Desde el pueblo costero donde Pepe tiene el bar y yo la casita con un porche hay un camino tortuoso de montaña. Subes por él y justo antes de llegar al acantilado cruzas un pequeño bosque de árboles viejos. Diríamos que son mayores pues ello implica intelectualidad y experiencia. Su sombra anciana es distinta. Se disfruta más. No es difícil encontrar ese tipo de árboles en la Isla. Encinas y olivos. Higueras que crecen en los torrentes de la Sierra.
Los pinos son otra cosa. Altos y perfumados y rodeados de arbustos. Quedan muchos tirados desde la última tormenta de viento de hace unos años. La grandeza de la muerte que los pudre para abonar a los otros. A la intemperie. A la vista de todos. Al paso de los senderistas.
El oratorio de Ramón Llull que se encuentra mirando el mar entre s'Estaca y Miramar sigue roto por un rayo de la misma tormenta. La dejadez de los que gestionan estas cosas enfurece al pueblo y a los que acudimos a menudo. Porque el mediterráneo está a los pies y todo en su conjunto evoca nostalgia.
El bosque es antiguo. Pero de entre sus árboles crecen otros en busca de luz y vistas. Esto que escribo es cultura. La fiesta de la naturaleza con todo su brillo y su aroma de sabiduría. Los escritores que son escritores andan esos caminos para escribirlos. Los pintores que se precian acuden con sus paletas y pinceles para inmortalizar.
Las piedras se están quietas mientras cuentan su experiencia. El mediterráneo se recoge en sus calitas de color azul turquesa y transparencias. La cultura milenaria te presta aire para respirar y te relaja. Cultura atrevida de vida y muerte. De días de viento y días de calma. En este lado de la Isla el sol sólo viene a esconderse detrás del horizonte. Porque es norte y oeste.
Los días que se alargan y las noches que se acortan. Y viceversa, que también ocurre. Simplemente se vive distinto. Cuando me asomo al acantilado el viento me golpea la cara. Me obliga a cerrar un poco los ojos y de ellos sale una lágrima. Será la emoción.
Las piedras se están quietas mientras cuentan su experiencia. El mediterráneo se recoge en sus calitas de color azul turquesa y transparencias. La cultura milenaria te presta aire para respirar y te relaja. Cultura atrevida de vida y muerte. De días de viento y días de calma. En este lado de la Isla el sol sólo viene a esconderse detrás del horizonte. Porque es norte y oeste.
Los días que se alargan y las noches que se acortan. Y viceversa, que también ocurre. Simplemente se vive distinto. Cuando me asomo al acantilado el viento me golpea la cara. Me obliga a cerrar un poco los ojos y de ellos sale una lágrima. Será la emoción.
Por eso quise ser poeta y vivir una locura de pasión con el mar. En una barca. Navegar de la orilla al horizonte y regresar antes del anochecer. Según le venga al viento y a la marea. Y escribir versos cuando el mar está en calma. Pero no me sale la rima.
Tengo un amigo del que dicen que es poeta porque es poeta. De los de terraza de bar y parques tranquilos de ciudad aromatizados de Tilos y Eucaliptos. Que valora la palabra escrita sin razonar. Tal cual sale. Conoce a los clásicos y vive los minutos como si fueran días. Que ahuyenta los miedos con sus lecturas y sus estrofas.
Tengo un amigo del que dicen que es poeta porque es poeta. De los de terraza de bar y parques tranquilos de ciudad aromatizados de Tilos y Eucaliptos. Que valora la palabra escrita sin razonar. Tal cual sale. Conoce a los clásicos y vive los minutos como si fueran días. Que ahuyenta los miedos con sus lecturas y sus estrofas.
A venido a la Isla para quedarse. Prefiere el sol de diciembre al de agosto. Disfruta mucho de una buena lluvia sentado en el porche de casa. Mira el agua cuando está sentado en la tumbona. Y respira hondo. Mi amigo el poeta confunde la realidad mientras argumenta la vida. Porque sabe rimar. Salud.