27 enero 2025

Mi vecina ha hecho las maletas y se ha ido a vivir a otro país. Se ha llevado algunos recuerdos, el idioma y la cultura, aunque después de un tiempo sólo le queda el idioma. Además de vecina es mujer de letras y escribe bien por lo que hay días que nos juntamos para tomar café. Ella es de las de callar y escuchar. Dice que eso es fuente de sabiduría. Escribe bien de mañana, casi al amanecer como yo, pero en las largas tarde-noches de invierno también gusta de esparcir tinta sobre los folios. Hasta que el fuego de la chimenea se convierte en brasas y cenizas humeantes. Ha escrito recientemente que durante el sueño se desprende del cuerpo para soñar con más libertad. Sin ataduras. Sólo habita el cuerpo de día cuando esta despierta. 

Me ha escrito hace poco para comentarme que se siente aislada por la lejanía. La distancia la une más a sus seres queridos entre los que me encuentro y siempre termina con la frase de ¿tú me entiendes, no? Sí. Yo la entiendo. Ha sido mi vecina durante mucho tiempo y ya he perdido su fisonomía. No recuerdo muy bien su cara ni su carácter. 

Estoy leyendo a un poeta de los de verdad, de los que escriben con la pluma y se inspiran en el alma. Dice que a veces hay cosas que le hacen llorar. No derrama lágrimas cuando llora de alegría porque no hace falta, solo cuando llora de pena. Las lágrimas son para sacar las penas fuera, que dentro hacen daño. Qué bonito lo que escribe el poeta. Todos los libros llevan un mensaje oculto entre las letras y ella lo encontraba enseguida. Alargaba el atardecer hasta el anochecer para tener más tiempo. Ahora estoy huérfano de vecina y no tengo a nadie que me explique lo que se esconde en las letras de los libros. La lucidez no dura todos los momentos del día. Uno sólo es brillante a ratos. Me cuesta convivir con esto.