Hace algún tiempo que un grupo de personas cometieron, presuntamente, ciertas irregularidades que están tipificadas como delito en el código penal. Como quiera que la labor de un buen abogado defensor es demostrar que tales irregularidades no existieron o no eran imputables a sus clientes por diversas razones, el juez instructor de la causa, a sabiendas de que le iban a endosar razonamientos absurdos e increíbles y a sembrar dudas razonables sobre los hechos que se enjuiciaban a los imputados, tomo la decisión de autorizar la grabación de las conversaciones entre los presuntos delincuentes y sus abogados para conocer exactamente toda la verdad sobre lo ocurrido. Hacer esto es de inteligentes y al conocer la verdad más absoluta no te puedes equivocar en la sentencia que vas a dictar al final.
No se sabe muy bien porqué, ni desde cuando, ni quién lo inventó pero la cuestión es que poner micrófonos para escuchar lo que hablan entre sí los letrados y sus clientes -que es toda la verdad- no siempre se interpreta que está permitido y el hecho de autorizarlo implica prevaricación por parte del juez. Así ha ocurrido y al juez lo han apartado de su carrera profesional y los presuntos delincuentes -que después de escuchar las cintas se convirtieron en delincuentes confesos- están en la calle libres de toda culpa por una presunta irregularidad en la consecución de las pruebas. Yo personalmente no entiendo nada y lo peor es que nadie, medianamente inteligente, lo ha cambiado. Así nos va. Los buenos en el paro y los malos en la calle y forrados de papeles de quinientos euros.
Hay otro caso que todavía es peor. Me resulta repugnante. Un señor va un día a confesarse y le cuenta al sacerdote que ha matado a cierta persona. Es secreto de confesión. La policía detiene a un presunto culpable del asesinato y en un juicio posterior es condenado a pena de muerte por un jurado popular. Al cabo de algunos años la sentencia se ejecuta y el reo muere atado a una camilla y con público.
Después de que pasaran algunos años de esto último, el asesino verdadero que confesó su culpa amparándose en el secreto de confesión, murió por causas naturales. El sacerdote depositario del secreto de confesión quedó liberado de seguir guardando silencio y acudió a los tribunales para contar la verdad. No lo había hecho antes porque no podía. El secreto de confesión es sagrado. Para mí que el sacerdote era cómplice de dos asesinatos. Uno por dejar que mataran a un inocente y otro por no contar la verdad sobre el verdadero asesino. Manifestó no tener remordimientos por haber cumplido con la ley de Dios. La cínica verdad es que por esa tontería habían dado muerte a un inocente en la cárcel mientras que el verdadero culpable estaba libre.
Aquí tampoco paso nada. Nadie ha cambiado esa absurda norma del secreto de confesión y la noticia pasó sin pena ni gloria. Pero yo tengo buena memoria y estoy aquí para recordarlo. Si alguien entiende algo que levante la mano. Yo sigo con los pelos de punta. Salud.