miércoles, 3 de octubre de 2018

Recordando Formentor II

Después del almuerzo y el café vienen conversaciones entre los asistentes y entre estos y algunos de los escritores invitados. Habla una de que no hay frontera entre la novela de ficción y la historia real. O viceversa. Que siempre hay de todo entremezclado. Carrère añade que el ingenio y la estupidez habitan las mismas mentes y las mismas personas. Lo contrario no es posible y no podría  distinguirse.
Soy consciente de que esto es una segunda parte. Pero seguiré aún a sabiendas de que no será tan buena como la primera. Tengo un fulano sentado a mi lado que escucha con atención y toma notas. Como hacemos todos. Y alguna vez se gira y me hace un comentario. A propósito de una ponencia, me explica que debería ser normal que cada uno hiciera su propia lápida y que dejara escrito el epitafio que pueda honrarle una vez muerto. 
Él ha pensado en algo así como "Viví intensamente. Ahora déjame descansar en paz mientras busco un lugar mejor a dónde ir". Le he dicho que era precioso y se ha venido arriba. Precisamente una de las ponencias iba en esta dirección. Si una cosa te gusta cópiala. Para qué te vas a poner a pensar genialidades si ya te identificas con algo de otro. Una vez muerto nadie te criticará. 
Un texto que se precie tiene que ser una mezcla, embrollo, amasijo, desorden o cóctel de tipos. Al final, cuando quites las barreras que los separan siempre quedará una zanja que mantendrá la separación. En definitiva, la literatura siempre se hace espesa. Aciertos, lamentos, admiraciones, desconciertos, aproximaciones al futuro y vueltas al pasado. Palabras, frases, párrafos, páginas, capítulos... y por fin el libro. Y el lector. 
Después de un día ajetreado uno espera una noche tranquila. La desea. Pero aún siendo del todo sosegada puede aparecer el fantasma del insomnio. Me dijo uno que hay muchas maneras de combatirlo. La mejor es la de carácter reivindicativo. Plantarle cara. Que en lugar de mostrar nerviosismo me levantara de la cama, cogiera lápiz y papel y me pusiera a escribir. Qué queréis que os diga. Pienso que un poco de química tampoco le quita mérito a la cosa. 
También tuvimos los momentos seriamente distendidos. No todos administramos de igual manera la ocurrencia. El escritor en cuestión manifiesta que un día llegó a su casa a las tantas. Ya era de día y tenía el corazón contento y lleno de alegría. Sobre un estante de los libros tiene una postal de una Sibila que pintó Anglada Camarasa. La Sibila de la postal le dijo que dentro de cinco años te llamarán para que vayas a Formentor a hablar de mi. Decidió dejar la bebida aunque no lo cumplió. 
Pero se puso a buscar bibliografía. A leer libros y a preparar la ponencia de diez minutos. 
Hay que ver lo que se puede conseguir cuando se juntan el sueño con una bebida espirituosa. Estuvo bien. Esto también es literatura. Igual que las conversaciones que tenían las señoras cuando acudían al lavadero público que había en las afueras del pueblo. Hablaban cosas serias mientras hacían la colada y antes de preparar la comida para el marido, los hijos y los abuelos. Lo malo de este último caso expuesto es que no queda constancia escrita. 
Ahora que ha terminado y nos hemos ido de Formentor sigo escuchando ecos de las conversaciones. Hay que tener constancia y paciencia. Falta menos para volver a recorrer los senderos de pinos junto al mar. Salud. 

martes, 2 de octubre de 2018

Recordando Formentor I

Recuerdo, hace unos días, que estaba sentado donde la tierra termina y tenía los pies metidos en el mar mediterráneo justo en el punto donde se baña Formentor. Se acercó uno de los escritores y poeta de los convocados para las Conversaciones y se puso a mirar la inmensidad al atardecer. Se sentó a mi lado. A la sombra de los pinos que allí son muchos. 
Me contó su historia de Mallorca. Hace millones de años, dijo. Cuando lo del diluvio universal. El agua lo cubrió todo. Toda la tierra. Y el archipiélago desapareció. Cuando terminó de llover salió el sol y las aguas se fueron retirando. Apareció la Serra de Tramuntana y otras tierras más bajas. 
No le gustó a Dios cómo quedaba la cosa y mandó que se retiraran más las aguas hasta que apareció la península de Formentor. Entonces le gustó a Dios cómo quedaba y crecieron los pinos y se formó un bello paisaje. Ahora, aquí, honramos las letras. Ahora, también es mi historia. Pero sé que hay otras distintas. 
A menudo la imaginación es como una brisa. Pero a menudo, también, la imaginación es como un vendaval. Pero uno se acomoda. Disfruta de esta brisa y disfruta del vendaval. O no. Pues según venga saldrá prosa o poesía. Drama o comedia. Pero que discurra. En la vida hay aciertos y desaciertos. Simplezas y complicaciones. Unas cosas y las contrarias. O las otras cosas. 
Me contaron un día que en los conventos de clausura no hay espejos. Me contaron muchas teorías pero una me hizo pensar más que las otras. Resulta que una vez una monja que llevaba muchos años enclaustrada se miró en uno de ellos y se vio sola. Se sintió sola. Pensó que estaba sola. Descubrió la soledad. Los hizo quitar todos y nunca más se pusieron. Insisto que tengo más teorías. 
Creo que mi mayor lucidez apareció después de cumplir los cincuenta y cinco. También podría no ser cierto del todo. A raíz de un amanecer de esos que no olvidas y después del cual inicias una búsqueda del camino. He querido decir el camino, no uno cualquiera. 
Cuando te cansas de reír cuando toca llorar o cuando te entra una angustia vital cuando lloras por no reírte. Cuando no consigues hacer lo que te apetece. Lo contrario de lo que toca. También de esto se habló en Formentor. Porque cuando estás conversando entre amigos haces estas confidencias. Y los escritores saben lo que esto significa. Otra cosa es la libertad. Lo que viene después de la obligación.
Como el necio que se acobarda y se arrodilla a los pies de la cama y le implora a la muerte justo en el último momento. Todo es simple. Si luego resulta complicado es que el ser humano sapiens está detrás. 
La de veces que me ha costado dibujar un paisaje con letras y cuantas veces sólo habré conseguido hermosos contornos de la naturaleza. Si te fijas con la corteza de los pinos que habitan en Formentor entenderás su existencia. No siempre fácil. Pero el lugar bien vale la pena. Mientras las raíces buscan la humedad las ramas buscan la luz. No es una competición. Se trata de complementarse. 
Todo va más allá de un hotel y un pinar junto al mar donde se llega por una carretera contorsionista de grán belleza. Formentor es un jardín de calma. El epicentro literario por unos días. Pasión sin límites donde el mediterráneo siempre es azul. 

viernes, 28 de septiembre de 2018

Versos de alivio

Recita eternidades el poeta
mientras fuera llueve
sobre un mar en calma.

Fuimos y somos
horizontes desvanecidos.
Viviendo en lo alto
del acantilado
ajenos a las gaviotas.

Somos telaraña
de luces y sombras,
de colores y aromas.

Un día hablaré de la luna
y de un cielo vacío.
Y de un cielo tatuado de estrellas.

Recuerdos de lo que nunca hice.
He olvidado lo que soñé.

Amanece.
El bosque parece un escaparate vivo.
Sólo cuando amanece.
Porque en todos los campos
se libran batallas.

Y siempre perdemos la última. 

lunes, 24 de septiembre de 2018

Contradicciones

A media tarde
cuando el sol se retira
las cimas son ocres
oxidadas por el tiempo. 

No puedes separar
las olas del mar,
la oscuridad de la noche,
las cimas de las montañas,
o los ojos de la mirada.

La misma mano 
que estrecha una amistad
puede abofetearte la cara.
La lengua que habla
verdades en domingo
puede mentir en otoño.

Unos árboles que dan frutos
y otros que dan sombra.
Que acompañan
durante el camino
o molestan porque se han caído. 

Pensamientos enfurecidos
de ideas domesticadas.
La sonrisa y la tristeza.
La libertad del preso
que piensa lo que quiere.


El pez tiene la opción
de morder el anzuelo, o no.
No decidí nacer, ni dónde.
Pero defiendo la vida nacida.
Poder silbar cuando ando
o cantar mientras me ducho.

La vida es eso. O eso creo.
Salud. 

viernes, 21 de septiembre de 2018

Minutos fugaces

Ya he dicho y explicado en otros momentos de mi vida que un día nací y me criaron entre telas rudas de lino y el delantal de mi madre. La educación, en casa, eran los buenos modales, las formas adecuadas y algunas oraciones. De lo último no me pude escaquear en mi temprana edad pero más tarde, si. No fui criado entre algodones porque en casa éramos muchos y pobres. Eso de los algodones era para los ricos que también eran muchos pero no tenían carencias. 
Por muy fugaz que sea el tiempo,  los minutos se siguen uno al otro ininterrumpidamente. Diríamos que encadené minutos fugaces que dan para mucho y por eso crecí más rápido de lo esperado o necesario. Pero me dio tiempo para ver cambiar los paisajes, los remolinos y las estaciones del año. Nunca pude evitar las tormentas aunque a veces lo intenté. Lo que más me importaba era hacer lo que me dijeron que hiciera. Contar el tiempo que hay entre el relámpago y el trueno. Contaba con gran esfuerzo porque soy de letras. Poco a poco. Muy lentamente. Cuanto más tiempo  pasaba entre el relámpago y el trueno más lejos estaba la tormenta. Me aliviaba mucho comprobar lo lejos que siempre estaban las tormentas. Porque la luz va muy rápido pero el sonido del trueno no. El truco estaba en contar muy lentamente para que la tormenta siempre estuviera lejos. O algo así. Que ya sabéis que soy de letras. 
Será por eso que nunca me molestaron las tormentas. Porque siempre estaban lejos. Dicho esto que tenía entretenido en la cabeza y no sé muy bien porqué, añado. Hoy me he levantado aliviado por el descanso de la noche ya que no siempre puedo decir lo mismo. He descubierto que la fatiga, a veces, es más llevadera para un jubilado. Lo siento por los demás que tendréis que esperar la jubilación. Al fin y al cabo los días tienen veinticuatro horas para todos. Pues que cada uno se organice. Las rutinas aburridas pasan rápido y más si las cosas se hacen sin miramientos. 
Cuando quiero aventuras imito al aire, al viento, al bosque y al mar. Sé de lo que hablo porque llevo años observando. Y sé de dónde vienes cuando tus labios saben a salitre y tu mirada mira a lo lejos. A estas alturas de la vida he descubierto que en la oscuridad de las habitaciones no siempre se guarda silencio. La pasión hace ruido. 
Las personas cogidas de la mano se sienten más seguras. Y si se miran aparecen estos sentimientos sólo comparables a la inmensidad del mar. Alejados tanto del temor como alejado pueda estar el horizonte. Tampoco me interesa esta soledad de sentirse arropado sólo por la naturaleza o las paredes de un claustro gótico. La vida se vive con audacia y con talento. Ahora resulta que soy un vividor agradecido a tiempo completo y con una paga del estado. 
Todos tenemos un hada madrina en nuestra vida que nos protege. También todos tenemos un traidor en nuestra vida que nos hace la puñeta y nos lleva la contraria. Está escrito en los libros sagrados que cada doce personas existe un traidor. También está escrito en los libros de historia o de la leyenda que el traidor, una vez, fue un gran caballo de madera. 
Dice un científico experto en predicciones que este invierno nevará. Bastante, además. Nos quedará el otoño para prepararnos y hacer acopio de madera de esa de encender la chimenea. De tener esos libros que un experto ha dicho que tienes que leer antes de morirte. Siempre hago caso a los expertos. No vaya a morirme y en el juicio final me pongan un negativo por no haber leído no se qué libro. 
Siempre podré decir que los he leído aunque no sea verdad aunque esa gente de los juicios finales lo sabe todo. También podría decir que he vivido experiencias que no son ciertas, pero también verán que es mentira. No sería el primero al que pillan mintiendo. Ahora me acuerdo que el otro día soñé que quería hacer un master. Cuando desperté tenía el título encima de la mesita de noche. Un gran logro para mi y parte de la humanidad. Salud. 

martes, 18 de septiembre de 2018

Sosiego de amanecer

Dice el poeta que las sorpresas no dejan huella. La cara que pones cuando la sorpresa, si. Porque cambias el semblante. Esto sólo puede haber ocurrido donde los árboles están espesos. Por eso casi no entra el sol. Donde el viento tiene dificultad para moverse y en vez de silbar, susurra cuando pasa. En definitiva, donde duermen los gorriones. 
Es importante para mi poderme recluir en el silencio cuando necesito soledad. La del poeta que ve y  escribe. Sin ruidos. Sin odio ni ira. Sin pecados capitales que te permiten volver a la infancia. Esa en la que todavía no has experimentado una caries ni el acné. Ni los desvelos de amor que no sea el maternal. Este tiempo aséptico de casi todo. Feliz por naturaleza. La infancia del mundo repleto de felicidad aunque luego descubras huecos y agujeros.
Demasiado tiempo protegido en la tranquilidad del útero materno. Ya sabemos que la vida es otra cosa que no habíamos imaginado. Incluso hay días con más sufrimientos que alegrías.  Es cuando uno se pide tiempo. Se da tiempo. Que dicen que lo cura todo. Ese tiempo en el que la peor alteración tendría que ser el ladrido de unos perros en la noche. Una tormenta cercana. El rasguño de una caída o la herida de unas púas de rosal. 
Con las ventanas abiertas para que entre el sol, el viento y la luz de la luna. Que los mortales entran por la puerta. Me da igual si algún día me he asustado por las sombras de las ramas de los árboles cuando el viento las mueve. 
Y cuando el poeta navega en la tempestad se pone de pie en la proa para desafiar la lluvia. No sé si el tiempo lo cura todo mientras pasa. Lo que si sé es que se lleva momentos y partes de mi biografía. Pero sigo siendo un mundo dentro del mundo y que no me falte nadie. Se me escapa este control. He decidido que el esfuerzo y la disciplina vigilen mi transcurrir. Perseverar en domesticar situaciones para evitar lamentos.  
Que los amaneceres, atardeceres y anocheceres sean de sosiego. Lo más parecidos posible. Me gusta que los amaneceres sean después de la noche. Y que anochezca cuando termina el día. Pura rutina. No quiero sobresaltos. Ahora tengo un amigo que sabe latín y cuando lo escucho me relaja. Todo lo que dice parece solemne y bonito. No me gusta mal interpretar las palabras. Confunden. Y aparece la niebla y la noche. Habla las grandezas y calla los horrores. Gracias amigo.
El tiempo nos lleva al destino. Y mientras las flores más bonitas también se marchitan. Por eso me he convertido en un ser capaz de dudar y de gritarle al mar. Seguir un orden. Una de las cosas buenas que tiene llegar a la cima es que puedes respirar el aire más puro. En casa los visillos son trasparentes para que puedan entrar los aromas. También tengo unos amigos que los crean. Como lo que se respira en los patios andaluces llenos de macetas y flores. Gracias amigos. Porque acompañan los momentos complicados y hacen más grandes las emociones. 
Por eso me fio de lo que dicen mis amigos en las tertulias de las mañanas. Y me fio de lo que escriben los poetas. Sus currículums académicos son pobres y escasos, pero su sabiduría es inmensa. Tendríais que escucharlos. Yo creo que el mar tiene algo que ver con todo esto. Salud. 

martes, 11 de septiembre de 2018

Aromas de quietud

Me levanto pronto. Siempre antes de que amanezca. Incluso antes del alba. Después de tantos años me sigue faltando tiempo para vivir todo el día la vida de cada día. A menudo me dejo influir por Cervantes, Bonald, Umbral, Neruda, De Luca, Machado, Lorca, Saramago, Mendoza y tantos otros que no acabaríamos nunca. No me hagáis elegir. No podría hacerlo. Son un motivo. 
Apenas unos rayos de sol tímido del mes de febrero. La naturaleza regala sosiego cuando contactas con ella y mientras caminas senderos de montaña. No son días de pasear de puntillas, sino con paso firme. El sol de invierno destiñe un poco el paisaje, menos los sentimientos. Mirlos y gorriones entre la escarcha del bosque que enseguida se seca. El bosque está humeante hasta que corre el aire. Escucho al poeta,

"Quiero por igual tus ojos 
y tu mirada. 
Tus labios y tus palabras.
El roce y la compañía.
Tu opinión y tu queja.
La rutina y el desasosiego
de la aventura.

Quiero el verano caluroso
porque el día es largo.
Quiero el invierno frío
porque huele a chimenea
a hoja en blanco y a tinta.
Quiero el otoño húmedo
para abrigarme con el libro.
Quiero la primavera por todo.
Por el aire limpio 
impregnado de aromas de quietud".

Creo que no es bueno trascender mucho tiempo. La vida es hoy. Todo lo demás son recuerdos y bonitas e interesantes previsiones. No son buenas las ataduras que me privan de libertad. Tampoco son buenos los molestos infinitos. Tengo por seguro que la experiencia me llevará a la sabiduría hasta conseguir la plena madurez. Luego, al final, la nada. No hace falta más. Sólo importará lo que quede de nosotros en los demás. El horizonte que vemos no es el definitivo. Detrás se esconden otros que sólo podremos ver al final de todo.

"Caricias temblorosas de la brisa 
sentado en el umbral de la casa.
Qué sabrá el aire 
del bien que nos hace.
La calma de una llovizna.
El sosiego de un silencio.
La compañía de la soledad
en un caminar sin rumbo
mientras te acarician
los arbustos del camino.
Conozco el sabor de la rutina
y el de la aventura desbocada.

Sé cómo llegar a una colmena,
alimentarme de la miel,
sin que las abejas me piquen.
Sé cómo coger una rosa
sin clavarme ninguna espina.
Ya sé cuando hay que hablar
y cuando toca callar".

No se puede ser neutral ni indiferente. Y cuando los pétalos caen, sé cómo caminar sobre ellos sin romperlos. Sólo para oler sus aromas. Es la recompensa de la vida agradecida. Las cenizas del final ya las limpiará el viento de tramontana. Uno se acostumbra a la rutina y al esperpento. A los vendavales y a la calma. A la seriedad y a la extravagancia. Sé cómo huele la quietud. 
A veces ocurre que la verdad parece mentira y la mentira, verdad. Tengo la sensación que la vida es una espera en el tiempo. Pensamientos nocturnos que nadie puede ver. Los momentos de paz que siempre hay en todas las guerras. Y ya nada nos conmueve. Ni los nubarrones que se acercan desde lo lejos para traernos lluvia abundante. Salud. 

martes, 4 de septiembre de 2018

La orina

Hoy, por fin, tengo que decir que tengo un amigo de hace más de cuarenta años. Perfecto pues.
Dicho esto tengo que añadir algo más. Andamos por las mismas fechas del nacer y somos compañeros de las cosas buenas que tiene nuestro oficio y de las cosas malas. La amistad es envidiable. Hace poco que los dos nos hemos jubilado anticipadamente porque las cosas ya no son lo que eran. Nuestros superiores han perdido el interés en nosotros y nosotros en el trabajo. Así las cosas de la sanidad pública cuando la consellera hace dejadez.
Tengo que decir, también, que mi amigo me ha contado una cosa de su historia que guardaba en secreto. Ahora ya no lo es y le da lo mismo si la cuento. Es lo que voy a hacer.
Tenía un abuelo que hace unos años le dejó. Yo, al fin y al cabo, no lo conocía de nada. Era mayor, republicano y con heridas de la guerra civil sin curar. Algo muy gordo le contaría a su nieto, mi amigo, para que éste hiciera lo que hizo.
Ahora es cuando os preguntáis qué hizo. Bien pues. Me ha gustado que me preguntarais y os cuento. Su abuelo estaba impedido en una silla. Pero pensaba. Su mente estaba lúcida pero tocada. Callaba los horrores vividos en la guerra y sus indecibles miserias. Hasta el día que le encomendó una faena a su nieto. Se lo pidió con cautela para no asustar.
Demasiado tiempo mirando el cielo para poder soñar adecuadamente. Sobre el destino. El odio, a veces, reaviva los recuerdos. Pensó en extravagancias y rituales de esos de clavar agujas a un muñeco de trapo. Todo para sanar las heridas y borrar ciertos pasajes de su biografía. Pero todo eso no funciona cuando hablamos de un cadáver o una momia, para ser más exactos.
Le pidió al nieto, mi amigo, que recogiera orina de su sonda y la guardara en un frasco de esos  que utilizan los laboratorios para analizar. Presentarse en la basílica donde reposa el genocida que, en vida, iba de uniforme y bajo palio. Y le vertiera la orina sobre el granito que lo mantiene preso en la eternidad junto a una flor marchita.
Hubo réplicas y contrarréplicas. Pros y contras. Idoneidad de ese  tipo de despedidas y esas cosas de las que habitualmente hablan un abuelo con su nieto. Mi amigo aceptó el reto. Tiene agallas. En su juventud,  y estando el generalísimo en plena forma, se hizo pasar por sordo y escaquearse la mili. Todo un desafío pensando en las consecuencias que hubiera padecido como desertor. Pero lo hizo y salió bien.
Llegando a la basílica aparcó el coche. Cogió unas flores de esas que crecen libres en las cunetas y las medio envolvió con papel de celofán y de aluminio. Silencio en la basílica y casi nada de gente. Subió unos peldaños. Apoyó un pie sobre la losa de granito y con la mano depositó, delicadamente, las flores junto al nombre esculpido. Esperó que se vaciara el frasco con la orina del abuelo mientras susurraba plegarias y pestes al muerto.
Se puso de pie a modo de despedida y miró hacia arriba para saludar a su abuelo donde estuviera y que viera que había cumplido fielmente con la promesa. Si os dais prisa y vais a ese lugar es posible que encontréis unas flores de cuneta marchitas y una marca amarillenta de lo que fue orina y que ya se habrá secado. Cada uno se despide de ese mundo y de algunas personas de la forma que cree más oportuna aunque sea  informal.
Mi amigo siempre me dijo que su abuelo era buena gente. Pero que había sufrido demasiado. Ahora estará compartiendo ratos libres con el otro. O no. Vete a saber. Si esto fuera una película saldría algo así como "esta historia está basada en hechos reales". Para vosotros, los vivos que leéis, salud. 

lunes, 3 de septiembre de 2018

Sin ataduras

Palabra provocadora, agitadora de conciencias.
Escritura que aporta porque dice y porque calla.
El pensamiento sabio que escribe con lucidez.
Pensamiento mediocre de mente atormentada
que no cree que el ocio sea cultura.
La intelectualidad no siempre es lo que pensamos. 

Amanece con el alba, siempre antes que el sol. 
Respiramos hondo y aclaramos ideas
mientras se aleja la oscuridad.
La desazón del nuevo día y las primeras lluvias
de terminar el verano.  

Tengo un amigo intelectualmente modesto.
Depredador de libros, aunque no entiende todo. 
Acaricia las páginas y chapotea entre las letras. 
Ha refrescado. Se nota en el ambiente. Lo dice. 
Tiene un punto ingenioso con el que alarga el día. 

Vino de otro pais y se trajo el idioma y recuerdos.
Escribe al amanecer con una pluma sensible.
Cuando sueña deshabita el cuerpo de día.
Porque hay cosas que se hacen sin ataduras.
Como el poeta que leo ahora. Que escribe con el alma. 

La lucidez no dura todos los momentos del día.
Uno sólo es brillante a ratos. Como la felicidad.
La escritura tiene que tener detalles.
La vida de cada uno tiene sus tiempos y ritmos.
La literatura clásica como alivio antes de la noche.
Los colores de los paisajes y los olores de andar por casa. 





miércoles, 22 de agosto de 2018

Bernat y Erri

Uno de los escritores que más me gustan y leo ha dejado anotado en un libro algo así como; "Mar adentro, en cualquier época del año, se cruzan pateras y veleros, a los más opuestos destinos. La gracia, la elegancia y la indiferencia de una gran vela hinchada de una potente embarcación con pocos pasajeros a bordo roza la chalupa de los migrantes. 
No responde al saludo ni a la solicitud de ayuda. La proa afilada abre las olas a todo trapo. Desde la barcaza la ven desfilar sin ser capaces de explicarse porqué, inclinado el velero hacia un lado, no vuelca ni se hunde como les ocurre a ellos. Los migrantes sin espacio sólo intentan mantener el equilibrio para no terminar al fondo del mediterráneo. Algunos sonríen al ver el velero de la fortuna. Unos creen que al mundo que van todo es así, otros desesperan de que al mundo que van todo sea así".
Eso ha venido a escribir un napolitano de más de setenta años y toda una vida repartida entre el mar y la montaña. La aventura arriesgada como forma de vida porque la vida no le ha proporcionado otras oportunidades. Ahora persigue la sabiduría desde la humildad y escribe porque sabe que es la única manera de sentirse vivo. Y aún así es complicado. Me he dejado contagiar de su sensibilidad desde hace tiempo. 
Ha llegado el momento de huir de lo superficial e innecesario. De aquellas cosas, momentos y personas  que resultan ser tóxicas y perturban mis emociones, mis sentimientos y la forma de vida que he decidido. Por ese tipo de lecturas me da la gana ver amanecer todos los días aunque a veces haya nubes o incluso esté lloviendo.
Migrar, casi siempre, es ir hacia la oscuridad en busca de la luz. Quizá, si llegas, puedas ver alguna cosa. Sólo si llegas. La travesía siempre es complicada. Produce vértigo querer pasar del tercer mundo al primero de un tirón. Pero se saltan el segundo mundo, no por darse más prisa, sino  porque no existe. Aún así lo intentan todos los días, sin tener experiencia de mar, de barcaza ni de primar mundo. El sol también se pone todos los días para todos. El mediterráneo no debería ser una tumba para esa gente y a esa edad. Puede ser interesante que las olas muevan las cenizas de uno si se ha muerto de viejo en una cama de una residencia para la tercera edad. Sólo así se justifica.
No son conscientes de la realidad porque las ganas y las necesidades, a veces, nublan los riesgos. O viajas o mueres. Y si viajas, a veces, también mueres. Es un tema recurrente en las tertulias. Nosotros sabemos la respuesta a ese problema. Tenemos la solución. Pero nadie nos escucha. Los responsables -perdón, quería decir los políticos irresponsables- piensan de otra manera. Así nos va y les va. Algunos somos más sensibles porque, como Serrat, también nacimos en el mediterráneo. Y es muy grande. Los delfines, Erri De Luca, yo mismo y otras gentes también lo saben. 
Pero no pasa nada. Para eso está el paisaje y las plácidas olas. Si no te gusta una cosa miras para el otro lado que hay otro paisaje. Y además pronto llegará el invierno y traerá el mal tiempo. Tendrán que dejar de venir o hacerlo de otra manera. La muerte nos llega a todos. Es cuestión de tiempo. Al margen de dónde hayas nacido y de quién seas. Pero algunas personas y niños mueren ahogados en el mar por no morir en su tierra de hambre, guerra y miseria. Morir en un sitio por no morir en otro.
Escribir este tipo de historias como si fuera literatura me jode mucho. Siempre entendí la literatura como otra cosa. Los clásicos, por ejemplo. Pero antes no venían migrantes en barcazas o pateras. Por eso tampoco teníamos radares y concertinas. 
Por cierto, creo que no he mencionado que los viñedos están preciosos y que en unos meses habrá que vendimiar. Las últimas lluvias nos proporcionarán buenos vinos que algunos podrán rozar los quinientos euros la botella. Que frivolidad. Otro día escribiré historias del mar en calma y de olivos centenarios para resarcirme de esta. También de la sombra que proporcionan las encinas y las higueras que muchos nunca verán. 
Tampoco he contado que mi padre se llamaba Bernat. Cuando yo era pequeño se celebraba la onomástica de forma sencilla en casa. Venían familiares y amigos. Nunca faltaron las cocas de trampó, de pimientos y de albaricoques. Y siempre comíamos las primeras "figues de moro" que mi padre iba a buscar a Lloseta. Pueblo importante donde le amamantaron. No era opulencia pero tampoco era miseria y no nos jugábamos la vida. Salud.