Las campanas sonaron a ocaso, a retiro, a descanso.
A cerrar calles y plazas, hasta el día siguiente.
Yo en la playa. Acompañado por el mar y las estrellas.
El mar viene manso a morir a la orilla. Sin romperse. Sin espuma.
Las sombras enmudecieron. En la oscuridad agobiante. Invisible.
Mientras, ando por la orilla. Descalzo, sobre la arena.
No he visto huellas. Miro hacia atrás pero no dejo huellas.
Extraña sensación. El mar me las borra en la oscuridad.
Sentado en la orilla. La inmensidad del firmamento.
Una estrella brilla más. Me enamoro de ella.
No quiero ir a descansar. Me quedaré aquí. Para mirarla.
En la oscuridad más absoluta. En el relajante silencio.
El universo, tú y yo. Irremediable paz interior.
La luna como testigo. Desde lo alto del firmamento.
Nada me sale. Quiero decirte. Nada digo.
Tu brillo me confunde. Ese brillo de estrella. Que enamora.
No todo es leer ni todo es escribir.
Mirar. Sentado en la arena de la playa. Mirar y esperar.
Mejor si es noche cerrada. Que siga cerrada.
Nadie en la noche nos molestará. Noche de final de verano.
Te irás con las primeras luces. Yo también.
Nos iremos al mismo tiempo. Como hacen los enamorados.
Se que mañana volverás. Yo también volveré.
Me conocerás por el perfume de mar. Yo por tu brillo.
Con la mirada nos diremos cosas. Sólo con la mirada.
El sol se ha escondido detrás del horizonte del mar.
Han vuelto las sombras y el agobiante silencio.
El pescador que conoce las estrellas ha dicho que no existes.
Entiende de estrellas, por no de brillos de amor.
Hoy el mar viene revoltoso a la orilla, espoleado por el viento.
Ni siquiera la espuma que moja mis pies me molesta.
El pescador cree que estoy loco. No entiende de enamoramientos.
La cantidad de cosas que nos decimos. Sin abrir la boca.
Nos volveremos a ir juntos como hacen los enamorados.