domingo, 25 de diciembre de 2022

Catalina.

 

Catalina tiene ochenta y siete años y se considera mayor, aunque se conserva muy bien. Desde la residencia para mayores de la que es interna la llevan a urgencias porque dice que se ha caído y que le duele un brazo y una pierna que casi no la dejan andar ni coger cosas. No apreciamos nada en la exploración ni lesiones en las radiografías. Ella insiste que con tanto dolor que sufre tiene que haber alguna cosa y que deberíamos ingresarla o firmar una baja laboral.

Esto no es posible, Catalina. La baja laboral sólo se da a quien está en edad de trabajar y tiene un trabajo. Tú tienes ochenta y siete años y estás jubilada. En el universo de su razón no entiende la situación en la que vive y no encuentra respuesta. En su vida ya no percibe la armonía que busca y esto le genera desasosiego. Pues si soy mayor y no estoy en edad de trabajar es porque debo descansar y hacer lo que quiera mientras mi cuerpo aguante. Lo has comprendido bien. Disfruta tanto como puedas. Vale, pues no es así. Un rato de conversación nos permite descubrir y entender lo que la inquieta. No puedo hacer lo que me gusta porque no tengo tiempo, espeta. La rigidez de los horarios y de las actividades la mantienen ocupada y agobiada todo el día.

Nunca me hubiera imaginado una vejez metida en talleres de recuperación cognitiva y conductual y entrenamientos en habilidades sociales con un seguimiento individualizado. Rodeada de ancianos que no colaboran, que son hipercinéticos con tendencia a la distracción o los que hacen cualquier cosa porque no tienen nada mejor que hacer. Al final la cohesión del grupo cae por culpa de alguno de sus miembros. Catalina demuestra ser muy inteligente y culta y no se muestra complaciente con este tipo de cosas. Ella ha pedido que su terapia ocupacional sea la lectura y la escritura. Los terapeutas no le dejan porque esto no está contemplado en los programas que se aplican en el centro.

Aquí es cuando Catalina pierde el interés, se desmotiva y empieza a desarrollar una sintomatología ansiosa que roza la rebeldía a base de excusas para recuperar su libertad como persona dentro de la institución. No tengo tiempo para leer los libros que mi familia me trae ni escribir en unas cuartillas que guardo. Tengo las visitas restringidas para poder desarrollar los talleres y lo cuenta trasmitiendo ternura. Queremos hacernos cómplices de ella porque la agobiante severidad de los programas asfixia su libertad y la convierten en esclava del sistema y de los terapeutas que se mantienen alejados del respeto hacia la gente mayor.

La miramos a los ojos y le explicamos casi de forma clandestina que dejaremos constancia en el informe que tiene que reposar hasta que vuelva a vernos en consultas externas para un control. Catalina busca mi mano, la coge, la aprieta y se levanta para darme un sonoro beso que me alegra la guardia.

Migrantes.

 

Mar adentro, en verano, se cruzan barcos, pateras y veleros a los más opuestos destinos. La elegancia de una gran vela hinchada de una potente embarcación roza la patera de los migrantes que navegan hacinados. 

No responde al saludo ni a la solicitud de ayuda. La proa afilada abre el mar a todo trapo. Desde la balsa la ven desfilar sin ser capaces de explicarse porqué, inclinado el velero hacia un lado, no vuelca ni se hunde como les ocurre a ellos si se mueven. Los migrantes sólo intentan mantener el equilibrio para no terminar al fondo del mediterráneo mientras algunos sonríen al ver el velero de la fortuna. Creen que al mundo que van todo es así con arriesgadas aventuras como forma de vida porque disponen de muchas oportunidades.

Eso ha escrito un filósofo jubilado reconvertido en poeta.  Ahora persigue la sabiduría desde la humildad y escribe contagiado de sensibilidad. Huye de lo superficial e innecesario y tiene ansias de alba y de ver amanecer todos los días, aunque a veces haya tormenta.

Migrar, dice, es querer llegar a la luz cruzando la oscuridad más absoluta. La travesía siempre es complicada y produce vértigo querer pasar del tercer mundo al primero de un tirón. Pero se saltan el segundo mundo porque no existe. Aun así, lo intentan todos los días y a menudo el mediterráneo se convierte en una tumba para esa gente. No son conscientes de la realidad porque la necesidad y las ganas, a veces, nublan los riesgos. O migras o mueres. Y si migras, seguramente también mueres. Algunos sabemos la respuesta a ese problema porque, como Serrat, también nacimos en el mediterráneo. Pero no pasa nada. Para esto existe el paisaje y si no te gusta uno miras hacia otro lado que hay otro paisaje.

Pronto llegará el invierno y con él traerá el mal tiempo. Tendrán que dejar de venir o hacerlo de otra manera. Seguirán haciéndolo de la misma y será cuestión de tiempo que la muerte les llegue al margen de dónde hayan nacido y de quienes sean. A ellos la desgracia les persigue cada minuto de su vida desde que nacieron. Unos morimos con atención paliativa y otros, simplemente mueren. Escribir este tipo de historias como si fuera literatura me molesta mucho porque la literatura es otra cosa. Pero antes no venían tantos migrantes en pateras.  

Por cierto, creo que no he mencionado que los viñedos han dado un buen vino este año gracias a la fina lluvia de finales de verano. Algunas botellas podrán rozar los quinientos euros. Que frivolidad.

Ellos nunca escribirán a sus familias desde un hogar con chimenea. Han abandonado sus recuerdos y no pueden soñar en libertad porque sólo tienen pesadillas. La lejanía los aísla. Un trayecto que cruza un mar tortuoso en toda su inmensidad. Otro día escribiré historias del mar en calma y de olivos centenarios. De la sombra que proporcionan las encinas y las higueras y de lo bonita que es la vida.