Era un atardecer. Un atardecer bastante atardecido. Pero todavía con una luz tenue. De un sol acabado. Ligera brisa marina algo fresquita de las que te invitan a pasear. Es lo que hice. Calles y más calles hasta perderme. Anduve igual que un perro que no sabe dónde está. Mirando con atención y afinando el olfato. Intentaba reencontrar la senda adecuada mientras la luz menguaba. Luego ya, de farola en farola. Con referencias desconocidas y saludos ajenos correspondidos. Me alié con el destino en eso de a verlas venir.
Doblé una esquina y me encontré de frente con el viento. Le pregunté por el camino de regreso y otras cosas que venían a cuento. Él recorre todo y lo sabe todo. Ya no me veía capaz de seguir caminando y perdiéndome más. Sólo de llegar al mar siguiendo el ruido de las olas y el olor que desprenden. Me encontré con un viento receptivo. Con ganas. Lo seguí sin prisas e hicimos amistad. Una experiencia de lo más agradable.
Le pregunté por la tierra en general. Por lo que pasa en otros sitios. También le pregunté por ti. Él va y viene en un momento y lo sabe. Además te conoce. Le pregunté por civilizaciones antiguas que fueron y que ya no son. Por las gentes. Por cómo son los pueblos costeros parecidos al mío. Al viento, cuando le tienes confianza, le puedes preguntar de todo. Te contesta con unos silbidos que al principio cuesta de entender. No quiso entrar en ningún sitio porque no le gusta estar encerrado. Ha conocido a mucha gente y ha vivido muchas historias. Sabe sucedidos que nadie más sabe. Me cuenta cosas increíbles que no contaré aquí porque nadie se creerá que me lo ha dicho el viento.
Luego, incluso, preguntó al mar y a la noche para asegurarse. A la luz y a la oscuridad. A los árboles. A las nubes y a los pájaros. No quiere malos entendidos. Se explica como un libro abierto. Que no siempre encuentra a alguien capaz de escucharle. Aunque parezca mentira a veces exagera. Pero que no se entere. Lo sé porque me tira el sombrero y me despeina. Yo no digo nada. Pocas veces puede estar uno con el viento y mantener una conversación con él. Me dice que vive en la tierra de los sueños incumplidos. Todos los días atraviesa el desierto y levanta polvaredas. Atraviesa el mar y provoca oleaje a su paso. Atraviesa la montaña y arma un revuelo entre las ramas y los pájaros. Luego recorre las calles como un perro perdido. Como yo ahora.
Cuando llega la noche se amaina y se convierte en aire. Menos las noches de tormenta. Cuando ya es sólo brisa sale del mar y mueve las barcas. Termina en la terraza del bar de Pepe para refrescar a la peña que alarga los minutos apurando un mojito. Y se queda a escuchar música. Así todo el verano. Que en invierno es otra cosa y se comporta distinto. En un momento el viento atosiga unas nubes para que se aparten y podamos ver la luna.
Es verano y de día el sol golpea fuerte y deshidrata la tierra hasta que se agrieta. Luego llegarán las primeras lluvias de finales de verano. O ya en otoño. La tierra beberá hasta encharcarse. El viento también seca la tierra en verano. En invierno, no. Resulta entretenido el viento cuando le coges confianza. Si lo notas a la cara, a lo mejor es porque te está hablando. Salud.