lunes, 18 de junio de 2012

Doña Maruja

El otro día estuve con mi amigo en casa de su amigo. El que vive en la finca donde está la portera y el filósofo de su marido. Entramos y la portera estaba allí. Las manos en la cadera y los brazos doblados como si fuera un jarrón inmenso. Me la presentó. No se corta nada y embiste diciendo que quiere chupar blog. He leído su entrada que ha escrito sobre mí y he visto que es la más visitada en el último mes. No me había dado cuenta, digo despistado. ¡Pues si! Esto significa que debe escribir algo mas sobre mi y mis actividades. ¡Perdone señora pero la entrada estaba dedicada a su marido! Al eminente filósofo profesor de universidad y escribidor de libros de éxito. Ud. salía casi de puntillas y casi sin querer. ¡No se quede conmigo. Sus seguidores han visitado masivamente la entrada de la portera por mi, no por mi marido! No pienso discutirle este punto de vista. Mi amigo empieza a hacerse el sueco y se aleja para no tener problemas. Vale, venga -por no discutir-. Hableré de Ud. y comprobaremos si los seguidores del blog visitan tanto su entrada como hicieron con la de su marido. Esto está mejor y hace como si sonríe. Como si hubiera hecho algo malo. Puñetera.
Tengo que saber su nombre...¡Maruja, me llamo Maruja. Ponga Doña Maruja! Pienso, luego digo: muy apropiado. Si señor. Y que se entere todo el mundo que si mi marido escribe libros de éxito es porque yo le cuento las cosas que realmente pasan en la vida. Él se limita a traducirlas con palabras incomprensibles. Él no se entera. Es un filósofo. La que patea la escalera y habla con los vecinos para informarse soy yo. Bueno, bueno. Tomo nota. Veremos qué se puede hacer con esta información. Pero no le prometo nada. ¿Sabe que tenemos un inquilino nuevo? No, señora Maruja. Yo no vivo en este edificio y mi amigo sólo me cuenta algo de lo que pasa. Se ha mudado al segundo B. Tiene un semblante serio y agacha la cabeza cada vez que nos cruzamos. Es para no saludar. Que lo se. Yo conozco bien a las personas. Se nota enseguida. ¿Qué tal es? Lleva poco tiempo. El primer día me pidió que le presentara al presidente de la escalera. Le dije que nadie quería serlo y que las cosas las llevaba un gestor. Le dí la dirección. Quería conocer las normas de convivencia. ¡Son básicas! Un día estuvo hablando un rato con mi marido. Entró nervioso. Fíjese, un filósofo a punto de perder los nervios. Lo nunca visto. Decía que no tenía sentido de la autocrítica. Es el antecesor del Australopitecus porque no se comunica. Da órdenes. Dice mi marido que es poco frecuente encontrar un homínido contemporáneo -vivo- tan poco evolucionado. Su marido dice esto porque vive en el limbo de la intelectualidad filosófica y desconoce que hay otros que viven en el limbo de la incultura. Pues no se que decirle. Me habla Ud. como si fuera mi marido.
Después de ir a la gestoría vino con la idea que él mismo podría hacer las funciones de presidente y ahorrarnos el gestor. Tiene que haber gente para todo. Lo que más me molestó fue cuando me preguntó si me había leído las normas. ¡Pues no, la verdad. Hay mucho trabajo y no tengo tiempo para leer. Soy la portera y no entiendo de normas! Pues sepa -me decía con ironía- que el artículo veintisiete dice que Ud. debe llevar un uniforme de portera y una tarjeta identificativa con su nombre. Me quedé de piedra. No me lo podía creer. Haga el favor de ponérselo en la mayor brevedad posible. Esto me dijo. ¿Qué le parece? Que es una persona seria y que le gustan las cosas bien hechas o que es el mayor hijo de puta y al que le gusta tocarle las pelotas a la gente. Esto le conteste a Doña Maruja. Al poco me puse a reír de forma desenfrenada. ¿De qué se ríe? Nunca nadie se había metido conmigo y mucho menos por un uniforme. No se ofenda. Me ha parecido gracioso. ¡Fue bochornoso! Mire si me alteró que por la noche me tomé una pastilla de esas de ponerte tranquila que el médico me ha recetado para las ocasiones. Ponían la película esa de "La Teniente O'Neil". Se cual es. Al final, con el efecto del medicamento, me quedé traspuesta. En mi mente y en mis pensamientos se mezclaron la  película con la conversación del nuevo inquilino a propósito del inuforme.  El resultado fue Kafkiano. ¡Demoledor! Me da corte pero se lo explicaré. Llegaba Viggo Mortensen esperando a que le suplicara que me dejara llevar el vestido de siempre. Él me gritaba que o me ponía el uniforme o hacía lo posible junto con los servicios jurídicos de la gestoría para que me echaran de la portería. Entonces yo, Maruja O'Neil, levantaba la cabeza con las pocas fuerzas que me quedaban y mirando fijamente a John James David pronunciaba aquella famosa frase de: ¡¡Suck my Dick!!
Que fuerte doña Maruja. Cuidado con estas pastillas para los nervios. Prometo hacer una entrada y dedicársela a Ud. en vez de a su marido. Esto no tiene desperdicio. A ver que pasa. Salud.