Matute estaba emocionada. Sentada en su silla de ruedas, desde el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Torso erguido y cabeza bien alta. Seguramente uno de sus mejores días. En sus manos deformadas por la artrosis y el paso de los años descansa el Cervantes. Le tengo admiración a Matute y me gusta. Estamos en el año dos mil diez y pronuncia un discurso que sigo con atención. De esos parlamentos que te causan una sensación agradable y entusiasta. Vitalista y apasionada en lo que dice. Defiende la literatura y el derecho a escribir para sentirse viva. Son muchos años. Le imprime emoción cuando lo pronuncia. Impecable como debe ser en estos casos. También toman la palabra el jefe del estado y la ministra de cultura. Más de lo mismo. Discursos trabajados que se agradecen por lo qué se dice y por cómo se dice. Describen una breve pero intensa biografía de Ana María Matute y la huella que ésta deja en las letras españolas y en la Real Academia de la Lengua Española. Es un discurso memorable que no cansa. No deja indiferente porque está cargado de anécdotas que en su conjunto lo hacen insuperable, interesante y respetuoso, como tiene que ser. Es el galardón más importante de las letras españolas. Es el Cervantes.
Este tipo de actos estimulan mi curiosidad y recurro a la hemeroteca para leer otros discursos de otros premiados por este prestigioso reconocimiento. Incluso me atrevo con los discursos de algunos académicos cuando tomaron posesión de sus respectivos sillones con letra. También de algún nobel en su momento. Escribir este tipo de cosas tiene que ser difícil. Complicado por la responsabilidad del momento, del lugar y de la ocasión. Bellísimas páginas que en boca de sus autores forman hermosos pasajes que identifican a escritores consagrados y con una biografía personal rica en anécdotas que contar para deleite de los demás. La persona intelectual que en un momento de su vida tiene algo que agradecer y pone todo su empeño en agradar. Es una aportación indispensable. Rigor académico, criterio y frases para citar. Todo un lujo del cual procuro impregnarme por necesidad.
Después de esto y en plena resaca literaria de la buena, una dosis de discursos basura. El discurso político. Desde la tribuna o desde el escaño. Atacando o defendiéndose. Ningún tipo de lucimiento ni ganas. Insultos y calumnias. Sin turno de palabra porque es interrumpido por la bancada de enfrente con silbidos, abucheos, pataletas y puñetazos en los pupitres. Interrumpido por sus propios con aplausos. Interrumpido por el presidente llamando al orden a diestro y siniestro. Vergonzoso. Mala educación. Hombres y mujeres de mente plana y pensamiento único. Menos mal que nunca tendrán que preparar y exponer un discurso de agradecimiento para recoger un premio importante. Que grán alivio, pardiez. Salud.