Catalina tiene ochenta y siete años y se
considera mayor, aunque se conserva muy bien. Desde la residencia para mayores de
la que es interna la llevan a urgencias porque dice que se ha caído y que le
duele un brazo y una pierna que casi no la dejan andar ni coger cosas. No
apreciamos nada en la exploración ni lesiones en las radiografías. Ella insiste
que con tanto dolor que sufre tiene que haber alguna cosa y que deberíamos
ingresarla o firmar una baja laboral.
Esto no es posible, Catalina. La baja
laboral sólo se da a quien está en edad de trabajar y tiene un trabajo. Tú
tienes ochenta y siete años y estás jubilada. En el universo de su razón no
entiende la situación en la que vive y no encuentra respuesta. En su vida ya no percibe
la armonía que busca y esto le genera desasosiego. Pues si soy mayor y no
estoy en edad de trabajar es porque debo descansar y hacer lo que quiera
mientras mi cuerpo aguante. Lo has comprendido bien. Disfruta tanto como
puedas. Vale, pues no es así. Un rato de conversación nos permite descubrir y
entender lo que la inquieta. No puedo hacer lo que me gusta porque no tengo
tiempo, espeta. La rigidez de los horarios y de las actividades la mantienen
ocupada y agobiada todo el día.
Nunca me hubiera imaginado una vejez
metida en talleres de recuperación cognitiva y conductual y entrenamientos en
habilidades sociales con un seguimiento individualizado. Rodeada de ancianos
que no colaboran, que son hipercinéticos con tendencia a la distracción o los que
hacen cualquier cosa porque no tienen nada mejor que hacer. Al final la
cohesión del grupo cae por culpa de alguno de sus miembros. Catalina demuestra
ser muy inteligente y culta y no se muestra complaciente con este tipo de cosas.
Ella ha pedido que su terapia ocupacional sea la lectura y la escritura. Los
terapeutas no le dejan porque esto no está contemplado en los programas que se
aplican en el centro.
Aquí es cuando Catalina pierde el interés,
se desmotiva y empieza a desarrollar una sintomatología ansiosa que roza la
rebeldía a base de excusas para recuperar su libertad como persona dentro de la
institución. No tengo tiempo para leer los libros que mi familia me trae ni
escribir en unas cuartillas que guardo. Tengo las visitas restringidas para poder
desarrollar los talleres y lo cuenta trasmitiendo ternura. Queremos hacernos
cómplices de ella porque la agobiante severidad de los programas
asfixia su libertad y la convierten en esclava del sistema y de los
terapeutas que se mantienen alejados del respeto hacia la gente mayor.
La miramos a los ojos y le explicamos casi
de forma clandestina que dejaremos constancia en el informe que tiene que
reposar hasta que vuelva a vernos en consultas externas para un control. Catalina
busca mi mano, la coge, la aprieta y se levanta para darme un sonoro beso que
me alegra la guardia.