Pasó el tiempo entre papillas y arroces y otras cosas. Crecí y me hice niño. Fui escolarizado el día cuatro de Octubre del año del Señor de mil novecientos sesenta. A la edad de seis años, como estaba mandado. Me tocó en suerte, por vecindad, las monjas franciscanas de la Plaza Quadrado de Ciutat. Aquí empecé a tomar conciencia de que hay vida más allá de la familia y los amigos del barrio.
Al principio de convivir en la escuela con otros niños no resultó fácil. Un ambiente hostil del que sobrevives sin ayuda de los padres. Todavía tengo cicatrices que llevo con orgullo y dignidad. Aprendí lectura, escritura, matemáticas, artes plásticas, ciencias naturales y cosas del espíritu con Sor. Juana y Sor Catalina. También recibí collejas y castigos que forjaron mi carácter. Algunos reconocimientos fueron premiados con estampitas de santos. El Domund, el mes de María, los ejercicios espirituales y excursiones a Randa donde descubrí a Ramón Llull.
Conviví con la adversidad y ahora aprecio la vida. De aprender a escribir y la caligrafía pasamos a las redacciones de lo que fuera. Un escribir la biografía a cada rato pero sin faltas de ortografía. O tirón de orejas. Mi mundo vivido y mi mundo escrito. Como diría Umbral "en el redondo de la luz de un flexo. El resto son círculos de sombra que están de incógnito". Mejor esto que los números. Ahora sigo escribiendo en las noches y en los amaneceres con el aire que respiro. La noche también se ha hecho para vivir de espaldas a la vida. Un día cambié los tebeos y las vidas ejemplares por los libros. El Quijote y el Decamerón. No digo más.
Seguí madurando en la niñez y con siete años -antes de hacerme ateo- me dieron la primera comunión. El mismo Padre Font que me bautizó. Ya puestos. La prosa de mi vida está encuadernada para que no se pierda ninguna hoja y ninguna palabra. Mi abuelo materno me regaló un reloj de pulsera de la marca omega. Como mandaba la tradición. También se abrió una libreta en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Palma de Mallorca. Empecé a perder niñez.
Será que me hago mayor pero mis letras respiran sinceridad como recurso innato. He andado mucho y lo que me queda. Procuro dejar huellas para que otros las vean. Pero me quedan dudas razonables e impertinentes que me rondan la cabeza. Desde siempre y cada vez más. Ahora repito aventuras porque le temo a las nuevas. El viento me viene de poniente pero me deja mirar al Este. A veces sueño que mis realidades han sido ficción. Y me despierto sudando. No quiero vivir mirando al espejo continuamente. El espejo es sólo para un rato. Cuando el olvido empuja.
El otro día he pensado en demorar algunas horas cada día. Posponerlas para más adelante cuando llegue al horizonte. Aprovecho los momentos que el día descansa para esconderme en el bosque. Ahora me doy cuenta de las calles se llenan de pisadas ya de buena mañana. De voces, susurros y silencios. El aire corre sin molestar. Personas anónimas con mentes ausentes en un despertar lento. Mientras camino las manos descansan en los bolsillos y el cielo amenaza lluvia. Todos los días es un envejecer y volver a la infancia y a la niñez.
El campanario de la iglesia va marcando las horas, los cuartos y las medias. Yo me vuelvo un poco más loco como instinto de supervivencia. El reloj fulmina el tiempo que hemos vivido y el que hemos perdido. Que no distingue. Las pisadas de la calle ya se superponen de tanto trajín de gente. Pero mi camino es silencioso y mis saludos son un movimiento con la cabeza. La alegría va por dentro igual que las ideas. El veneno va por la sangre pero lo llevo controlado. Un volver a la niñez cuando nadie nos ve. Escribo en la pizarra mil veces "el calendario no engaña", como si fuera un castigo. Salud.