Parece ser que en cada decisión que tomamos influyen el instinto, las emociones, los sentimientos y la razón en una proporción que varía bastante de unos a otros y según cada caso pero que principalmente se apoya en nuestra biografía personal. Son, seguramente, millones de veces o de momentos en los que tenemos que optar o decantarnos por una cosa u otra en cada día de nuestra vida. Se que los científicos están estudiando este fenómeno de forma concienzuda y determinante pero que no acaban de ponerse de acuerdo en los resultados o en los motivos que nos conducen a una opción u otra. La disciplina se ha venido en llamar "Neurociencias" y aglutina neurología, neurocirugía, neuropsicología, neurofisiología, neurobiología, etc. Primero hay cognición de un hecho que al llegar al cerebro por los conductos reglamentarios -neuronas y neurotransmisores- se distribuye hacia la zona asignada para cada caso que analiza la cognición. A menudo interactúan otros centros o zonas para conseguir la respuesta más adecuada, acertada, eficaz y rápida según lo percibido. Esto es lo que básicamente ocurre.
Resulta que esto que digo y que parece sencillo sobre los papeles y en la teoría en la realidad es otra cosa bien distinta y por eso los científicos tienen verdaderos problemas para unificar criterios y ponerse de acuerdo en el comportamiento humano. Mejor diríamos en el porqué del comportamiento humano en ciertas situaciones límite. Se ha escrito mucho porque se ha estudiado mucho este tipo de fenómenos y por eso últimamente han salido a la luz multitud de artículos relacionados con el tema a partir de situaciones reales extremas para mejor entendimiento del fenómeno. Hago memoria sobre el caso de los mineros chilenos sepultados en una mina, el comportamiento de los pasajeros del Titanic, las personas en la isla de Utöya o los prisioneros en los campos de concentración sin descuidar el comportamiento de un bombero que arriesga su vida para salvar a la de otra persona que no conoce de nada. Todos ellos con el denominador común de haber estado expuesto durante un periodo de tiempo a una situación extrema o límite con peligro real de perder la vida.
Para que el comportamiento humano sea estable y podamos dirigirlo de forma rápida y eficaz tiene que mantenerse un equilibrio y una coherencia entre lo que sentimos y lo que pensamos hacer a partir de lo que sentimos. Hay momentos puntuales en que las circunstancias ambientales, ajenas a nosotros, pueden romper este equilibrio y dar prioridad a las emociones con lo que de ser así nuestra actuación sería errónea o errática, ineficaz y mucho más lenta. Somos seres biológicos -ya que son sustancias químicas las que regulan nuestro comportamiento- dentro de un entorno natural y social cambiante. Si nuestro entorno cambia provoca cambios neuro-bio-químicos y respuestas diversas ante situaciones extremas que incluso podrían ser impensables en condiciones normales. Lo importante y peligroso al mismo tiempo es el instinto de supervivencia que prevalecería a todo. Quiero decir, y así lo manifiestan los científicos, que ante una situación extremas el instinto puede ser más fuerte que las emociones y la razón. Dentro de la normalidad nuestro instinto, nuestras emociones y la razón se complementan e interactúan para una mejor adaptación al medio y para dar una respuesta adecuada. Parece ser que en condiciones no normales o extremas en las que incluso la vida puede estar en peligro el instinto, las emociones y la razón se desconectarían entre sí actuando cada una de ellas por libre. En definitiva, no se complementarían. Se ha venido a demostrar, además, que el instinto prevalece a las demás. Para bien o para mal. Esto último es tema que a un científico no le incumbe estudiar ni opinar.
Todo esto que explico y que leéis con intensidad, los que me seguís no podéis dejar de leer el tema de Phineas Gage (Nueva Inglaterra -EEUU- 1848). En este caso y según Antonio Damasio, se dio esta desconexión de la que he hablado antes y los puentes neuronales no funcionaron quedando las distintas partes del cerebro desconectadas entre sí y la conducta emocional prevaleció y dominó el comportamiento de modo intenso y desordenado. La razón, en estos casos, pierde la capacidad de regular la conducta humana. El caso de Phineas Gage se dio por un traumatismo craneo-encefálico físico pero hoy sabemos que un traumatismo cerebral no físico -psicológico o de situación vital extrema- también puede provocar el mismo efecto. ¿Cómo se entendería, sino, que los prisioneros de los campos de concentración entraran ordenadamente en las cámaras de gas sabedores de que iban a una muerte segura? ¿Cómo se explicaría que los pasajeros del Titanic actuaran con cierta racionalidad y con respecto a las normal sociales y el sentido común a las órdenes que recibían de los oficiales del barco -por lo menos al principio-? ¿Y la actuación altruista de un bombero?
Supuestamente el instinto de supervivencia se mantuvo latente mientras estas personas ayudaron a que otros se pusieran a salvo. Otras veces no ocurre así. La norma no es aplicable siempre ni a todos. Tres años después de lo del Titanic pasó lo mismo con el Lusitania y aquí imperó la ley del más fuerte y aquello del "sálvese quién pueda". Es evidente pensar que fue determinante la duración del naufragio, la capacidad de mando de quién ostenta la máxima autoridad, la biografía personal de cada uno, la hora en que ocurren estas desgracias, y un largo etcétera. Me quedo con lo de la desconexión del cerebro racional y emocional y que a raíz de esto el instinto de supervivencia se impone al sentido común y a las normas sociales. Predomina el comportamiento egoísta de forma clara y lo evolutivamente más antiguo así como los instintos más primitivos. Sin tener que recurrir a ejemplos drásticos como he hecho hasta ahora estas situaciones se dan todos los días pero a menor escala. Cada día y de forma transitoria hay momentos y situaciones que nos desbordan provocadas por el estrés y entonces "perdemos los nervios" y reaccionamos sentimentalmente sin usar la razón. La emoción se impone a la razón con el inconveniente de tener que pedir disculpas después. Salud.