Hoy es un domingo como otro cualquiera. Me he levantado de buena mañana y me he abandonado al día de domingo. He llegado a la plaza de España y me dispongo a desayunar en el Bar Cristal. Esquina con las avenidas. De las antiguas cafeterías con encanto que aún quedan en Palma. Apenas unos rayos de sol tímido de mes de Febrero que entran por un gran ventanal. Se quedan dentro y propician una atmósfera adecuada. Puedo observar el cine Avenida y la estación del tren de Soller. Pues, un café y una ensaimada. Por favor.

Los días también se reúnen en el Bar Cristal para pasar el tiempo. Sobre todo en los inviernos fríos. Y en los veranos calurosos buscando el fresco en la terraza. El tiempo está en el bar a disposición del cliente. No es el bar de Pepe. Aquí no se ve el mar ni el amanecer. Escucho susurros de palabras y música. Los que están fuera tienen la compañía de las palomas. Muchas menos que hace años. Es un punto de encuentro. Un referente en Palma. Te citas y luego te quedas a tomar algo y a consumir tiempo. No es un sitio de prisas.

Por cierto que vuelvo a mirar el reloj digital y son las 09:18 del mismo día de semana y mes. Nada coincide con la realidad. A lo mejor está hecho aposta por algún interiorista que se preocupa por lo que haces y no por el tiempo que tardas en hacerlo. Aunque el día pueda ser inmenso tengo la sensación de que es provisional. Un día sustituto de otro. A la espera de otro día que sea definitivo. El tiempo acorta la mañana de interior que llevo porque es domingo. Llegué temprano y ya no lo es. Luego me iré a un paseo lento junto al mar. Con las olas vagabundas.
Llegan unas señoras de edad adulta que vienen de misa. Dicen que el cura hoy no se ha lucido en la homilía. Las misas en latín eran más largas. Son conversaciones de domingo. Yo prefiero seguir escribiendo. No me fio del reloj y el tiempo se me echa encima. Salud.