martes, 4 de septiembre de 2018

La orina

Hoy, por fin, tengo que decir que tengo un amigo de hace más de cuarenta años. Perfecto pues.
Dicho esto tengo que añadir algo más. Andamos por las mismas fechas del nacer y somos compañeros de las cosas buenas que tiene nuestro oficio y de las cosas malas. La amistad es envidiable. Hace poco que los dos nos hemos jubilado anticipadamente porque las cosas ya no son lo que eran. Nuestros superiores han perdido el interés en nosotros y nosotros en el trabajo. Así las cosas de la sanidad pública cuando la consellera hace dejadez.
Tengo que decir, también, que mi amigo me ha contado una cosa de su historia que guardaba en secreto. Ahora ya no lo es y le da lo mismo si la cuento. Es lo que voy a hacer.
Tenía un abuelo que hace unos años le dejó. Yo, al fin y al cabo, no lo conocía de nada. Era mayor, republicano y con heridas de la guerra civil sin curar. Algo muy gordo le contaría a su nieto, mi amigo, para que éste hiciera lo que hizo.
Ahora es cuando os preguntáis qué hizo. Bien pues. Me ha gustado que me preguntarais y os cuento. Su abuelo estaba impedido en una silla. Pero pensaba. Su mente estaba lúcida pero tocada. Callaba los horrores vividos en la guerra y sus indecibles miserias. Hasta el día que le encomendó una faena a su nieto. Se lo pidió con cautela para no asustar.
Demasiado tiempo mirando el cielo para poder soñar adecuadamente. Sobre el destino. El odio, a veces, reaviva los recuerdos. Pensó en extravagancias y rituales de esos de clavar agujas a un muñeco de trapo. Todo para sanar las heridas y borrar ciertos pasajes de su biografía. Pero todo eso no funciona cuando hablamos de un cadáver o una momia, para ser más exactos.
Le pidió al nieto, mi amigo, que recogiera orina de su sonda y la guardara en un frasco de esos  que utilizan los laboratorios para analizar. Presentarse en la basílica donde reposa el genocida que, en vida, iba de uniforme y bajo palio. Y le vertiera la orina sobre el granito que lo mantiene preso en la eternidad junto a una flor marchita.
Hubo réplicas y contrarréplicas. Pros y contras. Idoneidad de ese  tipo de despedidas y esas cosas de las que habitualmente hablan un abuelo con su nieto. Mi amigo aceptó el reto. Tiene agallas. En su juventud,  y estando el generalísimo en plena forma, se hizo pasar por sordo y escaquearse la mili. Todo un desafío pensando en las consecuencias que hubiera padecido como desertor. Pero lo hizo y salió bien.
Llegando a la basílica aparcó el coche. Cogió unas flores de esas que crecen libres en las cunetas y las medio envolvió con papel de celofán y de aluminio. Silencio en la basílica y casi nada de gente. Subió unos peldaños. Apoyó un pie sobre la losa de granito y con la mano depositó, delicadamente, las flores junto al nombre esculpido. Esperó que se vaciara el frasco con la orina del abuelo mientras susurraba plegarias y pestes al muerto.
Se puso de pie a modo de despedida y miró hacia arriba para saludar a su abuelo donde estuviera y que viera que había cumplido fielmente con la promesa. Si os dais prisa y vais a ese lugar es posible que encontréis unas flores de cuneta marchitas y una marca amarillenta de lo que fue orina y que ya se habrá secado. Cada uno se despide de ese mundo y de algunas personas de la forma que cree más oportuna aunque sea  informal.
Mi amigo siempre me dijo que su abuelo era buena gente. Pero que había sufrido demasiado. Ahora estará compartiendo ratos libres con el otro. O no. Vete a saber. Si esto fuera una película saldría algo así como "esta historia está basada en hechos reales". Para vosotros, los vivos que leéis, salud. 

lunes, 3 de septiembre de 2018

Sin ataduras

Palabra provocadora, agitadora de conciencias.
Escritura que aporta porque dice y porque calla.
El pensamiento sabio que escribe con lucidez.
Pensamiento mediocre de mente atormentada
que no cree que el ocio sea cultura.
La intelectualidad no siempre es lo que pensamos. 

Amanece con el alba, siempre antes que el sol. 
Respiramos hondo y aclaramos ideas
mientras se aleja la oscuridad.
La desazón del nuevo día y las primeras lluvias
de terminar el verano.  

Tengo un amigo intelectualmente modesto.
Depredador de libros, aunque no entiende todo. 
Acaricia las páginas y chapotea entre las letras. 
Ha refrescado. Se nota en el ambiente. Lo dice. 
Tiene un punto ingenioso con el que alarga el día. 

Vino de otro pais y se trajo el idioma y recuerdos.
Escribe al amanecer con una pluma sensible.
Cuando sueña deshabita el cuerpo de día.
Porque hay cosas que se hacen sin ataduras.
Como el poeta que leo ahora. Que escribe con el alma. 

La lucidez no dura todos los momentos del día.
Uno sólo es brillante a ratos. Como la felicidad.
La escritura tiene que tener detalles.
La vida de cada uno tiene sus tiempos y ritmos.
La literatura clásica como alivio antes de la noche.
Los colores de los paisajes y los olores de andar por casa. 





miércoles, 22 de agosto de 2018

Bernat y Erri

Uno de los escritores que más me gustan y leo ha dejado anotado en un libro algo así como; "Mar adentro, en cualquier época del año, se cruzan pateras y veleros, a los más opuestos destinos. La gracia, la elegancia y la indiferencia de una gran vela hinchada de una potente embarcación con pocos pasajeros a bordo roza la chalupa de los migrantes. 
No responde al saludo ni a la solicitud de ayuda. La proa afilada abre las olas a todo trapo. Desde la barcaza la ven desfilar sin ser capaces de explicarse porqué, inclinado el velero hacia un lado, no vuelca ni se hunde como les ocurre a ellos. Los migrantes sin espacio sólo intentan mantener el equilibrio para no terminar al fondo del mediterráneo. Algunos sonríen al ver el velero de la fortuna. Unos creen que al mundo que van todo es así, otros desesperan de que al mundo que van todo sea así".
Eso ha venido a escribir un napolitano de más de setenta años y toda una vida repartida entre el mar y la montaña. La aventura arriesgada como forma de vida porque la vida no le ha proporcionado otras oportunidades. Ahora persigue la sabiduría desde la humildad y escribe porque sabe que es la única manera de sentirse vivo. Y aún así es complicado. Me he dejado contagiar de su sensibilidad desde hace tiempo. 
Ha llegado el momento de huir de lo superficial e innecesario. De aquellas cosas, momentos y personas  que resultan ser tóxicas y perturban mis emociones, mis sentimientos y la forma de vida que he decidido. Por ese tipo de lecturas me da la gana ver amanecer todos los días aunque a veces haya nubes o incluso esté lloviendo.
Migrar, casi siempre, es ir hacia la oscuridad en busca de la luz. Quizá, si llegas, puedas ver alguna cosa. Sólo si llegas. La travesía siempre es complicada. Produce vértigo querer pasar del tercer mundo al primero de un tirón. Pero se saltan el segundo mundo, no por darse más prisa, sino  porque no existe. Aún así lo intentan todos los días, sin tener experiencia de mar, de barcaza ni de primar mundo. El sol también se pone todos los días para todos. El mediterráneo no debería ser una tumba para esa gente y a esa edad. Puede ser interesante que las olas muevan las cenizas de uno si se ha muerto de viejo en una cama de una residencia para la tercera edad. Sólo así se justifica.
No son conscientes de la realidad porque las ganas y las necesidades, a veces, nublan los riesgos. O viajas o mueres. Y si viajas, a veces, también mueres. Es un tema recurrente en las tertulias. Nosotros sabemos la respuesta a ese problema. Tenemos la solución. Pero nadie nos escucha. Los responsables -perdón, quería decir los políticos irresponsables- piensan de otra manera. Así nos va y les va. Algunos somos más sensibles porque, como Serrat, también nacimos en el mediterráneo. Y es muy grande. Los delfines, Erri De Luca, yo mismo y otras gentes también lo saben. 
Pero no pasa nada. Para eso está el paisaje y las plácidas olas. Si no te gusta una cosa miras para el otro lado que hay otro paisaje. Y además pronto llegará el invierno y traerá el mal tiempo. Tendrán que dejar de venir o hacerlo de otra manera. La muerte nos llega a todos. Es cuestión de tiempo. Al margen de dónde hayas nacido y de quién seas. Pero algunas personas y niños mueren ahogados en el mar por no morir en su tierra de hambre, guerra y miseria. Morir en un sitio por no morir en otro.
Escribir este tipo de historias como si fuera literatura me jode mucho. Siempre entendí la literatura como otra cosa. Los clásicos, por ejemplo. Pero antes no venían migrantes en barcazas o pateras. Por eso tampoco teníamos radares y concertinas. 
Por cierto, creo que no he mencionado que los viñedos están preciosos y que en unos meses habrá que vendimiar. Las últimas lluvias nos proporcionarán buenos vinos que algunos podrán rozar los quinientos euros la botella. Que frivolidad. Otro día escribiré historias del mar en calma y de olivos centenarios para resarcirme de esta. También de la sombra que proporcionan las encinas y las higueras que muchos nunca verán. 
Tampoco he contado que mi padre se llamaba Bernat. Cuando yo era pequeño se celebraba la onomástica de forma sencilla en casa. Venían familiares y amigos. Nunca faltaron las cocas de trampó, de pimientos y de albaricoques. Y siempre comíamos las primeras "figues de moro" que mi padre iba a buscar a Lloseta. Pueblo importante donde le amamantaron. No era opulencia pero tampoco era miseria y no nos jugábamos la vida. Salud.   

jueves, 16 de agosto de 2018

Relato

Hoy me ha parecido un buen día para retomar la actividad de escribir más allá de una reflexión en un tuit. Ya os he contado en alguna ocasión que tengo por costumbre despertarme y levantarme antes de que lo haga el  sol. 
Posiblemente es uno de los momentos más efímeros del día porque es imprescindible vivirlo para afrontar con ciertas garantías lo que queda de los momentos venideros. Con sus silencios y sus barullos. Con su sirimiri o su brisa bochornosa. No sabría hacer otra cosa  ni de otra manera. Ver amanecer es garantía de vida.  
Tengo que reconocer que me costó entender el silencio del alba y la penumbra del amanecer. Porque sólo voy a saludar el alba en aquellos lugares donde habita el silencio. El día cuando empieza, calla y esto multiplica el placer. Puedes pensar mientras miras cómo clarea. Reflexionas pensamientos y meditas ideas. La vida es de lo más complejo y sencillo dependiendo del estado de ánimo.
Luego vendrá el ruido y el caos. Una especie de ensayo del juicio final. Donde todo el mundo gritará porque creerá tener razón y no querrá ir al infierno. El sol se deja intuir cuando empieza a incendiar el horizonte. El momento impone. Esa luz cegadora que te permite formar parte de la naturaleza y del universo. El momento de la vida transparente. 
Cuando todo esto que cuento ha ocurrido nos citamos en la terraza del bar de Pepe. Con Eugeni y los demás que ya conocéis porque os he hablado de ellos. Es el momento en que el mar despierta y empieza a mandar olas. También despierta el bosque y los campos y los paisajes. Una vida paralela que dura lo que dura un amanecer en nuestra vida. Es el relato de cuando el corazón late a otro ritmo, la tensión se normaliza y careces de odio. 
Y llega la tertulia. No es un hablar por hablar. Es un hablar sin concretar con unos y otros. Con el que está más cerca para no tener que gritar que ya nos fallan los oídos. Donde cada uno es guionista, filósofo, actor y crítico de si mismo. Porque hay algo que tiene que quedar muy claro desde ahora, los jubilados sabemos cómo se tienen que arreglar las cosas sin sobrecostes, sin mamandurrias ni mangoneos y sin faltar a nadie. 
Brisa fértil y generosa que provoca sonrisas. Brazos que se mueven de forma alocada en todas direcciones porque los gestos valen más que las palabras. Todos dejamos abiertas las puertas y ventanas de las casas para que corra el aire. Éste sabe que puede entrar por dónde quiera y salir por dónde le de la gana. Levanta las cortinas y cambia los olores de sitio. Estamos todos de acuerdo que la brisa siempre empieza en el mar y luego se distribuye por todo el pueblo.
Todos los días empiezan así porque todos los días amanece después del alba. Las mañanas que hace frio no estamos en la terraza porque no necesitamos una pulmonía. Los veranos es otra cosa. Luego llegan la rutina del paseo prescrito por el médico y las improvisaciones que nos hacen sentir mejor. 
La parte central del día está dedicada a convivir con el mar. A veces pescamos y otros simplemente miramos. Que dice Eugeni que la vida empezó en el mar. El contacto con el agua nos retrotrae al útero materno porque el agua de mar actúa como líquido amniótico. Son cosas de Eugeni y del poeta cuando se ponen filosóficos con el mediterráneo. 
Los días pasan rápidos y cada vez más. Nunca entenderé porqué razón. Días difusos, opacos, calurosos, o todo lo contrario. Lo único cierto es que hay que vivirlos evitando problemas innecesarios y situaciones tóxicas. Dejarse llevar por el viento del norte que es el que más refresca. 
Tenemos un cura post-moderno. Nos ha dicho que el cuerpo es una morada eventual del alma mientras dura la vida. Que no le cojamos demasiado apego a la vida porque pasa en un pis pas. Lo más efímero que nos podamos imaginar.  Las experiencias se acumulan en el cuerpo y éste se quedará aquí atrapado con la muerte. Donde vaya el alma no necesita experiencias ni currículum. La vida terrenal es sólo un paréntesis. Ya lo sabíamos pero nos ha puesto de mal humor. Le hemos hecho saber al cura que para desayunar con nosotros tiene que hablar de otras cosas de lo contrario que pase, salude y siga su camino. Que nosotros andaremos el nuestro. Salud.   

viernes, 9 de marzo de 2018

Pretendiente

Me contaron que pasó una vez.
Serían las cuatro y media de la madrugada. Más o menos. Don Fulgencio se levantó de su cama porque había terminado el sueño y estaba descansado. De todas formas parece ser que era su horario habitual. 
Al otro lado de la calle, justo en frente, vivía Alfredo. En una pequeña y modesta casa. Alfredo, por esas fechas, era pretendiente conocido por todo el pueblo de Celia. La hija menor de tres de Don Fulgencio. 
Alfredo no había dormido esta noche por varias razones. Su cabeza estaba ocupada por muchas  cosas y su corazón por una. Vigilaba la casa de Don Fulgencio con interés para saber el momento en que se levantaría. Sabía que era pronto. No era la primera vez que pasaba la noche en vela vigilando. La cosa es importante y urge y mejor pillarlo a medio despertar y terminar con ese sin vivir. Esas horas tan tempranas en las que ningún mortal está preparado para pensar de forma adecuada. 
Me cuentan que Alfredo vio luz en casa de Don Fulgencio. Se miró al espejo y se arregló un poco o mucho para esas situaciones de quedar bien y causar buena impresión. Salió de casa. Cruzó la calle y golpeó la puerta de su vecino. En poco tiempo se abrió la puerta y, casi en la penumbra, aparece la figura siluetada de Don Fulgencio en pijama. Un saludo amable y afectuoso entre dos vecinos que mantienen buenas relaciones.
Don Fulgencio sigue hasta la cocina donde ya empieza a oler a café e invita a Alejandro a que le siga. Qué te trae por aquí a estas horas, pregunta. Acaso no puedes dormir. Habla como si todo fuera normal cuando nada era normal. La edad. Alejandro y su manojo de nervios que lleva en el estómago intentan responder dentro de la normalidad. 
Verá Don Fulgencio, es que quería hablar con usted así en privado. He visto luz y he pensado que sería tontería demorar por más tiempo este tipo de cosas. He venido a pedirle que me deje casar con su hija Celia. Don Fulgencio, sin inmutarse, terminó de preparar su taza de café y otra para Alejandro. Mira, he pensado que deberíamos terminar de despertarnos mientras sorbemos el café. Luego salimos a la terraza y, mientras vemos salir el sol, hablamos del asunto. Si te parece bien. Bueno. Si. Claro. Faltaría más. Balbuceó Alejandro.
Los minutos siguientes pasaron desapercibidos mientras repasaban así por encima temas de política, fútbol y el tiempo que se había vuelto loco. Temas de relleno, en fin. Salieron a la terraza un poco antes de las seis y contemplaron el alba más larga de la historia. La que no parecía tener fin. Luego empezaron a insinuarse los primeros destellos de un sol amarillento sobre el fondo azulado del horizonte.
Y dime Alejandro qué era esa cosa tan importante de la que querías hablar. Bueno, como le decía, quisiera que nos permitiese a Celia y a mi hacernos novios durante un tiempo para luego casarnos. Y respiró profundamente porque había hablado en un estado de apnea profunda. Don Fulgencio lo miró. Le puso una mano sobre el hombro y le vino a decir que ya era hora. He llegado a pensar, a veces, que nunca me lo pedirías.
Me parece bien. Se lo comunicaré a Celia en cuanto se despierte y espero que tu hagas lo propio en cuanto la veas. Quiero suponer que ella está de acuerdo con esto. Si, claro. Y para otra ocasión busca una hora más adecuada que parecemos dos embabiados viendo salir el sol. Pero reconozco que hoy salió distinto. Salud. 

viernes, 15 de septiembre de 2017

Crecer

Un día que amaneció gris y no vi el mar. Enseguida me puse a dibujar olas. No fuera a olvidarlo. 
He oído un portazo. Alguien ha cerrado la puerta de forma brusca. Pero no hay nadie dentro ni fuera. Habrá sido el viento. Las cosas pasan para no volver si no es en forma de recuerdo. La vida se camina a cada minuto. Pero no se desanda. Todo queda. Tal cual según quien lo interprete. Por eso valoro la importancia de cada segundo y de cada momento. 
Pero me doy cuenta que vivo situaciones confusas. Como envueltas en celofán. Hay distorsión. Y me preocupa lo que quede y cómo quede. Lo importante, pues, no será tanto el objetivo sino lo que haga y viva para llegar a él. Se llega relajado y nunca con desespero. Lo dice el poeta. 
Hay quien está privado de libertad. Otros en libertad vigilada y la libertad dubitativa. La eterna metáfora de la vida y de la época de las tecnologías. Grave problema tiene el que no sabe qué hacer con la libertad. Si supieran los que vigilan la mía cuanto me preocupa o lo poco qué me importa. Recuerdo que en mi infancia tuve una libertad cómoda, protegida. 
Pienso que no todo lo que parece bueno lo es en realidad. 
Frédéric Chopin vino a Mallorca a curarse los pulmones. Vivió el peor invierno que hemos tenido en la Isla y casi se muere. Por escuchar consejos. El Archiduque Luis de Austria llegó y le gustó. Se quedó y vivió a todo trapo. Le estamos agradecidos a su mama que es la que pagaba.
Por cierto. Que una cosa lleva a la otra. Como siempre. Y me acabo de acordar que de pequeño tuve varias cometas. Mi padre me enseñó a hacerlas. Me dijo que les soltara hilo para que volaran libres. Ahora, a mi edad, pienso que no eran libres toda vez que las tenía atadas con una cuerda. O si. Depende de cómo se mire. A vueltas con la filosofía. Estaban manipuladas por mi mano y la cuerda y por el viento. 
En un pequeño salón hay un mueble repleto de fotografías. Percibo el pasado. La foto representa el pasado para recordarlo en el presente que pasa a ser pasado en el minuto siguiente. Es un círculo. Tengo que pensar más al respecto. Porque algunas son actualizables pero otras no. No se si me interesa.
Todo lo que vivimos pasa. Lo definitivo está por llegar. No hay prisa. Y por eso he decidido que ya estoy viviendo lo definitivo. Es la ventaja de los que carecemos de fe. Pero a conciencia. Tomando nota de los fallos. No fuera que no tuviera razón y hubiera una segunda parte y más. 
Pensando en lo que estoy escribiendo. Tengo cientos de fotografías de amaneceres y puestas de sol. No sabría contestar porqué las guardo. Cada día se repiten y las puedo contemplar en directo. Todo esto es el resultado de una tertulia mañanera de café descafeinado con dos terrones. Hablar con Eugeni o con el poeta no hace más que crearme más dudas.
Algún día formaré parte del mar. Y viviré en un vaivén de olas. Me desplazaré desde la playa a mar adentro y viceversa. Conoceré acantilados y dormiré en puertos. Los días de ocio me acerco a la playa y me dejo despeinar por la brisa refrescante. Si no puedo ir me imagino un mar relajado. El paraíso de la biblia está en el cielo. Pero no tiene mar. No será el paraíso verdadero. 
Después de todo eso me he tirado en el sofá y he puesto la canción Amores de Mari Trini. Que también habla de una barca y de unos remos. De la vida y del amor. Salud. 

lunes, 3 de abril de 2017

Respirar

Los minutos que más cuentan son los del descuento. O los de la prórroga. Los días de la vida pasan y nos envejecen. Por eso procuro ser muy preciso en todo lo que digo y hago. En todo lo que pienso y escribo.  
Dice mi amigo el poeta que mientras espera un destino adecuado aprovecha para vivir al máximo y hacer cosas. La vida debe tener rincones en los que todavía no he mirado. Y eso que me paso horas sentado en el escalón de la puerta de casa para ver cosas. Y También miro desde la ventana. Pero al final terminas por pisar calles y caminos. Aquí es dónde aprendes.
Hay días intermedios. Entre ayer y mañana. Es el día que no sales y vives contigo mismo. Con tus cosas, tus libros, tu música y todo lo pendiente. Tu vida relacionada de forma virtual. La que quedará reflejada en nuestra biografía con letra cursiva. Esos días con la ausencia de la naturaleza, su profundidad, su aroma, su aire, su calma y su color.
El espejo ha memorizado la cara de ayer. Pienso en la vida de antes y en la de después. La luz del día está fuera. Quizá me falte ilusión. Dónde estará mi inteligencia. Cerrarse en casa no es tiempo perdido. Siempre podremos recuperar las cosas pendientes que pueden llegar a ser muchas. Cuando las filosofías de la vida y sus misterios me persiguen a dónde sea que vaya. 
Un contertulio de las mañanas llegó un día con un caminar más lento de lo habitual. Luego sus ojos dejaron de mirar y de fijarse en las cosas. Dejó de venir a las tertulias. Luego supimos que perdió el habla, la sonrisa y la memoria. Empezó a vivir sus días de prórroga. Se nos hacía difícil imaginarlo así. Empezamos a verlo menos hasta que dejamos de verlo del todo. Ahora hay días que le recordamos. De todo lo que dura una vida hay pocos momentos que son de felicidad. Creo que los justos y necesarios. Pero puedes aumentarlos. Todos sabemos lo que queremos decir cuando no decimos nada. Nosotros seguiremos con las tertulias del café con leche y sacarina de las mañanas porque las costumbres no se dejan. Que ya sabéis lo que ocurre. El alma, un buen día, te deja.  
Hay exposiciones sobre las edades del hombre. Pero hay otras edades que no tienen exposiciones. He leído que hay una edad para ser un niño inocente. Otra para ser un pánfilo adolescente, para producir y reproducir, y otra para jubilarte y disfrutar de todo lo pendiente, la de guardar los nietos o viajar y la de estar postrado en una silla sin hacer nada. La edad de vivir de objetivos y la de vivir de recuerdos. Las de ver las lejanías como algo a conquistar y las de mirar los decorados y los paisajes con cierta opacidad. La línea del horizonte se mueve. A veces parece cerca y se ve asequible y otras se sitúa en la lejanía del tiempo. Así es la vida y su mar, vivida en una isla.
Pero los grandes males también tienen remedios. El mar, por ejemplo. Su aire de salitre que todo lo cura. Menos a Frédéric Chopin que lo terminó de hundir. Tienes que respirar profundo sentado a la orilla. En la playa. Mientras el sol se pone en Deià. En la habitación de casa sólo amanece cuando retiro los visillos de las ventanas y abro las persianas. Entonces entra la claridad. Salgo de casa y me pongo a la intemperie para contactar con el mundo silencioso de las mañanas. Que, poco a poco se vuelve ruidoso y tengo que seguir caminando por la acera que al principio siempre es ancha y luego se estrecha. Los amaneceres nunca son iguales. Tampoco las puestas de sol. Ni siquiera los días.  
Y yo te sueño cuando los perros no ladran. Cuando las calles están iluminadas por farolas. Que la negrura de la noche es propicia para los deseos. El erotismo de la penumbra o la oscuridad. A partir de cierta edad la vida brilla sólo en apariencia, hasta la prórroga. Por las noches las tertulias se hacen en la calle y se habla de intimidades. Cuando los niños ya se han ido a dormir. En mi infancia eso también pasaba. Pero yo escuchaba mientras me hacía el dormido. De las cosas que se entera uno cuando los mayores hablan de cosas de mayores.
La noche tiene sus sonidos. Yo ya los conozco. La inocencia no cuestiona. Así de simple. No recuerdo cómo pero descubrí que cuando la gente se va para siempre no se va a ningún sitio en concreto. Eso era la muerte y sigue siéndolo. Así también aprendí que uno no puede dominar las lágrimas. Pero que las que son de tristeza saben amargas. Yo no tengo ninguna urgencia en llegar a la prórroga de la vida. O a los minutos de descuento. Como cafetero que soy me gusta saborear los buenos momentos. Salud.

domingo, 2 de abril de 2017

Nacer

Todo empezó una tarde de otoño. A principios de Noviembre. Algo de lluvia y un frío de estreno. Fue entrar en contacto con el aire y empezar a llorar. Aún no sé muy bien porqué. El aire del pueblo es el del mar. Eran las seis y diez de la tarde. Justamente. Yo no olvido esas cosas. No puedo explicar el porqué pero no se trataba de molestar. Recuerdo el olor a sudor, a sufrimiento y a alegría.  Mi madre era así. Las manos expertas de una partera y una paciencia ilimitada de una mujer ansiosa. Yo hecho un manojo de nervios cuando escuché -es un niño!
Ahora, desde la perspectiva del tiempo, reconozco que fue una aventura de alguien sin experiencia. Una temeridad. Pero a lo hecho, pecho. Me adentré en el silencio de lo desconocido. Como un abismo vacío. Un camino por recorrer sin saber a dónde te lleva. Complicado de caminar. Un sol inocuo alternado de nubes de sirimiri. Yo sólo veía siluetas en la habitación de mis padres. Y escuchaba susurros porque entender a los mayores me resultaba complicado justo recién nacido. Reconozco que los comienzos fueron complicados. Las ilusiones eran muchas pero todas desnudas. Había que vestirlas, o no.
La mañana del día después desperté pronto y con hambre. Luego entendí que era algo normal. La mañana era pálida y se hizo larga. Yo con sueño y las visitas que no paraban. Así todo el día en brazos de alguien. Yo sonreía por quedar bien. Fue duro luchar contra el sueño. Salí de casa justo a los siete días para ir hasta la parroquia de la Almudaina (la seo o catedral). Vestido con mis mejores galas para que me hicieran católico. No lloré. Que quede claro. Fue complicado como lo es ahora. Sueños, bostezos, amamantado a ratos y esas cosas que ocurren cuando a uno le bautizan sin consentimiento.
A cada momento una aventura que ahora cuento en primera persona porque no quiero delegar en otros. Que se sepa toda la verdad y de primera mano. Debo aclarar que con el tiempo he desandado pasos hasta volver al ateísmo de antes de nacer. La vida me resultaba más fácil en aquellos tiempos porque yo no gestionaba mis problemas como hago ahora. Me costó distinguir colores y olores. Todavía tengo en mi memoria los de mis seres queridos. Y su voz. El susurro de una radio puesta todo el día. Con músicas en blanco y negro que ahora no se escuchan. Así la vida que otra cosa no había.
Mis aficiones por los amaneceres, atardeceres y puestas de sol fue más tardío. Iba descubriendo el aire, el viento, la lluvia, el sol, las cosas de cada día. Confundía los días con las noches porque dormía demasiado y comía a todas horas. Ahora controlo, incluso con las guardias en las trincheras. Puedo escribir esto porque quedan ecos de aquellos tiempos. Antes de que ya no los oiga. Que luego querréis saber y no podré contar. Fui adquiriendo habilidades y facultades. Ahora las voy perdiendo poco a poco. Pero como ya dije, he aprendido a estar bajo el agua sin respirar. También sé difuminarme en el aire, el viento y las sombras. No te puedes perder ningún amanecer. Mal asunto el día que lo haga. Cada recuerdo es un reencuentro conmigo mismo que de momento no me quiero perder. Los vacíos pueden provocar tristezas, pero las soledades no siempre. Las mismas cosas y personas que me provocaron felicidad también me han provocado tristeza. Por cierto que mi madre se llamaba Ana. Salud.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Diciembre

Las cenizas son el vacío. La nada. A veces resultan ser un recuerdo. Y ni siquiera sirven para hacer fuego y calentarse. Quizá el aire se repite. Porque el que respiro ahora se parece mucho al de ayer.  Te acostumbras a convivir con el aire que respiras.
Sé que el mar no llora. Aunque las lágrimas importantes son de mar. Al mar hay que mirarlo y tocarlo. Algún día puede que lo entienda. A veces resulta complicado. Y es que los momentos agradables de la vida de uno pueden caber en una tarde de otoño. En un día de invierno.
La cordura puede llegar a ser monótona, aburrida e ineficaz. Quiero vivir la locura de las olas cuando resultan poéticas. Que por mucho que se marchen de la playa siempre vuelven. Las horas que se suceden cuando duermo se pierden. Por eso los dioses vigilan mis sueños. Y la noche. También las farolas y los ladridos de los perros insomnes.
Cuando la imaginación es audaz nada es imposible. Nada queda lejos. Es un secreto.
Las buenas compañías en el frío y en el calor. De madrugada y al atardecer. Cerca de un café y un libro. Porque si caminas solo y te caes nadie te ayudará a levantarte. Miré a mi alrededor y no encontraba el camino. Me invente uno. El camino improvisado me devolvió a casa.
El mar también baña el horizonte igual que hace con mis pies. Y mientras guardo las letras que me sobran. Para otra ocasión.
Me dice un poeta inspirado que por mucho que luchemos por la vida nunca ganaremos. Al final no puedes eludir la muerte. Pero entre medias puedes vivir y ganar muchas batallas. Recuerdo que una noche soñé con la derrota y al día siguiente supe cómo ganar.
Por la noche las calles se quedan sin gente, sin ruido, sin luz y sin sombras. Tantas calles para nada. Un derroche. Por la mañana resulta que faltan calles. Es que nunca están puestas a gusto de todos.
Me dice un jubilado que a cierta edad la infancia le pilla un poco lejos. O bastante lejos. Pero la poesía sucede a cada momento desde la infancia. La vida en libertad tiene que ser auténtica. El jubilado no es lo que era. Todavía le queda por ser. Ahora procura ser. Que al final deberá haber sido lo que se espera de él.
Las noches, en otoño, son tempranas y largas. Y te provocan ceguera. Hay que imaginar y pensar.
Y vuelve el poeta a decirme que el tiempo es infinito. Pero que la vida no es eterna. La tenemos que compartir con otros. Si pudiera vivir todos los momentos del tiempo.
Hay días imposibles en que la única claridad se produce de noche. No es difícil pensar que he llegado a dudar de mis certezas. Pues la poesía nace del desasosiego. Cuando la penumbra empieza a tomas las calles.
Vio un clavo ardiente y se agarró a él. Lo llamo esperanza, mientras se quemaba. La luz del crepúsculo me devuelve la vida y el mar. A cambio de los sueños. La noche es la hora del naufragio del día. Es la hora del faro y de los recuerdos.
Si amas personas y cosas llegas a cogerles cariño y ternura. Las horas perdidas están al fondo del mar. Cada cosa que hagas tiene su sombra. La importancia del último paso que te conduce a la cima. O a lo más bajo. O a ninguna parte.
Madrugar mucho para empezar el día de noche. Luego llegará la luz que ahuyentará la oscuridad. Que el dolor existe aun cuando no se ve. Porque las lágrimas de pena son más densas y más grandes. El futuro está en la penumbra. Es borroso y te puede confundir.
Cuando llueve el campo se moja porque está a la intemperie. Y si la lluvia es intensa el horizonte no se ve aunque existen las lejanías. Cuando escribo a la luz del flexo me siento individual. Salud.  

viernes, 11 de noviembre de 2016

Intermedio

Hay un científico, que además es un intelectual, que habla mucho por la radio y televisión. Habla tanto que habla por los codos. Hace un rato ha dicho que tiene la certeza de que los sueños soñados se van a un mausoleo y ahí se quedan. Hay miles de millones. 
Que todo lo de Freud y lo de interpretar los sueños son tonterías. Nadie puede saber el significado de los sueños precisamente porque son sueños. De lo contrario no serían sueños y habría que llamarlos de otra manera. Son una cosa muy seria, íntima y privada.
Yo, de momento, estoy a otras cosas. Tengo poco o nulo interés en saber el significado de cada cosa soñada. A veces tengo conciencia de haber soñado y otras no. De momento voy de la mano de la memoria. No vayamos a perdernos. Y dice el mencionado científico que los que roncan cuando duermen no pueden soñar porque es algo incompatible. Por no sé qué interacciones químicas que actúan en el subconsciente. Como estar en sociedad y eructar o decir una palabrota. No se puede.
No quisiera saber más que el científico intelectualizado pero creo que no lleva razón en esto último. Conozco uno que ronca cuando duerme y también sueña. Y ahí lo dejo que no quiero profundizar en eso para no crear controversia.
Pensar te provoca cierta trascendencia. Pero no pensar en nada, también. De los últimos hay más que de los primeros. Yo soy de los que piensan mucho o demasiado y reflexiono las cosas de la vida porque también son las mías. Pero sin urgencia. Siempre con nostalgia cuando es algo pasado. Siempre respetando la sobremesa y la siesta que es un tiempo indiferente y necesario en la vida de uno. 
Luego está el tiempo de las dudas razonables. El limbo de las ideas. El momento indigente del pensamiento. Y el tiempo de crear.
Dice el poeta que todo a su debido tiempo. Nunca amanece por la tarde y nunca anochece cuando empieza el día. Todo a su debido tiempo y apechugando con las consecuencias que se deriven. Las emociones y los sentimientos a veces explotan sin que haga falta pólvora o detonante.

Basta un aroma o una música.
 Una voz susurrada.
 Los jardines están marchitos 
a la hora de la siesta.
La que no se sueña.
Las manos estaban con ganas de pluma.
Y de otras cosas que tú sabes.
Sedientas de noche y de labios.
De sábanas calientes y sudadas.
Y de esas cosas íntimas que tú ya sabes 
de cuando nadie nos ve.
De viento que silba a través de las ventanas.
Madrugada fresca.
Gotas de rocío en las hojas.
Olvido de amarguras.
De imaginar bellezas ocultas.


La noche que nos fuimos en la barca hasta la grán luna acurrucada sobre el horizonte. Mar inquieto de otoño. Los peces por la noche son más fáciles de pescar. Pero no íbamos a por peces. Fuimos a cumplir un sueño. Hacía frio y nos tapamos. Por eso la gente no quiere naufragar de noche.
Después el alba y con ella la vida seria y monótona. Un café fuerte para un amanecer débil. He pactado un día de quietud. Nadie me ha robado un año, no me han robado la noche y tampoco me robarán el día. Un día entre paréntesis.
Hoy toca clásicos. Prosa y verso. Dicen por ahí que no se entiende que alguien inventara la mentira porque al final siempre se sabe la verdad. Salud.