Esta mañana -café en mano- he visto la mesa de escribir. Llena de letras, palabras, ideas, espacios, signos, sentimientos, miradas del papel en blanco y de la pluma y todas esas cosas que suelen abundar en una mesa de escribir. Mi mesa está desordenadamente ordenada. Trozos, situaciones y momentos de mi vida y la de otros. Todo un mundo en mi mesa que espera impaciente para que lo describa ordenadamente. Un universo literario en su camerino en espera de que le llegue el momento. Fuera, una lluvia insistente con ganas de penetrar en la tierra y un aire con ganas de mover las hojas en remolinos. Lo consiguen. Cielo encapotado color gris metalizado. Nubes oscuras ociosas pasando calmadas sin rumbo y otras haciendo una pausa en su camino sudando gotas de agua. Entre ellas, algún tímido rayo de sol se cuela despistado y se proyecta en mi mesa de escribir. Si va con segundas lo ha conseguido. He visto el desorden. Pero sé todo lo que hay y dónde está. Pues vale.
Estoy vestido de pereza y sin saber muy bien por dónde empezar. En el fondo queda bonito un caos sobre una mesa de escribir. Termino el café mientras observo las mil historias que hay y que debo ordenar para que puedan ser leídas. La hoja en blanco me sigue mirando de forma atenta. Y la pluma que ya se impacienta. Ansiosa y con ganas de empezar. Ahora hay que ponerle imaginación a todo esto. Lo hago. Escribo. Dejo reposar. Corrijo lo que escribí. Publico la entrada en el blog.
Emociona definir y conectar los momentos. Historia real dentro de la ficción. Creíble y poética. Estética. Predisposición previa y concentración. Pijama, zapatillas, batín, café, pluma, papel y actitud. Así se hacen las cosas que yo hago. Cada cual tendrá su ritual. Mi universo y mis historias tienen momentos inquietantes y otros carentes de interés que los tendré que hacer interesantes. Resaltar rasgos. Aclarar sucesos. Pintar un fondo. Introducir detalles. Romper silencios. Callar asuntos. Y otras pequeñeces que componen el relato. La historia, al final, terminará siendo escrita sentado en la mesa de un bar entorno a un café. Es el momento de los últimos retoques y pinceladas.
En el bar se escuchan susurros de personas en su fase lúcida del día. La tertulia. Otros ruidos indescifrables. Bustos parlantes en la tele a los que no pongo atención. Música callada de una emisora de radio que se entremezcla con los demás sonidos. Situación inspiradora de creación artística. Momento mágico en que los sentidos captan sonidos confusos. No hace falta más. Bien de mañana es suficiente. Cada uno a lo suyo y todos a lo de siempre. Temas de a diario y temas de temporada. Todo en su conjunto me sirve para crear el ambiente propicio para la escritura. Alguna risotada o palabra más alta hace que pare de escribir y mire al horizonte de la cafetería para, luego, seguir de inmediato. Es la vida cuando empieza el día. Incluso antes de amanecer. Es el momento multicultural de cada día y de cada persona. Sin todo esto, no habría ambiente y no podría escribir.
Cada momento sigue a otro momento. Afanarse por vivirlo intensamente porque sólo es un momento. La vida es la suma de ellos. Situaciones con afinidades poéticas. Hoy toca un clásico con una línea de pensamiento meditativo y reflexivo. Toca leer, pensar y sacar conclusiones. Luego, escribir. Al final son todo hechos cotidianos expresados de forma natural y casi familiar. Lenguaje social cercano. Que se comprenda. Que guste. Una escritura que explique la orfandad de muchas cosas perdidas entre recortes. Correspondencia literaria con la vida. Un reto apasionante que me permite sortear el estrés diario. Por eso hay que empezar bien el día. Cada mañana empieza la vida. La importancia de inmortalizar este momento en un relato. Gorriones y palomas que bajan hasta las mesas y se alimentan de pequeños trozos de comida que buscan entre las mesas y entre la gente. Gran contenido tienen estos momentos. Muchas cosas que alguna mañana no caben en el momento café con leche y ensaimada. Los pulmones se llenan de aire y la mente de ideas. El corazón las etiqueta. Conclusiones positivas.
Las palabras están inmóviles. Quietas en la hoja cuando han sido escritas. Ni siquiera el viento se atreve a moverlas. Sólo la lluvia sobre el papel es capaz de diluirlas y borrarlas. No me fío pues de la lluvia para estas cosas. El viento mueve las hojas y seca las palabras. Cada palabra con su significado según dónde esté escrita. Bien lo sabe el escritor que se esmera en ponerlas. El amor es tema. El que corre por las venas y el que se encierra en el corazón. El que habita en la mente y en el alma. El que se proyecta con los sentidos y se siente con los sentidos. A veces el vértigo de lo que escribo agita mi estado de ánimo. Procuro estarme quieto y el vértigo desaparece. Es la hora del desayuno. De empezar la vida de este día. Filosofar la vida. Queda atrás la soledad de la noche y su compañía. El bullicio de la mañana. Antes de que amanezca. Mientras escribo esta entrada. Salud.