Hoy es un día cualquiera. Bueno, realmente es mi día libre. Bien. Una hora más tarde de la cita con mi médico y todavía en espera. Normal. Sala de espera a tope. Vale. Cuando entras esperas encontrar la gente sentada, compungida, dolorida, enferma y con cara de circunstancia. En silencio y pensando para sus adentros lo que a cada uno le salga de las pelotas aquello en lo que quiera pensar porque es muy libre. Es lógico. ¡NO! No es lógico, caramba. Esto no es así. Me presento para consulta rutinaria de patología de temporada y no encuentro la sala de espera como he descrito que me gustaría encontrarla. La verdad es que no sabría definirlo. Es demasiado complejo para mi intelecto. Por lo que tengo visto en cine y televisión es lo más parecido a la taberna de un cuartel bananero cualquiera y sin mandos a la vista. Llena de soldados en un estado de semi agitación y verborrea típicos que anteceden a la borrachera. Con unos decibelios bastante por encima de los permitidos en plena hora punta de la ruta martiana. Para entendernos y dejarnos de eufemismos ¡un caos! Si hubiéramos estado todos locos no hubiéramos alborotado tanto. La gente mayor con su sordera y el sonotone apagado contando batallitas de su tensión y su azúcar. La gente joven contando las batallitas del fin de semana. La estrella era una mama con dos niñas y un cochecito. Bueno cambio lo de cochecito por supermegacoche con todos los accesorios puestos. La hija mayor de unos siete años con una hiper actividad hiper activa practicante que en una hora de espera se ha hecho más kilómetros que Alonso en el Gran Premio de Hungría de F-1. La niña pequeña en edad de empezar a dar entre seis y ocho pasos y caerse de culo sobre el dodotis con una pierna escayolada desde los dedos del pie hasta la ingle pero que no le impiden zafarse de su madre y andar los pasos que he dicho y caerse.
A ver Herodes que ya no eres el que nos han contado que has sido. La niña pequeña viniendo hacia mí y apoyandose sobre mis rodillas. La he mirado con una pequeña sonrisa de mala leche y de no tener amigos, pero ella se reía. Vaya tontería. He comprendido, al instante, de que no tengo la capacidad de leer con un ojo mientras con el otro vigilo a la niña. Os juro que no se puede hacer. Creo que resultaría más fácil leer en el metro de Madrid. Al final la niña se ha apoyado en una silla vacía. Justo al lado había una señora que le ha espetado, ¡Dame un susto! ¡Dame un susto! La niña se lo ha tomado en serio y ha retrocedido un paso para darle el susto con las manos pero no ha llegado a tiempo. Ha perdido el equilibrio y ha caído hacia adelante golpeándose los morros con la silla y ha empezado a sangrar. Y les ha dado un susto de muerte a todos los presentes y sobre todo a su mama. La enfermera le ha puesto una gasita y ha dicho "no es nada", "no ha sido nada, sólo un susto". Claro, se lo acababan de pedir. La niña no paraba de llorar y berrear y su madre ha optado por salir fuera y acercarse al huerto que hay enfrente para ver los "pío, pío". Deduzco que eran unos polluelos con su mama gallina que al oír los gritos se han esfumado cagando leches.
Todo a vuelto a la normalidad menos los decibelios que han ido en aumento. El médico ha salido a la sala de espera a llamarme porque no se oía nada. He entrado en la consulta. He cerrado la puerta y se ha hecho el silencio. De repente me he encontrado mejor. Muchísimo mejor. Salud.