Escribir un ensayo es algo así como escribir una experiencia vital individual. Ese moldear una idea hasta convertirla en historia, nueva o recurrente, que deja huella y marca pautas de conducta. Que transmite desde la necesidad de decir y el coraje heroico de decirlo hasta el final del camino. A veces el camino es hostil pero con recodos de pensamiento positivo y relajante. Que se camina ágil y rápido. Ese gusto por la locura convencional transitoria que se cuela en la mente por alguna rendija del alma. Ese ensayo o pensamiento crítico y constructivo fluido, con tintes de humor y dramatismo. Que genera felicidad y desdicha. Tan sincero que a veces te ahoga. Como un andar sobre arenas movedizas y el temor de ser tragado por la conciencia de uno mismo.
Dice un poeta que ser nadie tiene su importancia por ser algo. O sea, nadie. Ser cualquiera no tiene mérito porque puede serlo cualquiera. Ser alguien es ser nada porque todos somos alguien. Ser original pone al descubierto la mediocridad de los demás. Bueno. Después de pensar lo suficiente he decidido que Descartes era un ensayísta dualista metafísico. Que nadie se sienta ofendido porque no era mi intención insultar. Descartes se mostró relevante cuando dijo algo así como: te verso, luego es que te quiero. Y si no lo dijo no pasa nada. Bien pudiera haberlo dicho porque queda bastante bien. Es la ventaja del ensayo metafísico. No tiene sombra porque está hecho de niebla de palabras. Cortina de letras. Poupurri de ideas. Ordenadas. Primero eso y luego lo otro. El ensayo aparece como pensamientos puros o impuros. Ideas buenas, inservibles o paradójicas. Utopías pasadas de moda que ya no se llevan y que tampoco se pueden reciclar. Verdades como puños que te hacen daño cuando las lees. Pensamientos que aparecen cuando los sentidos engañan a la razón y ésta se convierte en mala compañía. Pero que luego rectifica cuando se da cuenta. Porque es la razón.
Descubro con Descartes que, efectivamente, los mensajes vienen en una botella. Pero no debes buscar siempre un papel. Me explica el poeta que tienes que beberte el destilado o fermentado que contiene la botella hasta conseguir dos cosas; verla vacía y la condición de ebrio. Es el Dualismo Cartesiano. En este momento el mensaje se ve claro y doblemente. Te quitas las bifocales y lo sigues viendo igual de doble y de claro.
Este es el ensayo puro. Libre de ataduras, de sobornos y de cautelas. El ensayo nos hace libres y Cartesianos. No por un papel con mensaje en una botella. Por un destilado o un fermentado en una botella. Si te deprimes porque ves la botella vacía, luego significa que llevas el estómago lleno. El lugar natural para depositar el vino después de sacarlo de la bota. Todo huele a Descartes, a dualismo y a ensayo. Te verso, luego te he conocido y me gustas. Secuencia lógica y atrevida. No quiero volver a tener unas palabras con las palabras a propósito de un final desagradable. Ni estando ebrio que viene a ser como una locura transitoria con resaca y dolor de cabeza. Que cuando cierras los ojos todo te da vueltas y te mareas. Pero es la única forma de conseguir leer los mensajes que hay en las botellas.
Voy a escribir ensayo aprovechando la lucidez constructiva. La adaptación a un medio por entender. Antes de que la mente se convierta en ruinas. Un terremoto de pensamientos que no dejan ninguna idea en pie. Sólo sueños soñados que ya no sirven porque están usados, gastados y agotados. Como las suelas de los zapatos se gastan de tanto andar la vida. La conciencia se pule viviendo momentos. Estas vivencias se convierten en ensayo escrito con permiso de Descartes. Con pluma cara y afilada para la ocasión. Ensayos que dejan huella que no se puede borrar. Marcas en la piel que se confunden con cicatrices pero que aportan experiencia y belleza. Como ese mar que a ratos golpea las rocas con tanta fuerza que él mismo se rompe en espuma y que más tarde acaricia la misma roca con delicadeza. Dualismo puro. Esos versos que después de leerlos y llorarlos te reconfortan. Ese ensayo literario que vive en el bosque y duerme a la intemperie para sentir el viento. Que a veces duerme en las profundidades. Según le plazca porque no da explicaciones. Una calamitosa noche de sueños mientras la imaginación navega hacia el horizonte de los pensamientos. Noches de fantasmas que no puedes identificar porque llevan el rostro tapado con una sábana blanca y no tienen ojos. Así lo hago porque así lo aprendí. De lo contrario no hay ensayo. Como tampoco existe un circo sin payasos ni animales peligrosos. Lo he dicho siempre y hoy se lo he dicho a mi psiquiatra. Me ha contestado que tiene cura. Ha sido Cartesiano: te curo esta locura, luego no podrás volver a escribir ensayo atrevido. Sólo cursilerías de náufrago a la deriva en pleno océano. Si lo hago sé que lloraré la pérdida. Quiero ser un Quijote loco por sobredosis de cordura. Ensayos que también contienen espacios en blanco que representan aquellas ideas que no sé explicar. Estos complementos que no llevo porque no me complementan nada. Estorban al camino y me hacen sangre.
Soy la metáfora del perfecto farsante. Lee a Descartes, luego ponte a escribir ensayo absurdo. No hay distinción entre el dualismo y el trastorno bipolar. Los tienes, luego los aguantas. Salud.