Al rey Felipe IV le gustaba la música y más que ésta, el baile. Cualquier ocasión era buena y con sus años mozos el disfrute de la danza era aún mayor. La música barroca se estaba imponiendo por aquellas fechas y llegó a tener gran esplendor, en parte, gracias a su mecenazgo. Alguna sonata alternada con concerto grosso en forma de danzas populares. Oratorios y otras cosas similares. Era el barroco medio que se estaba poniendo de moda. El Conde Duque de Olivares también era un gran aficionado -casi un profesional, diría yo- de la música y de la danza. Del baile, en general. Cualquier cosa que fuera un referente allá por mil seiscientos cuarenta menos el ballet francés que Olivares no soportaba. La corpulencia de Gaspar de Guzmán contrastaba con la figura enclenque del rey Felipe IV que hacía que se moviera con patanería y torpeza. Incluso bailando sin gracia recibía elogios y cómplices miradas de admiración de señores, caballeros, nobles y grandes.
Era una noche complicada que devenía de un día complicado. El valido del rey quería concentrarse en las piezas compuestas por Francesco Cavalli y Luigi Rossi pero su mente estaba en otra parte. El valido del rey tenía muchas cosas en que preocuparse. Los sonidos de los violines, violas, chelos, oboes, fagot y flauta travesera como instrumento principal retumbaban en el salón de baile de palacio que se fundían con las habladurías de los invitados que abarrotaban el lugar. Uno de los criados fue a decirle algo al oído del Conde Duque que seguía moviéndose. Como quiera que no se entendieron tuvieron que acomodarse en una estancia contigua al salón de baile que hacía las veces de despacho. Aquí tuvo que escuchar lo de casi siempre y un poco más. Don Diego de Silva y Velázquez se quejaba -con razón- de que no le dejaban trabajar a gusto. Cada día de desplazaba a las caballerizas para pintar algunos caballos que luego le servirían de monturas para los cuadros del rey Felipe IV y del mismo Conde Duque de Olivares. El problema es que nunca le sacan los mismos y esto le irrita sobremanera hasta tal punto que ha amenazado de no seguir pintando. Gaspar de Guzmán tomo nota. Cogió papel y pluma. Mojó en el tintero y escribió una nota al responsable de las caballerizas para que tuvieran preparados los caballos que Don Diego eligiera y que fueran siempre los mismos. Firmó y mandó llevar la nota con la orden de que semejante torpeza no volviera a repetirse.
Pidió comida y bebida para él y algunos de sus asesores y allegados que le acompañaban. De tanto comer su corpulencia era notable y su salud estaba resentida. Incluso el grosor de su cintura quedaba resaltada. Todo esto le procuraba un andar dificultoso y doloroso y un tener que cambiar -a menudo- de sastrería por problemas de estrecheces. No era tarea fácil la que tenía encomendada el Conde Duque de Olivares porque tampoco podía despachar con el rey lo que quisiera debido a su temprana edad y al desconocimiento de muchas de las cosas. Demasiadas reformas internas y externas. Demasiado territorio en que mandar, organizar y comprobar el cumplimiento de leyes y normas. Era temido en la corte y fuera de ella por su empecinamiento en hacer ciertas cosas y en llevar a cabo ciertas reformas. Su obsesión era conservar y ampliar lo heredado. Sus métodos no gustaban a todos por igual y provocaron algunos descontentos, revoluciones y guerras.
Faltaban recursos financieros y el endeudamiento era creciente lo que provocó la decadencia del poderío español en Europa. Olivares no tuvo otra que recurrir a la vía autoritaria como única posibilidad para la salvación de su puesto y el de la monarquía. Su prestigio quedó minado. Se escuchaba la música de fondo. La maldición le perseguía. Después de lo de Don Diego de Velázquez le quedaba otro hueso más duro de roer. Los catalanes. A la sociedad catalana le generaba malestar la presencia estratégica de tropas castellanas en su territorio. El Conde Duque de Olivares, aquella noche, fue informado de que un grupo de unos quinientos segadores catalanes se habían amotinado y entraron en Barcelona para dar muerte al Conde de Santa Coloma -virrey de Cataluña- y habían asesinado a funcionarios y jueces reales así como al virrey Dalmau. En un arrebato de cólera tiró papeles, documentos, el tintero, un candelabro y otros enseres que fueron rápidamente recogidos por el servicio. Gaspar de Guzmán no se esperaba tal cosa y no salía de su asombro. No podía entender que por la fiesta del Corpus Christi pasaran estas tropelías en contra de la monarquía del rey Felipe IV de todas las Españas.
Que el rey no se entere, de momento, grito a sus allegados que estaban reunidos con él esta noche. Mañana despacharé con él. Salió al salón de baile del palacio del Buen Retiro donde se encontraban otros ilustres. El grupo de cámara interpretaba una pieza escrita por Don Antonio Negre titulada "entrada doscientos cincuenta" y compuesta por Don Antonio de Almeda que estaba a la batuta. Olivares se puso a bailar junto al joven rey. Salud.