He leído sobre un sociólogo de esos de ciudad que ha invertido horas, días y meses en observar, tomar notas, retocar hipótesis y sacar conclusiones sobre algo que ha venido en llamar "la desidia del ciudadano". Resulta, según este estudio, de que la genta ya está harta de tanta ineficacia de las instituciones públicas y de sus dirigentes. De estos que gestionan nuestra vida pública. Hay desconfianza. No hay credibilidad. Se deja entrever cierto pasotismo hacia este tipo de personas que ostentan un cargo que no saben desempeñar. Ha llegado a la conclusión que la ciudadanía prefiere el embuste o la mentira fácil y cómoda a cualquier tipo de verdad.
Dice este experto que cuando escuchamos la verdad no la creemos y damos por hecho que nos acaban de endosar una mentira más para su beneficio. Si nos mienten pensamos que nos mienten y si nos dicen la verdad pensamos, igualmente, que nos mienten. Sea una cosa o sea otra el ciudadano siempre da por bueno la mentira que queda automaticamente asumida y no nos molesta. Esto tiene un peligro y es que a día de hoy damos por hecho que ser dirigente de nuestra vida pública lleva implícito ser embustero y mentiroso compulsivo. Ser dirigente político y decir la verdad no existe porque no es posible. Nuestra mente no lo reconoce y hemos llegado a esto por la falta de costumbre. Se concluye que una persona de bien y que siempre va con la verdad por delante nunca podría dedicarse a estos menesteres o gestión pública.
La sociedad se ha instalado en la mentira y en el embuste como forma natural de convivencia. Es normal ver a estos dirigentes tomar la palabra para insultar o descalificar. Gente con carrera pero sin educación. Y para que no nos salpique vivimos en el anonimato y ni siquiera nos manifestamos para demostrar nuestro descontento. Algunos se limitan a decir que estan indignados y poco más. Se prostituyen en sus cargos para llevarse un dinero extra. Nos mientes nuestros dirigentes, nos mienten los contertulios televisivos o radiofónicos, nos mienten los invitados a tal o cual programa para dar espectáculo y cobrar más. Al final nos hemos acostumbrado a la mentira, al embuste, a no decirlo todo o decir demasiado para confundir y cuando alguien dice la verdad no se la cree nadie porque hemos perdido la capacidad de discernir la verdad de la mentira y damos por buena la segunda.
Concluye el trabajo diciendo que esto no resulta bueno porque ya no nos comportamos como personas sino como personajes de una obra de ficción. Los libros son de ficción. Las películas también. Las fotos están retocadas. El engaño se ha instalado en nuestras vidas y desconfiamos de todo pero nos va. Esta conclusión es tan lamentable como verídica aunque algunos ingenuos quieren regenerar esto de la vida política. Pretenden lo imposible. Nos quieren vender la utopía a precio de realidad.
Mientras, el ponente del trabajo contaba en televisión una experiencia personal, el público votaba si lo que contaba era cierto o no. Verdad o mentira. El voto masivo fue de que lo que contaba era mentira. Él demostro, con notario incluído, que era verdad. El programa siguió y la gente siguió votando que era mentira. Salud.