Fin de semana de este invierno tan frío que estamos padeciendo. Mañana del todo desapacible. Lloviendo y nevando a partes iguales junto al mar. Hotelito con nombre de ave repleto de jubilados alemanes y algunos autóctonos. Pongamos que hablo de Mallorca. Tempranito y bajando desde la cuarta planta por las escaleras por aquello de quemar calorías hasta el comedor. Por cierto que me han dicho que las calorías son unos bichitos que de noche se meten en tu armario y encojen un par de tallas la ropa. Pues será así. Hay tres o cuatro camareros. Pocos por la cantidad de gente que estamos. Será por la crisis. Será. Nadie nos recibe. Esperamos y nadie nos recibe. Pillamos una mesa bien situada. Desayuno apropiado y completo de los que hacen que estés más tiempo buscando y trajinando comida que sentado y dando buena cuenta de ella.
Ya casi terminamos y aparece un súbdito de Doña Ángela que nos mira fijamente y con cara de mala leche o de haber dormido mal. Con una mano sostiene una taza de te y en la otra lleva un plato de comida de engorde y con colesterol. Silencio mientras nos miramos. Empieza una acalorada comunicación no verbal. O verbal pero incomprensible por ambas partes. Él habla alemán que yo no entiendo y yo hablo mi mallorquín que él no entiende. Otra colega y su mujer se unieron al embrollo. Nos comportamos como mal educados porque hablábamos con la boca llena. Al poco supimos de qué se trataba y dimos un paso más. Fuimos un poco más mal educados. Yo vine a decir, más o menos, que el primero que llega escoge mesa y maricón el último. El que más pronto se levanta mea donde le da la gana. Que estamos en Sa Roqueta y que si no les gusta que sepan que el aeropuerto se llama Son San Juan. Los germanos cabreados fueron a buscar un camarero y aparecieron los cuatro. Es lo que tiene ser alemán. Fíjate lo que son las cosas. Como si su dinero tuviera más valor que el nuestro. Las sospechas estaban fundadas. La mesa del lugar privilegiado estaba asignada a los jubilados extranjeros. Nosotros, los de aquí, teníamos reservadas otras amontonadas junto a la puerta del comedor. Que teníamos que haber preguntado. Es que no había nadie. Pues haber esperado que hay mucho trabajo. Que no se les olvide para otra vez. Vale. Caras de circunstancia bien distintas. Ellos dieron por perdida la batalla y se vieron obligados a retroceder a otra mesa menos privilegiada. Nosotros con la alegría del que empieza la reconquista y gana la primera batalla. Que se corra la voz. El tiempo estaba aliado con nosotros y otra vez se puso a llover y a nevar a partes iguales. Con cariño para los que vienen a buscar sol y moscas. Este día no había.
Anécdota a parte, entiendes la tontería de la política lingüística. En este tipo de negocios el catalán no es un requisito ni un mérito ni nada. Priman otras lenguas. Las que dan dinero. Cuando los súbditos de la reina de Inglaterra o los de Dña. Ángela vienen tienes que saber si quieren un té, una copa o un refresco con patatilla. Si no los entiendes no vienen. Si no vienen los hoteles cierran. Si cierran no hay trabajo. Si no hay trabajo no hay dinero. Y todo esto no interesa porque no es bueno. Nosotros ponemos los hoteles, el sol, las moscas y el personal cualificado. Ellos ponen la pasta. Pero hay una línea roja que no se puede traspasar y quedó marcada. Nosotros empezamos la reconquista y ellos se batieron en retirada a otra mesa. Un gran paso para nuestra historia. Yo ya lo he incorporado a mi currículum. Salud.