lunes, 29 de agosto de 2011
De plagiador a imbécil
He andado un poco engañado en mi vida y actividad literaria con algún pseudoescritor que ha resultado ser un indigentes de las letras y un okupa de textos de otros. Ha estado en un lugar privilegiado y al que he relevado de forma fulminante. Lo he tachado de la lista de autores a los que debía de leer. Le he despedido sin darle el tiempo que la ley indica. Lo considero un despido procedente porque yo elijo a quién leo y a quién no. He sido un ingenuo y lo reconozco pero para alguno, esto se ha acabado. Estoy convencido de haber tomado la decisión acertada e incluso estoy dispuesto a soportar las críticas de otros sin despeinarme. Me atrajo como un imán pero ni él ni su obra -parcialmente copiada- nos une nada en este momento. Por fín mi conciencia menguada ha despertado a un estado de alerta. La gente, a menudo, sabe poco de otros con seguridad pero a alguno su actividad le delata y queda al descubierto. Nada me impide ya seguir mi actividad y mi relación con la literatura a pesar de él. Sin él. Ya no existe. Intentaré mandarle un estropajo con lejía para que se límpie su lengua, su conciencia y su pluma. Sus tiempos en la guerra le debieron descolocar las neuronas y ahora sale a la luz tal desaguisado. Necesita tratamiento y él no lo sabe. Sus escritos malintencionados son de sonrojo. Pudo llegar a ser mi escritor suplente de cabecera. El que dejas que te cuente de todo justo antes de dormirte. Nunca tuvo ese privilegio -por suerte-, sólo lo tiene Cervantes y ahora ha perdido toda oportunidad de ser, algún día, el suplente. Su último escrito ha sido el suicidio literario. Por lo menos en mi caso. Se ha comportado de forma despiadada y está haciendo un mal uso de su sillón de la RAE que al reirle las gracias sus compañeros e incluso el director se han hecho cómplices y la institución ha entrado en decadencia. Ha obrado de forma coberde aprovechándose del púlpito que tiene y de su trayectoria que de cada vez está más cuestionada. Ha traspasado la línea ética y se ha convertido en escritor mediocre aunque la ley de libertad de prensa le ampare. Yo no. No soy tan benévolo y he dictado sentencia. Sus libros a deixalles y sus artículos deseo que provoquen escozor en el esfinter anal a quién los lea. Se comporta como un verdugo que sabe que por mucho daño que haga, el reo nunca le contestará. Es un franco tirador que dispara seguro y que desde la lejanía no corre peligro. Pero se ha equivocado. Ha pronunciado insultos con solemnidad dominical y el un blog que no admite comentarios. Lo he dicho antes, un cobarde. Arturo, ya eres un recuerdo. Salud.