A la hora en punto la megafonía empezó a gritar aquella famosa frase de, "que empiece la función". Luces de neón, bombillas de colores y focos moviéndose alocadamente jugando con las sombras al azar. Se encendían y apagaban. Por los laterales de la carpa del circo había grandes dibujos murales de trapecistas, animales salvajes peligrosos, payasos y demás motivos circenses. Banderitas de todos los países con vivos colores estaban dispuestas en círculos desde el palo central hasta los laterales engalanando todo el techo de la carpa. Los músicos atentos a la batuta que, después de tres golpecitos sobre el atril, dio la orden de comenzar a tocar una música de fiesta.
El presentador, con traje negro y bombín, dio paso al payaso. Éste entró en la pista con un caminar lento porque andaba con unos zapatos de punta muy larga y no quería tropezar. Llegó hasta el centro de la pista, extendió los brazos y giró sobre sí mismo para contemplar al respetable público que todas las noches abarrotaba el circo. Su sonrisa se quebró de golpe al tener la sensación de que no había nadie. Agitó las manos con fuerza para que los músicos volvieran a dar la entrada pero con más entusiasmo y contagiar al respetable. No estaba equivocado. Después de mirar de izquierda a derecha y viceversa tuvo la convicción de que no había nadie. Sólo escuchó un rabioso plas, plas, plas. Su semblante se mutó porque nadie le había advertido de este extremo. Gracias a uno de los focos individuales miró fijamente entre las gradas y vio a un espectador. En singular. Un niño satisfecho y rebosante de alegría que aplaudía a rabiar. Medio sentado y medio de pie por la emoción del momento. Llevaba una golosina en la boca.
El payaso quedó perplejo, agachó la cabeza y empezó a llorar de forma desconsolada. Estaba muy afectado por la situación. No daba crédito. El niño espectador aplaudía cada vez más al payaso por lo bien que lloraba. La mejor escena posible debajo de una carpa de circo. El payaso lo vio y se sintió turbado. Inmediatamente dejó de llorar. Se frotó las lágrimas con sus guantes blancos y esparció la pintura de su maquillaje por toda la cara. Esta situación le gustó aún más al niño espectador que vivía un momento inolvidable de su vida con la alegría y la inocencia requerida. Los músicos seguían tocando para darle al payaso un poco de tiempo. Tenía que comprender aquella complejidad tan simple. Este día y a esta hora, en el circo sólo había un espectador. Un niño desbordado por la alegría y la emoción.
El payaso levantó las manos y mandó callar a la orquesta. Un foco de luz le iluminaba mientras intentaba sortear los asientos primeros con sus zapatos de larga punta. Llegó al niño espectador y se sentó a su lado. Le pasó la mano por encima y le preguntó su nombre. Me llamo Javier. Pero todos me llaman Javi, y de mayor seré payaso como tú. El payaso nunca se imaginó una situación semejante por muchos años que viviera. ¿Con quién has venido Javi? Solo. ¿Alguien sabe que estás aquí? Espero que no. Las enfermeras han colgado tu fotografía en las paredes del hospital. Pedí permiso para venir a verte y me dijeron que no podía ser. Cosas del tratamiento, añadieron. El payaso forzó una sonrisa de preocupación y dijo con voz calmada. Explícate mejor Javi porque no logro entender nada. Estoy ingresado en un hospital porque estoy enfermo. Quería verte actuar y no me dejaron. Con la almohada simulé mi cuerpo en la cama, apagué la luz, me puse la chaqueta sobre el pijama y he venido. Le enseñó una pulsera hospitalaria identificativa que llevaba en la muñeca derecha. Estaba su nombre, un número, un código de barras y un nombre escrito en mayúsculas que decía "ONCOLOGÍA PEDIATRICA".
El payaso quedó desarmado, derrotado y sin recursos. No estaba preparado para algo así. ¿Qué es lo que más te gusta Javi? Todo lo que haces me gusta. Así hablaba emocionado el espectador infantil Javi sorprendido por los mimos que recibía personalmente del payaso. La pista central se iluminó. Pintaron la cara de Javi de payaso y le pusieron una nariz roja de espuma. El payaso empezó a ejecutar con maestría sus mejores números. Magia. Gestos de mímica. Malabares, etc. La orquesta tocando alegres piezas de fiesta. Enfrente, sentado en una silla, Javi se lo pasaba de lo mejor. El único espectador miraba para no olvidar. El payaso actuaba con un nudo en la garganta. Un niño enfermo se había escapado del hospital para ir a verle. Le puso unos zapatos de punta larga y bailaron en círculo. Para no caerse se cogieron de la mano. El payaso estaba orgulloso de su mejor actuación. Mandó callar a la orquesta y con voz de terciopelo se dirigió a Javi para preguntarle si le gustaría escuchar una canción. La respuesta fue afirmativa. Se sentaron uno frente al otro. Cogió el saxo y empezó a tocar una desgarradora y tierna melodía de canción de cuna que el alma le pedía en este momento. El saxo interpretaba con su voz ronca. Como siempre hace. A media luz. El niño espectador se acomodó en la silla y se quedó dormido. El payaso tocaba y lloraba emocionado. Javi se quedó dormido. Inició su sueño eterno. En una carpa de circo y al lado de su payaso. Con el sonido afónico de un saxo. Salud.