Esta mañana he quedado a la hora del desayuno. He quedado con el aire, con el sol, con los gorriones. Con el viento si quiere venir y con la sombra de la morera que luce preciosa. He quedado con un café con leche y una ensaimada. He quedado con muchas cosas. Con todos los que nos damos los buenos días. Como de costumbre. Igual somos demasiados. No me importa. A esto le llamo yo desayunar a lo grande.
Llego al bar de Pepe y empiezo a oír un susurro como de viento en estado salvaje. El viento de la montaña los días de tormenta o el de alta mar. Miro a mi alrededor. Es la vida de cada día y de cada uno que amanece. Es todo lo que he dicho al principio y las personas que van a lo suyo. Que a las seis y pico de la mañana ya son horas. Es todo junto que busca su sitio a empujones. Emociones y sentimientos en estado natural que se posan sobre las ramas junto a los gorriones. Aunque anidan en el alma. Este susurro también son las plantas, el sol y las sombras que crea. Este hilito humeante del café con leche que sube firme y que el aire rompe a cierta altura. Esa paloma que llega alborotada y se posa en el suelo para comer. Pero ninguna persona se sienta a mi lado para compartir mesa. Hoy toca mirar, pensar, reflexionar, hablar conmigo mismo y escribir. Pues eso. Me quito los zapatos y cojo pluma y papel.
Hay reflexiones que perturban mis pensamientos y me restan tranquilidad. Hoy mi voz reposa callada. He entregado mi libertad al amanecer con la condición de que me deje mirar. El sol cambia las sombras de sitio. Estas sombras extrañas con sus siluetas que estimulan mi imaginación. Igual que las nubes en otoño. Pero ahora estamos en verano y no hay nubes. Alguna aparecerá al atardecer en las montañas y los bosques. Vienen a descansar y a dormir como los pájaros. Cuando llegue el cálido atardecer empezará a refrescar y el cielo cambiará de color. Como hace siempre. Como debe ser. Y aparecerán las ideas tintadas de romanticismo mientras el sol se deja caer suave y lentamente sobre el mar donde pasará la noche en sus profundidades. Estos atardeceres evocadores de juventud y primeros amores. En la arena de la playa y acompañado de olas mansas en retirada. Todo esto no ocurre a la hora del desayuno.
Cuando salga la luna y se encienda recuperaré la libertad que le di al amanecer. Cuando empiece a refrescar te esperaré donde siempre quedamos. Haré gestos intensos y apasionados. Y te desearé felices sueños hasta que el corazón se acelere y nos falte la respiración. Para eso están las primaveras y los veranos. Para vivir la vida de otra manera. Si quieres saber más pregúntame a mi. No preguntes a mi sombra porque no mentimos igual ni decimos la misma verdad.
Por la noche nos volvemos a juntar. Cuenta Sebas cosas de su juventud. Y dice que cuando el payaso salió a escena se hizo un griterío. Después un silencio. Dio dos golpecitos al micrófono con el dedo. Miró al público con la sonrisa pintada en el rostro pero borrada del alma. Dijo que él era la alternativa al suicidio. Hubo risas y caras largas. Había niños y no eran modos. A algunos les gustó la genialidad y otros pensaron que era de mal gusto. Tenía un físico desagradable que paseaba de lado a lado de la pista. Dijo algunas cosas más y arrancó risas, sonrisas y quejas con silbidos. Entonces se puso a tocar una canción triste con el saxo.
Hicimos un silencio en toda la calle. Menuda historia. En invierno las mejores tertulias se hacen al amanecer con el desayuno. En verano las mejores charlas se hacen al atardecer cuando refresca en el bar de Pepe y con música de estribillo pegadizo. Salud.