Hoy he desayunado con Sampedro. Bueno, con un libro suyo y una historia. De esas de leer y pensar. Y darle vueltas para volver a pensar. Sampedro es así cuando escribe. Al final ha sido un desayuno ameno. Agradable. Tranquilo. Una historia que engancha y emociona desde el primer capítulo. Cuando lees: "Todo empezó cando yo nací". Y ya no lo dejas hasta que terminas. Sé que sabéis a qué me refiero.
Después he ido a caminar como cada día porque me lo ha dicho el médico. Yo estas cosas me las tomo muy en serio. Si me hubiera dicho de correr no le habría hecho caso. Pero caminar me gusta y me da tiempo para pensar. Que de eso se trata, además. Un paisano mío no le hace caso y va acumulando enfermedades. Ya está cansado de todo esto y de tomar pastillas. Que de cada vez son más. Llevaba una muleta en el lado derecho para curarse de una cojera. Ahora le han puesto un cabestrillo en este mismo brazo por una artrosis en el hombro. Resulta que ahora tiene que llevar la muleta en el lado izquierdo. Es casi gracioso. La pierna buena y la muleta contra la pierna mala. Así no se puede andar, dice. Tiene razón. Ha aborrecido las enfermedades, la cojera, la artrosis y las pastillas. Ha dicho a su familia que le lleven a urgencias a morirse. Todo por no hacerle caso al médico.
Decía, antes de que interrumpiera mi paisano. Me fui a caminar por el bosque. Para no repetirme demasiado en los lugares aunque los pasos son los mismos. Los pensamientos también van cambiando según el lugar, la hora y el día que hace. Casi cualquier cosa me influye. He seguido la ruta de las hojas caídas en otoño. Es la única ruta posible porque no hay camino. Y si lo hay las mismas hojas secas se encargan de taparlo. No es que me guste en exceso pero tampoco me desagrada. Las hojas secas crepitan y las mojadas, que las hay, me mojan los zapatos y los pies. Como para coger una pulmonía. El otro día llovió fuerte y no bastó ni el paraguas. Ni el chubasquero ni las botas. Las nubes se explayaron y se ensañaron conmigo. Tampoco había motivo, la verdad.
Casi a punto de llegar a casa y cruzo sin mirar. Una imprudencia que no hay que hacer. El susto monumental. Casi me atropella un coche fúnebre. De los de llevar los muertos de un sitio a otro. Un mercedes. Me ha entrado la risa de pensar los titulares. Creo haber visto a Kafka conduciendo. Que ya podría ser. Peatón despistado e imprudente atropellado por coche fúnebre. Se ha tenido que posponer el entierro. El susto de lo que no llegó a ser todavía lo llevo en el cuerpo. Bueno. Yo aquí largando con la pluma y tengo un montón de recados que hacer. Uno de ellos es ir a la plaza a comprar. Me encanta porque las señoras no se cortan. ¡Venga guapo llévate unas frutas que están buenas y son maduras! ¡Mira qué andares lleva desde que me compra la verdura! ¡Tengo pollo campero para caldo que espanta la gripe! Yo dando vueltas y mirando el género. Y rojo como un tomate. Eso son señoras. Con delantal y ganas. Atrevidas y educadas. Las miro y se me va la imaginación tanto como para pecar de pensamiento. A veces he comprado para verlas de cerca y hablar con ellas. Con los morros pintados del color de mis mejillas.
Esas compras las hago cuando llego de caminar. Con cara saludable y color subido. Esas caminatas por esas rutas inexistentes por culpa de las hojas caídas. Ahora en casa toca ponerse cómodo. Batín y calcetines gruesos. Descalzo. Butaca de mirar al jardín y pensar en Sampedro y el desayuno. El aire pasa rápido. Va y vuelve y mueve las ramas. Te dejas conquistar por el sosiego. Mañana seguiré otra ruta. Salud.