.  

jueves, 4 de julio de 2013

De veraneo

Esta mañana me han invitado a desayunar. Es algo que tengo por costumbre hacer todas los días. Solo o acompañado. Pero hoy estoy invitado. Es igual. A cambio habrá que escuchar y dar conversación adecuada. No tengo problemas para esto. Es mi amigo Raúl. El pescador. Tiene una barca.
Me comenta que cada día es más complicado hacer una pesca en condiciones. En cantidad y en calidad. Se captura poco porque está sobre explotado y en la lonja se paga mal. Lo mismo dicen los ganaderos, los que tienen un huerto o lo que sea. Sin ir más lejos el capellán del pueblo me insinuó algo parecido. Entra menos gente en la iglesia. Y eso que se está fresquito dentro de ella.
Parece que se hayan puesto de acuerdo. En lo de quejarse. También el peluquero se ha sumado al coro. La gente se apaña. No lucen un bonito corte de pelo y no les importa. Nos estamos acostumbrando a la crisis y no creo que esto sea bueno. Nos conformamos y recibimos empujones sin protestar. Hay que salir a la calle y tirar piedras como antes.
Raúl me lleva a pescar bien de mañana. Sólo estamos nosotros dos y el aire que respiramos. De vez en cuando pasa alguna gaviota en vuelo rasante para mirar y regresa al muelle. De repente un sol grande y rojo sale del agua. La barca navega hacia el sol y corta las tímidas olas separándolas por las amuras.
Esa quietud a buena mañana seda el ánimo. Llevamos buenos aparejos y buena carnaza. Le tenemos ganas a una buena pesca. Llegamos y plegamos la vela. La barca se mece tranquila. El sedal al agua. El hilo tenso y la mano firme y atenta. Nada. Es pronto. Acabamos de llegar. Algunos tanteos de peces pequeños que burlan el anzuelo una y otra vez.

Antes de salir hemos desayunado en el bar de Pepe. Los de siempre. Los que nos gusta madrugar para no perder horas. El resto del pueblo todavía duerme. Pepe ha puesto una emisora con música de verano que casi no se escucha. El sol que amanezca cuando quiera que la gente se levanta cuando quiere. Cuando el sol les molesta en la cara.
Los gorriones están apostados en las ramas. Bajan a por comida y regresan. Alborotan tanto como pueden. Los gorriones en verano son así.
Ahora sí. Algún pez de tamaño considerable ha tragado la carnaza. El hilo se tensa demasiado y se clava en la mano. Intenta desquitarse y provoca tirones descontrolados. Hay que recoger con calma. Que parezca que viene solo. Si tira mucho sueltas un poco. Si viene, recoges. Pero intenta no perderlo. Raúl me dirige y yo me dejo llevar.
La maniobra dura un buen rato. Ya lo veo. A pocos metros de la superficie el sol hace brillar sus escamas. Anda nervioso, se resiste y no para de tirar. Llevo el corazón acelerado y respirando hondo. Un último tirón y el pez sube a la barca. Sigue con unos potentes aleteos que casi lo devuelven al mar. Le quito el anzuelo con dificultad. Es grande. Pero menos de lo que parecía. Comemos algo. Charlamos y regresamos a puerto sobre el mediodía.
Por la noche hay fiesta. Un grupo de música ameniza la velada. Han puesto muchas luces de colores y papelinas que forman un manto y que no dejan ver el cielo.
El aire las mueve a su paso y produce un ruido de fiesta mayor. Los mayores están sentados en primera línea y escuchan atentos canciones que no entienden. No es música de su tiempo pero les entretiene.
Los jóvenes quieren menos luz y más intimidad. Y se apartan. Parece que tengan un anzuelo en los labios. Cuando pueden hablan de intimidades. De secretos inconfesables.  Es lo que tiene el veraneo en un pequeño pueblo costero de la Isla. Salud.

lunes, 1 de julio de 2013

Noche silenciosa.

Una taza de café
 sobre la mesa.
Un libro.
Letras ordenadas
en palabras,
párrafos y páginas.
Sediento de versos
que hablen de ti.
 
Tus ojos y tu mirada.
Tu perfume a mar.
Tus labios ahora reposados.
Tu rostro
en mi tiempo.
En mi memoria.
En mi vida.
Nuestro tiempo,
nuestra memoria 
y nuestra vida.
 
Callas.
Entiendo tu silencio.
Ganas de noche
que borra las sombras.
Ganas de luna
de pasión y fuego.
Hasta el amanecer.
Ardiente mirada
de sueños desterrados.
Aquí, ahora, tú.
 
Amaneciendo sudado.
Sábanas blancas revueltas.
Sentimientos encontrados.
Furia apagada
de mar en calma.
Resplandor de sol.
Una taza de café
sobre la mesa.
Eres música y día.
Eres la prolongación de mi
y yo de ti.
Eres mi poesía.

sábado, 29 de junio de 2013

Como siempre

Esta mañana he quedado a la hora del desayuno. He quedado con el aire, con el sol, con los gorriones. Con el viento si quiere venir y con la sombra de la morera que luce preciosa. He quedado con un café con leche y una ensaimada. He quedado con muchas cosas. Con todos los que nos damos los buenos días. Como de costumbre. Igual somos demasiados. No me importa. A esto le llamo yo desayunar a lo grande.
Llego al bar de Pepe y empiezo a oír un susurro como de viento en estado salvaje. El viento de la montaña los días de tormenta o el de alta mar. Miro a mi alrededor. Es la vida de cada día y de cada uno que amanece. Es todo lo que he dicho al principio y las personas que van a lo suyo. Que a las seis y pico de la mañana ya son horas. Es todo junto que busca su sitio a empujones. Emociones y sentimientos en estado natural que se posan sobre las ramas junto a los gorriones. Aunque anidan en el alma. Este susurro también son las plantas, el sol y las sombras que crea. Este hilito humeante del café con leche que sube firme y que el aire rompe a cierta altura. Esa paloma que llega alborotada y se posa en el suelo para comer. Pero ninguna persona se sienta a mi lado para compartir mesa. Hoy toca mirar, pensar, reflexionar,  hablar conmigo mismo y escribir. Pues eso. Me quito los zapatos y cojo pluma y papel.
Hay reflexiones que perturban mis pensamientos y me restan tranquilidad. Hoy mi voz reposa callada. He entregado mi libertad al amanecer con la condición de que me deje mirar. El sol cambia las sombras de sitio. Estas sombras extrañas con sus siluetas que estimulan mi imaginación. Igual que las nubes en otoño. Pero ahora estamos en verano y no hay nubes. Alguna aparecerá al atardecer en las montañas y los bosques. Vienen a descansar y a dormir como los pájaros. Cuando llegue el cálido atardecer empezará a refrescar y el cielo cambiará de color. Como hace siempre. Como debe ser. Y aparecerán las ideas tintadas de romanticismo mientras el sol se deja caer suave y lentamente sobre el mar donde pasará la noche en sus profundidades. Estos atardeceres evocadores de juventud y primeros amores. En la arena de la playa y acompañado de olas mansas en retirada. Todo esto no ocurre a la hora del desayuno.
Cuando salga la luna y se encienda recuperaré la libertad que le di al amanecer. Cuando empiece a refrescar te esperaré donde siempre quedamos. Haré gestos intensos y apasionados. Y te desearé felices sueños hasta que el corazón se acelere y nos falte la respiración. Para eso están las primaveras y los veranos. Para vivir la vida de otra manera. Si quieres saber más pregúntame a mi. No preguntes a mi sombra porque no mentimos igual ni decimos la misma verdad.
Por la noche nos volvemos a juntar. Cuenta Sebas cosas de su juventud. Y dice que cuando el payaso salió a escena se hizo un griterío. Después un silencio. Dio dos golpecitos al micrófono con el dedo. Miró al público con la sonrisa pintada en el rostro pero borrada del alma. Dijo que él era la alternativa al suicidio. Hubo risas y caras largas. Había niños y no eran modos. A algunos les gustó la genialidad y otros pensaron que era de mal gusto. Tenía un físico desagradable que paseaba de lado a lado de la pista. Dijo algunas cosas más y arrancó risas, sonrisas y quejas con silbidos. Entonces se puso a tocar una canción triste con el saxo.
Hicimos un silencio en toda la calle. Menuda historia. En invierno las mejores tertulias se hacen al amanecer con el desayuno. En verano las mejores charlas se hacen al atardecer cuando refresca en el bar de Pepe y con música de estribillo pegadizo. Salud.

miércoles, 26 de junio de 2013

Control

Hoy me he levantado con la cara serena, el rostro despejado, despeinado, legañas en los ojos y una mente subversiva de esas de controlar la situación por muy complicada que parezca. Con la ventana abierta para que entre la luz de la luna y del sol mientras me arreglo y preparo cosas. El amanecer se impone y la luna se apaga y se queda quieta hasta la noche que vuelve a encenderse. Después de un buen descanso vendrá un día ajetreado pero yo me he levantado con la cara serena. Los días tranquilos ya no se ven porque quedan pocos. Hemos inventado demasiadas cosas para llevar una vida fácil y además nos hemos suscrito a todo lo que hemos inventado has el punto del agobio. La hemos complicado más y el móvil echa humo porque todo el mundo nos envía miles de tonteces a los grupos de WhatsApp que yo elimino al instante y sin contemplaciones antes de salir contaminado y me baje la media del Coeficiente Intelectual. Por fin salgo de casa con el traje de los buenos modales hasta que los pierda.
Por el camino hasta el bar de Pepe donde ya me esperan mis amigos para la tertulia de buena mañana no he parado de hacer prácticas. Vocalizaba palabras y frases de buen gusto y amabilidad para decirlas después cuando convenga según la conversación y su tema. Sentimientos afectuosos y en cantidad suficiente. Complementos de gratitud por si hiciera falta que nunca se sabe. Calderilla de palabras bonitas y esas cosas que te dan confianza porque te asegura estar en el camino correcto y en la actitud de empatizar. Incluso recuerdo haber soñado que alguien me ordenaba la vida mientras dormía y me la dejaba a punto de estrenar. Como salida de fábrica. Y pensar en la cantidad de horas que he dedicado a desordenarla dentro de un orden para que se parezca a mi. La he adaptado para que me resulte cómoda. Como los zapatos más viejos que tengo y que resultan ser los más cómodos de todos. Incluso se saben el camino de vuelta a casa.
Todavía le doy vueltas a la película de anoche. De las románticas y tristes que no paras de lloriquear, utilizar pañuelos y beber agua para no quedar deshidratado. La protagonista tiene una enfermedad terminal y decide donar los órganos antes de su partida definitiva hacia la oscuridad de los tiempos. Firma para donar todo lo que consideren útil y oportuno menos el corazón que se lo deja a su esposo para siempre porque es la persona que más ha querido en su vida y teme que ese corazón, en otra persona, pudiera amar a otro. El esposo no hace más que llorar y contagia. Al final, y como era de esperar, la mujer fallece y la entierran con el corazón parado y por tanto incapaz de amar. Será por eso que el marido, al poco de enviudar, queda libre de amar a quien quiera y conoce a otras personas pero decide que no habrá nadie más en su vida. Pierde el juicio, la razón y otras cosas. Visita el cementerio todos los días y  habla con ella a todas horas. Le reconforta mucho y dice que la siente y la ve. No tiene ojos ni tiempo para nadie. Vive a expensas de un corazón detenido en un tiempo anterior e incapaz de amar porque los corazones sólo aman cuando laten.  
Me comentan que la web de la primavera ha perdido muchos seguidores. No me extraña porque no se ha comportado como toca. Ha llovido. Ha hecho calor. Ha hecho frío. Viento. Bochorno. Etc. De seguir así habrá que inventar una nueva estación que se llame otra cosa. Primavera, desde luego no. Estoy seguro de que todo esto viene desde arriba. O desde más arriba que arriba. Para que consumamos. Las grandes multinacionales harían cualquier cosa para fomentar el consumo sin freno y sin necesidad. Quieren que sólo pensemos en gastar. No tengo la seguridad de que las cosas estén bajo control entre el 5G y el "chis" que nos han puesto con la vacuna. Salud. 
 

lunes, 24 de junio de 2013

Tierra alta

Acabo de abrir la libreta de todos los días para escribir algo. La que compagina literatura, imaginación, memoria, reflexiones, viajes e identidad personal. Esto dice el reverso de la libreta de una marca conocida y cara. Es muy funcional y versátil y te la puedes llevar a cualquier parte porque cabe en cualquier bolsillo con un lápiz incluido. Sólo de mirarla,  abrirla y olerla la pluma se pone a escribir instintivamente. Pero ahora mismo me coge a cierta altura. Más de setecientos metros. He venido a ver la montaña o la tierra alta. Le hago compañía y ella a mi mientras pasamos el día juntos. Pero creo que hoy no ha sido una buena idea. O quizá si. Un viento frío me empuja con fuerza y me quiere tirar. Resisto aunque me cuesta. Cuando el viento me da en la cara me cuesta respirar. Avanzo con pie sereno, seguro y casi a tientas. Al viento se le ha unido la lluvia y forman una ventisca exagerada para la época del año. Una lucha en las alturas y todo por querer visitar la montaña o tierra alta. La que tiene el aire limpio, el viento fresco y carece de ruido.  Aquí me desconecto de la otra vida de la tierra baja. La que estresa y crispa.
Es la tierra alta. La cima de la montaña. La de todos los que venimos cuando tenemos necesidad de quietud y perspectiva. La que cuando llegas te tiene preparada una sombra en un recodo y una piedra donde sentarte. Pero hoy toca ventisca de la fuerte. Veo cumbres, nubes y una cortina de agua de lluvia sin casi levantar la vista. La naturaleza a partir de cierta altura no te proporciona demasiadas comodidades ni te pone las cosas fáciles. Pero yo ya lo se de otras veces. Es el precio a pagar por huir de la tierra baja de los ruidos y las prisas. De los agobios y esas cosas. Bien vale una ventisca y que te de en plena cara.
Después de comer el sol se abre paso. La tierra alta tiene detalles. El cielo se despeja y el viento se lleva las nubes. La montaña se calienta en un momento y desprende una humedad que te hace sudar. Después de todo esto vuelvo a sacar la libreta y la pluma. Ahora quien me inspira es el olor a tierra mojada. Empiezo a escribir cosas pero noto que me cuesta. Enseguida me doy cuenta de dónde está el problema. Me quito las botas y la cosa cambia. No se puede escribir con los pies calzados. Unas letras para que experimentéis el sosiego. Un poco de fruta y un poco de agua. Antes de que el sol se ponga ya estaré de vuelta a la vida de la tierra baja. El tiempo pasa rápido y hay que aprovecharlo. 
Cuando llegue a casa revisaré lo que he escrito. Añadiré o quitaré y corregiré sin demasiado interés. Que me pongo a corregir tanto que a veces la realidad se convierte en ficción. Y no se trata de esto. Salud.

miércoles, 12 de junio de 2013

Convivir

La soledad es buena compañera cuando uno la desea. Es difícil de conseguir. Somos muchos y gregarios. Nos necesitamos. Pero hay días que quieres convivir con la soledad. Otras veces querrás compañía y la tendrás. Puedes llamar a Sebas o a Justino. Es posible que aparezca el cuponero. Quienes llegan volando, quieras o no, son los gorriones que se acercan con cautela a la mesa donde desayuno. No incomodan. Esbozas una sonrisa mientras los miras y te lo agradecen. Disfrutan de su despreocupada libertad. Hubiera podido omitir estas últimas frases, pero me gusta dar envidia sin más.
Llevo el sombrero puesto que me protege del sol. Y aunque no fuera así. Está bien el sol, pero no en la cara. Desde primeras horas del día el sol ya avisa. He cambiado de mesa para que no me proteja la sombrilla sino las ramas de un tilo. Queda mejor. Más natural. Sombrero ajustado pero sin apretar que si no molesta y da dolor de cabeza. No es cuestión de perder el tiempo templando gaitas. Aunque no es menos cierto que para que una gaita suene bien hay que templarla. Me quito los zapatos y pongo los pies descalzos sobre las patas de la mesa. Es que voy a escribir un rato. Ya sabes.
Justo enfrente del paseo hay un quiosco dónde venden prensa, revistas. Chucherías y bebidas. Loterías y tabacos. Y un sinfín de cosas de esas que ya sabes a las que me refiero y que hacen que el puesto de prensa y revistas se llame quiosco. La gente, como cada mañana, se para y hojea. Otros simplemente ojean mientras sus perros se huelen y se miran de reojo. Lo que más vende son libros de bolsillo. Estos que son buenos y nunca pasan de moda. Esos libros con personajes manipulados por el escritor para hacer las delicias del lector. No me refiero a Grey.
El café con leche se está enfriando. He mojado unas pastas que llenan el estómago y matan el hambre. De esas pocas veces que el asesino no es el mayordomo y no utiliza el atizador para cometer el crimen. Si estoy acompañado suelo escuchar y hablar. Se le llama mantener una conversación. Si es de los días en los que estoy solo, me dedico a escribir. A veces soy capaz de estar en babia mirando los gorriones. No hay ruido. Sólo sonidos lejanos y previsibles. Fáciles de identificar. Nada de ruidos motorizados y estridentes. Se agradece la tranquilidad. Es un bien inmaterial y escaso de la humanidad. La gente se cruza. Saludo de conveniencia. Apretón de manos de esos de quedar bien. Y a veces charla de actualidad en formato reducido. El penalti que se pitó injustamente porque no era y el que no se pitó aunque claramente si lo era. No acabo de entender el porqué nos complicamos la vida por cosas que ya no tienen vuelta atrás.
El gorrión se ha ido volando calle arriba hasta desaparecer de mi vista. A lo mejor ha entrado en un agujero negro de cuarto milenio. Ahora mismo no se que decir. Tengo la duda de si el gorrión ha entrado voluntariamente en él o éste le ha engullido en contra de su voluntad. Bueno. Tampoco tengo la certeza de que existan estos agujeros negros. Cuando termine el café me iré calle abajo. No fuera a meterme, queriendo o sin querer, en uno de esos agujeros y me quedara sin cobertura para pedir auxilio. La desazón me dura lo que tarda en volver el gorrión y posarse sobre la mesa. A lo mejor es otro y se parecen. Ya me dirás que falta nos hace tener agujeros negros si no los utilizamos. Salud