viernes, 7 de febrero de 2014

Reflejo

El lenguaje no sólo es texto. Eso ha dicho el poeta justo antes de empezar a escribir en una esquina de la boca del metro.  Enfrente del músico saxofonista. Amigos que son en las aventuras y desventuras.
Conoce muy bien el poeta que hay un recodo moral en un paraje del bosque. En un alto de la Serra de la Tramontana Mallorquina. Casi arriba del todo. Un lugar para perderse antes del anochecer. Es mirador de s'Archiduc.  Se puede ver un resplandor en el mar. Pero se resiste. No lo consigue escribir. Este resplandor es como un muro donde choca el eco y se rompe en miles de silencios. Porque el lenguaje no es sólo texto.
Hay un vacío de siglos. Reflejos de fantasmas del pasado que el viento agita desde el vértigo de la altura. El mar, ajeno a todo, contiene el reflejo y lo mueve con las olas hasta perderse en la orilla. Pero la dignidad del poeta no está vacía. Rebosa valores de escritura útil y serena. Que gusta porque dice y cuenta. El reflejo es silencioso y guarda secretos. Celoso de sí.
Es arte el reflejo. Y el mar. El eco roto en silencios y el vértigo de la altura. El lenguaje es arte porque no es sólo de texto. Escucha el poeta una música. O un canto. O el murmullo de las olas camino de la orilla. Quizá el roce del mar sobre la arena. Mira y escucha el poeta. Son los sonidos de tiempos pasados. De una historia silenciosa y silenciada. Que se intuye. Viven en este recodo moral que no se pervierte. Con el reflejo. La herida ya no está pero queda la cicatriz. La huella. Las ruinas. Los pinos y las encinas. El aire que es el mismo. Lo sabe el poeta y @Trampagos que lo respira. Suben a estos sitios con la facilidad de las cabras.
Da para mucho mientras se acomoda en la esquina de la boca del metro. Prepara lápices y papel. Pluma y tinta. El músico templa el saxo para que no desafine. Y el ruido del vaivén de la gente apresurada y falta de tiempo. Porque siempre corren y siempre dicen que llegan tarde. El temblor de la tierra cuando pasa el metro. El poeta no tiene prisa. Le ha ganado la batalla al tiempo. Pero tiene sus momentos de tristeza porque no puede ver el mar ni el bosque. Y ese reflejo que quiere escribir y no puede.  Es que el lenguaje no es sólo texto. Siente rareza porque un niño se acerca y se detiene delante. Escucha atento los versos que pronuncia. Cuando termina abre los ojos y levanta la mirada. Observa que el niño ha dejado la mochila al suelo y le aplaude. Y se va corriendo para no perder el metro.
Es compleja la vida pero el poeta hace tiempo que se propuso hacerla fácil. Sale fuera y ya no llueve. Hay un charco y en él un reflejo. Se mueve el reflejo porque se mueve el agua. Si no se está quieta no hay quien lo escriba. Parece un paisaje con fantasmas aunque estos últimos no se ven. Es la frustración del poeta  callejero que en todo ve el arte y lo quiere escribir con rima o sin ella. Pero no tiene mar. Ni barca. Ni acantilado de vértigo. Sólo un reflejo urbano. Sin algas marinas. Tampoco el olor acompaña. Le cuesta al poeta subir a la superficie urbana. Las escaleras han envejecido con él. Si cambiaran los escalones por unos nuevos seguramente sería distinto.
El poeta y el músico del saxo mantienen una relación de amor y odio con sus cuartillas y sus pentagramas. Curiosidad e indiferencia. De necesidad. Escribe sobre cosas marinas. Sobre los restos que los temporales arrastran hasta la orilla. Pero cuando piensa en el reflejo se para y queda pensativo. De qué estará hecho el reflejo que no lo puede escribir. Sólo ve unas aves marinas surcar el cielo mar adentro. Se tiran al mar y salen con un pez en el pico. Luego vuelan de regreso al acantilado donde tienen su nido inaccesible. El mar cuando se pone violento se llena de cadáveres. La tierra también. La gente les llora y se estremece el poeta. El mar es como lo han hecho no como querría ser.
Ahora el poeta se sienta y escribe. Maneja el tiempo poético de la rima. Pero no el de la prosa. A veces recita con voz marina de color turquesa y olor a sal. El músico le acompaña imitando la tempestad de las olas. Salud.