Un día escribiré
sobre todas las cosas.
Escribiré sentado en una roca
al lado del mar
mientras espero que amanezca
despacio.
Relajadamente.
En silencio.
Escribiré sobre nosotros,
sobre ellos y sobre todos.
Sobre la estupidez,
los buenos momentos
y lo contrario.
Y algo más que se me ocurra.
Con los pies descalzos
para sentir la tierra
de la que formo parte.
Escribiré sobre la vida
y sobre la muerte.
Sobre dónde reposan los huesos
y dónde descansan las almas.
Quién las guarda.
Qué hacen y a qué huelen.
Sobre los perros que siempre ladran
y sobre los que siempre callan
y jadean a la luz de las farolas.
Alguna cosa tendrán que decir.
Un día escribiré sobre todo esto
y un poco más.
Con las letras afiladas.
Usaré palabras trasparentes.
Que relajan cuando las lees.
Pero ahora todavía no.
Toca pensar sobre todo ello.
Mientras se instala el verano
porque se ha ido el invierno.
Porque en verano amanece antes
de que me despierte.
Y en invierno me despierto antes
de que amanezca.
Son cosas del tiempo y de los relojes.
Esa hora de más o de menos
que el reloj no puede decidir.
Desnudaré el lenguaje pomposo
hasta dejarlo llano.
Un lenguaje de zapatillas.
Evitando las piedras
para no tropezar.
Y recordaré lo vivido
y lo que me queda por vivir.
Mientras la pluma escriba libre.
Dice el poeta que me inspira
que los recuerdos
son propiedad de la vida pasada.
La vida vivida.
Con permiso del olvido.
Los recuerdos son de barro
y se pueden romper fácilmente.
Escribiré de la tertulia de madrugar.
De cuando nací y de cómo crecí.
De cómo pasó todo.
De lo que aprendí de mis padres,
de la montaña y del mar.
De lo que el bosque me enseñó.
De porqué algunos perros
ladran confusos y no se les entiende.
De cuando el camino se divide en dos
y hay que elegir.
A veces pasa y te desconciertas
porque temes coger el equivocado.
Siempre cojo el de la izquierda.
Mientras escriba de todo esto
el sol vendrá del este
y subirá cielo arriba. Sobre el mar.
Será el momento de escribir
de mis experiencias
dentro del útero de mi madre.
Y mis paseos junto al mar
de la mano de mis abuelos.
No hay tanta diferencia.
Escribiré de lo que sentí
cuando la comadrona cortó
el cordón umbilical.
Me provocó una angustia que me hizo llorar.
Lo que intuía en el útero de mi madre.
Nada parecido a la realidad.
Ésta última me supera
porque hay cosas que no se olvidan.
Yo estaba allí.
Cuando me canse
de estar sentado en la roca, caminaré.
Mientras las ramas de la arboleda
me protegerán del sol y del viento.
Escribiré a que huele el mar,
el bosque y la vida.
La hierba y las piedras de la tierra.
A qué huelen las gentes.
Y cuando ningún perro ladre a la tormenta
tragaré saliva
porque el que estará asustado seré yo.
Estaré en la penumbra para ver y no ser visto.
El día que los gatos
no estén en los tejados
las noches de luna llena.
El día que las ratas
no escriban desde las cloacas.
Cuando las bestias se cansen
de estar paradas y empiecen a embestir.
Será apocalíptico.
Como cuando naces como requisito previo
para luego poder morir.
Un imperativo vital.
Una tarde escribiré sobre todo esto.
Sentado a la sombra
de un olivo centenario
esperando el atardecer.
Cuando los lobos salvajes
empiecen a sentir frío.
Regresaré al bosque en busca de cobijo.
Enseñando dientes feroces
y aullando a la luna aunque no esté.
Y si se hace de noche y no tengo sueño
también escribiré sobre todo esto.
Del vecino al que no le gusta Mari Trini.
Del gallo que me despierta todas las mañanas.
Porque aunque no duerma
la noche pasa sin remedio.
Y escucharé las voces de la noche.
Que son otras.
A veces me hablan de ti.
De los que escriben.
De los que hacen posible los libros.
De los que leen y recitan.
De los mendigos con carrera
y de los intelectuales
que firman manifiestos.
Y cuando lo haya escrito se lo leeré al mar.
Sentado en la arena.
Con las luces del alba
y las olas medio dormidas.
Dejaré pasar el tiempo entre suspiros.
Luego regresaré a casa
antes de que llegue la tormenta
y se ponga a llover.
Los días siempre comienzan de noche.
En verano alargamos los días
hasta las tantas.
Tomaremos el fresco y nos iremos a dormir.
Cuando sólo quedan las cenizas del día
es hora de acostarse.
Escribiré de la gente que llora de noche
porque resulta más poético.
En silencio y en la intimidad.
Y si las lágrimas van al mar no se notará.
Los buenos ladrones también roban de noche.
Los que roban corazones
prefieren la penumbra de la alcoba.
Escribiré sobre esto
para los supervivientes de la vida.
Escribiré sobre los peces
que se mueven con libertad.
Igual que los gorriones
entre las ramas del bosque.
O la libertad de mi pluma
sobre una hoja en blanco.
Tengo viejos escrúpulos
igual que tengo viejas heridas.
Escribiré de aquellas cosas
que me protegen.
Como la corteza de un pino.
Tiene el mismo encanto
que las arrugas del cansancio.
Algún día escribiré
sobre todo eso y algo más. Salud.