Casi todas las mañanas suelo desayunar con un número importante de personas que no se quienes son. Gente con la que nunca he cruzado una palabra. Personas que actuan como si fueran figurantes de una obra. Borrosos y abstractos algunos y otros con un poco más de nitidez. Su presencia es confusa y marginal para mi. No se a lo que están pero me supongo que a lo mismo que yo. Es una presencia confusa y aunque algún día me fije en alguno de ellos no sabría decir si es uno de los habituales o es la primera vez que sale a escena. Se que están y que desempeñan bien su papel y punto. Entre todos conformamos un cuadro dinámico. Entra uno y sale otro. Llega uno y se va otro. Y así sucesivamente. Se cambian de sitio para juntarse con otros cuando otros se van. Algunos simplemente se levantan en busca del periódico y vuelven a tomar asiento.
La cuestión a la que me refiero es que se comportan como extras de una película que nadie filma. Están para hacer bulto y para acompañarme y que no me encuentre solo mientras desayuno o escribo una entrada del blog. A lo mejor no es así y el figurante sea yo visto desde el punto de vista de ellos. No soy consciente de este último extremo porque yo no estoy pendiente de ellos. Cuando se van no los echo de menos porque no tengo conciencia de ello y supongo que debe pasar lo mismo pero a la inversa; si yo me voy ellos seguramente no se enteran y si se enteran les debe de dar igual. O sea que nos da igual si estamos o no. Me da igual cuantos son y me da igual la hora que llegan y cuando se van. He dicho que no los conosco personalmente aunque a algunos los conozca de vista.
Pensando en ello me viene a la mente una duda. No se si es bueno o malo que esto sea así. ¿Tengo, necesariamente, que convivir con figurantes anónimos o tengo la obligación, como persona, de conocerlos y saber quienes son y qué hacen allí? Son personas y tendrán una vida como yo. Más o menos interesante pero, a buen seguro, serán importantes para alguien mientras que para mi sólo son sombras que se desplazan de un lugar a otro. Mira que llevo tiempo haciendo esto, lo cómodo que me resulta y lo mucho que me gusta y ahora caigo en la cuenta de que por mucha gente que haya, yo, realmente, estoy solo. O como si lo estuviera. No espero a nadie en particular y nadie me espera a mi. Ellos a lo suyo y yo a lo mio. Tengo la impresión de que lo que realmente nos importa como personas es que haya gente a nuestro aldededor para no sentirnos solos y nada mas porque no nos relacionamos.
Quizás es lo que queremos. Sentirnos acompañados pero sin ningún interés en profundizar en las relaciones interpersonales. Nuestra vida es privada, salvo excepciones. Este aislamiento seguramente es necesario para evitar daños en nuestros sentimientos. No sentir el sufrimiento ajeno nos mantiene intactos de tal forma que cuando falta alguien muy allegado a nosotros nos apena mucho al principio pero, con el tiempo y el entrenamiento que hemos desarrollado a diario, nos acostumbramos a su desaparición. Nos vamos haciendo a la idea día a día hasta que su ausencia ya no nos pueda dañar el alma. Fue alguien importante para nosotros pero ya no está. Lo recordaremos con nostálgia y con cierto estado de ánimo que no nos pueda perjudicar sin más.
Esta actuación nuestra de vivir rodeados de gente y de no convivir con ninguno debe formar parte del instinto de supervivencia que tenemos mucho mas desarrollado de lo que seguramente pensamos. A lo mejor no es así. Podría ser. Quizás esté equivocado. No lo se. Salud.