Todo empezó con una misa de gallo concelebrada por muchos ensotanados. El coro de niños de primaria con sus canciones religiosas. Las señoras cantando los estribillos sincronizadas con los niños. En el primer banco las autoridades y el señor alcalde. Un alcalde entrado en años y que padece del corazón y toma medicamentos que le hacen orinar. Tuvo que ausentarse tres veces y una de ellas durante el sermón. Esta ausencia fue mal interpretada por el grupo de la oposición. Hay quien le saca punta a todo. Luego cantó la Sibila que lo hizo muy bien. Como casi siempre. Y luego de haber cantado la iglesia se quedó medio vacía. Esto no le gustó nada al párroco que se puso de muy mala hostia. Con perdón. Días después anunciaría que el año que viene la Sibila cantaría al final. Con permiso del obispo en funciones que dio su aprobación. Una vez más se ha puesto de relieve que la iglesia y el estado están obligados a entenderse. Por lo menos en apariencia.
Cuando terminó la misa ya era de noche. Noche cerrada. Con tanta oscuridad acumulada que ya no cabía más. Por esto lo de cerrada. Sólo rota por la luz de las farolas y las luces navideñas que son pequeñas y chispeantes. La gente salió casi en silencio aprovechando la noche. Sólo los susurros de conveniencia. En las casas había luz y música de villancicos. Y cena de Noche Buena. Sopa rellena y pavo y otras cosas que hacen tradición porque se repiten cada año. Ruido de tacones en la acera y de palabras en el aire que se iban esparciendo y alejando. Y callando. El señor párroco se fue a su casa. Vive con su hermana y su madre. Ambas mayores pero la madre mucho más. Él es un ser oscuro -lo digo por la sotana- y escaso. Pequeño en todo. Paseando delgadez extrema. Su mente inescrutable como los caminos del Señor. La lengua era lo más largo que tenía pero era inofensiva. Sus sermones podían durar más de media hora pero no creaban ningún problema. Cosa que aprovechaban algunos hombres para salir a fumar fuera. Pero era un hablar por hablar y repetirse sin mas. Una vez hubo apuestas en el bar de Pepe sobre qué era lo más escaso o menguado del cuerpo físico del párroco. No puedo decir de qué se trata. Ya podéis imaginar de qué hablan los hombres cuando están solos. Sólo puedo anticipar que hubo unanimidad en reconocer que nadie la había visto nunca.
Y como quien no quiere la cosa nos plantamos a las puertas del Año Nuevo. A golpe de campanadas y uvas. Un pispas y lo estrenamos. Nuevecito, eso si. Recién llegado. Sin experiencia. Ya ves con la que está cayendo con la crisis. Hace unos días que el alcalde había unificado concejalías para ahorrar. Iba acompañado por el flamante concejal de bromas, despropósitos, festejos, tonterías, hacienda y cultura. Una cartera multidisciplinar en toda regla. Tiró diez cohetes justos. Unos petardos y una traca de rueda con más humo que fuego y ruido. Nos dio la tos con tanto humo. Y mientras también lanzó su ocurrencia a título personal que para esto se estrenaba en el cargo. Podríamos mandar el año que hemos terminado a los negritos de África que igual no tienen. Como si del Domund se tratara. A las señoras les gustó y cosechó algunos aplausos pequeñitos. Casi clandestinos. Apenas se escucharon. Cualquier cosa para allanar el camino a la alcaldía.
Poco más duró la fiesta. La gente se retiró haciendo un poco de ruido con juguetes y adornos comprados en una tienda que los chinos tienen montada en el pueblo. No faltó la tradición de tomarse un chocolate con ensaimada antes de acostarse. A los más pequeños se les subían a una silla para que recitaran la poesía navideña que habían aprendido en la escuela y escrita por la mismísima maestra. Nunca las entendimos porque se daban mucha prisa en recitar. Pero eran muy graciosos. Se hacían con unos euros que en días sucesivos iban a intercambiar por chuches en la papelería de Fran. Así se pasan las horas previas y los días posteriores al cambio de año en el pueblo. El amanecer y la puesta de sol siguen igual porque no se dejan influir por los años. Igual que el mar y sus olas. Un beso de buenas intenciones que dura lo que un Sugus en la boca de un niño.
A la mañana del día uno y antes del Concierto de Año Nuevo llegó la noticia triste. La jubilada más mayor de todas que se encargaba de la iglesia y de las misas se había atragantado con una uva. Prisas, risas y uvas a su edad no puede ser nada bueno. Dicen que dejó de respirar y se puso morada. Ni un estertor. Cuando llegó el médico y la examinó dijo que era éxitus. Nadie entendió nada y nunca supimos si esto era bueno o malo. Lo único cierto es que estaba muerta y ya con rigor. Para mi, y que no quede dicho, lo hizo adrede para joder. Mira que tiene días el año. Y noches. Y ocasiones. Y formas de morirse. Pues tuvo que hacerlo de esta manera (con una uva) y un día tan señalado. El párroco muy afectado propuso los funerales para pasado fiestas. La enterraron el primer día hábil que era el día dos. El sucesor en el cargo era un señor que declinó tanta responsabilidad. Estas cosas se llevan por rigurosa fecha de nacimiento. Fue otra mujer quien se hizo cargo de la iglesia, de las misas y de organizar las excursiones de los jubilados. Es una señora viuda con perrito que dispone de tiempo.
La remodelación de las concejalías y el fallecimiento de la señora más mayor salió publicado en "La hoja Municipal" que firma el alcalde. Algo parecido a "La hoja Dominical" que firma el obispo. Son dos estilos de entretener y distraer al pueblo. Así se funciona en democracia. Por lo demás el tiempo acompañó las fiestas. Ratos de sol. De nubes y lluvia. Alguna tormenta aislada y un poco de viento. Chimenea a media tarde y a esperar la noche. Ahora nos queda Reyes. El concejal correspondiente y del que ya he hablado antes lo está preparando. Ha ido a un pueblo cercano a buscar voluntarios. No quiere problemas con los niños. Aunque estos no se enteran. La verdad. Vendrán en coches engalanados para la ocasión. Con disfraces de profesional y bengalas de fuego y humo. Esperemos que todo vaya bien. Feliz Año Nuevo. Salud.