viernes, 1 de abril de 2011

Pitorliua

Esta película, tan Goyada, sobre la guerra civil española no me ha dejado indiferente, no. Para nada. Es una obra maestra. No aporta nada nuevo que no supiéramos. Será la forma que tiene Agustí de contar la historia. Resulta un retrato apasionante de la posguerra. Ambientación provinciana que se repetiría cientos de veces. Nada resultó ser intrascendente.
No teníamos experiencia en guerras civiles y pagamos la novatada. Los insurgentes fueron domesticados o pasados a garrote vil. Las tradiciones se perdieron y entre ellas la buena moral. Fueron incapaces de asumir aquella tragedia y no supieron gestionar adecuadamente la posguerra por el puñetero afán de sometimiento que los del bando nacional tuvieron para con los rojillos. Canallas con poder, educados en la nostalgia mal entendida y mal enfocada y actuando en la brutalidad más básica y en el desprecio rencoroso hacia los demás sin medir consecuencias.
Si una guerra civil es absurda una posguerra lo es mas. La nuestra tuvo momentos patéticos y moralmente deshumanizados. Algunas personas inculturales y con poder -binomio peligroso- fabricaron leyes, hicieron juicios y aplicaron penas de perfil pandillero. Enredos montados a conveniencia para la finalidad cínica de desquitarse. Un incivismo hostil de unos pocos contra todos, con final incierto. Una crisis de identidad y de valores es lo único que hubo en los tiempos posteriores e inmediatos al final de la guerra civil española dónde hubo claramente vencedores y vencidos y dónde los primeros se obstinaron en hacer el mal con vacíos legales y sobresaltos. El maestro defiende que la victoria nunca es neutral e inmerecida. Que hay que alejarse de los vencidos porque no tienen derecho ni a una nota a pie de página de la historia porque la historia la escriben los vencedores. La iglesia no se implica con los rojillos porque reniegan de dios y no se merecen una absolución.
Gente sencilla y humilde y algunos sin ideales, por si acaso, condenados, por su ignorancia y su debilidad de carácter, a abrirse de piernas para conseguir favores y vivir en el estremecedor mundo de las vejaciones continuas para evitar un tiro de gracia. La película me provoca sentimientos encontrados. De apoyo a los débiles y a los que sufren y una rabia contenida para los radicales del poder y la violencia. Personajes todos de un tiempo que no debió de existir. La película no puede dejar indiferente a nadie y provoca repulsa y reflexión para que esta parte de la historia no vuelva a repetirse. Explora y profundiza en los personajes y resulta muy crítico con la excepcionalidad del momento. Los que tenemos algunos años también tenemos recuerdos de aquellos tiempos y por eso la película no nos es indiferente.
Después de tantos años la herida no está del todo cicatrizada. Todo llegará. Estamos en otra época de la historia que nada tiene que ver con la que se describe en la película del fantasma "Pitorliua", pero siempre nos quedará un fantasma aunque sea de la extrema derecha como Ignacio G. Lázaro para tocarnos las pelotas a los rojillos de ahora. Nosotros seguiremos sin dejarnos porque ahora estamos en democracia y me consta que esto le cabrea. Pues vale. Salud.