Al margen de la llegada del otoño. De las lecturas de Paulo. De la tormenta. La falta de luz. El agua, viento y truenos. El cielo oscurecido. Incluso el mar revuelto con oleaje peligroso. Al margen de si lo peor es morir antes de que lo decida la naturaleza porque ha terminado tu ciclo vital. O si lo peor el morir sin dignidad. Al margen de conocer todas esas cuestiones, decía. Hay otro frente de reflexión y discusión entre el gobernador y el sacerdote. Ahora la cuestión es si la muerte debe ser rápida o lenta cuando a uno se le ha condenado por espiar sin llevar vestido de guerrero. La respuesta depende del pecado cometido, evidentemente.
Quien ejecuta es el pueblo soberano. Y este pueblo, aunque soberano, sigue las indicaciones de sus gobernantes por imperativo legal. Pues el gobernador y el sacerdote serán los primeros en tirar una piedra al condenado. Si la piedra es grande y certera el reo morirá rápidamente y sin sufrimiento. Si la piedra es pequeña y no impacta en lugares vitales, la muerte será lenta y dolorosa. Ambos se miran. Se agachan y cogen una piedra que les cabe en la mano. La lanzan con mediana fuerza porque la conciencia los tiene maniatados. Ambos hierran en el tiro y las piedras se pierden por el fondo. Esto es una cobardía encubierta en forma de mala puntería.
Pero cada miembro del pueblo tiene siete piedras que puede tirar. Y tiran a dar y a matar porque así se ha hecho siempre. No es cuestión de ensañarse. Es cuestión de que muera sin dignidad. Esta es la verdadera conciencia de un gobernante o un religioso cuando ordenan una acción hostil. Sólo son medianamente poderosos desde un despacho o un púlpito. Sus palabras no hacen daño. Los actos de sus seguidores, sí. Con la conciencia hemos topado y ésta sí que es todopoderosa porque te puede impedir hacer el mal. Pero se la puede engañar me dice el librepensador que sigue en el anonimato. En un pelotón de fusilamiento la mitad tiene munición real y la otra mitad munición de fogueo. Los miembros del pelotón desconocen la munición de su arma. Todos disparan al mismo tiempo y al corazón. Una vez muerto el condenado cada uno piensa que ha utilizado munición de fogueo. Y se retiran con la conciencia tranquila porque ha sido el compañero el que lo ha matado. En realidad quien lo ha matado ha sido el que ha dado la orden. Aunque tiraran piedras pequeñas y no impactaran contra el reo lanzaron la primera.
Pero para de llover. La tormenta escampa porque el otoño quiere entrar con buen pie. El cielo se despeja y el mar vuelve a coger el color turquesa. El sol amansado por el otoño vuelve a brillar y desaparece la oscuridad. Esto sólo pasa en otoño. Y yo con mis filosofías mentales. El libro de Paulo que me da ideas y me da poder. Y escribo lo que pienso porque soy libre y siempre habrá alguien que lo leerá. Antes se ponía precio a la cabeza de uno para conseguirla. Ahora se pone precio a la cultura para que no la puedas conseguir. Qué cosas. Incluso así la cultura es todopoderosa.
Tal cual ha sido pensado ha sido escrito. Ahora ya pueden empezar los rumores. Cuando se fue la luz y llegó la oscuridad se hizo un silencio solidario que valía más que mil palabras. Me dejó pensar y luego, escribir. Salud.