jueves, 19 de marzo de 2015

Más comienzos

Pasó el tiempo entre papillas y arroces y otras cosas. Crecí y me hice niño. Fui escolarizado el día cuatro de Octubre del año del Señor de mil novecientos sesenta. A la edad de seis años, como estaba mandado. Me tocó en suerte, por vecindad, las monjas franciscanas de la Plaza Quadrado de Ciutat. Aquí empecé a tomar conciencia de que hay vida más allá de la familia y los amigos del barrio.
Al principio de convivir en la escuela con otros niños no resultó fácil. Un ambiente hostil del que sobrevives sin ayuda de los padres. Todavía tengo cicatrices que llevo con orgullo y dignidad. Aprendí lectura, escritura, matemáticas, artes plásticas, ciencias naturales y cosas del espíritu con Sor. Juana y Sor Catalina. También recibí collejas y castigos que forjaron mi carácter. Algunos reconocimientos fueron premiados con estampitas de santos. El Domund, el mes de María, los ejercicios espirituales y excursiones a Randa donde descubrí a Ramón Llull. 
Conviví con la adversidad y ahora aprecio la vida. De aprender a escribir y la caligrafía pasamos a las redacciones de lo que fuera. Un escribir la biografía a cada rato pero sin faltas de ortografía. O tirón de orejas. Mi mundo vivido y mi mundo escrito. Como diría Umbral "en el redondo de la luz de un flexo. El resto son círculos de sombra que están de incógnito". Mejor esto que los números. Ahora sigo escribiendo en las noches y en los amaneceres con el aire que respiro. La noche también se ha hecho para vivir de espaldas a la vida. Un día cambié los tebeos y las vidas ejemplares por los libros. El Quijote y el Decamerón. No digo más.
Seguí madurando en la niñez y con siete años -antes de hacerme ateo- me dieron la primera comunión. El mismo Padre Font que me bautizó. Ya puestos. La prosa de mi vida está encuadernada para que no se pierda ninguna hoja y ninguna palabra. Mi abuelo materno me regaló un reloj de pulsera de la marca omega. Como mandaba la tradición. También se abrió una libreta en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Palma de Mallorca. Empecé a perder niñez.
Será que me hago mayor pero mis letras respiran sinceridad como recurso innato. He andado mucho y lo que me queda. Procuro dejar huellas para que otros las vean. Pero me quedan dudas razonables e impertinentes que me rondan la cabeza. Desde siempre y cada vez más. Ahora repito aventuras porque le temo a las nuevas. El viento me viene de poniente pero me deja mirar al Este. A veces sueño que mis realidades han sido ficción. Y me despierto sudando. No quiero vivir mirando al espejo continuamente. El espejo es sólo para un rato. Cuando el olvido empuja.
El otro día he pensado en demorar algunas horas cada día. Posponerlas para más adelante cuando llegue al horizonte. Aprovecho los momentos que el día descansa para esconderme en el bosque. Ahora me doy cuenta de las calles se llenan de pisadas ya de buena mañana. De voces, susurros y silencios. El aire corre sin molestar. Personas anónimas con mentes ausentes en un despertar lento. Mientras camino las manos descansan en los bolsillos y el cielo amenaza lluvia. Todos los días es un envejecer y volver a la infancia y a la niñez.
El campanario de la iglesia va marcando las horas, los cuartos y las medias. Yo me vuelvo un poco más loco como instinto de supervivencia. El reloj fulmina el tiempo que hemos vivido y el que hemos perdido. Que no distingue. Las pisadas de la calle ya se superponen de tanto trajín de gente. Pero mi camino es silencioso y mis saludos son un movimiento con la cabeza. La alegría va por dentro igual que las ideas. El veneno va por la sangre pero lo llevo controlado. Un volver a la niñez cuando nadie nos ve. Escribo en la pizarra mil veces "el calendario no engaña", como si fuera un castigo. Salud.

sábado, 14 de marzo de 2015

Comienzos

Un grito desgarrador seguido de un llanto persistente se escuchó en las inmediaciones del número veintisiete de la calle Savellà de la ciudad de Palma en la isla de  Mallorca. Eran las seis y diez de un atardecer apresurado de otoño. Hacía un frío húmedo en las calles estrechas del casco antiguo. Este día y a esta hora nací yo y empecé a vivir mi vida extrauterina.
Era un día cinco de Noviembre del año del Señor de mil novecientos cincuenta y cuatro. Esta tarde otoñal anticipada, fría y húmeda, quedé marcado por el signo del escorpión y por el caballo chino. No haría falta que dijera más. Eso quisieran muchos. Pero lo haré. Sin ánimo de ofender.
Llegué al mundo sin crear problemas. Diríamos que los justos. No soy de molestar porque sí. Yo era el damnificado. Llegué sin pan bajo el brazo porque éramos pobres. Tampoco me trajo ninguna cigüeña de Paris porque no tenía dinero para pagarla. Lo sé porque soy el protagonista y hay cosas que no se olvidan.
Cuando la comadrona me dijo de salir al mundo no lo tenía claro. Al principio me resistí y empezaron los tirones, los forcejeos y las contracciones. Luché en en desigualdad de condiciones. Comprendí que no podría resistir mucho tiempo y me rendí. Tuve que nacer. O me nacieron, que se ajusta más a la realidad de lo que pasó. No hizo falta que me dieran en las nalgas.
Ahí fue cuando empecé a llorar desconsoladamente. Impotencia, añoranza y ganas de que el vecindario se diera cuenta. Lo conseguí. Sesenta años después no he cambiado de opinión y volvería a hacer lo mismo. No vi nada en la oscuridad y no escuché nada en el silencio del momento. Recuerdo que toqué a mi madre y me impregné del sudor de su sufrimiento.
Ella se dio cuenta del mío porque me lo dijo. ¡Gracias donde estés! Después de unos minutos me callé afónico y me dormí exhausto.
Todo lo que había imaginado dentro del útero de mi madre no tenía nada que ver con la realidad. Nací, pues, muy confundido. Lo reconozco porque no soy de valentías. Se me nota a la primera. En unos días comprendí que mi futuro inmediato estaría en manos de los cuidados de mis padres y del Generalísimo (que en gloria esté por suerte de todos).
No puedo decir que naciera libre porque todo pasó de forma involuntaria. Era rebelde y apuntaba maneras, como se dice. Desde el primer minuto empecé a llenar mi vida de contenidos. Que de eso se trata cuando quieres forjar un futuro prometedor. El resultado está a la vista. Me imaginé el mar y me enamoré de él.
Me precedían dos hermanas. Ángeles y Francisca. Ya sabéis que es de educados ceder ante las damas. Yo fui, pues, el primer varón y, por lo tanto, aunque el tercero de la lista, me convertí en el heredero universal de todos los títulos y bienes inmateriales familiares. Esta realidad ayudó a que fuera un poco más feliz. A pesar de los días malos que uno tiene incluso en edades tempranas.
Efectivamente he heredado las formas y los modales de la gente de bien. Después de mi vinieron Ana María, Miguel y Bernardo. La leyenda dice que hubo alguno más que no llegó a término. Así pues.
El día nueve del mismo mes y año del Señor fui bautizado, cristianamente, y de forma solemne, en la parroquia de la Almudaina (la Seo o Catedral), en una ceremonia íntima y emotiva oficiada por el Padre Guillermo Font Lladó C.O. Estaban mis padres. Bernardo Negre Canals y Ana María Colmillo Prats. Ambos naturales y vecinos de Ciutat. Me pusieron por nombre Antonio. Más tarde, y desafiando el poder infinito del Generalísimo, lo cambié por Antoni.
El día del bautizo también estaban mis abuelos paternos Antonio Negre Simonet y Ángela Canals Rotger. Mis abuelos maternos Miguel Colmillo Munar y Francisca Prats Biendicho. Actuaron de padrinos mi abuelo materno y mi abuela paterna. Fui el protagonista pasivo porque no tuve nada que ver con todo esto. Mientras me bautizaron no lloré y lo digo para que quede constancia de que a mi no se me acojona con un poco de agua bendita.
En cuanto he podido me he convertido al ateísmo, he apostatado en la intimidad y ahora estoy en lista de espera para ser excomulgado y condenado por la gracia de Dios a pasar mi eternidad a la deriva entre las olas del mar.  O más allá del horizonte que asusta más porque nadie sabe lo que hay. Salud.


sábado, 7 de marzo de 2015

La mentira

Tengo un amigo que tiene un vecino que tiene un hijo. He hecho referencias a él en otras ocasiones, creo. Pues ese hijo se ha hecho mayor, aunque tuvo su infancia. Como casi todos.
El hijo en cuestión nunca conoció personalmente a su abuelo. Murió de una de esas enfermedades que te matan cuando aún eres joven. Era policía municipal. En la casa del vecino de mi amigo siempre tuvieron una fotografía suya sobre una mesita en el recibidor. Enmarcada en madera noble que la resaltaba de las demás. Una foto de estudio con uniforme de gala. Chaqueta con botones relucientes. Corbata impecablemente colocada. Gorra de plato. La cabeza ladeada ligeramente y mirando a la cámara. Adornos de gala de cuerda blanca trenzada entre el hombro y el pecho. Insignias y reconocimientos colocados de forma adecuada. 
El hijo del vecino de mi amigo siempre ha visto esta fotografía en su casa. La tiene sobradamente memorizada hasta tal punto que cuando le piden lo qué quiere ser de mayor -que son muchas veces- contesta que militar como su abuelo. Llegó a ser una obsesión que quería vestir de militar y hacer la guerra donde fuera. A menudo imitaba la pose seria.
Esta especie de veneración inicial le llevó a una normal curiosidad. Ahora importaba saber dónde estaba ese abuelo de la fotografía que nunca había conocido en persona. Porque las guerras tampoco duran tanto y algún día hay que volver. Su madre para salir del paso y medio zanjar el asunto le dijo que el abuelo estaba en el cielo. Así sin más. Porque el abuelo había sido una persona buena y las personas buenas van al cielo. No pueden ir a ningún otro sitio. Era un orgullo haber tenido un abuelo militar que había hecho la guerra y que ahora estaba en el cielo por los siglos de los siglos. Amén.
Otro día, en otra ocasión, pasaron por delante del cementerio. Su padre, contestando a ninguna pregunta, le dijo que su abuelo estaba allí descansando en paz hasta el día del juicio final. El hijo del vecino de mi amigo se medio trastornó. Entró en una depresión infantil y casi pierde la razón. Sus padres le habían mentido con respecto al paradero de su abuelo. La gran mentira que precede a la confusión. O estaba en el cielo o estaba en el cementerio. Pero no podía estar en los dos sitios a la vez porque esto es imposible. Además él lo ubicaba en el campo de batalla. Le tenía mucho apego porque, entre otras cosas, siempre le habían dicho que se parecía mucho a él.  
No se pueden contar mentiras piadosas a los niños en su primera razón. Cuando están construyendo sus ideales. Cuando empiezan a aproximarse a la verdad con la información que reciben. Estas informaciones distorsionan y confunden y la mentira piadosa se convierte en una mentira capital. Ahora exige una verdad que no entenderá. Que no fue militar y que no murió en el campo de batalla. Que está en el cementerio y su alma de creyente y buena persona, quizá, esté en algún sitio como pueda ser el cielo. Siempre que se tenga suficiente fe.  
Han consultado con un especialista en estas cosas para que les ayude. Personalmente creo que han hecho bien. Porque cuando hayan solucionado esto vendrán los reyes magos, el ratoncito Pérez y a saber qué. Eso no ha hecho más que empezar. Salud.

domingo, 1 de marzo de 2015

Cruzar

Cruzar la calle hasta el otro lado
cruzar la vida con sus horas y días
con sus miedos y sus valentías
cruzar el bosque y el mar.
 
Al otro lado la acera es igual
la vida es la misma
 pero puedes caminar de otra forma
o vivir de otra manera.
Después de cruzar
las pasiones de juventud
son dependencias de madurez.
 
Huir de no estar solo
ni desnudo ni ausente
si el primer rayo de sol me ciega
no podré ver el amanecer.
 
Busco por todas partes las horas vividas
y las noches que me quedan.
Me estarán esperando en el infierno
 o entre olas de un largo atardecer
quizás las encuentre al otro lado
después de cruzar.
 
Vivir con delicadeza conquistando el olvido
después de cruzar la calle y las horas de la vida.
Necesitaré la memoria para vivir con experiencia.
 
Envejecer de forma solemne igual que naces y vives
antes de cruzar la calle, antes de cruzar las horas
antes de cruzar la vida.


lunes, 23 de febrero de 2015

Hoy

Hoy ha amanecido nublado desde el horizonte hasta  el infinito. Con un viento moderado del sur que me envuelve. Llegan la barca y el pescador. Con la parsimonia que requiere cortar las olas hasta el puerto. He vuelto del sueño y de los sueños. Ha sido una noche fugaz. Como muchas. Hoy tengo muchas cosas que hacer.
Ahora mismo tengo la mirada puesta fijamente en ninguna parte y aprovecho para pensar. Creo que tuve una niñez bastante silenciosa. Tanto que casi la he olvidado. Seguramente pasé de la niñez a la juventud responsable prescindiendo de la adolescencia caótica. Con rapidez. Que las adolescencias suelen ser ruidosas y tontorronas. Lo digo porque mi edad adulta también resulta tranquila y sosegada. Como me la había imaginado. Es más fácil saborear el tiempo y los lugares.
Hoy, decía, mientras disfruto de mi madurez, pensaré en la adolescencia que no recuerdo haber tenido. Para compensar, simplemente. Cielo, nube, lluvia, bosque, sol, tierra, rio y mar. Todo en uno. Y el aire que respiro que me da libertad. Ayer llovió y luego salió el sol. Hoy huele a tierra mojada de primavera. A niño recién lavado. A cuadro de Sorolla. A música de Vivaldi. A escritura limpia. Huelo a sosiego cuando toco las sábanas blancas.
Porque dónde estoy empieza a salir el sol. A pesar de las nubes. Estoy compartiendo la ensaimada con los gorriones. Si no, se van. Son una compañía interesada. Me he preparado un libro de esos de experiencias de autor. De vivencias y reflexiones. Donde lo real, a veces, no es natural. De cuando el presente se complica y se vuelve amarillento. Casi sepia. Hoy es así. Además es lunes y la semana se presenta prometedora.
Espero que las nubes que hay desde el horizonte hasta el infinito no se acerquen. Necesito sol. Y que siga soplando el viento moderado del sur. He visto brillar unas lágrimas sobre una mejilla. El poeta, que viene conmigo, también las ha visto. Se ha puesto a escribir emocionado. Es sensible a estas cosas. Hoy resulta ser un día de certezas. Las dudas están donde las nubes. Y en la mente olvidada. Sólo puedes vivir la vida luchando. Si te rindes pierdes el alma. Luego vienen los responsos y los llantos. La pena de no haber luchado lo suficiente.
La tierra es un vivero rodeado de agua. Como una isla. Está amaneciendo y el cielo es azul porque no hay nubes. Sé que las lágrimas sobre una mejilla, si brillan, es porque son de alegría. Tienen su historia y sus motivos. Eso me dice el poeta que sigue escribiendo emocionado. Las olas no son una compañía interesada como los gorriones. Ya no habrá más lágrimas cuando te desahucien de la vida. 
Los jubilados que desayunan en el bar de Pepe saldrán a la terraza en verano. Y habrá más gorriones. Pero las mismas olas. 
Hoy me ha costado quitarme el pijama de pereza y de sueños. El gallo de Vicens no me ha despertado lo suficiente. Soy huésped de mi mente. O de mi cuerpo. Quizá de los dos. Cuando llegue la primavera lo sabré. Pero todavía queda una cuaresma de por medio. Creo que siempre he sido un niño inocente y silencioso. Será por eso que escribo los días como hoy. Salud.  

lunes, 16 de febrero de 2015

Cristal

Hoy es un domingo como otro cualquiera. Me he levantado de buena mañana y me he abandonado al día de domingo. He llegado a la plaza de España y me dispongo a desayunar en el Bar Cristal. Esquina con las avenidas. De las antiguas cafeterías con encanto que aún quedan en Palma. Apenas unos rayos de sol tímido de mes de Febrero que entran por un gran ventanal. Se quedan dentro y propician una atmósfera adecuada. Puedo observar el cine Avenida y la estación del tren de Soller. Pues, un café y una ensaimada. Por favor.
En la pared de enfrente hay un espejo enorme. De punta a punta con vista panorámica de toda la cafetería. Un reloj digital parado a las 08:53 del lunes 6 de Diciembre. A saber de qué año. Una emisora de radio y música a un volumen de susurro. La puerta está abierta y el camarero tiene facilidad para entrar y salir a servir a los fumadores. O a los que les gusta pasar frío. Como se quiera. Wifi Free Zone. Gente con móviles, tabletas y portátiles. Lecturas de prensa y libros. Y tertulias entretenidas de las de no tener prisa. Como he dicho, es domingo.
Los días también se reúnen en el Bar Cristal para pasar el tiempo. Sobre todo en los inviernos fríos. Y en los veranos calurosos buscando el fresco en la terraza. El tiempo está en el bar a disposición del cliente. No es el bar de Pepe. Aquí no se ve el mar ni el amanecer. Escucho susurros de palabras y música. Los que están fuera tienen la compañía de las palomas. Muchas menos que hace años. Es un punto de encuentro. Un referente en Palma. Te citas y luego te quedas a tomar algo y a consumir tiempo. No es un sitio de prisas.
Ya he dicho que es domingo. Eso significa que sólo estamos los madrugadores. Los que tenemos un vecino que tiene un gallo que nos despierta por las mañanas. Los que tienen un perro que sacar a pasear. Y los madrugadores por naturaleza. Los demás están desaparecidos. Escondidos en sus casas o en sus camas. Algunos ya habrán cogido coche rumbo a la montaña. Que tenemos nieve y hay que aprovechar. Hoy, para mi, es un día de interiores. De lectura y de calentarme al calor de unos rayos de sol. Para otros será un día de exteriores. Lo digo por lo de la nieve y porque es domingo. Un día completo de posibilidades por explorar.
Por cierto que vuelvo a mirar el reloj digital y son las 09:18 del mismo día de semana y mes. Nada coincide con la realidad. A lo mejor está hecho aposta por algún interiorista que se preocupa por lo que haces y no por el tiempo que tardas en hacerlo. Aunque el día pueda ser inmenso tengo la sensación de que es provisional. Un día sustituto de otro. A la espera de otro día que sea definitivo. El tiempo acorta la mañana de interior que llevo porque es domingo. Llegué temprano y ya no lo es. Luego me iré a un paseo lento junto al mar. Con las olas vagabundas.
Llegan unas señoras de edad adulta que vienen de misa. Dicen que el cura hoy no se ha lucido en la homilía. Las misas en latín eran más largas. Son conversaciones de domingo. Yo prefiero seguir escribiendo. No me fio del reloj y el tiempo se me echa encima. Salud.



domingo, 8 de febrero de 2015

Carme

Hemos subido la montaña. Hemos cruzado el bosque. Nos hemos sentado al borde del acantilado. El mar, en frente a nuestros pies. A la altura que estamos no podemos escucharlo. Lo vemos e intuimos lo que querrá decirnos.
Hoy he subido al recodo del camino, del que ya he hablado en otro momento, con una señora casi mayor. Es Carme. Ya con sus años y adicta al mar y a las aventuras. Ha vivido mucho, o lo suficiente, como para haber recopilado cientos de aventuras que contar. Su sabiduría es tan grande como el mar y fluye como las olas.
Observa el horizonte y lo señala con el dedo. Lo mira fijamente y me dice. Este horizonte que vemos no es el fin. Detrás de él hay otros. Con otras aguas otros bosques y otros vientos. Pero ahora no nos pertenecen. Sólo podremos llegar a ellos en forma de mente inteligente cuando hayamos cruzado la noche de nuestro tiempo. Nuestro cuerpo quedará aquí. Todo lo que sea capaz de abandonar el cuerpo físico llegará allí.
Así de contundente. El sol ya lleva unas horas amanecido y nosotros seguimos bajo la hipnosis del amanecer. Nubarrones a lo lejos que traerán lluvia y nieve. Viento y frío. Dice también Carme que ese lugar más allá del horizonte que vemos tiene música. Unos ritmos que nunca hemos escuchado y que van acompañados de buenas rimas. Donde la melancolía está domesticada y no te importa nada lo que ocurra aquí. Es bueno saberlo.
No hay hombres, ni mujeres ni niños. No hay edades ni sexos. Hay mentes inteligentes que interactúan. No hay normas porque hay respeto. Hay días y noches porque la mente también descansa. Gestos que valen más que las palabras. Las tormentas contribuyen a un estado de ánimo diferente. Positivo.
En este mundo que estamos no hay tiempo suficiente para hacer todo lo que quisiéramos. Carme ya tiene objetivos para luego. Me pilla escéptico y se nota. Pero le resta importancia. Vivimos una vida insuficiente. Adaptada. Por eso habrá más. Allí también hay animales que te cautivarán. La sabiduría precede a Carme y su madurez aventurera. Por cómo lo dice en su convencimiento.
Un lugar para mentes creativas y reposadas. Con la sola luz tenue que queda después de la puesta de sol. Ya no te lo podrás borrar de la mente. Es muy grande porque es otro mundo. Otra cosa no conocida. Pero ella ya lo sabe. No lo conoce pero se lo imagina perfectamente. Almas sin cuerpo. Árboles sin bosque. Olas sin mar. Vientos sin aire. Calles sin esquinas ni farolas. Sin niebla, sin sombras y sin penumbras. Miradas.
No caben esqueletos ni malas caras. Sonrisas que te salpican como la espuma de las olas al romperse. Ni bien ni mal. Que esto es cosa de aquí. Un continuo despertar de un continuo quedarse dormido. Piensa, me dice Carme. Lo hago y me confundo. Como si la infancia por fin se hubiera dormido en plena madurez. Es lo que hacen los poetas antes de escribir.
Quiero seguir aquí, a lo alto del acantilado, en el recodo, hasta que todo esté oscuro. Pero Carme quiere ver la puesta de sol a nivel del mar. Se ve distinto. Bajamos hasta la orilla. Me inquieta lo que me ha contado. Nos sentamos en las rocas. El sol está rojo y abatido. Todavía tiene otra historia que me asegura que es real.
Dice Carme, "... ella aprendió sola a leer porque nunca tuvo la posibilidad de ir a la escuela. Fue su pasión. Él la descubrió con sólo nueve años y desde entonces no pudo dejar de mirarla. Crecieron y dejaron atrás la niñez. Descubrieron la juventud con catorce años.
Iban juntos a un parque y se sentaban debajo de un árbol. Ella pasaba páginas y leía. Él, simplemente la miraba en silencio. El sonido corría a cargo del susurro del rio que cruzaba el pueblo y dividía el parque en dos.
Pasó el tiempo y ellos cumplieron años. Dejaron atrás la juventud y descubrieron la primera edad adulta a los veinticinco años. Él seguía como siempre. Cuando salía de trabajar iba al parque y ella estaba sentada debajo del árbol. Ella seguía leyendo y él mirando en silencio. Ese día el libro se iba a acabar.
Cuando lo hubo terminado cerró el libro. Se giró hacia él y lo miró por primera vez. Nunca antes había levantado la vista para mirarlo. Le sonrió. Le cogió una mano. Lo miró fijamente y le dijo que le quería. Se levantó poco a poco y se fue hacia el rio. Bajó por una pendiente y entró en el rio. No sabía nadar. Simplemente seguía andando hasta que el agua la superó en altura. Nunca salió. Él lo vio todo pero no pudo moverse porque estaba paralizado. Ella le había dicho que le quería ...".
Esta es la historia de Carme. Cuando terminó de contarla el sol se puso y se hizo la oscuridad y el silencio. Al principio no la entendía bien. Quizá una historia cualquiera. Pero no era así. Me costó mucho entender el significado y todavía ahora me estremece. Ya no se veía nada. Llamé a Carme para regresar a casa. No contestó. Carme no estaba. Nunca más la volví a ver ni a saber de ella. Tal cual pasó lo he contado. Salud.

domingo, 1 de febrero de 2015

Calma

La oscuridad me hace invisible hasta que amanece. Y amanece cuando el gallo de mi vecino Vicens lo kirikikea. Que siempre es un poco antes de lo que aparenta ser un amanecer. He llegado a la conclusión de que el gallo intuye la salida del sol pero Kikiriquea el alba. Yo, mientras, sigo desaparecido en la oscuridad de mi habitación y entre sábanas y penumbras que me dan cobijo. A estas horas tan tempranas las ideas no se están quietas y ya levantan polvaredas, tormentas y remolinos en mi mente. A estas horas, también, los gorriones se posan en la ventana. Pero advierto que sólo son siluetas recortadas sobre fondo azul.
Hace un tiempo que no piso trincheras y ahora tengo más tiempo para escribir. Me entretienen las tertulias tranquilas, los libros de tener que pensar, los paseos relajantes, la radio inteligente y todas aquellas cosas de andar por casa. Otro verano caluroso que ya nos advirtió en plena primavera. Los sembrados ya están segados y la paja recogida en rollos inmensos que descansan al sol hasta que los pongan bajo techo. Que luego vienen las lluvias de verano sin miramientos y mojan todo. 
Ejercito la memoria pensando en ti. En la intimidad. No tiene porqué enterarse nadie. Eres mi momento de quietud dentro de la actividad. Mi momento de calma en la vida. La naturaleza también regala sosiego, a veces. 
Días que pasan de puntillas. Noches quietas mientras duermo. Recuerdos recientes que me inquietan. La angustia que sólo el mar alivia. Esas ansias de vivir que tengo desde que amanece para poder ver la puesta de sol. O el amanecer dócil de cada día. La afonía del gallo desafiando el frescor del alba. Mis paseos con sombrero en la cabeza por si luce el sol y paraguas en la mano por si llueve. Pero no llueve porque hemos inaugurado el verano. Hoy, para pasear, me he puesto algunas elegancias que tenía en el armario. Me he cruzado con la mediocridad más absoluta, con la insensatez y con la indiferencia. También con la cordura, la humildad y la lucidez. No es la primera vez que esto pasa aunque no siempre es así ni por este orden. El sol del verano destiñe los sentimientos y los derrite por culpa del calor. A estas alturas uno ya está acostumbrado. 
El aleteo conjunto de mirlos y gorriones secan la escarcha del bosque antes de que lo hagan los rayos del sol. El bosque está humeante hasta que corre el aire. Pero no se llevará la calma que habita en él. A primeras horas también habita en el mar. Lo veo desde la ventana de casa, del porche o desde la terraza del bar de Pepe saboreando mi primer café. También escucho mi música favorita. Ya sabéis.
Están tristes los jubilados hoy. Biel se fue anoche hacia la oscuridad que hay después de la última luz. Un poco más allá del horizonte. Con los ojos cerrados y en silencio. Lloramos su ausencia. Esta noche las olas amainaran para que Biel encuentre un mar en calma. En la Isla la gente se va navegando. Cuando el sol esta noche entre en el agua del mar para descansar Biel ya estará en nuestras memorias. 
La calma ha venido a mi y me ha poseído. Puede que hoy sea un día distinto pero no indiferente. No le puedo prestar la misma atención a todos los días. Al cabo del año son muchos. Estar poseído por la calma y el sosiego proporciona muchas posibilidades. No me cansa convivir con la tranquilidad de la Isla.  Con nuevas sensaciones porque los versos siempre riman con la vida. Los sufrimientos vienen de la madurez, de la naturaleza y de otras personas pero sigo con mis responsabilidades. No todo es hostil. Por cierto, con vuestro permiso, me voy a tomar la libertad de seguir viviendo a mi manera. Intentad hacer lo mismo. Salud.

jueves, 22 de enero de 2015

Natalia

Un sábado seis de Marzo de mil novecientos noventa y tres nacía, al dolor de este mundo, Natalia Negre Sureda entre llantos y silencios como todo el mundo.
Pero llevaba uno de esos males del mundo de las personas que marcarían sus veintiún años de vida lúcida, razonable y adecuada. Envidia de muchos seguramente. De las que han sabido gestionar el tiempo porque es el que hay y ella conocía el suyo mejor que nadie.
Sin perezas en sus actividades que fueron muchas, variadas y exitosas. Una persona así no se merece el tipo de vida que le tocó. Como a muchos otros. Pero hoy toca hablar de ella. Lo digo ahora porque el dolor que tengo en el alma es demasiado.
Me quedo con la nostalgia a la tenue luz de unas velas y unas margaritas en la mente. Porque el sueño, hoy, es insomne. La ausencia que me deja es la suma de todas las distancias posibles. Demasiada.
El día veintiuno. Noche cerrada de invierno, cruzó la frontera y se fue a la luz que proyecta la eternidad. Lo hizo con las luces de los rayos, el ruido de los truenos y la abundancia del agua. También con mi llanto sosegado.
Llegué a casa y me puse a llorar desconsolado. Desolación impronunciable. El sol tardará días en volver a salir para  muchos de nosotros. Ahora paseo por las calles húmedas que no tienen farolas para que no vean que sigo triste y con el frío en el cuerpo.
Supo reconocer a las personas por su valía. Porque ella conocía bien esa palabra. Me he quedado con un nudo en la garganta y escupiendo la saliva que no puedo tragar. Decididamente no entiendo la vida  aunque le siga la corriente cada día.
Mi homenaje póstumo y el de mi pluma para Natalia Negre Sureda. Descansa en paz.

martes, 20 de enero de 2015

Viento

Perdidos en el bosque por culpa de un sueño.
Cuando la vida es una silueta,
un proyecto en el aire.
 
No encuentro el pasado que escribió el poeta.
El sol no alumbra y aparecen delirios
con sus melodías.
 
El día siempre termina con un atardecer tranquilo.
Ojos de vejez mirando la oscuridad.
Manos gastadas justificando las huellas.
 
Emociones de la vida agarrados de la mano.
Juegos de niños.
Escondites de adolescentes.
Tiempo escaso de madurez.
Y el viento, mientras, agita la ropa tendida.
 
La escalera que sube es la misma que baja.
Los días de niebla mirando a ningún sitio.
Sólo el sonido de las campanas
atraviesan la niebla y la oscuridad.
También pueden romper el silencio
que vuelve a recomponerse.
 
La emoción de un encuentro.
La costumbre del amanecer.
Asomarse a la vida.
Acostumbrado a esperar.
A que el viento me de en la cara.
Porque las borrascas se forman en el mar.